CRÓNICAS CATAMARQUEÑAS – CARAS Y CARETAS* – JUNIO DE 1901

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DESACATO Y ROBO

Estábamos en la ciudad de la Virgen del Valle y Ambato en Catamarca, en una noche oscura, lluvioso y fría noche de invierno de 1833. Faltaban aún 20 años para que colocaran en las esquinas, faroles con velas de sebo; apenas había uno en el cuerpo de guardia del Cabildo, donde 50 milicianos guardaban la estabilidad del excelentísimo señor gobernador don Valentín Aramburú.

Muy pobre era aquel “excelentísimo”, era Federal porque le temía a Facundo Quiroga; déspota por ser excesivamente cobarde, mañero por su estado de rusticidad y desnudez de su bohardilla cerebral y aficionado a los dineros fiscales por carecer de noción  de mío y tuyo, (a menudo vemos que esta práctica se ha mantenido hasta el presente).

Aramburú suprimió la Legislatura por molesta; a la Policía por ser cara; al Reglamento Constitucional por ser fastidioso; a la Justicia, por lo enredado de sus procedimientos; a los empleados de la Administración, por inútiles y se quedó  él solo con un tinterillo para que le redactara alguna nota dirigida el Restaurador,  con un amanuense de buena letra y con su guardia pretoriana para velar  por la conservación de tan ingeniosa máquina administrativa. Los catamarqueños somos poco sufridos, no obstante de atribuírsenos sangre de pato; lo prueba las 50 revoluciones que hemos tenido desde 1810. No es de extrañar, pues, que  a un gobernador de tales trazas y mañas se le formara una formidable oposición.

Por eso, como diría don Manuel Fernández y González, en aquella oscura, lluviosa y fría noche de junio de 1833, embozados en grandes capas y de todas direcciones, llegaban numerosos conspiradores al corredor del cementerio, ubicado entonces en la Plaza Principal al lado de la Matriz. El más alto y bizarro de éstos, con voz enérgica, aunque un tanto velada, dijo a los demás “estamos todos o casi todos y debe ser medianoche pasada. Tú Bartolo, juntamente con Carlos y cada cual con su guitarra, a la puerta de la calle de la casa de Aramburú; Javier y yo por la de San Francisco a donde sabemos; los demás con los caballos, frente a las Carmelitas”. Quien hablaba y que el parecer era Jefe de aquel turbulento grupo, era don Dionisio Romay, caballero de lo más principal de la ciudad y ex jefe de policía destituido por éste y sin que hubiera recibido un céntimo de su modestísimo sueldo.

Se proponían secuestrar a aquel “ilustre” gobernador y desde el punto de su encierro imponerle condiciones. Se ve que en aquellos buenos tiempos había medios expeditivos para obligar a pagar a los gobernadores tramposos. Divididos en tres grupos, los revolucionarios comenzaron a operar. Los de las guitarras llegaron al lugar de su cometido, afinaron suavemente sus vihuelas y compusieron sus gargantas. La calle estaba solitaria, lóbrega, silenciosa; allá a lo lejos, se divisaba el mortecino farol del Cabildo, no se oía otro rumor que el lejano ladrido de algún pero romántico. Como es de práctica, llamaron a la puerta, de adentro preguntaron lo que se ofrecía y entonces los guitarristas rompieron en un pasacalle de esos que ponen en actividad a los mismos cojos; enseguida una voz robusta entonó la canción “Los Imposibles” muy en boga entonces. La servidumbre del gobernador compuesta de soldados y chinitas, gente moza y aficionada al canto y a la guitarra y el jaleo, abandonaron sus camas y corrieron al zaguán para mejor oír la serenata, dejando al patrón sin otra compañía que la de su ilícita cónyuge, co propietaria de su celibatario lecho, plácidamente dormidos a la sazón. Entretanto Don Dionisio Romay y su acompañante había penetrado a la casa por los fondos, atravesaron la huerta y con atentados pasos se entraron en el dormitorio de su excelencia, en un santiamén la damisela fue amordazada con las medias del señor gobernador y atada fuertemente con las ropas de la cama, mientras que éste ya despierto y medio muerto de terror, ante la boca de la pistola con la que amenazaba Romay, se dejaba atar sin protestar. Convertido en un fardo a la manera de una momia egipcia, fue sacado de su casa sin que la servidumbre se apercibiera de tamaño desacato.

Más de las ocho de la mañana siguiente, cuando el mulato Venancio, como lo hacía a diario, entró con el bien cebado mate para la amartelada pareja.

El mulato al ver a la “amiga” del amo, media ahogada, largo al vuelo el mate y corrió a prestarle socorro. Venancio quitole de la boca las medias de su excelencia pudiendo la moza con este auxilio alentar algo y contar lo de la noche anterior ¡Qué confusión! ¡Qué gritos! ¡Que barullo! ¡Qué imprecaciones! Santos Pucheta, Capitán del piquete daba precipitadas órdenes y contraordenes para buscar a su excelencia. Como pronta medida toda la servidumbre fue constituida en prisión. En esto llegó una viejita cuidadora de una majada que tenía en los alrededores de la ciudad. Venía toda desolada con la noticia de que entre unas jarillas había visto al señor Gobernador. Santos Pucheta montola en la grupa de su caballo, para que le indicara el camino y seguido de su tropa, se lanzó en la dirección señalada. En efecto, a pocas cuadras en medio de una barranca y enterrado hasta el cogote, medio agonizaba el señor Gobernador don Valentín Aramburú. Sus aprehensores apenas tuvieron tiempo para huir.

Ese mismo día, el gobernador los condenó a muerte, bien que el suplicio nunca pudo ejecutarse porque jamás fueron habidos los que hicieron a su persona tamaño desacato y tan inaudito robo.

Manuel Soria – Catamarca

 

*Revista Caras y Caretas, es un conocido semanario argentino publicado en diferentes períodos históricos. Su primera, y más exitosa versión, se imprimió entre 1898 y 1939 basada en la publicación uruguaya del mismo nombre que se editó entre 1890 y 1897. Posteriormente volvió a publicarse en Argentina el 10 de octubre de 1951 (Editorial Haynes, números 2140 al 2186), en 1982, y desde 2005 hasta la actualidad. Wikipedia

 


PrisioneroEnArgentina.com

Setiembre 12, 2021


 

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