En el canto VII de El gaucho Martín Fierro, el narrador-protagonista provoca, en una milonga (“Supe una vez, por desgracia, / que había un baile por allí, / y medio desesperao / a ver la milonga fui”), y sin necesidad ninguna, a un hombre negro que llega con su mujer. El incidente deriva en pelea, y ésta, en la muerte de quien llamaremos El Negro.
Este momento ocurre en el tercer año de la narración, ya que los tres anteriores corresponden al trienio en que Martín Fierro había padecido las injusticias en el fortín. Como consecuencia de esta muerte y de la acaecida inmediatamente después, en el canto VIII, cuando Martín Fierro termina matando al “gaucho que hacía alarde / de guapo y de peliador”, el protagonista se ve obligado a huir de la justicia y a convertirse en gaucho matrero,1 situación que abarca un período de dos años. Tras la lucha con la policía y la consecuente inesperada amistad del sargento Cruz, ambos hombres van a vivir entre los indios, estadía que se prolonga durante cinco años más.
Entonces, la matemática nos dice que los dos años de matrero más los cinco de habitar entre los indios suman siete.
Muy bien.
En el canto XXX de La vuelta de Martín Fierro tiene lugar la célebre payada con El Moreno. Éste resulta ser hermano de El Negro. Así, con ánimo de venganza o de desquite, trata de suscitar una pelea con Martín Fierro, que, por la intervención de los presentes, no llega a concretarse.
Hasta este punto llega la información suministrada por la obra maestra de José Hernández.
Jorge Luis Borges supuso, según entiendo, con toda razón, que el episodio había quedado trunco y que la pelea debía acontecer en el futuro. Entonces escribió el cuento “El fin”.
Al visitar esta delicia literaria nos enteramos de que el propietario de la pulpería donde se había desarrollado la payada entre Martín Fierro y El Moreno se llama Recabarren, y, por ende, inferimos que es un vasco inmigrante (“antes había aceptado el rigor y las soledades de América”). Al día siguiente de la payada “se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla”. Se halla en su pieza; del otro lado, es decir desde la pulpería propiamente dicha, le llegan “los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien”.
Clarísimo. Es la misma pulpería donde El Moreno había sido derrotado por Martín Fierro unos días o semanas atrás. En procura de darle “El fin” borgeanamente adecuado a la pelea que los concurrentes impidieron en aquella ocasión, el Moreno espera a Martín Fierro.
Llega, en efecto, Martín Fierro y tiene lugar el siguiente diálogo:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El Moreno se refiere a los siete años transcurridos entre la muerte de su hermano (El Negro) en aquella milonga (El gaucho Martín Fierro, VII) y la payada con Martín Fierro (La vuelta de Martín Fierro, XX). Ésos, y no otros, son los siete años en que El Moreno ha esperado la ocasión de hallar a Martín Fierro, cosa que finalmente sucedió unos pocos días atrás cuando, en el contrapunto, fue vencido. Ahora se produce una segunda espera, la que media entre la payada y el actual encuentro con Martín Fierro: esta demora data de algunos días, o, si se quiere, semanas, o, exagerando al máximo, dos meses.
Siete años imaginarios
Por tales razones, me he quedado patitieso, estafermo y turulato al leer esta afirmación de Beatriz Sarlo: “Siete años han pasado desde el día en que Fierro payó con el Moreno”.2 Sin embargo, logré reponerme y avancé en la lectura un poco más, hasta toparme con esta reiteración, que me condujo a un estado cercano a la catatonia y, tal vez, a la catalepsia: “El Moreno recuerda su último encuentro, siete años atrás, cuando no pelearon porque los hijos de Fierro y Cruz3 estaban presentes”.
De manera que la autora llega a la conclusión de que El Moreno, a la espera de Martín Fierro, hace ¡siete años! que se halla en la pulpería de Recabarren. Si en aquella ocasión dicho éuskaro ha sufrido la hemiplejia mencionada por Borges, es evidente que, con su salud deteriorada, un septenio de oír ininterrumpidamente los “modestos acordes” de El Moreno lo habría enviado, más temprano que tarde, a jugar a los naipes con san Pedro.
Ignoro si la pulpería abría de lunes a viernes, o sólo sábados y domingos, y hago abstracción de bisiestos y demás minucias. De cualquier modo, sabemos que siete años multiplicados por trescientos sesenta y cinco días suman un total de ¡2.555 días! Es el tiempo en que, según Beatriz Sarlo, ha estado esperando El Moreno: ejemplo que dejaría la paciencia de Job a la altura de un poroto y que merecería, para mi compatriota afroargentino, la rápida inclusión de su nombre en el Libro Guinness de los Récords.
La autora nos informa: “Este libro [Borges, un escritor en las orillas] resulta de cuatro conferencias que di en la Universidad de Cambridge, en 1992”.4
Entonces, podemos interrelacionar dos hechos inscriptos en la tradición de las represalias incruentas.
El primero se produjo en 1986, durante el Campeonato Mundial de Fútbol disputado en México: el episodio de la mano de Dios con que Diego Maradona retribuyó, mediante una picardía pueril, sempiternas tropelías típicamente británicas.
El segundo es la hiperbólica fantasía que, en 1992, brindó Beatriz Sarlo a los académicos, docentes y estudiantes de la Universidad de Cambridge.
No obstante, existe diferencia entre ambas travesuras. La primera, La mano de Dios del Diego, fue advertida, protestada y lamentada por Albión hasta el día de hoy. En cambio, de Los 2.555 días de El Moreno de la Betty ni siquiera se dieron cuenta aquellos indefensos cantabrigienses.
Según Le Petit Prince del aviador francés, “Lo esencial es invisible a los ojos”: no lo niego. Empero, en casos de hiperintelectualismo, parece adecuada esta variante: “Lo evidente es invisible a los ojos”.
En la Argentina y en el Uruguay, fugitivo que busca el campo para escapar de la justicia.
Sarlo, Beatriz: “Borges, un escritor en las orillas”.
Dicho así (“los hijos de Fierro y Cruz”), algún lector distraído podrá suponer que Fierro y Cruz constituyen un matrimonio o, al menos, una pareja de afectuosos amantes que han engendrado hijos en común (a pesar de que ambos gauchos pertenecen al sexo masculino). Quizá la precisión semántica habría aconsejado expresar algo así como “los dos hijos de Fierro y el hijo de Cruz”.
Consigna la autora: “Publicado en 1944, ‘El fin’ presenta la muerte, en duelo, de Martín Fierro”. Borges no concuerda con la fecha de 1944; en el “Prólogo” de Artificios incluye una “Posdata de 1956. — Tres cuentos he agregado a la serie: El Sur, La secta del Fénix, El fin”. Por otra parte, la primera publicación de “El fin” apareció en La Nación del 11 de octubre de 1953, o sea nueve años más tarde de la fecha que Beatriz Sarlo imagina para su nacimiento.
Fernando Sorrentino es un escritor argentino (Buenos Aires, 1942). Es profesor de lengua y literatura. Ha publicado, entre otros, los libros de cuentos Imperios y servidumbres (1972; 1992), El mejor de los mundos posibles (1976), El rigor de las desdichas (1994), La corrección de los corderos y otros cuentos improbables (2002), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso. Y otros cuentos inquietantes (2005), En defensa propia / El rigor de las desdichas (2005), Costumbres del alcaucil (2008), El crimen de san Alberto (2008), El centro de la telaraña y otros cuentos de crimen y misterio (2008), Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables) (2013), Problema resuelto / Problem gelöst (bilingüe español/alemán, 2014) y Los reyes de la fiesta y otros cuentos con cierto humor (2015); la novela Sanitarios centenarios (2000); la nouvelle Crónica costumbrista (1992; reeditada como Costumbres de los muertos, 1996); los libros de relatos para niños o adolescentes Cuentos del Mentiroso (1978; 2002; 2012), El remedio para el rey ciego (1984), El Mentiroso entre guapos y compadritos (1994), La recompensa del príncipe (1995), Historias de María Sapa y Fortunato (1995; 2001), El Mentiroso contra las Avispas Imperiales (1997), La venganza del muerto (1997), El que se enoja pierde (1999), Aventuras del capitán Bancalari (1999), Cuentos de don Jorge Sahlame (2001), El Viejo que Todo lo Sabe (2001), Burladores burlados (2006) y La venganza del muerto (2011); el libro de ensayo El forajido sentimental: incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges (2011), y los libros de entrevistas Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974; 1996; 2001; 2007) y Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992; 2001; 2007). En colaboración con Cristian Mitelman, y bajo el seudónimo conjunto de Christian X. Ferdinandus, ha redactado varias ficciones policiales. Dos de ellas (“The Center of the Web” y “For Strictly Literary Reasons”) fueron publicadas en la Ellery Queen’s Mystery Magazine, de Nueva York (Estados Unidos). Ha publicado varias antologías de relatos de autores argentinos e hispanoamericanos. Libros suyos han sido traducidos al inglés, al portugués, al italiano, al alemán, al polaco, al chino, al vietnamita y al tamil.
♦
Siete años reales
En el canto VII de El gaucho Martín Fierro, el narrador-protagonista provoca, en una milonga (“Supe una vez, por desgracia, / que había un baile por allí, / y medio desesperao / a ver la milonga fui”), y sin necesidad ninguna, a un hombre negro que llega con su mujer. El incidente deriva en pelea, y ésta, en la muerte de quien llamaremos El Negro.
Este momento ocurre en el tercer año de la narración, ya que los tres anteriores corresponden al trienio en que Martín Fierro había padecido las injusticias en el fortín. Como consecuencia de esta muerte y de la acaecida inmediatamente después, en el canto VIII, cuando Martín Fierro termina matando al “gaucho que hacía alarde / de guapo y de peliador”, el protagonista se ve obligado a huir de la justicia y a convertirse en gaucho matrero,1 situación que abarca un período de dos años. Tras la lucha con la policía y la consecuente inesperada amistad del sargento Cruz, ambos hombres van a vivir entre los indios, estadía que se prolonga durante cinco años más.
Entonces, la matemática nos dice que los dos años de matrero más los cinco de habitar entre los indios suman siete.
Muy bien.
En el canto XXX de La vuelta de Martín Fierro tiene lugar la célebre payada con El Moreno. Éste resulta ser hermano de El Negro. Así, con ánimo de venganza o de desquite, trata de suscitar una pelea con Martín Fierro, que, por la intervención de los presentes, no llega a concretarse.
Hasta este punto llega la información suministrada por la obra maestra de José Hernández.
Jorge Luis Borges supuso, según entiendo, con toda razón, que el episodio había quedado trunco y que la pelea debía acontecer en el futuro. Entonces escribió el cuento “El fin”.
Al visitar esta delicia literaria nos enteramos de que el propietario de la pulpería donde se había desarrollado la payada entre Martín Fierro y El Moreno se llama Recabarren, y, por ende, inferimos que es un vasco inmigrante (“antes había aceptado el rigor y las soledades de América”). Al día siguiente de la payada “se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla”. Se halla en su pieza; del otro lado, es decir desde la pulpería propiamente dicha, le llegan “los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien”.
Clarísimo. Es la misma pulpería donde El Moreno había sido derrotado por Martín Fierro unos días o semanas atrás. En procura de darle “El fin” borgeanamente adecuado a la pelea que los concurrentes impidieron en aquella ocasión, el Moreno espera a Martín Fierro.
Llega, en efecto, Martín Fierro y tiene lugar el siguiente diálogo:
El Moreno se refiere a los siete años transcurridos entre la muerte de su hermano (El Negro) en aquella milonga (El gaucho Martín Fierro, VII) y la payada con Martín Fierro (La vuelta de Martín Fierro, XX). Ésos, y no otros, son los siete años en que El Moreno ha esperado la ocasión de hallar a Martín Fierro, cosa que finalmente sucedió unos pocos días atrás cuando, en el contrapunto, fue vencido. Ahora se produce una segunda espera, la que media entre la payada y el actual encuentro con Martín Fierro: esta demora data de algunos días, o, si se quiere, semanas, o, exagerando al máximo, dos meses.
Siete años imaginarios
Por tales razones, me he quedado patitieso, estafermo y turulato al leer esta afirmación de Beatriz Sarlo: “Siete años han pasado desde el día en que Fierro payó con el Moreno”.2 Sin embargo, logré reponerme y avancé en la lectura un poco más, hasta toparme con esta reiteración, que me condujo a un estado cercano a la catatonia y, tal vez, a la catalepsia: “El Moreno recuerda su último encuentro, siete años atrás, cuando no pelearon porque los hijos de Fierro y Cruz3 estaban presentes”.
De manera que la autora llega a la conclusión de que El Moreno, a la espera de Martín Fierro, hace ¡siete años! que se halla en la pulpería de Recabarren. Si en aquella ocasión dicho éuskaro ha sufrido la hemiplejia mencionada por Borges, es evidente que, con su salud deteriorada, un septenio de oír ininterrumpidamente los “modestos acordes” de El Moreno lo habría enviado, más temprano que tarde, a jugar a los naipes con san Pedro.
Ignoro si la pulpería abría de lunes a viernes, o sólo sábados y domingos, y hago abstracción de bisiestos y demás minucias. De cualquier modo, sabemos que siete años multiplicados por trescientos sesenta y cinco días suman un total de ¡2.555 días! Es el tiempo en que, según Beatriz Sarlo, ha estado esperando El Moreno: ejemplo que dejaría la paciencia de Job a la altura de un poroto y que merecería, para mi compatriota afroargentino, la rápida inclusión de su nombre en el Libro Guinness de los Récords.
La autora nos informa: “Este libro [Borges, un escritor en las orillas] resulta de cuatro conferencias que di en la Universidad de Cambridge, en 1992”.4
Entonces, podemos interrelacionar dos hechos inscriptos en la tradición de las represalias incruentas.
No obstante, existe diferencia entre ambas travesuras. La primera, La mano de Dios del Diego, fue advertida, protestada y lamentada por Albión hasta el día de hoy. En cambio, de Los 2.555 días de El Moreno de la Betty ni siquiera se dieron cuenta aquellos indefensos cantabrigienses.
Según Le Petit Prince del aviador francés, “Lo esencial es invisible a los ojos”: no lo niego. Empero, en casos de hiperintelectualismo, parece adecuada esta variante: “Lo evidente es invisible a los ojos”.