La sociedad nos invita a un triunfo rápido y a costa de lo que sea. Hay medios, métodos y empresas que están orientados precisamente a todo ello: conquistar la fama cuanto antes y, si puede ser bien remunerado, mejor que mejor. Recordemos que perdiendo muchas cosas, que ante el general de la gente pueden parecer importantes, son puntos para adquirir algo más definitivo en el más allá, en la construcción permanente de nuestro ser. El padre y la madre tienen muchos rostros con diversos nombres, en la realidad que nos circunda: riquezas, ocio, placer, materialismo, relativismo, miedos, temores, etc. El padre y la madre, son aquellos imanes que nos atraen y nos apartan del camino emprendido desde el día de nuestro nacimiento. Es, en definitiva, la comodidad y el apego a muchas cosas que nos parecen imprescindibles para ser felices, lo que nos paraliza y nos impide valorar aquella ganancia de la espiritualidad. Son muchas las cosas que nos atenazan y nos impiden servir con cierta generosidad o con desprendimiento a alguna causa común. Cuando uno quiere a alguien, todo esfuerzo y sacrificio, le parece poco. Cuando a uno le es indiferente otra tercera persona, cualquier detalle, le parece un privilegio concedido injustamente. Al amor hay que llevarlo en el fondo de las entrañas. Cuando se ama, la vida y las pequeñas, se contemplan con otra óptica, con un trasfondo de felicidad y de fidelidad. Todos, en el día a día, podemos ir construyendo un pequeño balance de aquello que damos al prójimo y de aquello que nos ofrece. Malo será que, el día de mañana, abriendo el diario de nuestras buenas obras, de nuestros ratos de reflexión, del trabajo en pro de la justicia, de la confianza y de la esperanza de una mejor sociedad, nos encontremos con la gran sorpresa de que tenemos muy pocos asientos señalados a nuestro favor por haber estado entretenidos como “muy padres y madres” que nos distrajeron nuestra existencia como ser social y para la sociedad. ¿Hay que perder para ganar? Ciertamente. En nosotros y a través de nosotros, se invierte en este mundo de una forma original y desconcertante: hay que ir contracorriente. Comprando aquello que muchos desprecian y abrazando a aquellos que la sociedad rechaza. Para ello, claro está, es cuestión de abrir el corazón y, muchas veces, de cerrar los ojos. ¿Hay que perder para ganar? Así es. Podemos optar en cultivar y alimentar esos grandes valores que, a pesar de las dificultades, perduran en el tiempo. Tenemos que aprender a jugar a perder para ganar; no precisamente para el mundo económico, que propone para enriquecerse abusivamente; sí a arriesgarnos en nombre y en favor de los demás. Y, convencidos, ¿hemos de estar dispuestos a perder algo de lo nuestro? Ya sea esto último en tiempo, esfuerzo, bienes materiales. Que, a futuro, todo aquello que realicemos se corresponda con los planes de una mejor convivencia social y no exclusivamente con nuestra agenda personal. Que sepamos dejar un poco a nuestro “yo” para que brote un poco lo espiritual.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires, Argentina), recibe un
abrazo, junto a mi deseo de que dios te Bendiga y prospere en todo lo
que emprendas, y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha
prosperidad.
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Por CLAUDIO VALERIO
La sociedad nos invita a un triunfo rápido y a costa de lo que sea. Hay medios, métodos y empresas que están orientados precisamente a todo ello: conquistar la fama cuanto antes y, si puede ser bien remunerado, mejor que mejor. Recordemos que perdiendo muchas cosas, que ante el general de la gente pueden parecer importantes, son puntos para adquirir algo más definitivo en el más allá, en la construcción permanente de nuestro ser. El padre y la madre tienen muchos rostros con diversos nombres, en la realidad que nos circunda: riquezas, ocio, placer, materialismo, relativismo, miedos, temores, etc. El padre y la madre, son aquellos imanes que nos atraen y nos apartan del camino emprendido desde el día de nuestro nacimiento. Es, en definitiva, la comodidad y el apego a muchas cosas que nos parecen imprescindibles para ser felices, lo que nos paraliza y nos impide valorar aquella ganancia de la espiritualidad. Son muchas las cosas que nos atenazan y nos impiden servir con cierta generosidad o con desprendimiento a alguna causa común.
Cuando uno quiere a alguien, todo esfuerzo y sacrificio, le parece poco. Cuando a uno le es indiferente otra tercera persona, cualquier detalle, le parece un privilegio concedido injustamente. Al amor hay que llevarlo en el fondo de las entrañas. Cuando se ama, la vida y las pequeñas, se contemplan con otra óptica, con un trasfondo de felicidad y de fidelidad. Todos, en el día a día, podemos ir construyendo un pequeño balance de aquello que damos al prójimo y de aquello que nos ofrece. Malo será que, el día de mañana, abriendo el diario de nuestras buenas obras, de nuestros ratos de reflexión, del trabajo en pro de la justicia, de la confianza y de la esperanza de una mejor sociedad, nos encontremos con la gran sorpresa de que tenemos muy pocos asientos señalados a nuestro favor por haber estado entretenidos como “muy padres y madres” que nos distrajeron nuestra existencia como ser social y para la sociedad. ¿Hay que perder para ganar? Ciertamente. En nosotros y a través de nosotros, se invierte en este mundo de una forma original y desconcertante: hay que ir contracorriente. Comprando aquello que muchos desprecian y abrazando a aquellos que la sociedad rechaza. Para ello, claro está, es cuestión de abrir el corazón y, muchas veces, de cerrar los ojos. ¿Hay que perder para ganar? Así es. Podemos optar en cultivar y alimentar esos grandes valores que, a pesar de las dificultades, perduran en el tiempo. Tenemos que aprender a jugar a perder para ganar; no precisamente para el mundo económico, que propone para enriquecerse abusivamente; sí a arriesgarnos en nombre y en favor de los demás. Y, convencidos, ¿hemos de estar dispuestos a perder algo de lo nuestro? Ya sea esto último en tiempo, esfuerzo, bienes materiales. Que, a futuro, todo aquello que realicemos se corresponda con los planes de una mejor convivencia social y no exclusivamente con nuestra agenda personal. Que sepamos dejar un poco a nuestro “yo” para que brote un poco lo espiritual.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires, Argentina), recibe un
abrazo, junto a mi deseo de que dios te Bendiga y prospere en todo lo
que emprendas, y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha
prosperidad.
Claudio Valerio
® Valerius
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 26, 220