En estos tiempos modernos, invadidos por la luz eléctrica que esfuma los suaves atardeceres y oculta la dulce entrada de la noche, suele ignorársela a la Luna. La olvidamos. Sabemos que anda por ahí, dando vueltas, pero no tenemos presente ni de qué tamaño se nos presentará esta noche. A pesar de que por siglos el hombre ha estado muy atento a sus movimientos, ya que fijándose en ella aprendió a conocer el tiempo y su medida. Los pueblos antiguos la imaginaron una diosa -diosa de la noche, de la obscuridad, del frío, de los sueños que turban al hombre- muy ligada a la poesía con su eterna lección de alegre y optimista renacimiento con cada luna nueva. Los griegos -¡cuándo no!, los inventores de la lógica- la estudiaron objetivamente; Anaxágoras imaginó que sus valles y montañas se parecían mucho a los de la Tierra; Aristóteles demostró que era esférica; Aristarco calculó su diámetro y distancia. Y otros muchos, como Pitágoras, la imaginaron habitada por inteligentes marcianitos. A partir del invento del telescopio a sus detalles se lo pudo apreciar con más prolijidad. Sus mares, llanuras, cráteres, montañas, quedaron conocidos y registrados.
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Pero nunca falta alguien que pinche el globo. Y este esté tucumano, soñador, que vuela como un pájaro, no quiere que su Luna se quede tan sola, con su redonda cara pánfila con que la que a veces me la quieren identificar. Necesita que esa esfera mágica y luminosa que contempla a la Tierra mirando con envidia esta vida que bulle en su superficie, siga mirándolo con su mágico esplendor. Y como dice el poeta… Oh, mi luna querida, mi luna radiante, cómplice de mis confidencias, mi musa, tú que iluminabas mi noche, ¿Dónde estás, mi querida luna? No te vayas. Quédate siempre en mis pupilas y en mi corazón.
Por Jorge Lobo Aragón.
[one_half padding=”0 25px 0 0″]Reflexión:
En estos tiempos modernos, invadidos por la luz eléctrica que esfuma los suaves atardeceres y oculta la dulce entrada de la noche, suele ignorársela a la Luna. La olvidamos. Sabemos que anda por ahí, dando vueltas, pero no tenemos presente ni de qué tamaño se nos presentará esta noche. A pesar de que por siglos el hombre ha estado muy atento a sus movimientos, ya que fijándose en ella aprendió a conocer el tiempo y su medida. Los pueblos antiguos la imaginaron una diosa -diosa de la noche, de la obscuridad, del frío, de los sueños que turban al hombre- muy ligada a la poesía con su eterna lección de alegre y optimista renacimiento con cada luna nueva. Los griegos -¡cuándo no!, los inventores de la lógica- la estudiaron objetivamente; Anaxágoras imaginó que sus valles y montañas se parecían mucho a los de la Tierra; Aristóteles demostró que era esférica; Aristarco calculó su diámetro y distancia. Y otros muchos, como Pitágoras, la imaginaron habitada por inteligentes marcianitos. A partir del invento del telescopio a sus detalles se lo pudo apreciar con más prolijidad. Sus mares, llanuras, cráteres, montañas, quedaron conocidos y registrados.
[/one_half] [one_half_last padding=”0 0 0 25px”]Pero nunca falta alguien que pinche el globo. Y este esté tucumano, soñador, que vuela como un pájaro, no quiere que su Luna se quede tan sola, con su redonda cara pánfila con que la que a veces me la quieren identificar. Necesita que esa esfera mágica y luminosa que contempla a la Tierra mirando con envidia esta vida que bulle en su superficie, siga mirándolo con su mágico esplendor. Y como dice el poeta… Oh, mi luna querida, mi luna radiante, cómplice de mis confidencias, mi musa, tú que iluminabas mi noche, ¿Dónde estás, mi querida luna? No te vayas. Quédate siempre en mis pupilas y en mi corazón.
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN
[/one_half_last] Tags: Argentina, Jorge Lobo Aragón
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