Hoy 14 de Noviembre, deseo rendir homenaje a la madre de mi mujer y abuela de mis hijos, quien se encuentra en contemplación beatifica con el Señor y sus seres queridos. Mi suegra fue un altísimo ejemplo para la sociedad tucumana. Casada conJosé Frías Silva. Ejemplo de nobles inclinaciones, de adhesión consciente y lúcida a la fe de sus mayores y, sobre todo, ejemplo de una tremenda capacidad de volcarse en obras de bien hacia cuántos la rodearon en todo el ámbito de Tucumán. Emilia Zavaleta de Frías Silva a quien no le fue suficiente crear una familia numerosa, de hijos, nietos y bisnietos sino que, a medida en que se desocupaba de sus obligaciones de solícita esposa, madre, abuela y bisabuela, fue volcando sus inquietudes hacia otros quehaceres más amplios. Fue sometida a una educación y exámenes de la mayor estrictez y severidad en su época de la juventud, que ella transpuso con solvencia intelectual y con la humilde naturalidad y modestia que nunca la abandonaron. Uno se pregunta en estos tiempos modernos ¿Qué es lo propio de la mujer?Y recurriendo a una autoridad podemos oírlo a San Pedro:“vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”.Emilita con sus casi 92 años, nunca pudo estar indiferente porque en ella siempre abundó, y la rodeo la luminosidad y resplandor del afecto fraterno, la piedad, la paciencia, el dominio propio, el conocimiento, la virtud y la fe.Pero a su afecto fraterno en toda su vida no lo inspiró el mero afán de procurar accesos al consumo de bienes y a la salud del cuerpo, sino que su objeto fue llegar, con piedad y paciencia, al alma de los prójimos y henchirlas de espiritualidad, de cristiano desapego por las riquezas, de una fe en Dios enriquecida por la recta doctrina. Su obra y vida no solo queda plasmada en su hogar, que es una de las mayores obras posibles y sólo reservadas a la grandeza de la mujer. Pero la más trascendente de sus obras ha sido la de volcarse hacia los demás.Primero como activa partícipe de la Iglesia. Y una vez que la “Popolórum progressio” de Paulo VI la puso“ante la urgencia de realizar tareas de bien en favor de quienes más las necesiten”.Como presidente de la cooperadora de Tafí del valle cuyas integrantes la distinguieron por su actitud benéfica y solidaria. Es común que se acuda a la caridad de la gente que nos rodea solicitando una monedita, lo que sobra, lo que no duele, las migajas, lo superfluo. Emilita para su obra no pedía eso; pedía todo lo más que cada cual pudiera, acorde a sus posibilidades y medios; pedía lo que se da con sacrificio, ya que si es una virtud dar limosna, aumenta sus méritos el hecho de hacérsela con sacrificio, con un sacrificio tal que implique renunciar a legítimas gratificaciones propias. Y Emilita conseguía que muchos contribuyeran así –dando hasta lo que causa dolor dar -, pero a eso no lo obtenía por simple persistencia ni por capacidad de convicción sino por su ejemplo personal, porque ella era capaz de poner a disposición de los prójimos por medio de su obra, cuanto a ella misma le costara un sacrificado renunciamiento.Actitud en la que contó -merece reconocerse- el valioso apoyo de quienes siempre la rodearon.Emilita con sus 92 años y una enfermedad que la limitaba desde hace tiempo no perdió nunca su alcurnia y distinción. Con sus años y pese a su dolencia debemos hacer votos porque haya muchas tucumanas dispuestas a seguir la clara senda que ella, con dulzura y humildad, marcara a sus descendientes. Sus calidades personales que le ganaron aprecio y muchísimas amistades, su carácter afable, su estilo cordial, su ánimo siempre dispuesto al servicio, su amabilidad la llevaba a cautivar siempre -con verdadero interés, a su interlocutor.Su alma grande y generosa lo conducía a interesarse de los prójimos y de sus cuitas, de sus preocupaciones y sus angustias, de lo que a cada cual lo aflige y lo acongoja, evitando siempre la maledicencia y los comentarios que inútilmente agravian a los ausentes. Un eterno recuerdo a una gran dama tucumana que además de sus distintivos su belleza y elegancia seguirá plasmada en la retina de quienes la conocieron, de mi mujer y de sus nietos y bisnietos.
Hoy 14 de Noviembre, deseo rendir homenaje a la madre de mi mujer y abuela de mis hijos, quien se encuentra en contemplación beatifica con el Señor y sus seres queridos. Mi suegra fue un altísimo ejemplo para la sociedad tucumana. Casada con José Frías Silva. Ejemplo de nobles inclinaciones, de adhesión consciente y lúcida a la fe de sus mayores y, sobre todo, ejemplo de una tremenda capacidad de volcarse en obras de bien hacia cuántos la rodearon en todo el ámbito de Tucumán. Emilia Zavaleta de Frías Silva a quien no le fue suficiente crear una familia numerosa, de hijos, nietos y bisnietos sino que, a medida en que se desocupaba de sus obligaciones de solícita esposa, madre, abuela y bisabuela, fue volcando sus inquietudes hacia otros quehaceres más amplios. Fue sometida a una educación y exámenes de la mayor estrictez y severidad en su época de la juventud, que ella transpuso con solvencia intelectual y con la humilde naturalidad y modestia que nunca la abandonaron. Uno se pregunta en estos tiempos modernos ¿Qué es lo propio de la mujer? Y recurriendo a una autoridad podemos oírlo a San Pedro: “vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa”. Emilita con sus casi 92 años, nunca pudo estar indiferente porque en ella siempre abundó, y la rodeo la luminosidad y resplandor del afecto fraterno, la piedad, la paciencia, el dominio propio, el conocimiento, la virtud y la fe. Pero a su afecto fraterno en toda su vida no lo inspiró el mero afán de procurar accesos al consumo de bienes y a la salud del cuerpo, sino que su objeto fue llegar, con piedad y paciencia, al alma de los prójimos y henchirlas de espiritualidad, de cristiano desapego por las riquezas, de una fe en Dios enriquecida por la recta doctrina. Su obra y vida no solo queda plasmada en su hogar, que es una de las mayores obras posibles y sólo reservadas a la grandeza de la mujer. Pero la más trascendente de sus obras ha sido la de volcarse hacia los demás. Primero como activa partícipe de la Iglesia. Y una vez que la “Popolórum progressio” de Paulo VI la puso “ante la urgencia de realizar tareas de bien en favor de quienes más las necesiten”.Como presidente de la cooperadora de Tafí del valle cuyas integrantes la distinguieron por su actitud benéfica y solidaria. Es común que se acuda a la caridad de la gente que nos rodea solicitando una monedita, lo que sobra, lo que no duele, las migajas, lo superfluo. Emilita para su obra no pedía eso; pedía todo lo más que cada cual pudiera, acorde a sus posibilidades y medios; pedía lo que se da con sacrificio, ya que si es una virtud dar limosna, aumenta sus méritos el hecho de hacérsela con sacrificio, con un sacrificio tal que implique renunciar a legítimas gratificaciones propias. Y Emilita conseguía que muchos contribuyeran así –dando hasta lo que causa dolor dar -, pero a eso no lo obtenía por simple persistencia ni por capacidad de convicción sino por su ejemplo personal, porque ella era capaz de poner a disposición de los prójimos por medio de su obra, cuanto a ella misma le costara un sacrificado renunciamiento.Actitud en la que contó -merece reconocerse- el valioso apoyo de quienes siempre la rodearon. Emilita con sus 92 años y una enfermedad que la limitaba desde hace tiempo no perdió nunca su alcurnia y distinción. Con sus años y pese a su dolencia debemos hacer votos porque haya muchas tucumanas dispuestas a seguir la clara senda que ella, con dulzura y humildad, marcara a sus descendientes. Sus calidades personales que le ganaron aprecio y muchísimas amistades, su carácter afable, su estilo cordial, su ánimo siempre dispuesto al servicio, su amabilidad la llevaba a cautivar siempre -con verdadero interés, a su interlocutor. Su alma grande y generosa lo conducía a interesarse de los prójimos y de sus cuitas, de sus preocupaciones y sus angustias, de lo que a cada cual lo aflige y lo acongoja, evitando siempre la maledicencia y los comentarios que inútilmente agravian a los ausentes. Un eterno recuerdo a una gran dama tucumana que además de sus distintivos su belleza y elegancia seguirá plasmada en la retina de quienes la conocieron, de mi mujer y de sus nietos y bisnietos.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 14, 2017
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