El extraño caso de los libros desaparecidos

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  Por Vida Bolt.

“No lo sé a ciencia cierta, pero sé que es verdad”, diría mi madre. Cuando ingresé a la universidad, rentar un cuarto en un departamento fue la única opción. El costo de las clases, textos y alimentación solo me dejaba espacio para un humilde lugar donde descansar mis huesos por la noche. Y ese lugar fue junto a un joven inglés (David) que buscaba alguien para compartir los gastos de una vivienda de dos dormitorios frente a los edificios donde yo tomaría mis clases.

Me encontré con David para conocer los costos, sus costumbres, su personalidad. En esa cita, en la cafetería de la universidad, hallé a un muchacho con el mejor corte de pelo que jamás haya visto, grandes ojos verdes y una manera de hablar tan distinguida que pensé que estaba frente a un miembro de la familia real. Claro, luego descubrí que la mayoría de los londinenses hablaban de esa manera. En verdad, David era tímido, pero eso lo hacía perfecto como compañero de casa. El departamento era pequeño, una cocina-comedor pequeña, dos dormitorios pequeños, un baño pequeño, pero, por 25 dólares semanales, lo hacía encantador. Casi dos meses de convivencia nos descubrió intercambiando responsabilidades entre cocinar y limpiar lo suficiente para vivir en armonía. Desembarqué solo con mis ropajes, libros, revistas de moda y mi música.

David Schiltz y yo, Jacksonville, Florida, 1991

 Un buen fin de semana, mi madre decidió visitarme y se sintió impactada por los modales de David. Desde el almuerzo hasta la cena, nos atendió como si fuéramos dos millonarias sueltas en Montecarlo. Pero, desde el almuerzo hasta la cena, mi indiscreta madre -cada oportunidad que se presentó- me ametralló con preguntas sobre nuestra convivencia: “¿Son novios?”, “¿Ya estuvieron juntos?”, “¿Es una relación seria?” A lo que cada treinta minutos yo debía responder: “No, mamá. Somos solo amigos”, “No, mamá. Solo compartimos el departamento”, “No, mama. No somos novios”

Siempre con su mirada perspicaz, mi madre se despidió luego de la cena, llevándose consigo una pila de revistas de moda, y dejando que sus dudas flotaran en el aire.

Varios días después, comencé a preocuparme, ya que no podía encontrar mis libros de historia. Le pregunté a David y él me deslizó si no hubiera sido posible que mis textos se hubieran marchado entre las revistas que mi madre había tomado. Rápidamente, me arrojé sobre el teléfono y llamé a mi madre.

“Mamá, no estoy diciendo que lo hayas hecho a propósito, pero por casualidad… ¿No te habrás llevado mis libros de historia entre las revistas…?

“No estoy diciendo que te acuestas con David”, dijo mi madre “Pero si una sola noche de esta semana hubieras usado tu cama para dormir, te hubieras dado cuenta de que los libros están entre las almohadas…”

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Febrero 6, 2022


 

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