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Por Vida Bolt.

Hubo un récord de 18 desastres meteorológicos y climáticos que costaron más de mil millones de dólares cada uno en los primeros nueve meses del año 2016, año histórico en catástrofes naturales en Estados Unidos. Todos estábamos alertas de lo que pudiera pasar y antes de comprometerse a acudir a visitar a un familiar o ir al supermercado, observábamos las noticias y los pronósticos del tiempo.

Para mi cita con el ginecólogo, hice los deberes: tomé nota de que nada pudiera suceder y acudí a su clínica.

Era mi primera vez con este (para mi) nuevo médico, el doctor Charles. Un joven profesional que había dejado su Oklahoma natal para instalarse en Florida. Al llegar, un empleado me recibió muy amigablemente. Me dio una planilla para llenar y me ofreció café o agua. Otro empleado me acompañó a una sala y me dio un camisolín, solicitando que me pusiera cómoda en la camilla (si esto es posible, al estar semi desnuda con las piernas desplegadas)

Unos minutos después, un joven salido de una publicidad de Armani, rubio, alto, de ojos claros, ingresó con una sonrisa angelical presentándose como el doctor Charles y saludó mi vagina, literalmente, diciéndole: “Es un placer concerté”.

De pronto, su cara se transformó y al momento en que miró la alarma de su teléfono del sistema de alerta de emergencias. Saltó del taburete y corriendo hacia la recepción me ordenó que me vistiera, que un tornado se aproximaba y que debíamos refugiarnos en el subsuelo de la clínica. Apenas tuve tiempo que quitarme el camisón, cuando la puerta volvió a abrirse y un asistente me tomó la mano y me arrastró hasta el subsuelo, donde -temblando- el doctor Charles estaba sentado en un rincón. (Lo de las mujeres y los niños primero, no era de uso cotidiano en esa clínica) Otros tres empleados, nerviosos, trataban de comunicarse con sus familias, pero no había señal. Encontré un par de blusas médicas con cuello en “v” y me calcé uno, improvisando una falda con la otra, para tapar la abertura trasera del camisón. Con el paso de los minutos, el doctor Charles comenzó a tranquilizarse y pasamos dos horas en el refugio conversando sobre mi vagina.

Después de un tiempo, Oscar -mi esposo- hizo que recuperáramos la fe en la humanidad y descubrí que mi celular funcionaba. Me preguntó si estaba bien y cuanto tardaría en volver a casa. Me alegré de que él se encontrara bien, como así lo estaban nuestras hijas.

“Estaré en casa tan pronto como pasé el tornado”, contesté demostrándole que era una chica valiente y quelas inclemencias del tiempo no podrían conmigo.

“¿Qué tornado?”, replicó Oscar.

Seguida de los miembros del personal médico, salimos a la luz de la calle. Una ciudad normal, con familias paseándose por las aceras y automóviles transitando con total normalidad.

El doctor Charles era de Oklahoma. El doctor Charles conservaba su número de teléfono de Oklahoma. El doctor Charles nunca cambió su número a uno de Florida. El doctor Charles recibía alertas de lo que estaba sucediendo en Oklahoma.

Mi viaje al ginecólogo solo sirvió para que una mujer usando un camisolín y dos remeras atadas a su cuerpo, intentara imponer una nueva moda y no lo pudo conseguir.

Ahora, cada vez que voy al ginecólogo, abordamos este tema y nos reímos, con la doctora Higgins, la nueva profesional que inspecciona regularmente mi útero, mi vagina y mis ovarios.

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Enero 20, 2022


 

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