Pienso en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo.
Espero que los buenos ciudadanos
trabajarán en remediar sus desgracias.
El general Mitre, en la biografía de don Manuel Belgrano, de quien el 3 de junio de este año se cumplen doscientos cincuenta años de su nacimiento, conserva esas palabras ejemplares dichas poco antes de su muerte, ocurrida el 20 de junio de 1820, describiendo así sus últimos momentos: “luego de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo, como había vivido, entregó su alma al Creador. Las últimas palabras fueron ¡Ay Patria mía!”.
Se cerraba así una vida vivida “sin debilidad y sin orgullo” caracterizada por su coherencia generosa. “La borla de doctor me parece patarata”, escribe a su padre, mostrando su desdén por los honores. Y en su Autobiografía, evocando sus años de estudios en España, asienta que por entonces se apoderó de él el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general y dirigir sus trabajos a favor de la patria. Por ello, vuelto a Buenos Aires y designado Secretario Perpetuo del Real Consulado desde su creación en 1794, se empeñó en destacar la importancia de fomentar la agricultura, la ganadería y la industrialización, la educación cristiana y la instrucción de los jóvenes de ambos sexos.
De ello dan cuenta sus Memorias, de las que conviene destacar las correspondientes a 1796,1798 y 1809. En ellas recomienda sean los párrocos, por su mayor instrucción y proximidad con sus feligreses, quienes tomen a su cargo la enseñanza de técnicas agrícolas; insta a la cría de ovinos, llamas y vicuñas y atender a la forestación; y llama la atención, muy a tono con los economistas españoles de la época, sobre la importancia del cultivo de la tierra.
Dos párrafos muestran su nítida percepción de una realidad que exigía rectificación. En uno de ellos afirma: “no vivamos en la persuasión (…) de que la abundancia es el castigo que el Todopoderoso ha dado a este país como a otros la escasez”; y en otro llama la atención sobre ”Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud decriaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad”, por lo que reclama la creación de escuelas gratuitas para la enseñanza de la doctrina cristiana, leer y escribir, todo ello necesario para “desterrar la ociosidad y remediar la indigencia de niños y niñas.”
La tarea de educar constituía para Belgrano una acción de tal importancia y urgencia que veía en ella una suerte de mandato imperativo. “Cómo se quiere –escribía en marzo de 1810 en el Correo de Comercio- que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?
Esa inquietud, por algunos calificada como obsesión, no se atenuaba siquiera cuando, ya convertido en soldado, impulsaba la creación de escuelas en los pueblos que atravesaba. Su biógrafo Ovidio Giménez señala que “su actitud desconcierta. No se concibe a un general de cuarenta años que, llamado a apoyar pueblos y liberarlos si es preciso, se ocupe de escuelas y de la educación de los niños y aun que las leyes respectivas fueran cumplidas incluso a costa de malquistarse con los dignatarios de la Iglesia pese a su profunda devoción católica.”
Otro tema central de sus reflexiones es la libertad del comercio: “sin comercio, se interroga retóricamente, ¿cómo se verificarían la importación y la exportación que son el espíritu vivificante de todos los Estados?” A lo que responde con una cita de Quesnay: “que no se impida el comercio exterior en los países porque según es la extracción así es la reproducción y aumento de la agricultura”. Por ello, concluye, es necesario “se dé entera libertad de comercio”, para lo que busca el apoyo de opinión de Campomanes que hace suya.
Con el apoyo de los virreyes Liniers y Cisneros consiguió este objetivo al autorizarse el libre comercio con Gran Bretaña, po<r entonces aliada a los españoles en su lucha contra el imperio surgido de la revolución de 1789.
Levene asigna a sus trabajos una importancia capital: “En el acuerdo del 4 de septiembre, reunido el Consulado para resolver el punto, se leyeron dos informes del síndico, un escrito del Prior Antonio Pirán y la memoria anual presentada por el Secretario el 16 de junio, en cumplimiento de la prescripción pertinente. Asignamos importancia a esta memoria de Belgrano. Leída el 16 de junio, la elevó de inmediato al virrey Liniers, robusteciendo la idea que ya tenía de franquear el comercio a los ingleses, como se ha explicado. El documento volvió a considerarse en la sesión del 4 de septiembre, en que se debatía el comercio libre. De modo que la resolución del Consulado, aunque favorable sólo en cierto sentido, fue sin duda arrancada por Belgrano.”
El patriota; el político.
La ocupación de España y la abdicación de sus reyes legítimos le mueve, junto a otros, a solicitar la regencia de la princesa Carlota de Borbón, hija de Carlos IV y hermana de Fernando VII, pues como muchos y como lo asentará el mismo Fernando al ser restaurado en el trono, entiende es ilegítima la pretensión de las Juntas de gobernar en nombre del rey prisionero.
La Memoria elevada a la princesa en septiembre de 1809 y que Belgrano suscribe, sostiene el mejor derecho de Carlota, pues para administrar, defender y conservar estos reinos hasta las resultas de España, bajo las mismas leyes, que es decir, con las mismas obligaciones inherentes al trono, no es comparable la representación de la Junta de Sevilla con la de V.A.R. [….] aquella es de mero hecho y ésta de conocido derecho. Y de inmediato pasa a exhibir los derechos de los americanos: “[…] cuando la América incorporada a la corona de Castilla es inherente a ella por la constitución, y como no existe una obligación absoluta que cuando los separe del trono los una a su igual por la dependencia, pueden muy bien constituirse a sólo la unidad de ideas de fidelidad sin pactos de sumisión. En este caso no se puede ver el medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la Junta de Sevilla, pues la constitución no precisa que unos reinos se sometan a otros.”
En un documento del año 1808 atribuido a Belgrano, también se expresa: Diálogo entre un castellano y un americano en que se manifiesta que en el caso de que nuestra España sea subyugada por el poder francés, debemos hacer revivir su constitución y leyes en todo el continente Español Americano. Luego de hacer referencia a la situación de España, posesionada la mayor parte de ella por el poder francés, se analizan tres alternativas: seguir la suerte de la metrópoli aunque reconozca la dinastía Napoleón, de inmediato descartada pues con ello daríamos prueba de la falsedad con que en tal caso proclamamos a nuestro Augusto Fernando VII y prometimos la guarda de los derechos de su casa (y) abrazaríamos el partido de la iniquidad.
Otra posibilidad que descarta es el gobierno y un cambio en la forma de gobierno, pues “peores consecuencias todavía nos presenta la opinión de constituirnos en República; nos faltan las bases principales en que ha de cimentarse (….) nacería la división entre europeos y americanos y la ambición de mando después de una guerra civil la más sanguinaria y cruel quedando finalmente en estado de ser subyugados. Queda una última: lo único que puede hacernos felices es reconocer a la Infanta D. Carlota Joaquina de Borbón como Regenta de estos Dominios. Esto permitiría hacer “revivir en estos Dominios la España con su constitución y leyes esto es, siguiendo la Monarquía española o el gobierno representativo que la constituye, con arreglo a los fundamentos primordiales de Castilla”.
Ambos documentos ponen de manifiesto el núcleo del pensamiento de Belgrano como abogado, que había estudiado con especial atención el derecho público. No creía, como Jovellanos, que estos y aquellos reinos – fórmula empleada por la corona española asentando la identidad de las Indias como reinos diferentes de los europeos – carecieran de una constitución por no tenerla según el modelo que García Pelayo llama racional-normativo. Sí que la tenía, asentada en sus leyes escritas, en sus fueros y en sus costumbres, en las Cortes con facultades legislativas y en los derechos de las ciudades. Y ella no daba legalidad a un gobierno de vasallos sobre vasallos, de los españoles peninsulares sobre los españoles americanos, los cuales últimos eran reconocidos desde el 1500 como vasallos libres de la corona de Castilla y no vasallos de los españoles.
Esa constitución histórica garantizaba los muy hispánicos derechos a la honra, a la vida y a la hacienda, poniendo freno al rey. Y esa constitución histórica, que también los monárquicos reformistas querían restaurar, era la que había sido afeada por el despotismo ministerial y el absolutismo del derecho divino sostenido por los borbones franceses, totalmente ajeno a las doctrinas españolas tan claramente expuestas en la enseñanza escolástica del origen divino del poder. Belgrano, como muchos españoles, americanos y peninsulares, creyó que Fernando la respetaría y restablecería el prestigio de la corona, motivo por el cual se le conoció como El Deseado. Pero el monarca defraudó a todos, siendo responsable de la guerra civil americana y de las guerras civiles peninsulares que llevaron a la desaparición del Imperio y a casi un siglo y medio de inestabilidad política.
Fracasada la regencia, ocupada España por el ejército francés e incorporada al imperio de Bonaparte, el movimiento de mayo tiene a Belgrano entre sus principales actores y es designado vocal en la Junta, que asume el gobierno con la obligación de sujetarse a las “leyes del reino” y conservar íntegros los dominios de la corona para el rey Fernando VII.
El soldado.
La Junta hace del capitán de milicias que había combatido durante las invasiones inglesas, general del ejército que envía a Paraguay en septiembre de 1810. En su marcha hacia el norte funda las ciudades de Nuestra Señora del Pilar de Curuzú Cuatiá y de Mandisoví, a las que dota de escuelas. Con palabras de Mitre: “reconcentra la población diseminada en la campaña, la reúne alrededor de la escuela y de la Iglesia que eran sus dos piedras angulares de la civilización y de la libertad y (…) pedía poco después una cantidad de virus vacuno para prevenir la epidemia de viruela que el año anterior había diezmado los pueblos de Misiones.”
En esa campaña muestra su valor y su prudencia. Su valor, cuando en marzo de 1811 enfrenta con 400 hombres los 3000 del ejército oponente y, teniendo la batalla perdida, diciendo a su amigo Mila de la Roca: “aún confío que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir a los 40 años que a los 60”; ordenando luego cargar hasta hacer retroceder a los adversarios. Belgrano, en esas circunstancias, propone un cese de hostilidades que el jefe asunceño acepta. Días después se dirige a Cavañas expresándole: “Ud. no puede concebir cuál está mi corazón condolido de la sangre que tan desgraciadamente se ha derramado entre nosotros”, ofreciendo 58 onzas de oro para las viudas “de los hombres caídos en Paraguarí y Tacuarí”. Tres días después le escribe nuevamente: “mi anhelo es la fraternidad (…) entre todos los que tenemos la gloria de amar a nuestro Rey desgraciado, Fernando VII, y aspiramos a conservarle estos dominios libres de toda otra dominación”.
Esta carta donde hace pública su lealtad al Rey no debe sorprender y menos llevar a sospechar de la integridad de su autor. Hay otras en igual sentido. Tal la escrita a Vigodet, donde asevera que sus “intenciones no son otras que evitar la efusión de sangre entre hermanos vasallos de un mismo Rey y cuyos dominios queremos conservar”, o a Tristán, expresándole que “les seré eternamente reconocido, y a ti mucho más, si aprovechando la confianza que tienes con tu general consigues que se acabe esta maldita guerra civil”.
No puede siquiera suponerse hipocresía ni astucia en el obrar de Belgrano. Cualquier duda en ese sentido la disipa Anchorena, su Secretario de Guerra en el Ejército del Norte, quien en una carta donde relata los sucesos de Mayo de 1810, afirma que entonces quiso obtenerse la emancipación de España y ser considerada una nación distinta, aunque gobernada por el mismo Rey, siendo así que discurrían los patriotas de primera figura: “V.M. sabe que el 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII y que bajo esa denominación, reconociendo por nuestro rey al que lo era de España, nos poníamos sin embargo en independencia de esa nación que consideraba a todas las Américas como colonia suya, para preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociaran con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos el pato de la boda. También le exigimos a fin de aprovechar la oportunidad de crear un nuevo título para don Fernando VII y sus sucesores legítimos conque poder obtener nuestra emancipación de la España y que considerándosenos una nación distinta de ésta aunque gobernada por un mismo rey, no se sacrificasen nuestros intereses a beneficio de la península española.”
Vir fortis et prudens.
En la campaña del Paraguay Belgrano incumple las instrucciones teñidas del jacobinismo que llevó al ejército enviado al Alto Perú a la anarquía y a esas provincias a no colaborar con el gobierno de Buenos Aires. Al hacerlo, consiguió la simpatía de los paraguayos y la constitución de una junta patria en Asunción que guardó la independencia nacional
La desastrosa derrota de Huaqui y el desbande del ejército patriota en junio de 1812, que permitió que el Alto Perú quedase en control de los realistas, determinó al gobierno encomendarle el comando del Ejército del Norte, que reorganiza. Contrariando las órdenes expresas del Triunvirato, sabiendo del crucial valor estratégico que tenía el control de Tucumán y con el apoyo que supo generar en el pueblo tucumano, Belgrano organizó con mano de hierro aquella epopeya que la historia conoce como ‘el éxodo jujeño’ y obligó al ejército de Pío Tristán a perseguirlo a través de una tierra arrasada, al que finalmente dio batalla en aquella provincia, luego de oficiar al gobierno en estos términos: “El último medio que me queda es hacer el último esfuerzo presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza hasta concluir con honor. Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo. Dios quiera mirarnos con ojos de piedad y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas”
La batalla se libró en las inmediaciones de la ciudad entre el 24 y el 25 de septiembre y concluyó con la retirada de los realistas, que Belgrano, siguiendo su política de atraer a los adversarios tal como lo hiciera en Paraguay, no obstaculizó. En las condiciones en que se dio el resultado no parecía el previsible, por lo que Belgrano, devoto mariano, no dudó en atribuirla a la mediación de la Sma. Vírgen, bajo la advocación de Vírgen de las Mercedes – cuya fiesta se celebra precisamente el 24 de septiembre – poniendo en brazos de su imagen los atributos de su comando, el bastón de general en jefe.
La fortaleza y la prudencia de Belgrano revierten la situación que había provocado Castelli. Los éxitos y los fracasos militares que luego se sucederán no alterarán el hecho que las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán se transformasen en el antemural que protegerá la causa de la independencia, detendrá las invasiones realistas y hará así posible la expedición del Ejército de los Andes que llevará la independencia a Chile y Perú.
Belgrano quería para su patria un estado de justicia y veía en las formas de gobierno un medio para lograrlo. En la situación que se encontraba el país consideró conveniente una monarquía, porque a su juicio no se daban las condiciones que requiere una república. Su proyecto de constitución monárquica de 1815 entronca con la constitución histórica, expresa su ideal de una nación bioceánica comprensiva de los virreinatos de Buenos Aires, del Perú y de la presidencia de Chile y recibe la distinción de los poderes y la forma escrita de las constituciones del siglo XIX. El fracaso de su misión ante Carlos IV y Fernando VII no le hizo variar de opinión, que ratificó luego de la aprobación de la Constitución de 1819 diciendo: “Esta constitución y la forma de gobierno adoptada por ella no es en mi opinión la que conviene al país, pero habiéndola sancionado el Soberano Congreso Constituyente seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer. No tenemos ni las virtudes ni la ilustración necesaria para ser una república: una monarquía moderada es lo que hubiese convenido. No me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas: quisiera ver un cetro entre esas manos que son el símbolo de la unión de nuestras provincias.”
Fue siempre franco en sus juicios y algunos muestran por qué no creía factible un régimen republicano. En 1810 había escrito a Moreno advirtiéndole que “todo se resiente de los vicios del antiguo sistema y como en él era condición sine qua non robar, todavía hay quienes quieren continuar y es de necesidad que se abran mucho los ojos”; y luego a Saavedra, llamándole la atención sobre los “inicuos” que se hallaban “en nuestro propio seno.” Años después escribe a Tomás Anchorena quejándose de no ver “más que odios, rivalidades y grandes deseos de vivir a expensas del público, que es lo que me parece han buscado en la revolución”. Y en otra carta confesará: “creo que jamás podremos contener los abusos si no andamos a palos con todos (…) no veo más que pícaros y cobardes por todos lados, y lo peor es que no veo remedio de este mal.”
Su confianza en Dios hizo de él un hombre sereno y animoso. En una oportunidad escribe a Anchorena: “¿Para qué V. da lugar a ideas tristes? Mucho tiempo ha me propuse libertarme de ellas y jamás les doy entrada en mis mayores apuros; los que creemos hay una Providencia y que ésta todo lo dispone, veremos adelantado cuanto hay para no admitir la tristeza entre nosotros ¿a qué anticiparse los males? Con demasiada aceleración vienen a nosotros; resignarse a recibirlos con tranquilidad, en las mayores tempestades, debe ser nuestro principal estudio; que nos entristezcamos, o nos alegremos, la mano que todo lo dirige, no por eso ha de variar: esta es una verdad evangélica ¿y en tal caso no es mejor alegrarse? Adopte Ud. este sistema que no es el de los iluminados y sus momentos se harán más llevaderos; demasiados males físicos padecemos, dejemos los morales a otros.”
Coda.
Es un hecho que la Argentina se encuentra muy necesitada de hombres y mujeres de pensamiento y de acción, que se conviertan en adalides y abanderados de un gran movimiento de reconstrucción social, cultural y también política de la nación.
Es duro decirlo, pero quienes hoy pretenden fungir como dirigentes sociales o políticos, en general son responsables de la decadencia en que vivimos o bien son de una mediocridad agobiante.
Para que esta situación cambie, además de la benevolencia de Dios, es preciso contar con modelos, arquetipos, cuya ejemplaridad de vida sirva como apremio constante a seguir su huella y completar lo que no pudieron concluir.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano es uno de ellos.
Buenos Aires, junio de 2020.
Juan Marcos Pueyrredón Gerardo Palacios Hardy
Secretario Presidente
[1] Esta reflexión de la Academia del Plata, inspirada en la persona de Manuel Belgrano, a quien esta corporación tiene como uno de los más grandes argentinos que poblaron el suelo patrio y, por ello mismo, más digno para servir de ejemplo y enseñanza a los patriotas que todavía hay entre nosotros, está basada en un notable trabajo de más largo aliento del distinguido Académico de Número Dr. Eduardo Ventura.
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UNA REFLEXIÓN DE LA ACADEMIA DEL PLATA
Por JUAN MARCOS PUEYRREDóN
Por GERARDO PALACIOS HARDY
El hombre. Sus comienzos.
Pienso en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo.
Espero que los buenos ciudadanos
trabajarán en remediar sus desgracias.
El general Mitre, en la biografía de don Manuel Belgrano, de quien el 3 de junio de este año se cumplen doscientos cincuenta años de su nacimiento, conserva esas palabras ejemplares dichas poco antes de su muerte, ocurrida el 20 de junio de 1820, describiendo así sus últimos momentos: “luego de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo, como había vivido, entregó su alma al Creador. Las últimas palabras fueron ¡Ay Patria mía!”.
Se cerraba así una vida vivida “sin debilidad y sin orgullo” caracterizada por su coherencia generosa. “La borla de doctor me parece patarata”, escribe a su padre, mostrando su desdén por los honores. Y en su Autobiografía, evocando sus años de estudios en España, asienta que por entonces se apoderó de él el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general y dirigir sus trabajos a favor de la patria. Por ello, vuelto a Buenos Aires y designado Secretario Perpetuo del Real Consulado desde su creación en 1794, se empeñó en destacar la importancia de fomentar la agricultura, la ganadería y la industrialización, la educación cristiana y la instrucción de los jóvenes de ambos sexos.
De ello dan cuenta sus Memorias, de las que conviene destacar las correspondientes a 1796,1798 y 1809. En ellas recomienda sean los párrocos, por su mayor instrucción y proximidad con sus feligreses, quienes tomen a su cargo la enseñanza de técnicas agrícolas; insta a la cría de ovinos, llamas y vicuñas y atender a la forestación; y llama la atención, muy a tono con los economistas españoles de la época, sobre la importancia del cultivo de la tierra.
Dos párrafos muestran su nítida percepción de una realidad que exigía rectificación. En uno de ellos afirma: “no vivamos en la persuasión (…) de que la abundancia es el castigo que el Todopoderoso ha dado a este país como a otros la escasez”; y en otro llama la atención sobre ”Esos miserables ranchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad”, por lo que reclama la creación de escuelas gratuitas para la enseñanza de la doctrina cristiana, leer y escribir, todo ello necesario para “desterrar la ociosidad y remediar la indigencia de niños y niñas.”
La tarea de educar constituía para Belgrano una acción de tal importancia y urgencia que veía en ella una suerte de mandato imperativo. “Cómo se quiere –escribía en marzo de 1810 en el Correo de Comercio- que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?
Esa inquietud, por algunos calificada como obsesión, no se atenuaba siquiera cuando, ya convertido en soldado, impulsaba la creación de escuelas en los pueblos que atravesaba. Su biógrafo Ovidio Giménez señala que “su actitud desconcierta. No se concibe a un general de cuarenta años que, llamado a apoyar pueblos y liberarlos si es preciso, se ocupe de escuelas y de la educación de los niños y aun que las leyes respectivas fueran cumplidas incluso a costa de malquistarse con los dignatarios de la Iglesia pese a su profunda devoción católica.”
Otro tema central de sus reflexiones es la libertad del comercio: “sin comercio, se interroga retóricamente, ¿cómo se verificarían la importación y la exportación que son el espíritu vivificante de todos los Estados?” A lo que responde con una cita de Quesnay: “que no se impida el comercio exterior en los países porque según es la extracción así es la reproducción y aumento de la agricultura”. Por ello, concluye, es necesario “se dé entera libertad de comercio”, para lo que busca el apoyo de opinión de Campomanes que hace suya.
Con el apoyo de los virreyes Liniers y Cisneros consiguió este objetivo al autorizarse el libre comercio con Gran Bretaña, po<r entonces aliada a los españoles en su lucha contra el imperio surgido de la revolución de 1789.
Levene asigna a sus trabajos una importancia capital: “En el acuerdo del 4 de septiembre, reunido el Consulado para resolver el punto, se leyeron dos informes del síndico, un escrito del Prior Antonio Pirán y la memoria anual presentada por el Secretario el 16 de junio, en cumplimiento de la prescripción pertinente. Asignamos importancia a esta memoria de Belgrano. Leída el 16 de junio, la elevó de inmediato al virrey Liniers, robusteciendo la idea que ya tenía de franquear el comercio a los ingleses, como se ha explicado. El documento volvió a considerarse en la sesión del 4 de septiembre, en que se debatía el comercio libre. De modo que la resolución del Consulado, aunque favorable sólo en cierto sentido, fue sin duda arrancada por Belgrano.”
El patriota; el político.
La ocupación de España y la abdicación de sus reyes legítimos le mueve, junto a otros, a solicitar la regencia de la princesa Carlota de Borbón, hija de Carlos IV y hermana de Fernando VII, pues como muchos y como lo asentará el mismo Fernando al ser restaurado en el trono, entiende es ilegítima la pretensión de las Juntas de gobernar en nombre del rey prisionero.
La Memoria elevada a la princesa en septiembre de 1809 y que Belgrano suscribe, sostiene el mejor derecho de Carlota, pues para administrar, defender y conservar estos reinos hasta las resultas de España, bajo las mismas leyes, que es decir, con las mismas obligaciones inherentes al trono, no es comparable la representación de la Junta de Sevilla con la de V.A.R. [….] aquella es de mero hecho y ésta de conocido derecho. Y de inmediato pasa a exhibir los derechos de los americanos: “[…] cuando la América incorporada a la corona de Castilla es inherente a ella por la constitución, y como no existe una obligación absoluta que cuando los separe del trono los una a su igual por la dependencia, pueden muy bien constituirse a sólo la unidad de ideas de fidelidad sin pactos de sumisión. En este caso no se puede ver el medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la Junta de Sevilla, pues la constitución no precisa que unos reinos se sometan a otros.”
En un documento del año 1808 atribuido a Belgrano, también se expresa: Diálogo entre un castellano y un americano en que se manifiesta que en el caso de que nuestra España sea subyugada por el poder francés, debemos hacer revivir su constitución y leyes en todo el continente Español Americano. Luego de hacer referencia a la situación de España, posesionada la mayor parte de ella por el poder francés, se analizan tres alternativas: seguir la suerte de la metrópoli aunque reconozca la dinastía Napoleón, de inmediato descartada pues con ello daríamos prueba de la falsedad con que en tal caso proclamamos a nuestro Augusto Fernando VII y prometimos la guarda de los derechos de su casa (y) abrazaríamos el partido de la iniquidad.
Otra posibilidad que descarta es el gobierno y un cambio en la forma de gobierno, pues “peores consecuencias todavía nos presenta la opinión de constituirnos en República; nos faltan las bases principales en que ha de cimentarse (….) nacería la división entre europeos y americanos y la ambición de mando después de una guerra civil la más sanguinaria y cruel quedando finalmente en estado de ser subyugados. Queda una última: lo único que puede hacernos felices es reconocer a la Infanta D. Carlota Joaquina de Borbón como Regenta de estos Dominios. Esto permitiría hacer “revivir en estos Dominios la España con su constitución y leyes esto es, siguiendo la Monarquía española o el gobierno representativo que la constituye, con arreglo a los fundamentos primordiales de Castilla”.
Ambos documentos ponen de manifiesto el núcleo del pensamiento de Belgrano como abogado, que había estudiado con especial atención el derecho público. No creía, como Jovellanos, que estos y aquellos reinos – fórmula empleada por la corona española asentando la identidad de las Indias como reinos diferentes de los europeos – carecieran de una constitución por no tenerla según el modelo que García Pelayo llama racional-normativo. Sí que la tenía, asentada en sus leyes escritas, en sus fueros y en sus costumbres, en las Cortes con facultades legislativas y en los derechos de las ciudades. Y ella no daba legalidad a un gobierno de vasallos sobre vasallos, de los españoles peninsulares sobre los españoles americanos, los cuales últimos eran reconocidos desde el 1500 como vasallos libres de la corona de Castilla y no vasallos de los españoles.
Esa constitución histórica garantizaba los muy hispánicos derechos a la honra, a la vida y a la hacienda, poniendo freno al rey. Y esa constitución histórica, que también los monárquicos reformistas querían restaurar, era la que había sido afeada por el despotismo ministerial y el absolutismo del derecho divino sostenido por los borbones franceses, totalmente ajeno a las doctrinas españolas tan claramente expuestas en la enseñanza escolástica del origen divino del poder. Belgrano, como muchos españoles, americanos y peninsulares, creyó que Fernando la respetaría y restablecería el prestigio de la corona, motivo por el cual se le conoció como El Deseado. Pero el monarca defraudó a todos, siendo responsable de la guerra civil americana y de las guerras civiles peninsulares que llevaron a la desaparición del Imperio y a casi un siglo y medio de inestabilidad política.
Fracasada la regencia, ocupada España por el ejército francés e incorporada al imperio de Bonaparte, el movimiento de mayo tiene a Belgrano entre sus principales actores y es designado vocal en la Junta, que asume el gobierno con la obligación de sujetarse a las “leyes del reino” y conservar íntegros los dominios de la corona para el rey Fernando VII.
El soldado.
La Junta hace del capitán de milicias que había combatido durante las invasiones inglesas, general del ejército que envía a Paraguay en septiembre de 1810. En su marcha hacia el norte funda las ciudades de Nuestra Señora del Pilar de Curuzú Cuatiá y de Mandisoví, a las que dota de escuelas. Con palabras de Mitre: “reconcentra la población diseminada en la campaña, la reúne alrededor de la escuela y de la Iglesia que eran sus dos piedras angulares de la civilización y de la libertad y (…) pedía poco después una cantidad de virus vacuno para prevenir la epidemia de viruela que el año anterior había diezmado los pueblos de Misiones.”
En esa campaña muestra su valor y su prudencia. Su valor, cuando en marzo de 1811 enfrenta con 400 hombres los 3000 del ejército oponente y, teniendo la batalla perdida, diciendo a su amigo Mila de la Roca: “aún confío que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir a los 40 años que a los 60”; ordenando luego cargar hasta hacer retroceder a los adversarios. Belgrano, en esas circunstancias, propone un cese de hostilidades que el jefe asunceño acepta. Días después se dirige a Cavañas expresándole: “Ud. no puede concebir cuál está mi corazón condolido de la sangre que tan desgraciadamente se ha derramado entre nosotros”, ofreciendo 58 onzas de oro para las viudas “de los hombres caídos en Paraguarí y Tacuarí”. Tres días después le escribe nuevamente: “mi anhelo es la fraternidad (…) entre todos los que tenemos la gloria de amar a nuestro Rey desgraciado, Fernando VII, y aspiramos a conservarle estos dominios libres de toda otra dominación”.
Esta carta donde hace pública su lealtad al Rey no debe sorprender y menos llevar a sospechar de la integridad de su autor. Hay otras en igual sentido. Tal la escrita a Vigodet, donde asevera que sus “intenciones no son otras que evitar la efusión de sangre entre hermanos vasallos de un mismo Rey y cuyos dominios queremos conservar”, o a Tristán, expresándole que “les seré eternamente reconocido, y a ti mucho más, si aprovechando la confianza que tienes con tu general consigues que se acabe esta maldita guerra civil”.
No puede siquiera suponerse hipocresía ni astucia en el obrar de Belgrano. Cualquier duda en ese sentido la disipa Anchorena, su Secretario de Guerra en el Ejército del Norte, quien en una carta donde relata los sucesos de Mayo de 1810, afirma que entonces quiso obtenerse la emancipación de España y ser considerada una nación distinta, aunque gobernada por el mismo Rey, siendo así que discurrían los patriotas de primera figura: “V.M. sabe que el 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII y que bajo esa denominación, reconociendo por nuestro rey al que lo era de España, nos poníamos sin embargo en independencia de esa nación que consideraba a todas las Américas como colonia suya, para preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociaran con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos el pato de la boda. También le exigimos a fin de aprovechar la oportunidad de crear un nuevo título para don Fernando VII y sus sucesores legítimos conque poder obtener nuestra emancipación de la España y que considerándosenos una nación distinta de ésta aunque gobernada por un mismo rey, no se sacrificasen nuestros intereses a beneficio de la península española.”
Vir fortis et prudens.
En la campaña del Paraguay Belgrano incumple las instrucciones teñidas del jacobinismo que llevó al ejército enviado al Alto Perú a la anarquía y a esas provincias a no colaborar con el gobierno de Buenos Aires. Al hacerlo, consiguió la simpatía de los paraguayos y la constitución de una junta patria en Asunción que guardó la independencia nacional
La desastrosa derrota de Huaqui y el desbande del ejército patriota en junio de 1812, que permitió que el Alto Perú quedase en control de los realistas, determinó al gobierno encomendarle el comando del Ejército del Norte, que reorganiza. Contrariando las órdenes expresas del Triunvirato, sabiendo del crucial valor estratégico que tenía el control de Tucumán y con el apoyo que supo generar en el pueblo tucumano, Belgrano organizó con mano de hierro aquella epopeya que la historia conoce como ‘el éxodo jujeño’ y obligó al ejército de Pío Tristán a perseguirlo a través de una tierra arrasada, al que finalmente dio batalla en aquella provincia, luego de oficiar al gobierno en estos términos: “El último medio que me queda es hacer el último esfuerzo presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza hasta concluir con honor. Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo. Dios quiera mirarnos con ojos de piedad y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas”
La batalla se libró en las inmediaciones de la ciudad entre el 24 y el 25 de septiembre y concluyó con la retirada de los realistas, que Belgrano, siguiendo su política de atraer a los adversarios tal como lo hiciera en Paraguay, no obstaculizó. En las condiciones en que se dio el resultado no parecía el previsible, por lo que Belgrano, devoto mariano, no dudó en atribuirla a la mediación de la Sma. Vírgen, bajo la advocación de Vírgen de las Mercedes – cuya fiesta se celebra precisamente el 24 de septiembre – poniendo en brazos de su imagen los atributos de su comando, el bastón de general en jefe.
La fortaleza y la prudencia de Belgrano revierten la situación que había provocado Castelli. Los éxitos y los fracasos militares que luego se sucederán no alterarán el hecho que las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán se transformasen en el antemural que protegerá la causa de la independencia, detendrá las invasiones realistas y hará así posible la expedición del Ejército de los Andes que llevará la independencia a Chile y Perú.
Belgrano quería para su patria un estado de justicia y veía en las formas de gobierno un medio para lograrlo. En la situación que se encontraba el país consideró conveniente una monarquía, porque a su juicio no se daban las condiciones que requiere una república. Su proyecto de constitución monárquica de 1815 entronca con la constitución histórica, expresa su ideal de una nación bioceánica comprensiva de los virreinatos de Buenos Aires, del Perú y de la presidencia de Chile y recibe la distinción de los poderes y la forma escrita de las constituciones del siglo XIX. El fracaso de su misión ante Carlos IV y Fernando VII no le hizo variar de opinión, que ratificó luego de la aprobación de la Constitución de 1819 diciendo: “Esta constitución y la forma de gobierno adoptada por ella no es en mi opinión la que conviene al país, pero habiéndola sancionado el Soberano Congreso Constituyente seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer. No tenemos ni las virtudes ni la ilustración necesaria para ser una república: una monarquía moderada es lo que hubiese convenido. No me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas: quisiera ver un cetro entre esas manos que son el símbolo de la unión de nuestras provincias.”
Fue siempre franco en sus juicios y algunos muestran por qué no creía factible un régimen republicano. En 1810 había escrito a Moreno advirtiéndole que “todo se resiente de los vicios del antiguo sistema y como en él era condición sine qua non robar, todavía hay quienes quieren continuar y es de necesidad que se abran mucho los ojos”; y luego a Saavedra, llamándole la atención sobre los “inicuos” que se hallaban “en nuestro propio seno.” Años después escribe a Tomás Anchorena quejándose de no ver “más que odios, rivalidades y grandes deseos de vivir a expensas del público, que es lo que me parece han buscado en la revolución”. Y en otra carta confesará: “creo que jamás podremos contener los abusos si no andamos a palos con todos (…) no veo más que pícaros y cobardes por todos lados, y lo peor es que no veo remedio de este mal.”
Su confianza en Dios hizo de él un hombre sereno y animoso. En una oportunidad escribe a Anchorena: “¿Para qué V. da lugar a ideas tristes? Mucho tiempo ha me propuse libertarme de ellas y jamás les doy entrada en mis mayores apuros; los que creemos hay una Providencia y que ésta todo lo dispone, veremos adelantado cuanto hay para no admitir la tristeza entre nosotros ¿a qué anticiparse los males? Con demasiada aceleración vienen a nosotros; resignarse a recibirlos con tranquilidad, en las mayores tempestades, debe ser nuestro principal estudio; que nos entristezcamos, o nos alegremos, la mano que todo lo dirige, no por eso ha de variar: esta es una verdad evangélica ¿y en tal caso no es mejor alegrarse? Adopte Ud. este sistema que no es el de los iluminados y sus momentos se harán más llevaderos; demasiados males físicos padecemos, dejemos los morales a otros.”
Coda.
Es un hecho que la Argentina se encuentra muy necesitada de hombres y mujeres de pensamiento y de acción, que se conviertan en adalides y abanderados de un gran movimiento de reconstrucción social, cultural y también política de la nación.
Es duro decirlo, pero quienes hoy pretenden fungir como dirigentes sociales o políticos, en general son responsables de la decadencia en que vivimos o bien son de una mediocridad agobiante.
Para que esta situación cambie, además de la benevolencia de Dios, es preciso contar con modelos, arquetipos, cuya ejemplaridad de vida sirva como apremio constante a seguir su huella y completar lo que no pudieron concluir.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano es uno de ellos.
Buenos Aires, junio de 2020.
Juan Marcos Pueyrredón Gerardo Palacios Hardy
Secretario Presidente
[1] Esta reflexión de la Academia del Plata, inspirada en la persona de Manuel Belgrano, a quien esta corporación tiene como uno de los más grandes argentinos que poblaron el suelo patrio y, por ello mismo, más digno para servir de ejemplo y enseñanza a los patriotas que todavía hay entre nosotros, está basada en un notable trabajo de más largo aliento del distinguido Académico de Número Dr. Eduardo Ventura.
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Junio 20, 2020