En nuestras comarcas norteñas y en gran parte de nuestro país, la palabra gaucho tiene diversas
acepciones. Cuando decimos: “¡Qué gaucho es Fulano!”, estamos ponderando la nobleza, la generosidad, la caballerosidad, el desinterés, el hidalgo señorío de un individuo desprendido. Y también al decir: “Mengano es un gaucho”, con un matiz en la voz ligeramente distinto, despectivamente, lo calificamos ignorante, rudo, grosero, rústico, tosco, ordinario. El sentido de “gaucho” no sólo varía de acuerdo al tono con que se pronuncie, sino a quien use el término. Si los menciona uno de los colaboradores de “Güemes”, evoca a héroes legendarios, centauros generosos que enfrentan la muerte por lealtad a la patria encarnada en su caudillo. Si lo recuerda el del bando contrario, eran solamente bandoleros o cuatreros. Una carta de un militar en campaña a su contendiente nos da los dos aspectos de la historia
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“¿Cree usted que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo, sin más orden, disciplina ni instrucción que la de unos bandidos, puede oponerse a una tropa aguerrida y acostumbrada a vencer a las primeras de Europa, y a las que se haría un agravio comparándolas a esos que se llaman “gauchos”, incapaces de batirse con triplicada fuerza como es la de su enemigo? “, Ya estaban en vigencia los dos conceptos. El comandante patriota ve con orgullo que sus “gauchos” han abatido el orgullo de un aguerrido regimiento. El jefe vencido que los desprecia por verlos sin orden ni disciplina, solamente mantenidos con el robo. A la fuerza tuvieron que convencerse de que esos hombres simples son eficaces en la defensa de la patria que aman. ¿Son héroes o bandidos? No. Para nosotros los norteños, hermanados y consustanciados con los paisanos del campo, al Gaucho lo imaginamos pegado a una guitarra. Su instrumento propio, el más apto para expresar su música; el que por su peso y tamaño no estorba al hombre andariego, trashumante. El gaucho hombre de trabajos rudos, de trajinar el cuero haciendo trenzas que exigen esforzar los dedos; No se necesita ser adivino para darse cuenta de que después de esas faenas a nuestros Gauchos las manos le quedarán callosas, los dedos entumecidos, pesados, agarrotados. Pero con espíritu noble y osado, sin apegos ni prejuicios, cantó su rebeldía y amó su libertad. Nunca tuvo patrones y con su única riqueza y mejor compañero su caballo se ganó su pobre sustento. Hábil jinete, melancólico y reservado. Con su lazo, el rodeo de hacienda y las travesías, las espuelas, el cuchillo, facón o daga y el poncho, fueron señales de nuestra leyenda. Los recados y rebenques, la chiripa serán siempre instrumentos de orgullo para estos gauchos humildes, gauchos pobres, que en las históricas batallas con Güemes a la cabeza, han conseguido que hoy nuestra Argentina sea una nación libre e independiente. Fierro dice que él sabe “dirigir la mancera / y también echar un pial… / Sé correr en un rodeo, / trabajar en un corral… / Me sé sentar en un pértigo / lo mesmo que en un bagual”. De modo que con la guitarra podrá rasguear el acompañamiento de un canto, marcar el compás de un baile; cuanto más, arpegiar una milonga, pero con espíritu noble y osado, sin apegos ni prejuicios, cantó su rebeldía y amó su libertad.
Por Jorge B. Lobo Aragón.
Reflexión
En nuestras comarcas norteñas y en gran parte de nuestro país, la palabra gaucho tiene diversas
acepciones. Cuando decimos: “¡Qué gaucho es Fulano!”, estamos ponderando la nobleza, la generosidad, la caballerosidad, el desinterés, el hidalgo señorío de un individuo desprendido. Y también al decir: “Mengano es un gaucho”, con un matiz en la voz ligeramente distinto, despectivamente, lo calificamos ignorante, rudo, grosero, rústico, tosco, ordinario. El sentido de “gaucho” no sólo varía de acuerdo al tono con que se pronuncie, sino a quien use el término. Si los menciona uno de los colaboradores de “Güemes”, evoca a héroes legendarios, centauros generosos que enfrentan la muerte por lealtad a la patria encarnada en su caudillo. Si lo recuerda el del bando contrario, eran solamente bandoleros o cuatreros. Una carta de un militar en campaña a su contendiente nos da los dos aspectos de la historia
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“¿Cree usted que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo, sin más orden, disciplina ni instrucción que la de unos bandidos, puede oponerse a una tropa aguerrida y acostumbrada a vencer a las primeras de Europa, y a las que se haría un agravio comparándolas a esos que se llaman “gauchos”, incapaces de batirse con triplicada fuerza como es la de su enemigo? “, Ya estaban en vigencia los dos conceptos. El comandante patriota ve con orgullo que sus “gauchos” han abatido el orgullo de un aguerrido regimiento. El jefe vencido que los desprecia por verlos sin orden ni disciplina, solamente mantenidos con el robo. A la fuerza tuvieron que convencerse de que esos hombres simples son eficaces en la defensa de la patria que aman. ¿Son héroes o bandidos? No. Para nosotros los norteños, hermanados y consustanciados con los paisanos del campo, al Gaucho lo imaginamos pegado a una guitarra. Su instrumento propio, el más apto para expresar su música; el que por su peso y tamaño no estorba al hombre andariego, trashumante. El gaucho hombre de trabajos rudos, de trajinar el cuero haciendo trenzas que exigen esforzar los dedos; No se necesita ser adivino para darse cuenta de que después de esas faenas a nuestros Gauchos las manos le quedarán callosas, los dedos entumecidos, pesados, agarrotados. Pero con espíritu noble y osado, sin apegos ni prejuicios, cantó su rebeldía y amó su libertad. Nunca tuvo patrones y con su única riqueza y mejor compañero su caballo se ganó su pobre sustento. Hábil jinete, melancólico y reservado. Con su lazo, el rodeo de hacienda y las travesías, las espuelas, el cuchillo, facón o daga y el poncho, fueron señales de nuestra leyenda. Los recados y rebenques, la chiripa serán siempre instrumentos de orgullo para estos gauchos humildes, gauchos pobres, que en las históricas batallas con Güemes a la cabeza, han conseguido que hoy nuestra Argentina sea una nación libre e independiente. Fierro dice que él sabe “dirigir la mancera / y también echar un pial… / Sé correr en un rodeo, / trabajar en un corral… / Me sé sentar en un pértigo / lo mesmo que en un bagual”. De modo que con la guitarra podrá rasguear el acompañamiento de un canto, marcar el compás de un baile; cuanto más, arpegiar una milonga, pero con espíritu noble y osado, sin apegos ni prejuicios, cantó su rebeldía y amó su libertad.
Dr. Jorge B. Lobo Aragon
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