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“Veiasele entre cien fraguas en medio de cien yunques que atronaban el aire de golpes de martillos, de las limas y demás herramientas de la herrería y carpintería, como el Díos Vulcano, agitado, inspirado, correr de un lado al otro, dando órdenes, enseñando prácticamente a doscientos o trescientos trabajadores”

El singular Vulcano que describe el periodista mendocino Damián Hudson es Fray Luis Beltrán, ese sacerdote de manos y rostro ennegrecidos por el carbón, la pólvora y el humo, cuya voz acabó por extinguirse de tanto gritar para hacerse oír en un ambiente de ruidos infernales. El Coronel Nellar, biógrafo de este formidable colaborador de San Martín, anota:

“…se hizo artillero, pirotécnico, herrero, armero, relojero, fundidor, arquitecto, cordonero…” Así se lo impusieron las circunstancias, que lo llevaron a ser pieza clave en el abastecimiento de las tropas que cruzarían a Chile. Beltrán era el Alma Mater de la denominada “maestranza” del Ejército de los Andes, en realidad un verdadero arsenal donde se fundían cañones, se reparaban equipos y se fabricaba toda clase de pertrechos  bélicos. La materia prima se buscaba en todas partes y se obtenía bajo mil formas; por eso casi todas las iglesias mendocinas debieron enmudecer; fueron pocas las campanas que se salvaron de convertirse en piezas de artillería. Cuando se tomó la decisión de franquear la Cordillera, fue preciso  forjar en menos de dos meses 30.000 herraduras, así como cureñas y cartuchos mixtos para la infantería; monturas completas, mochilas, cantimploras, elementos para tender puentes militares, aparejos de toda clases y mil artículos más. Para poder fabricar todos los elementos, Beltrán tuvo previamente que transformar en obreros industriales a trescientos paisanos que cumplieron su cometido en forma magnífica. El talento técnico y organizativo desplegado por el franciscano fascinó a San Martín, que no vaciló en dedicarle una de sus opiniones más elogiosas: “Este hombre es, evidentemente, un genio”.

Durante el cruce de Los Andes, demostró cabalmente sus extraordinarias condiciones; le fue confiada la difícil tarea de conducir la artillería por estrechísimos y accidentados desfiladeros cordilleranos. Fued Nellar imagina que la columna de mulas asignada a Beltrán, debía medir por lo menos un kilómetro y medio de largo. El “ingenioso” fraile – señala otro autor – había inventado o más bien adaptado, una especie de carros angostos conocidos con el nombre de Zorras, de construcción tosca pero sólida, que montadas sobre cuatro ruedas bajas y tiradas por bueyes y por mulas reemplazaban los montajes de los cañones de batalla, mientras éstos los acompañaban desarmados…” Para los problemas nuevos que le planteaban constantemente, Fray Luis, hallaba siempre soluciones novedosas; el Ejército de Los Andes llegó así con su parque intacto hasta la gloriosa cuesta de Chacabuco.

Hijo de un francés y de una criolla, Beltrán había venido al mundo en San Juan, aunque se crió en Mendoza, donde también estudió, seguramente, sin suponer que alguna vez le tocaría convertirse en Vulcano para forjar, entre llamaradas, martillazos y sudor de hombres y bestias, las armas que ayudarían a liberar medio continente.

Había nacido en San Juan el 7 de septiembre de 1784 y falleció en Buenos Aires, el 8 de diciembre de 1827 a la edad de 43 años.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 23, 2021


 

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