Otto Johann Anton Skorzeny fue un SS-Obersturmbannführer alemán nacido en Austria en las Waffen-SS durante la Segunda Guerra Mundial. Y era distinguible. No solo por su terrorífica manera de pensar y proceder, sino por las dos cicatrices que le cruzaban el lado izquierdo de la cara, una, desde la comisura de la boca hasta bien cerca de la oreja y la otra, desde los labios con dirección al mentón. A esto hay que sumar sus 1,90 metros de estatura y sus prominentes 90 kilos de peso. Fumaba como si no hubiera un mañana, siempre con un cigarrillo en la boca. Imposible pasar desapercibido. Más imposible aún olvidarle. Recibió varios apodos, y, quizá, el más representativo, el de “soldado favorito de Hitler”. Los estadounidenses le llamaban “Caracortada” por razones obvias. Fue uno de los hombres de confianza del despiadado dictador, al mando de la unidad ‘Friedentahler’ de las SS, dedicada a las operaciones especiales de espionaje y sabotaje durante la Segunda Guerra Mundial y el Tercer Reich. Entre los grandes “logros” que se le atribuyen al teniente-coronel está el de liberar a Benito Mussolini de su encarcelamiento en el Gran Saso en 1943, siguiendo las órdenes directas del mismísimo Hitler. Como alto mando de las fuerzas especiales alemanas se destacó en varias operaciones que le valieron el aval de su jefe y el temor de los aliados.
Tras el suicidio del dictador, Otto Skorzeny cayó en manos de los estadounidenses. Los juicios de Dachau, celebrados en 1947, le declararon inocente de crímenes de guerra, algo incomprensible teniendo en cuenta su cargo como cabecilla de la unidad de espionaje y sus nexos con el perpetrador del Holocausto. A pesar de la sentencia, fue recluido en un campo de ‘desnazificación’ como medida cautelar a la espera de que pudieran surgir nuevas acusaciones en el marco de los juicios de Nuremberg. Nunca fue condenado ni pagó por sus crímenes. Caracortada logró fugarse un año después de su encierro con ayuda de varios compañeros de las SS y puso rumbo a España. Su estancia en el país europeo desde 1952 fue idílica, protegido por el régimen franquista. Se radicó en Madrid, donde gozó de prestigio y popularidad dentro de la élite gracias a sus “éxitos” militares pasados. Nunca se retractó de su ideología nacionalista asesina y, desde suelo español, continúo ligado a varias compañías alemanas en calidad de ingeniero. Su buen hacer en el ámbito empresarial le abrió las puertas en los círculos diplomáticos y pronto se desempeñó como asesor de los gobiernos argentino y egipcio. Fue en este contexto de vida de ensueño y nexos probados con Egipto cuando Otto Skorzeny fue reclutado por el Mosad, la agencia de inteligencia más poderosa y temida del recién creado Estado de Israel. Se desconoce a ciencia cierta qué le llevó a acceder a trabajar para sus eternos enemigos o qué le ofrecieron estos para ganarse su lealtad cambiante. Lo único cierto es que se convirtió en uno de los activos más importantes para el Mosad y, una vez más, demostró sus capacidades para llevar a buen término operaciones encubiertas.
A él le encomendaron una de las misiones más relevantes hasta esa fecha de cara a la futura supervivencia del país: deshacerse de los científicos que Egipto había reclutado de las ya extintas filas nazis para impulsar su carrera armamentística. El país árabe centraba sus esfuerzos en el desarrollo de bombas y misiles, algo que preocupaba –y mucho– a los servicios de inteligencia israelís. Que el principal rival de Israel en la región tuviera acceso a armas con capacidad de alcanzar su territorio no era algo que el Mosad pudiera pasar por alto. Y no lo hizo. Según algunas fuentes, el líder nazi aceptó la tarea a cambio de que la agencia judía le eliminara de su ‘lista negra’, algo que no sucedió. Se dice que Otto Skorzeny no solo envió, al menos, una carta bomba con el objetivo de matar científicos alemanes, sino que supervisó la operación para deshacerse de Heinz Krug, el cabecilla de todos ellos. El 11 de septiembre de 1962, en uno de sus viajes a Múnich desde El Cairo, Krug desapareció sin dejar rastro. Su cadáver nunca apareció y nunca se depuraron responsabilidades. El periódico israelí ‘Haaretz’ tuvo acceso a unas transcripciones en 2016 que demostraron que el Mosad estuvo detrás de su secuestro y, más aún, que Otto Skorzeny fue quien realizó “el trabajo”. Sea como fuere, Otto Skorzeny dejó de estar entre las prioridades de la agencia de inteligencia encargada, entre otras tareas, de cazar nazis. Murió, plácidamente, en 1975 en Madrid a los 67 años. A consecuencia de un cáncer de pulmón, sí, pero ya sin el miedo a que Israel llamara algún día a su puerta para hacerle pagar por sus crímenes.
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Por Delia Crespo.
Otto Johann Anton Skorzeny fue un SS-Obersturmbannführer alemán nacido en Austria en las Waffen-SS durante la Segunda Guerra Mundial. Y era distinguible. No solo por su terrorífica manera de pensar y proceder, sino por las dos cicatrices que le cruzaban el lado izquierdo de la cara, una, desde la comisura de la boca hasta bien cerca de la oreja y la otra, desde los labios con dirección al mentón. A esto hay que sumar sus 1,90 metros de estatura y sus prominentes 90 kilos de peso. Fumaba como si no hubiera un mañana, siempre con un cigarrillo en la boca. Imposible pasar desapercibido. Más imposible aún olvidarle. Recibió varios apodos, y, quizá, el más representativo, el de “soldado favorito de Hitler”. Los estadounidenses le llamaban “Caracortada” por razones obvias. Fue uno de los hombres de confianza del despiadado dictador, al mando de la unidad ‘Friedentahler’ de las SS, dedicada a las operaciones especiales de espionaje y sabotaje durante la Segunda Guerra Mundial y el Tercer Reich. Entre los grandes “logros” que se le atribuyen al teniente-coronel está el de liberar a Benito Mussolini de su encarcelamiento en el Gran Saso en 1943, siguiendo las órdenes directas del mismísimo Hitler. Como alto mando de las fuerzas especiales alemanas se destacó en varias operaciones que le valieron el aval de su jefe y el temor de los aliados.
Tras el suicidio del dictador, Otto Skorzeny cayó en manos de los estadounidenses. Los juicios de Dachau, celebrados en 1947, le declararon inocente de crímenes de guerra, algo incomprensible teniendo en cuenta su cargo como cabecilla de la unidad de espionaje y sus nexos con el perpetrador del Holocausto. A pesar de la sentencia, fue recluido en un campo de ‘desnazificación’ como medida cautelar a la espera de que pudieran surgir nuevas acusaciones en el marco de los juicios de Nuremberg. Nunca fue condenado ni pagó por sus crímenes. Caracortada logró fugarse un año después de su encierro con ayuda de varios compañeros de las SS y puso rumbo a España. Su estancia en el país europeo desde 1952 fue idílica, protegido por el régimen franquista. Se radicó en Madrid, donde gozó de prestigio y popularidad dentro de la élite gracias a sus “éxitos” militares pasados. Nunca se retractó de su ideología nacionalista asesina y, desde suelo español, continúo ligado a varias compañías alemanas en calidad de ingeniero. Su buen hacer en el ámbito empresarial le abrió las puertas en los círculos diplomáticos y pronto se desempeñó como asesor de los gobiernos argentino y egipcio. Fue en este contexto de vida de ensueño y nexos probados con Egipto cuando Otto Skorzeny fue reclutado por el Mosad, la agencia de inteligencia más poderosa y temida del recién creado Estado de Israel. Se desconoce a ciencia cierta qué le llevó a acceder a trabajar para sus eternos enemigos o qué le ofrecieron estos para ganarse su lealtad cambiante. Lo único cierto es que se convirtió en uno de los activos más importantes para el Mosad y, una vez más, demostró sus capacidades para llevar a buen término operaciones encubiertas.
A él le encomendaron una de las misiones más relevantes hasta esa fecha de cara a la futura supervivencia del país: deshacerse de los científicos que Egipto había reclutado de las ya extintas filas nazis para impulsar su carrera armamentística. El país árabe centraba sus esfuerzos en el desarrollo de bombas y misiles, algo que preocupaba –y mucho– a los servicios de inteligencia israelís. Que el principal rival de Israel en la región tuviera acceso a armas con capacidad de alcanzar su territorio no era algo que el Mosad pudiera pasar por alto. Y no lo hizo. Según algunas fuentes, el líder nazi aceptó la tarea a cambio de que la agencia judía le eliminara de su ‘lista negra’, algo que no sucedió. Se dice que Otto Skorzeny no solo envió, al menos, una carta bomba con el objetivo de matar científicos alemanes, sino que supervisó la operación para deshacerse de Heinz Krug, el cabecilla de todos ellos. El 11 de septiembre de 1962, en uno de sus viajes a Múnich desde El Cairo, Krug desapareció sin dejar rastro. Su cadáver nunca apareció y nunca se depuraron responsabilidades. El periódico israelí ‘Haaretz’ tuvo acceso a unas transcripciones en 2016 que demostraron que el Mosad estuvo detrás de su secuestro y, más aún, que Otto Skorzeny fue quien realizó “el trabajo”. Sea como fuere, Otto Skorzeny dejó de estar entre las prioridades de la agencia de inteligencia encargada, entre otras tareas, de cazar nazis. Murió, plácidamente, en 1975 en Madrid a los 67 años. A consecuencia de un cáncer de pulmón, sí, pero ya sin el miedo a que Israel llamara algún día a su puerta para hacerle pagar por sus crímenes.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 17, 2023