Las grandes crisis suelen brindar la oportunidad de ejecutar grandes cambios, especialmente cuando afectan a amplios sectores de una sociedad y crean un clima psicosocial de disconformidad que afecta al orden instituido. La historia argentina reciente nos brinda algunos ejemplos que ratifican esta aseveración.
Fue luego de la hiperinflación que se produjo durante el gobierno de Raúl Alfonsín que surgieron las condiciones para ejecutar el programa de privatizaciones que impulsó Carlos Saul Menem y que permitió que Domingo Cavallo instituyera la estrategia cambiaria que establecía que un peso pasaba a valer un dólar. Este programa estalló durante el gobierno de Fernando de la Rúa y una Argentina empobrecida y golpeada estuvo dispuesta a aceptar la pesificación de Eduardo Duhalde y luego a abrir las puertas al populismo de izquierda que encarnaron Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández. Y fue luego del fracaso estruendoso del gobierno de Alberto Fernández y su Ministro de Economía con poderes especiales, llamado Sergio Massa, que la sociedad clamando por un cambio integral estuvo dispuesta a votar por cualquier figura política que no estuviera ligada con la vieja e inamovible guardia, que se cansó de prometer futuro y sólo entregó fracasos.
Así llegó al poder Javier Milei.
Era el momento ideal para realizar los grandes cambios que la Argentina necesitaba en, al menos, cuatro temas fundamentales de la problemática nacional.
En primer lugar, era necesario dar lo que se denomina “la batalla cultural” poniendo un freno al auge del falso progresismo, el ataque a la familia y la desembozada reivindicación del terrorismo subversivo que en la década del setenta fracasó en su intento de alcanzar el poder por las armas y que, con la llegada de Néstor Kirchner y de su esposa Cristina Fernández, ha venido tratando de imponer su ideología de izquierda utilizando el aparato del Estado y los medios de comunicación afines. En este campo el resultado de las políticas de Javier Milei ha tenido un éxito parcial. Es cierto que se desarticularon un conjunto de organizaciones estatales que solo servían para trabajar ideológicamente con variadas excusas, tales como el Ministerio de la Mujer, el INADI y una estructura comunicacional sesgada y onerosa. Sin embargo, hay temas sustanciales que se han ignorado tal como sucede con la anulación de la legalización del aborto que parecía una prioridad en la campaña electoral pero que ha desaparecido de la agenda gubernamental. Tampoco se ha hecho nada con respecto a la revisión de los interminables juicios a los militares que combatieron a la subversión y explícitamente se ha negado todo respaldo al grupo de legisladores que se animaron a visitar a los ancianos presos en penales. Al presente hay más de mil condenados entre militares, miembros de las fuerzas policiales, de seguridad y civiles y más de 800 procesados mientras se sigue postergando el análisis de las cuantiosas indemnizaciones de dudosa pertinencia otorgadas a quienes atacaron a las instituciones de la nación durante la vigencia de legítimos gobiernos democráticos. Mientras se ataca verbalmente al populismo se hace poco por atender la difícil situación social e incluso se ignoran los reclamos de la educación universitaria dando lugar a que los personeros de la izquierda propalen el falso paradigma de que un gobierno de derecha es insensible a las necesidades básicas de la población. En este campo hace falta mucho más que palabras fuertes y denuncias -que todos apoyamos- contra la corrupción, pero que no se traducen en causas penales, en detenidos y en confiscaciones de bienes mal habidos. Poco ayuda en esta área la propuesta de jueces duramente cuestionados para integrar la Corte Suprema de la Nación. En síntesis, el gobierno está en deuda en este rubro.
Otro tema que requería grandes cambios era modificar el clima de confrontación que llegó a constituir una verdadera grieta en la sociedad, grieta que los gobiernos afines a los Kirchner fomentaron para construir un enemigo y polarizar a la sociedad.
Lejos de modificar este paradigma Javier Milei se lanzó con entusiasmo a multiplicar ese clima confrontativo con expresiones y agravios que abarcaron prácticamente a todo el arco político, incluyendo incluso a partidos y legisladores que les brindaron un apoyo razonable a sus avasalladoras iniciativas innovadoras. Los insultos y los agravios se volvieron moneda corriente en el discurso presidencial. Nuestros oídos debieron habituarse a escuchar la denominación de ratas, traidores y otros epítetos descalificadores a quienes no comparten las opiniones del líder libertario. Su prédica contiene tanto odio y desprecio que vive sembrando y despertando los peores sentimientos y reacciones y apenas puede ser parcialmente atemperada por algunos de sus ministros, mientras que otros se suman alegremente al festival de insultos siguiendo el mal ejemplo de su jefe. Esta agresividad se trasmite a las redes sociales que se han transformado en una cloaca en la que afloran los peores sentimientos.
En esta materia, Milei no solo no aprovecho el deseo de paz y tranquilidad que sucedió al oscuro período “kirchnerista” sino que lo empeoró desaprovechando una oportunidad histórica para recomponer la fraternidad entre los argentinos.
Tenemos también que analizar el cambio de paradigma que se hacía imprescindible en política exterior luego de años en los que la Argentina se viera empujada a confraternizar con cuanto líder autoritario y dictador de izquierda se enseñoreaba en las américas, desde la legendaria dictadura cubana a la cada vez más radicalizada dictadura venezolana.
Romper con esos regímenes autoritarios fue un soplo de viento fresco y vivificante en la política exterior argentina. Sin embargo, ratificando que Milei es el hombre equivocado para aprovechar este momento único, el autodefinido como anarco capitalista arremetió con furia contra magistrados elegidos democráticamente pero que tienen perfil socialista o simplemente que no comparten su ideología. Así cayeron bajo el filo de su lengua, entre otros, el presidente del Gobierno de España, el presidente de Brasil, el de Méjico, el de Colombia y no ha tenido siquiera reparos en lanzarse contra el gobierno de China del cual la Argentina es deudor y a punto estuvo de ejecutar un crédito (swap) ante los inesperados ataques. En nada ayuda a la política exterior Argentina inmiscuirse en los conflictos que mantiene Israel y dejar plantados a los representantes árabes en Argentina fue un gesto inamistoso e innecesario.
Es importante que Argentina haya vuelto a integrarse al mundo occidental, pero para formar parte de ese “club” de naciones democráticas hacen falta tres atributos fundamentales, a saber: un sistema democrático multipartidista, un sistema económico capitalista y una firme adscripción a los derechos humanos y la libertad de prensa. Cumplidos estos requisitos, cada nación tiene el derecho de desarrollar una política independiente y soberana que atienda esencialmente a sus intereses nacionales. Las declaraciones unilaterales de alineamiento son innecesarias y conllevan el riesgo de generar compromisos ajenos a sus intereses y desproporcionados respecto a sus reales posibilidades de cumplimiento. Urge modificar tanto la tendencia a afectar las relaciones internacionales con expresiones y actos de fundamentalismo ideológico como proclamar una subordinación que en nada nos favorece ante los complejos vaivenes y variados conflictos de la situación internacional.
Finalmente, llegamos a la cuestión económica, campo en que mayores esperanzas se pusieron en Javier Milei, atento a sus antecedentes y a sus múltiples y sonoras promesas de campaña.
En los ocho meses del gobierno de La Libertad Avanza se computan como principales aspectos favorables la contención del gasto público y la disminución del ritmo de crecimiento inflacionario. El precio pagado por estos logros ha sido, sucintamente, generar una recesión formidable con obvia caída de Producto Bruto Interno, paralizar la obra pública y afectar el poder adquisitivo de la población en general y de la clase pasiva en particular. Atrás quedaron las promesas estelares de la campaña tales como la rápida dolarización, que al decir del entonces candidato haría subir los sueldos como burbujas en el agua (usó una expresión mucho más grosera, según su estilo), la eliminación del Banco Central, institución que hoy goza de muy buena salud o el compromiso de amputar partes de su anatomía antes de imponer un nuevo impuesto que al presente lo mostrarían absolutamente discapacitado solo con computar el impuesto país y la reposición del impuesto a las ganancias. Incluso se ven como muy lejanos, objetivos más modestos y realistas, como la salida del cepo cambiario o la llegada de las grandes inversiones extractivistas que apuntan esencialmente a la explotación de recursos naturales.
Es en este punto que los analistas políticos formulan una pregunta recurrente e intrigante ¿Cuál es la razón de la notable paciencia social ante los sometimientos económicos y el innegable empobrecimiento y qué es lo que mantiene un aceptable, aunque decreciente nivel de imagen en las encuestas de que goza el presidente a pesar de tales datos?
La respuesta a esta pregunta puede buscarse en la deplorable gestión de años de gobiernos populistas que fue acompañada de una corrupción rampante y de la carencia de alternativas políticas que ofrece el espectro de la oposición en Argentina.
Como decíamos en un principio, el clima psicosocial era ideal para formular grandes cambios y es lamentable que esa disposición, que aún existe en la sociedad, se desperdicie por la personalidad disruptiva y desenfrenada del líder que tiene la oportunidad de aprovechar el momento histórico y de la aplicación de planes que no contemplan el único camino para la superación de las crisis económicas, que es el de la producción y el crecimiento.
¿Cuánto más puede la sociedad argentina soportar un ajuste sin percibir resultados en términos de bienestar cotidiano? Es una pregunta difícil de contestar, pero si Javier Milei no cambia pronto su estilo y modifica sus propuestas, corremos el serio riesgo de que los fantasmas del pasado se encarnen y vuelvan a amenazarnos con su regreso.
Seguimos creyendo que la mejor respuesta a los problemas es un proyecto de centro derecha y que estamos en el lado bueno en la escena internacional pero tenemos que ofrecer una alternativa que contemple el desarrollo, la defensa de los intereses nacionales y la soberanía y una atención prioritaria hacia las necesidades de grandes sectores de la población que sufre de carencias imperiosas que exigen atención.
Escucho con frecuencia decir que todas las alternativas a Milei eran peores. Aceptando este contra fáctico como hipótesis de trabajo eso no inhabilita la exigencia de una mejora sustancial en el manejo de las políticas públicas ya que cada día percibimos que tenemos al frente del país al hombre equivocado en un momento que era ideal para cambiar nuestro destino.
Que Dios nos ayude y nos inspire para salvar a nuestra querida Patria en este crucial momento.
◘
Por Juan Carlos Neves.
Las grandes crisis suelen brindar la oportunidad de ejecutar grandes cambios, especialmente cuando afectan a amplios sectores de una sociedad y crean un clima psicosocial de disconformidad que afecta al orden instituido. La historia argentina reciente nos brinda algunos ejemplos que ratifican esta aseveración.
Fue luego de la hiperinflación que se produjo durante el gobierno de Raúl Alfonsín que surgieron las condiciones para ejecutar el programa de privatizaciones que impulsó Carlos Saul Menem y que permitió que Domingo Cavallo instituyera la estrategia cambiaria que establecía que un peso pasaba a valer un dólar. Este programa estalló durante el gobierno de Fernando de la Rúa y una Argentina empobrecida y golpeada estuvo dispuesta a aceptar la pesificación de Eduardo Duhalde y luego a abrir las puertas al populismo de izquierda que encarnaron Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández. Y fue luego del fracaso estruendoso del gobierno de Alberto Fernández y su Ministro de Economía con poderes especiales, llamado Sergio Massa, que la sociedad clamando por un cambio integral estuvo dispuesta a votar por cualquier figura política que no estuviera ligada con la vieja e inamovible guardia, que se cansó de prometer futuro y sólo entregó fracasos.
Así llegó al poder Javier Milei.
Era el momento ideal para realizar los grandes cambios que la Argentina necesitaba en, al menos, cuatro temas fundamentales de la problemática nacional.
En primer lugar, era necesario dar lo que se denomina “la batalla cultural” poniendo un freno al auge del falso progresismo, el ataque a la familia y la desembozada reivindicación del terrorismo subversivo que en la década del setenta fracasó en su intento de alcanzar el poder por las armas y que, con la llegada de Néstor Kirchner y de su esposa Cristina Fernández, ha venido tratando de imponer su ideología de izquierda utilizando el aparato del Estado y los medios de comunicación afines. En este campo el resultado de las políticas de Javier Milei ha tenido un éxito parcial. Es cierto que se desarticularon un conjunto de organizaciones estatales que solo servían para trabajar ideológicamente con variadas excusas, tales como el Ministerio de la Mujer, el INADI y una estructura comunicacional sesgada y onerosa. Sin embargo, hay temas sustanciales que se han ignorado tal como sucede con la anulación de la legalización del aborto que parecía una prioridad en la campaña electoral pero que ha desaparecido de la agenda gubernamental. Tampoco se ha hecho nada con respecto a la revisión de los interminables juicios a los militares que combatieron a la subversión y explícitamente se ha negado todo respaldo al grupo de legisladores que se animaron a visitar a los ancianos presos en penales. Al presente hay más de mil condenados entre militares, miembros de las fuerzas policiales, de seguridad y civiles y más de 800 procesados mientras se sigue postergando el análisis de las cuantiosas indemnizaciones de dudosa pertinencia otorgadas a quienes atacaron a las instituciones de la nación durante la vigencia de legítimos gobiernos democráticos. Mientras se ataca verbalmente al populismo se hace poco por atender la difícil situación social e incluso se ignoran los reclamos de la educación universitaria dando lugar a que los personeros de la izquierda propalen el falso paradigma de que un gobierno de derecha es insensible a las necesidades básicas de la población. En este campo hace falta mucho más que palabras fuertes y denuncias -que todos apoyamos- contra la corrupción, pero que no se traducen en causas penales, en detenidos y en confiscaciones de bienes mal habidos. Poco ayuda en esta área la propuesta de jueces duramente cuestionados para integrar la Corte Suprema de la Nación. En síntesis, el gobierno está en deuda en este rubro.
Otro tema que requería grandes cambios era modificar el clima de confrontación que llegó a constituir una verdadera grieta en la sociedad, grieta que los gobiernos afines a los Kirchner fomentaron para construir un enemigo y polarizar a la sociedad.
Lejos de modificar este paradigma Javier Milei se lanzó con entusiasmo a multiplicar ese clima confrontativo con expresiones y agravios que abarcaron prácticamente a todo el arco político, incluyendo incluso a partidos y legisladores que les brindaron un apoyo razonable a sus avasalladoras iniciativas innovadoras. Los insultos y los agravios se volvieron moneda corriente en el discurso presidencial. Nuestros oídos debieron habituarse a escuchar la denominación de ratas, traidores y otros epítetos descalificadores a quienes no comparten las opiniones del líder libertario. Su prédica contiene tanto odio y desprecio que vive sembrando y despertando los peores sentimientos y reacciones y apenas puede ser parcialmente atemperada por algunos de sus ministros, mientras que otros se suman alegremente al festival de insultos siguiendo el mal ejemplo de su jefe. Esta agresividad se trasmite a las redes sociales que se han transformado en una cloaca en la que afloran los peores sentimientos.
En esta materia, Milei no solo no aprovecho el deseo de paz y tranquilidad que sucedió al oscuro período “kirchnerista” sino que lo empeoró desaprovechando una oportunidad histórica para recomponer la fraternidad entre los argentinos.
Tenemos también que analizar el cambio de paradigma que se hacía imprescindible en política exterior luego de años en los que la Argentina se viera empujada a confraternizar con cuanto líder autoritario y dictador de izquierda se enseñoreaba en las américas, desde la legendaria dictadura cubana a la cada vez más radicalizada dictadura venezolana.
Romper con esos regímenes autoritarios fue un soplo de viento fresco y vivificante en la política exterior argentina. Sin embargo, ratificando que Milei es el hombre equivocado para aprovechar este momento único, el autodefinido como anarco capitalista arremetió con furia contra magistrados elegidos democráticamente pero que tienen perfil socialista o simplemente que no comparten su ideología. Así cayeron bajo el filo de su lengua, entre otros, el presidente del Gobierno de España, el presidente de Brasil, el de Méjico, el de Colombia y no ha tenido siquiera reparos en lanzarse contra el gobierno de China del cual la Argentina es deudor y a punto estuvo de ejecutar un crédito (swap) ante los inesperados ataques. En nada ayuda a la política exterior Argentina inmiscuirse en los conflictos que mantiene Israel y dejar plantados a los representantes árabes en Argentina fue un gesto inamistoso e innecesario.
Es importante que Argentina haya vuelto a integrarse al mundo occidental, pero para formar parte de ese “club” de naciones democráticas hacen falta tres atributos fundamentales, a saber: un sistema democrático multipartidista, un sistema económico capitalista y una firme adscripción a los derechos humanos y la libertad de prensa. Cumplidos estos requisitos, cada nación tiene el derecho de desarrollar una política independiente y soberana que atienda esencialmente a sus intereses nacionales. Las declaraciones unilaterales de alineamiento son innecesarias y conllevan el riesgo de generar compromisos ajenos a sus intereses y desproporcionados respecto a sus reales posibilidades de cumplimiento. Urge modificar tanto la tendencia a afectar las relaciones internacionales con expresiones y actos de fundamentalismo ideológico como proclamar una subordinación que en nada nos favorece ante los complejos vaivenes y variados conflictos de la situación internacional.
Finalmente, llegamos a la cuestión económica, campo en que mayores esperanzas se pusieron en Javier Milei, atento a sus antecedentes y a sus múltiples y sonoras promesas de campaña.
En los ocho meses del gobierno de La Libertad Avanza se computan como principales aspectos favorables la contención del gasto público y la disminución del ritmo de crecimiento inflacionario. El precio pagado por estos logros ha sido, sucintamente, generar una recesión formidable con obvia caída de Producto Bruto Interno, paralizar la obra pública y afectar el poder adquisitivo de la población en general y de la clase pasiva en particular. Atrás quedaron las promesas estelares de la campaña tales como la rápida dolarización, que al decir del entonces candidato haría subir los sueldos como burbujas en el agua (usó una expresión mucho más grosera, según su estilo), la eliminación del Banco Central, institución que hoy goza de muy buena salud o el compromiso de amputar partes de su anatomía antes de imponer un nuevo impuesto que al presente lo mostrarían absolutamente discapacitado solo con computar el impuesto país y la reposición del impuesto a las ganancias. Incluso se ven como muy lejanos, objetivos más modestos y realistas, como la salida del cepo cambiario o la llegada de las grandes inversiones extractivistas que apuntan esencialmente a la explotación de recursos naturales.
Es en este punto que los analistas políticos formulan una pregunta recurrente e intrigante ¿Cuál es la razón de la notable paciencia social ante los sometimientos económicos y el innegable empobrecimiento y qué es lo que mantiene un aceptable, aunque decreciente nivel de imagen en las encuestas de que goza el presidente a pesar de tales datos?
La respuesta a esta pregunta puede buscarse en la deplorable gestión de años de gobiernos populistas que fue acompañada de una corrupción rampante y de la carencia de alternativas políticas que ofrece el espectro de la oposición en Argentina.
Como decíamos en un principio, el clima psicosocial era ideal para formular grandes cambios y es lamentable que esa disposición, que aún existe en la sociedad, se desperdicie por la personalidad disruptiva y desenfrenada del líder que tiene la oportunidad de aprovechar el momento histórico y de la aplicación de planes que no contemplan el único camino para la superación de las crisis económicas, que es el de la producción y el crecimiento.
¿Cuánto más puede la sociedad argentina soportar un ajuste sin percibir resultados en términos de bienestar cotidiano? Es una pregunta difícil de contestar, pero si Javier Milei no cambia pronto su estilo y modifica sus propuestas, corremos el serio riesgo de que los fantasmas del pasado se encarnen y vuelvan a amenazarnos con su regreso.
Seguimos creyendo que la mejor respuesta a los problemas es un proyecto de centro derecha y que estamos en el lado bueno en la escena internacional pero tenemos que ofrecer una alternativa que contemple el desarrollo, la defensa de los intereses nacionales y la soberanía y una atención prioritaria hacia las necesidades de grandes sectores de la población que sufre de carencias imperiosas que exigen atención.
Escucho con frecuencia decir que todas las alternativas a Milei eran peores. Aceptando este contra fáctico como hipótesis de trabajo eso no inhabilita la exigencia de una mejora sustancial en el manejo de las políticas públicas ya que cada día percibimos que tenemos al frente del país al hombre equivocado en un momento que era ideal para cambiar nuestro destino.
Que Dios nos ayude y nos inspire para salvar a nuestra querida Patria en este crucial momento.
JUAN CARLOS NEVES
PRESIDENTE DE NUEVA UNIÓN CIUDADANA
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 24, 2024
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