Una nueva generación protesta por el legado nuclear en el Pacífico, 75 años después de que se volviera el patio de ejercicios nucleares de Estados Unidos. La radiación en las Islas Marshall es más fuerte que en Chernóbil y Fukushima. Setenta y cinco años después de que el ejército estadounidense empezara a usar las Islas Marshall como campo de pruebas nucleares, una nueva generación implicada en el activismo climático pide justicia. Cuando la bomba atómica Able fue lanzada sobre el atolón Bikini el 1 de julio de 1946, la familia de Alson Kelen y otras muchas se vieron obligadas a abandonar sus hogares, rodeados de palmeras. Durante décadas las protestas se acallaron. Muchos aceptaron de buenas a primeras las promesas de la Marina estadounidense que les decía que no estaban en peligro y serían realojados lejos de los lugares donde hacían pruebas.
Pero la realidad fue otra, a la vista de las tasas de cáncer anormalmente altas entre los isleños desplazados, que no pudieron volver a sus casas por la radiación o tuvieron que vivir junto a depósitos de desechos nucleares. En aquel entonces lo que le preocupaba a Washington era ganar la carrera armamentista de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Para los estadounidenses los apuros de los isleños del Pacífico no eran una prioridad comparado con la amenaza comunista.
Hoy en día, la generación de Kelen alza la voz contra el mundo industrializado por la contaminación ambiental a la que se atribuye la subida de los mares que amenaza con inundar las tierras bajas de Marshalls, que se encuentran apenas a un metro sobre el nivel del mar. Él equipara el cambio climático con “otra prueba nuclear que nos obliga a luchar por nuestra supervivencia” en el archipiélago del Pacífico de 58.000 habitantes repartidos en 29 atolones y más de 1.100 islas e islotes individuales. Este hombre de 53 años, miembro de la Comisión Nuclear de las Islas Marshall, es uno de los que reclaman que Washington afronte las consecuencias de las 67 pruebas nucleares en los atolones de Bikini y Enewetak entre 1946 y 1958.
La retirada del ejército estadounidense fue tan desastrosa para las Marshalls como su programa de pruebas nucleares, al garantizar a los isleños en los años 1970 que podían regresar a casa tranquilos. Se demostró que era falso, lo que obligó a realojarlos. Demasiado tarde: una nueva generación de niños, como Kelen, ya se habían expuesto a la radiación en alimentos cultivados en tierras contaminadas. Los ingenieros militares vertieron desechos nucleares en el cráter de una bomba en el atolón de Enewetak, lo taparon con una cúpula de hormigón de 45 centímetros de espesor y volvieron a decir a los habitantes que podían regresar.
Ahora hay grietas en la cúpula de la isla Runit y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, lo ha descrito como “una especie de ataúd” en el corazón del Pacífico. Washington intentó resolver el tema en 1986 pagando a las Marshall 150 millones de dólares (126 millones de euros) en compensación por los daños de las pruebas nucleares. Posteriormente, un tribunal independiente estimó que los daños para la ecología y la salud se elevaban a más de 2.000 millones de dólares (1.700 millones de euros). Por extraño que parezca la historia nuclear de las Marshall no se enseñó en los colegios locales hasta el año pasado, cuando se añadió al plan de estudios después de una larga campaña.
Al principio solo un pequeño grupo de activistas se interesaba por el tema, pero ahora se conoce mejor.
Ariana Tibon, de 25 años, reconoce que creció sin saber nada de la herencia de las pruebas de armas nucleares y que resulta difícil suscitar interés entre los jóvenes. Tibon, actual directora de educación y conciencia pública de la comisión nuclear, considera que la situación ha cambiado y se propone contar las historias de generaciones anteriores.
“Creo que los supervivientes nucleares están marginados, enfadados y frustrados. Lo entiendo porque no se hace nada por ayudarlos”, dijo.
Tibon espera que algún día se enseñe la misma historia en los colegios estadounidenses, para que entiendan su legado nuclear en el Pacífico.
Según Kelen, Estados Unidos tiene que corregir los errores cometidos porque las Marshall le ayudaron a perfeccionar el arsenal nuclear con el que sacó ventaja en la Guerra Fría.
“Si pudiera hablar con el presidente Biden, le diría: las Islas Marshall son la razón por la que Estados Unidos puede hablar con Rusia y otros países (desde una posición de fuerza). Por favor, préstenos un poco de atención”, dice Kelen.
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Pero la realidad fue otra, a la vista de las tasas de cáncer anormalmente altas entre los isleños desplazados, que no pudieron volver a sus casas por la radiación o tuvieron que vivir junto a depósitos de desechos nucleares. En aquel entonces lo que le preocupaba a Washington era ganar la carrera armamentista de la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Para los estadounidenses los apuros de los isleños del Pacífico no eran una prioridad comparado con la amenaza comunista.
Hoy en día, la generación de Kelen alza la voz contra el mundo industrializado por la contaminación ambiental a la que se atribuye la subida de los mares que amenaza con inundar las tierras bajas de Marshalls, que se encuentran apenas a un metro sobre el nivel del mar. Él equipara el cambio climático con “otra prueba nuclear que nos obliga a luchar por nuestra supervivencia” en el archipiélago del Pacífico de 58.000 habitantes repartidos en 29 atolones y más de 1.100 islas e islotes individuales. Este hombre de 53 años, miembro de la Comisión Nuclear de las Islas Marshall, es uno de los que reclaman que Washington afronte las consecuencias de las 67 pruebas nucleares en los atolones de Bikini y Enewetak entre 1946 y 1958.
La retirada del ejército estadounidense fue tan desastrosa para las Marshalls como su programa de pruebas nucleares, al garantizar a los isleños en los años 1970 que podían regresar a casa tranquilos. Se demostró que era falso, lo que obligó a realojarlos. Demasiado tarde: una nueva generación de niños, como Kelen, ya se habían expuesto a la radiación en alimentos cultivados en tierras contaminadas. Los ingenieros militares vertieron desechos nucleares en el cráter de una bomba en el atolón de Enewetak, lo taparon con una cúpula de hormigón de 45 centímetros de espesor y volvieron a decir a los habitantes que podían regresar.
Ahora hay grietas en la cúpula de la isla Runit y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, lo ha descrito como “una especie de ataúd” en el corazón del Pacífico. Washington intentó resolver el tema en 1986 pagando a las Marshall 150 millones de dólares (126 millones de euros) en compensación por los daños de las pruebas nucleares. Posteriormente, un tribunal independiente estimó que los daños para la ecología y la salud se elevaban a más de 2.000 millones de dólares (1.700 millones de euros). Por extraño que parezca la historia nuclear de las Marshall no se enseñó en los colegios locales hasta el año pasado, cuando se añadió al plan de estudios después de una larga campaña.
Al principio solo un pequeño grupo de activistas se interesaba por el tema, pero ahora se conoce mejor.
Ariana Tibon, de 25 años, reconoce que creció sin saber nada de la herencia de las pruebas de armas nucleares y que resulta difícil suscitar interés entre los jóvenes. Tibon, actual directora de educación y conciencia pública de la comisión nuclear, considera que la situación ha cambiado y se propone contar las historias de generaciones anteriores.
“Creo que los supervivientes nucleares están marginados, enfadados y frustrados. Lo entiendo porque no se hace nada por ayudarlos”, dijo.
Tibon espera que algún día se enseñe la misma historia en los colegios estadounidenses, para que entiendan su legado nuclear en el Pacífico.
Según Kelen, Estados Unidos tiene que corregir los errores cometidos porque las Marshall le ayudaron a perfeccionar el arsenal nuclear con el que sacó ventaja en la Guerra Fría.
“Si pudiera hablar con el presidente Biden, le diría: las Islas Marshall son la razón por la que Estados Unidos puede hablar con Rusia y otros países (desde una posición de fuerza). Por favor, préstenos un poco de atención”, dice Kelen.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 6, 2021