Erigido a tiro de piedra del área que cinco años atrás albergó la titánica producción “Julio César” -con Tyrone Power como Brutus, 500 bailarinas, 5,000 extras, elefantes y camellos-, tampoco tenía que ver con la industria con la que hoy comparte nombre, aquella que da forma a los sueños.
Era un simple cartel —aunque enorme— con una vocación mucho más terrenal: la de vender casas.
La idea era que fuera grande, muy grande. Tanto, que cualquiera que se aproximara por el bulevar Wilshire, que lleva en línea recta al mar, aun estando a kilómetros de distancia, lo pudiera leer con claridad.
Eso fue lo que los promotores inmobiliarios Tracy Shoults y Sydney Woodruff le encargaron al dueño de la empresa de letreros Crescent, Thomas Fisk Goff.
Y es que tenían un nuevo desarrollo inmobiliario que promocionar: una ecléctica urbanización de semilujo en las colinas del distrito conocido como Hollywood, financiada por algunos de los empresarios más poderosos de la época; léase, los magnates del ferrocarril Eli Clark y Moses Sherman y el dueño del poderoso periódico Los Angeles Times, Harry Chandler.
Hollywoodland llamaron a aquel conjunto de viviendas de cuatro estilos específicos —Tudor o medieval inglés, francés-normando, mediterráneo y colonial-español—, digno de un cuento ambientado en el “viejo mundo”, y lo presentaron como “el reino de la alegría y la salud”.
Un enclave “alejado de la vorágine de la existencia humana”, “el logro supremo en lo que a construcción de comunidades se refiere”, el entorno ideal para “proteger a tu familia y asegurar su felicidad” con una casa construida “por encima del humo, la niebla y las impuras condiciones atmosféricas”.
Así lo remarcaban semana tras semana los anuncios publicados en el LA Times, según recoge en su libro The Hollywood Sign: Fantasy and Reality of an American Icon (“El letrero de Hollywood: fantasía y realidad de un ícono estadounidense”, 2012) el profesor universitario e historiador cultural Leo Braudy.
Y es que para entonces, Los Ángeles era una metrópolis con más de medio millón de habitantes y 106.000 vehículos registrados, una cifra que, según la Administración Federal de Carreteras (FHWA), para el final de la década superaría los 800.000.
La industria del cine, una maquinaria bien engrasada de 40 millones de espectadores semanales, con un sistema de grandes estudios que se extendía por la ciudad y que generaban (junto con los ubicados en otras partes del país) el 80% de la producción cinematográfica mundial, tenía en Hollywood su epicentro.
Quien quisiera escapar de todo aquello, encontraría un oasis en Hollywoodland. “Ese era el eje de la estrategia para promocionar la urbanización, y el letrero luminoso en lo alto del cañón de Beachwood la última de sus piezas”, dice el profesor Braudy.
El diseño original del cartel fue obra del joven publicista John D. Roche. O surgió, más bien, de una “mala interpretación” de un boceto suyo incluido en un primer folleto promocional.
Así lo contó él mismo con motivo de su 80 cumpleaños, 54 años después. Y el obituario que The New York Times le dedicó el 22 de noviembre de 1978 lo describe como el “creador del monumento”, aunque hay quien duda de esa versión.
Sea como fuere, se optó por modernizarlo con una tipografía sans serif, muy alejada de las formas sinuosas del estilo art nouveau.
Y aunque no haya reportes de prensa que narren cómo se colocaron aquellas 13 letras de 15 metros de alto por 9 de ancho en la falda del cañón de Beachwood, por las fotos se puede adivinar que fue toda una hazaña.
Primero tuvieron que retirar la maleza y abrir un camino de tierra por la que pudiera subir un tractor con el material, incluidos los postes de 18 metros que servirían de soporte.
Como el último tramo, de unos 70 metros, era demasiado empinado, se tuvo que terminar el traslado con animales de carga.
“Trabajadores mexicanos anclaron cada letra a los postes telefónicos llevados al lugar con mulas, completando en 60 días unas tareas que costaron $21,000 dólares (el equivalente de $250,000 hoy)”, escribe Braudy, el profesor de la Universidad del Sur de California (USC), en su libro.
Aunque se inauguró con el iluminado en diciembre, el cartel llevaba meses contemplando la ciudad desde lo alto y, quizá gracias en parte a ello, para septiembre ya se habían vendido en Hollywoodland casas por un valor total de $1.5 millones de dólares (el equivalente a $16 millones de hoy).
Las ventas seguirían aumentando, hasta despachar todas y cada una de las parcelas.
Aunque el letrero de Hollywood no era en sus inicios más que una enorme valla publicitaria, pronto empezó a impregnar en el imaginario popular.
Los episodios trágicos ayudaron a ello, como el suicidio en 1932 de la joven Peg Entwistle, que los medios reportaron como el de una actriz atormentada por su carrera.
Se quitó la vida saltando de la H. Tenía solo 24 años.
“Sin importar cuáles fueran sus motivaciones, puede que fuera la primera en entender el letrero como un símbolo y en volverlo una parte dramáticamente explícita de su biografía “, apunta Braudy en su obra.
Aunque seguramente lo que más contribuyó a convertirlo en emblema fue su aparición en películas como Earthquake (1974), “El día de la langosta” (The Day of the Locust, 1975) o Superman: The Movie (1978).
Sin olvidar cómo el pop art ayudó a refrescar su imagen; en particular Ed Ruscha, quien desde 1967 lo incluyó en sus pinturas, dibujos y grabados.
Aunque la realidad del cartel era que, tras años de poco o casi ningún mantenimiento, se estaba cayendo a pedazos.
En la década de los 40 el letrero había pasado a manos de la ciudad, que se encargó de arreglar la maltrecha H y eliminó las últimas cuatro letras, LAND.
Pero cuando la Junta de Patrimonio Cultural de Los Ángeles lo declaró el monumento oficial #111 en 1973, una O había rodado ladera abajo, faltaba parte de la D y alguien le había prendido fuego a la base de la segunda L.
Y a finales de esa década, la Cámara de Comercio de Hollywood determinó que el letrero requería una total reconstrucción, algo que calculaba podría costar un cuarto de millón de dólares.
Por suerte, algunos de los grandes nombres de la ciudad salieron al rescate.
En 1978 Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy, organizó una gala en su mansión a beneficio del letrero de Hollywood.
Fue un rotundo éxito: él mismo pagó la Y, entre otros costos, y el músico de rock Alice Cooper aportó $27,777 dólares para una nueva O.
Todas las letras consiguieron patrocinador y fueron sustituidas por otras hechas de vigas de acero y planchas de hierro corrugado esmaltado en blanco, que se fijaron al suelo con cemento armado.
La obra se completó en menos de tres meses y costó unos $250,000 dólares, el equivalente contemporáneo del gasto original.
Pero el letrero también sufrió otro tipo de alteraciones a lo largo de su historia, más del tipo DIY (Do It Yourself o “hazlo tú mismo”).
Como cuando en enero de 1976 amaneció transformado en HOLLYWeeD, como un juego de palabras para celebrar la descriminalización de la marihuana (weed en inglés significa hierba), o cuando alguien le cubrió la segunda L, convirtiéndolo efímeramente en HOLYWOOD, con motivo de la visita del papa Juan Pablo II en 1987.
Para evitar estos y otro tipo de sabotajes, hoy está rodeado de alambre de púas, cámaras de vigilancia y sensores de movimiento.
Señales, todas las anteriores, de su estatus de ícono…
“A diferencia de otros íconos estadounidenses, el letrero de Hollywood se enfoca en nuestros sueños y en nuestra vida interior. Y mientras los otros monumentos están anclados a una época concreta y a los eventos nacionales que celebran, este cartel flota por encima de su entorno y sus circunstancias, abierto a la interpretación de cada quién”, apunta el profesor Braudy.
En ese sentido, le gusta compararlo con la Torre Eiffel, pensada también para ser efímera pero que se volvió la estampa más icónica de París.
“En cualquier caso, el letrero es un ícono extraño bajo cualquier definición”, prosigue Braudy.
“No se trata de una imagen que se parezca o se refiera a algo llamado Hollywood, sino que es el nombre mismo. Y aun así, la gente de todas partes lo reconoce como el símbolo de lo que sea que signifique ‘Hollywood’… con toda la ambigüedad que eso implica”.
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Erigido a tiro de piedra del área que cinco años atrás albergó la titánica producción “Julio César” -con Tyrone Power como Brutus, 500 bailarinas, 5,000 extras, elefantes y camellos-, tampoco tenía que ver con la industria con la que hoy comparte nombre, aquella que da forma a los sueños.
Era un simple cartel —aunque enorme— con una vocación mucho más terrenal: la de vender casas.
La idea era que fuera grande, muy grande. Tanto, que cualquiera que se aproximara por el bulevar Wilshire, que lleva en línea recta al mar, aun estando a kilómetros de distancia, lo pudiera leer con claridad.
Eso fue lo que los promotores inmobiliarios Tracy Shoults y Sydney Woodruff le encargaron al dueño de la empresa de letreros Crescent, Thomas Fisk Goff.
Y es que tenían un nuevo desarrollo inmobiliario que promocionar: una ecléctica urbanización de semilujo en las colinas del distrito conocido como Hollywood, financiada por algunos de los empresarios más poderosos de la época; léase, los magnates del ferrocarril Eli Clark y Moses Sherman y el dueño del poderoso periódico Los Angeles Times, Harry Chandler.
Hollywoodland llamaron a aquel conjunto de viviendas de cuatro estilos específicos —Tudor o medieval inglés, francés-normando, mediterráneo y colonial-español—, digno de un cuento ambientado en el “viejo mundo”, y lo presentaron como “el reino de la alegría y la salud”.
Un enclave “alejado de la vorágine de la existencia humana”, “el logro supremo en lo que a construcción de comunidades se refiere”, el entorno ideal para “proteger a tu familia y asegurar su felicidad” con una casa construida “por encima del humo, la niebla y las impuras condiciones atmosféricas”.
Así lo remarcaban semana tras semana los anuncios publicados en el LA Times, según recoge en su libro The Hollywood Sign: Fantasy and Reality of an American Icon (“El letrero de Hollywood: fantasía y realidad de un ícono estadounidense”, 2012) el profesor universitario e historiador cultural Leo Braudy.
Y es que para entonces, Los Ángeles era una metrópolis con más de medio millón de habitantes y 106.000 vehículos registrados, una cifra que, según la Administración Federal de Carreteras (FHWA), para el final de la década superaría los 800.000.
La industria del cine, una maquinaria bien engrasada de 40 millones de espectadores semanales, con un sistema de grandes estudios que se extendía por la ciudad y que generaban (junto con los ubicados en otras partes del país) el 80% de la producción cinematográfica mundial, tenía en Hollywood su epicentro.
Quien quisiera escapar de todo aquello, encontraría un oasis en Hollywoodland. “Ese era el eje de la estrategia para promocionar la urbanización, y el letrero luminoso en lo alto del cañón de Beachwood la última de sus piezas”, dice el profesor Braudy.
El diseño original del cartel fue obra del joven publicista John D. Roche. O surgió, más bien, de una “mala interpretación” de un boceto suyo incluido en un primer folleto promocional.
Así lo contó él mismo con motivo de su 80 cumpleaños, 54 años después. Y el obituario que The New York Times le dedicó el 22 de noviembre de 1978 lo describe como el “creador del monumento”, aunque hay quien duda de esa versión.
Sea como fuere, se optó por modernizarlo con una tipografía sans serif, muy alejada de las formas sinuosas del estilo art nouveau.
Y aunque no haya reportes de prensa que narren cómo se colocaron aquellas 13 letras de 15 metros de alto por 9 de ancho en la falda del cañón de Beachwood, por las fotos se puede adivinar que fue toda una hazaña.
Primero tuvieron que retirar la maleza y abrir un camino de tierra por la que pudiera subir un tractor con el material, incluidos los postes de 18 metros que servirían de soporte.
Como el último tramo, de unos 70 metros, era demasiado empinado, se tuvo que terminar el traslado con animales de carga.
“Trabajadores mexicanos anclaron cada letra a los postes telefónicos llevados al lugar con mulas, completando en 60 días unas tareas que costaron $21,000 dólares (el equivalente de $250,000 hoy)”, escribe Braudy, el profesor de la Universidad del Sur de California (USC), en su libro.
Aunque se inauguró con el iluminado en diciembre, el cartel llevaba meses contemplando la ciudad desde lo alto y, quizá gracias en parte a ello, para septiembre ya se habían vendido en Hollywoodland casas por un valor total de $1.5 millones de dólares (el equivalente a $16 millones de hoy).
Las ventas seguirían aumentando, hasta despachar todas y cada una de las parcelas.
Aunque el letrero de Hollywood no era en sus inicios más que una enorme valla publicitaria, pronto empezó a impregnar en el imaginario popular.
Los episodios trágicos ayudaron a ello, como el suicidio en 1932 de la joven Peg Entwistle, que los medios reportaron como el de una actriz atormentada por su carrera.
Se quitó la vida saltando de la H. Tenía solo 24 años.
“Sin importar cuáles fueran sus motivaciones, puede que fuera la primera en entender el letrero como un símbolo y en volverlo una parte dramáticamente explícita de su biografía “, apunta Braudy en su obra.
Aunque seguramente lo que más contribuyó a convertirlo en emblema fue su aparición en películas como Earthquake (1974), “El día de la langosta” (The Day of the Locust, 1975) o Superman: The Movie (1978).
Sin olvidar cómo el pop art ayudó a refrescar su imagen; en particular Ed Ruscha, quien desde 1967 lo incluyó en sus pinturas, dibujos y grabados.
Aunque la realidad del cartel era que, tras años de poco o casi ningún mantenimiento, se estaba cayendo a pedazos.
En la década de los 40 el letrero había pasado a manos de la ciudad, que se encargó de arreglar la maltrecha H y eliminó las últimas cuatro letras, LAND.
Pero cuando la Junta de Patrimonio Cultural de Los Ángeles lo declaró el monumento oficial #111 en 1973, una O había rodado ladera abajo, faltaba parte de la D y alguien le había prendido fuego a la base de la segunda L.
Y a finales de esa década, la Cámara de Comercio de Hollywood determinó que el letrero requería una total reconstrucción, algo que calculaba podría costar un cuarto de millón de dólares.
Por suerte, algunos de los grandes nombres de la ciudad salieron al rescate.
En 1978 Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy, organizó una gala en su mansión a beneficio del letrero de Hollywood.
Fue un rotundo éxito: él mismo pagó la Y, entre otros costos, y el músico de rock Alice Cooper aportó $27,777 dólares para una nueva O.
Todas las letras consiguieron patrocinador y fueron sustituidas por otras hechas de vigas de acero y planchas de hierro corrugado esmaltado en blanco, que se fijaron al suelo con cemento armado.
La obra se completó en menos de tres meses y costó unos $250,000 dólares, el equivalente contemporáneo del gasto original.
Pero el letrero también sufrió otro tipo de alteraciones a lo largo de su historia, más del tipo DIY (Do It Yourself o “hazlo tú mismo”).
Como cuando en enero de 1976 amaneció transformado en HOLLYWeeD, como un juego de palabras para celebrar la descriminalización de la marihuana (weed en inglés significa hierba), o cuando alguien le cubrió la segunda L, convirtiéndolo efímeramente en HOLYWOOD, con motivo de la visita del papa Juan Pablo II en 1987.
Para evitar estos y otro tipo de sabotajes, hoy está rodeado de alambre de púas, cámaras de vigilancia y sensores de movimiento.
Señales, todas las anteriores, de su estatus de ícono…
“A diferencia de otros íconos estadounidenses, el letrero de Hollywood se enfoca en nuestros sueños y en nuestra vida interior. Y mientras los otros monumentos están anclados a una época concreta y a los eventos nacionales que celebran, este cartel flota por encima de su entorno y sus circunstancias, abierto a la interpretación de cada quién”, apunta el profesor Braudy.
En ese sentido, le gusta compararlo con la Torre Eiffel, pensada también para ser efímera pero que se volvió la estampa más icónica de París.
“En cualquier caso, el letrero es un ícono extraño bajo cualquier definición”, prosigue Braudy.
“No se trata de una imagen que se parezca o se refiera a algo llamado Hollywood, sino que es el nombre mismo. Y aun así, la gente de todas partes lo reconoce como el símbolo de lo que sea que signifique ‘Hollywood’… con toda la ambigüedad que eso implica”.
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 15, 2023