En esta terrible y testimonial nota aparecida en el Diario LA CAPITAL, de la ciudad de Rosario, donde se reproducen las palabras, la experiencia y los sentimientos de SILVINA GONZALEZ hija de un policía asesinado por los terroristas de ayer, devenidos en los “jóvenes idealistas” de hoy, está todo. La crueldad de unos locos asesinos seriales al que un pueblo con miedo pedía a gritos que se los matara para que se parara el terror que vivía la Argentina. Tan grande y grave era lo que ocurría, que los atentados que hoy se llevan a cabo en Europa parece juego de chicos.
En las palabras de SILVINA está el resumen de los daños colaterales y la trastienda del dolor sin tiempo de las muchas víctimas no reconocidas. También toda la hipocresía de los ciudadanos que se dieron vuelta y asimilaron el “relato” y la de los gobiernos que, por temor a las organizaciones radicalizadas, permanentemente ceden a todo tipo de “curros”, esos que en campaña falsamente prometieron terminar.
Asimismo, por sí sola surge la mansedumbre de TODOS los uniformados a pesar que de “pico” insistan en considerarse valerosos.
Realmente con tanta mentira, mezquindad, cobardía y emergencias por doquier, producto del robo a mansalva sin castigo de un país ¿quiénes son más malvados, los locos asesinos o los hipócritas? ¿se cree que así hay un futuro en donde brille el sol?
Por el contrario, de llegar la noche y ser tragados nuevamente por las sombras y el dolor, seguramente será porque lo habremos merecido.
Claudio Kussman
Interno L.U.P 345.349
Servicio Penitenciario Federal
Septiembre 10, 2018
Colaboración: Dr. Gonzalo P. Miño
“Merecer la vida es erguirse vertical más allá del mal,
El destino de una nena a quien su madre jamás quiso volver a ver
Diario LA CAPITAL, Rosario
No había cumplido un año cuando su padre murió en el atentado. A los pocos días la dieron en adopción. La buscó varias veces, pero ella la rechazó.
Silvina González aún no había cumplido un año cuando su padre, Carlos, de 21, murió en el atentado de Montoneros al colectivo de la policía en la esquina de Junín y Rawson. Ese 12 de septiembre de 1976 su vida, a pesar de su corta edad, cambió drásticamente.
Hoy, 42 años después, hace un enorme esfuerzo para contar qué le sucedió. De baja estatura, pelo oscuro y unos ojos que denotan una profunda tristeza, dos veces intenta hablar con La Capital en una destemplada tarde de jueves en el centro rosarino, y el relato se interrumpe.
Está rodeada por sobrevivientes del atentado a quienes conoció en los actos que cada 12 de septiembre se realizan en la esquina donde estalló el coche bomba, en el barrio Refinería. En realidad no todos los años la conmemoración se hace allí. Admiten que hubo algunos en los que les aconsejaron no hacerlo y el recuerdo fue puertas adentro de la Jefatura de Policía.
El relato de Silvina se interrumpe porque llora. No lo puede controlar. Busca contar su historia y no puede. Descansa mientras el resto recuerda escenas de muerte, confusión y caos en un hospital.
Tras varios minutos de silencio y estupor mientras escucha historias que ya le fueron contando con el tiempo y que ella se encargó de investigar, incluso hasta golpeando las puertas de La Capital, donde accedió al archivo y pudo ver las fotos del atentado y leer las crónicas de ese día, vuelve sobre lo que le provoca más angustia: los avatares del destino de una nena que truncó ese coche bomba un nublado domingo de septiembre de 1976.
“No me quiso más”
Silvina admite que largas horas de terapia le permitieron poder salir adelante. Tras el asesinato de su padre, su mamá entró en una profunda depresión. “Es como que yo le hacía acordar a él y me rechazaba. A los pocos días del atentado, ella me dio en adopción, no me quería ver”, asegura.
Hace una pausa, una más en un relato que le trae un montón de recuerdos dolorosos que ella, 42 años después, ha decidido exorcizar contando públicamente. Se crió primero con una tía y luego con otro familiar. “Pasé de familia en familia. Fue muy triste. A los seis años, me acuerdo, volví a ver a mi mamá y ella me dijo que no quería saber nada de mí. A los 15 lo intenté otra vez. La busqué. Me costaba entender el rechazo. La encontré y de nuevo me dijo que me fuera”, narra con la voz entrecortada. Con los años buscó a su abuela paterna. “La encontré. Ella me contó la historia de mi papá. Ahí pude conocer qué había pasado, cómo había muerto. Ella tenía la bandera con la que cubrieron el cajón cuando falleció y me la dio”, señala. A los 17 se casó, formó una familia. Hoy es profesora de patín y tiene un hijo, que se alistó en la Prefectura y estudia Derecho. Ella es una de las querellantes en la causa que se tramita en la justicia federal para conocer quiénes fueron los artífices del atentado que mató a su padre. A su madre ya no la busca más. Su vida tomó otro rumbo.
La larga búsqueda de Angela en una noche agitada
Angela Acosta recuerda perfectamente el día en que su hermano Andrés le dijo que le iba a comprar una heladera a su madre. “El quería hacerle ese regalo, así que vivía haciendo adicionales para juntar la plata”, remarca. Ese 12 de septiembre de 1976 el servicio adicional era en la cancha de Central. Había que brindar seguridad en el partido que el canalla disputaría con Unión y Andrés no lo dudó. Tenía 25 años, era el mayor de tres hermanos y estaba a cargo de dos hijos, uno de 4 años y otro de uno.
Ese domingo, cerca de las 19, Angela se enteró de que algo había pasado con el colectivo de la policía en el que se trasladaba su hermano. Fue una jornada angustiante. Lo buscó entre los heridos en la Asistencia Pública y no lo halló. La comunicación oficial fue lacónica. Era uno de los nueve policías que habían muerto en el atentado.
“Me acuerdo de que tuvimos que ir a reconocer los cuerpos a la Jefatura (donde hoy funciona la sede local de Gobernación, en Santa Fe y Dorrego).Ya era de noche, yo llegué con una cruz de claveles blancos en la mano y entré al edificio. De inmediato un guardia me paró muy alterado y me preguntó dónde iba y qué llevaba”, rememoró la mujer 42 años después.
Le contó que venía a reconocer el cuerpo de su hermano. “Los cajones estaban en el Salón Blanco, uno al lado del otro y con un cartelito encima”, señaló.
Según recordó, esa noche reinaba el nerviosismo. “Los guardias temían que atacaran la Jefatura, así que cuando yo entré con la cruz de flores en la mano se me vinieron encima”.
“Me revisaron entera y me dejaron pasar. Me acuerdo de que estaba ahí y sentía que mujeres que estaban detenidas en ese lugar gritaban «muerte a los policías». Fue todo muy triste. Una locura. Los hijos de mi hermano nunca quisieron saber algo sobre él y mi madre se murió hace cuatro años sin saber quién lo mato”.
¿QUIENES SON MÁS MALVADOS?
En esta terrible y testimonial nota aparecida en el Diario LA CAPITAL, de la ciudad de Rosario, donde se reproducen las palabras, la experiencia y los sentimientos de SILVINA GONZALEZ hija de un policía asesinado por los terroristas de ayer, devenidos en los “jóvenes idealistas” de hoy, está todo. La crueldad de unos locos asesinos seriales al que un pueblo con miedo pedía a gritos que se los matara para que se parara el terror que vivía la Argentina. Tan grande y grave era lo que ocurría, que los atentados que hoy se llevan a cabo en Europa parece juego de chicos.
En las palabras de SILVINA está el resumen de los daños colaterales y la trastienda del dolor sin tiempo de las muchas víctimas no reconocidas. También toda la hipocresía de los ciudadanos que se dieron vuelta y asimilaron el “relato” y la de los gobiernos que, por temor a las organizaciones radicalizadas, permanentemente ceden a todo tipo de “curros”, esos que en campaña falsamente prometieron terminar.
Asimismo, por sí sola surge la mansedumbre de TODOS los uniformados a pesar que de “pico” insistan en considerarse valerosos.
Realmente con tanta mentira, mezquindad, cobardía y emergencias por doquier, producto del robo a mansalva sin castigo de un país ¿quiénes son más malvados, los locos asesinos o los hipócritas? ¿se cree que así hay un futuro en donde brille el sol?
Por el contrario, de llegar la noche y ser tragados nuevamente por las sombras y el dolor, seguramente será porque lo habremos merecido.
Claudio Kussman
Interno L.U.P 345.349
Servicio Penitenciario Federal
Septiembre 10, 2018
Colaboración: Dr. Gonzalo P. Miño
El destino de una nena a quien su madre jamás quiso volver a ver
Diario LA CAPITAL, Rosario
No había cumplido un año cuando su padre murió en el atentado. A los pocos días la dieron en adopción. La buscó varias veces, pero ella la rechazó.
Silvina González aún no había cumplido un año cuando su padre, Carlos, de 21, murió en el atentado de Montoneros al colectivo de la policía en la esquina de Junín y Rawson. Ese 12 de septiembre de 1976 su vida, a pesar de su corta edad, cambió drásticamente.
Hoy, 42 años después, hace un enorme esfuerzo para contar qué le sucedió. De baja estatura, pelo oscuro y unos ojos que denotan una profunda tristeza, dos veces intenta hablar con La Capital en una destemplada tarde de jueves en el centro rosarino, y el relato se interrumpe.
Está rodeada por sobrevivientes del atentado a quienes conoció en los actos que cada 12 de septiembre se realizan en la esquina donde estalló el coche bomba, en el barrio Refinería. En realidad no todos los años la conmemoración se hace allí. Admiten que hubo algunos en los que les aconsejaron no hacerlo y el recuerdo fue puertas adentro de la Jefatura de Policía.
El relato de Silvina se interrumpe porque llora. No lo puede controlar. Busca contar su historia y no puede. Descansa mientras el resto recuerda escenas de muerte, confusión y caos en un hospital.
Tras varios minutos de silencio y estupor mientras escucha historias que ya le fueron contando con el tiempo y que ella se encargó de investigar, incluso hasta golpeando las puertas de La Capital, donde accedió al archivo y pudo ver las fotos del atentado y leer las crónicas de ese día, vuelve sobre lo que le provoca más angustia: los avatares del destino de una nena que truncó ese coche bomba un nublado domingo de septiembre de 1976.
“No me quiso más”
Silvina admite que largas horas de terapia le permitieron poder salir adelante. Tras el asesinato de su padre, su mamá entró en una profunda depresión. “Es como que yo le hacía acordar a él y me rechazaba. A los pocos días del atentado, ella me dio en adopción, no me quería ver”, asegura.
Hace una pausa, una más en un relato que le trae un montón de recuerdos dolorosos que ella, 42 años después, ha decidido exorcizar contando públicamente. Se crió primero con una tía y luego con otro familiar. “Pasé de familia en familia. Fue muy triste. A los seis años, me acuerdo, volví a ver a mi mamá y ella me dijo que no quería saber nada de mí. A los 15 lo intenté otra vez. La busqué. Me costaba entender el rechazo. La encontré y de nuevo me dijo que me fuera”, narra con la voz entrecortada. Con los años buscó a su abuela paterna. “La encontré. Ella me contó la historia de mi papá. Ahí pude conocer qué había pasado, cómo había muerto. Ella tenía la bandera con la que cubrieron el cajón cuando falleció y me la dio”, señala. A los 17 se casó, formó una familia. Hoy es profesora de patín y tiene un hijo, que se alistó en la Prefectura y estudia Derecho. Ella es una de las querellantes en la causa que se tramita en la justicia federal para conocer quiénes fueron los artífices del atentado que mató a su padre. A su madre ya no la busca más. Su vida tomó otro rumbo.
La larga búsqueda de Angela en una noche agitada
Angela Acosta recuerda perfectamente el día en que su hermano Andrés le dijo que le iba a comprar una heladera a su madre. “El quería hacerle ese regalo, así que vivía haciendo adicionales para juntar la plata”, remarca. Ese 12 de septiembre de 1976 el servicio adicional era en la cancha de Central. Había que brindar seguridad en el partido que el canalla disputaría con Unión y Andrés no lo dudó. Tenía 25 años, era el mayor de tres hermanos y estaba a cargo de dos hijos, uno de 4 años y otro de uno.
Ese domingo, cerca de las 19, Angela se enteró de que algo había pasado con el colectivo de la policía en el que se trasladaba su hermano. Fue una jornada angustiante. Lo buscó entre los heridos en la Asistencia Pública y no lo halló. La comunicación oficial fue lacónica. Era uno de los nueve policías que habían muerto en el atentado.
“Me acuerdo de que tuvimos que ir a reconocer los cuerpos a la Jefatura (donde hoy funciona la sede local de Gobernación, en Santa Fe y Dorrego).Ya era de noche, yo llegué con una cruz de claveles blancos en la mano y entré al edificio. De inmediato un guardia me paró muy alterado y me preguntó dónde iba y qué llevaba”, rememoró la mujer 42 años después.
Le contó que venía a reconocer el cuerpo de su hermano. “Los cajones estaban en el Salón Blanco, uno al lado del otro y con un cartelito encima”, señaló.
Según recordó, esa noche reinaba el nerviosismo. “Los guardias temían que atacaran la Jefatura, así que cuando yo entré con la cruz de flores en la mano se me vinieron encima”.
“Me revisaron entera y me dejaron pasar. Me acuerdo de que estaba ahí y sentía que mujeres que estaban detenidas en ese lugar gritaban «muerte a los policías». Fue todo muy triste. Una locura. Los hijos de mi hermano nunca quisieron saber algo sobre él y mi madre se murió hace cuatro años sin saber quién lo mato”.
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Septiembre 10, 2018
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