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  Por Maren Berkjo.

Jan Palach, en Checoslovaquia oprimida por la dominación comunista, era un joven como muchos otros, o casi. Un chico como muchos otros que, sin embargo, tenía esa mala costumbre de hacerse muchas preguntas, leer mucho y educarse: lo cual, en el rígido plan estatista comunista, no era visto tan favorablemente. Apasionado de la Biblia, estudió primero filosofía y luego economía política, a través de la cual comenzó a desarrollar un pensamiento ideológico propio que chocaba con el de los soviéticos.

Siguió fervientemente la Primavera de Praga desde Francia (donde permaneció como trabajador), quedando enormemente decepcionado por la contraofensiva rusa. A partir de ahí su sentimiento antisoviético aumentó exponencialmente, lo que derivó en un gesto tan extremo como dramático.

Era la primera hora de la tarde del 16 de enero de 1969, Jan se dirigió a Praga, a la plaza de Wenceslao, donde roció su cuerpo con éter inflamable y se prendió fuego, no sin antes dejar una carta al pie de las escaleras. Se retorcía de dolor, hasta que fue interceptado por un conductor de tranvía que logró apagar las llamas con su abrigo. Rescatado por una ambulancia, pidió a los médicos recuperar la carta en la que explicaba sus motivos. Las quemaduras (repartidas en el 85% de su cuerpo) le permitieron sobrevivir sólo 3 días.

Jan murió el 19 de enero de 1969. En sus últimas palabras instó a sus compañeros a luchar por sus ideales en vida, contra la esclavitud comunista y a que su gesto extremo no fuera replicado. Medio millón de personas asistieron a su funeral.

Desde entonces, Palach representa el símbolo de la lucha contra las tiranías en el mundo.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 4, 2024


 

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