El Gobierno argentino ha vuelto a poner en debate la cuestión del tamaño del Estado pero no con argumentos y fundamentos sino con eslóganes y frases hechas, tales como “achicar el Estado es agrandar el país”. Con este estilo discursivo se justifica una sistemática destrucción de instituciones y cierre de organismos sin otra racionalidad que la de bajar costos y ajustar presupuestos. La utilidad de esas organizaciones no es objeto de análisis y debate, ni lo son las consecuencias de su desaparición. Solo se trata de cerrar puertas, bajar persianas y echar empleados para luego festejarlo como un éxito en sí mismo. Pasar de crear organismos inútiles como hacía el gobierno anterior a hacer desaparecer a buenos y malos, a útiles e inútiles, sin discriminar, es intrínsecamente absurdo.
En mi vida profesional tuve la oportunidad de participar en la puesta en servicio de un par de buques. Los navíos son organizaciones pequeñas pero complejas ya que deben brindar un hábitat sustentable a cientos de tripulantes, cubrir sus necesidades, desplazarse por el mar y permitir el cumplimiento de tareas diversas según sea su finalidad la de transportar carga o pasajeros, pescar o combatir, llevándolos de un puerto a otro con seguridad y precisión. Para ello tienen una rigurosa división de tareas en departamentos o cargos. Están los que operan las máquinas, los que cocinan, los que se ocupan de las actividades específicas como navegar, pescar, operar la carga, atender a los pasajeros, limpiar, proveer seguridad, operar los sistemas de armas, curar enfermedades y heridas y todo lo necesario para sobrevivir en un medio hostil y cumplir la misión con eficiencia.
En un buque nadie discute la cantidad de cargos y tripulantes. Si un capitán insensato pretendiera crear funciones innecesarias para embarcar amigos o parientes faltarían camas, camarotes y lugares en las mesas y el funcionamiento colapsaría. Si en cambio, con la única finalidad de ahorrar, dejara en tierra personal necesario, pronto se notaría la falta de tripulantes para cubrir las guardias y atender los servicios y el buque correría serio riesgo de no cumplir la función para la que fue creado y pondría en riesgo a la tripulación y los pasajeros. En síntesis, no se trata de que la organización sea chica o grande, se trata de que la organización sea eficiente.
¿Se puede extrapolar este ejemplo naútico para aplicarlo a la organización del Estado? Al igual que en un buque, las funciones de un Estado moderno pueden identificarse y se puede diseñar un esquema de Ministerios que cubran las necesidades de la población y permitan el funcionamiento de la organización en su conjunto. Existen tareas en las que será objeto de discusión la cantidad de servidores públicos en función de los roles que deban cubrirse tales como la justicia, las Relaciones Exteriores o las Fuerzas Armadas pero hay cuestiones que están fuera de discusión como que el Estado no puede dejar de proveer condiciones para la supervivencia de todos los habitantes del país, brindarles seguridad de amenazas internas y externas , proveerles los medios para mantener la salud y asegurarles la provisión de justicia y la posibilidad de expresarse y decidir acerca de su destino y el rumbo a tomar.
Es posible y deseable, contando con personal idóneo y experimentado, establecer el número de Ministerios y Secretarías y el número de funcionarios necesarios para que la organización funcione eficientemente. En Francia, por ejemplo, funcionaba una Escuela Nacional de Administración (Ecole nationale d´administration) de la que egresaba cada año un número de funcionarios equivalente al número de los que dejaban la función pública y ocupaban sus cargos por estricto orden de mérito. Cuando se producían cambios de Gobierno solo los Ministros y Secretarios eran reemplazados pero la masa de funcionarios que componían “la burocracia” idóneos y profesionales le daban continuidad y eficiencia al sistema.
Es difícil no coincidir en los perjuicios que causa un Estado desproporcionado y sobrecargado de funcionarios que no cumplen tareas específicas ni tiene roles definidos. Es una organización costosa e ineficiente. Pero una desarticulación del Estado que no contempla la importancia de organizaciones que son vitales y que comienza a tener gruesos déficits de personal y presupuesto en áreas tales como la salud, la educación, la infraestructura y la justicia es un peligro para la ciudadanía.
Lamentablemente, no vemos que el ajuste que se realiza en el Estado nacional sea racional, estudiado y fruto de un análisis minucioso. Más bien observamos un ataque cargado de prejuicios y guiado por un único factor determinante: bajar el gasto sin distinguir entre lo inútil, lo necesario y lo imprescindible.
No es el punto discutir si el Estado debe ser más pequeño o más grande, el Estado debe ser eficiente y lograr ese objetivo debería ser una de las tareas más importante de cualquier gobierno.
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El Gobierno argentino ha vuelto a poner en debate la cuestión del tamaño del Estado pero no con argumentos y fundamentos sino con eslóganes y frases hechas, tales como “achicar el Estado es agrandar el país”. Con este estilo discursivo se justifica una sistemática destrucción de instituciones y cierre de organismos sin otra racionalidad que la de bajar costos y ajustar presupuestos. La utilidad de esas organizaciones no es objeto de análisis y debate, ni lo son las consecuencias de su desaparición. Solo se trata de cerrar puertas, bajar persianas y echar empleados para luego festejarlo como un éxito en sí mismo. Pasar de crear organismos inútiles como hacía el gobierno anterior a hacer desaparecer a buenos y malos, a útiles e inútiles, sin discriminar, es intrínsecamente absurdo.
En mi vida profesional tuve la oportunidad de participar en la puesta en servicio de un par de buques. Los navíos son organizaciones pequeñas pero complejas ya que deben brindar un hábitat sustentable a cientos de tripulantes, cubrir sus necesidades, desplazarse por el mar y permitir el cumplimiento de tareas diversas según sea su finalidad la de transportar carga o pasajeros, pescar o combatir, llevándolos de un puerto a otro con seguridad y precisión. Para ello tienen una rigurosa división de tareas en departamentos o cargos. Están los que operan las máquinas, los que cocinan, los que se ocupan de las actividades específicas como navegar, pescar, operar la carga, atender a los pasajeros, limpiar, proveer seguridad, operar los sistemas de armas, curar enfermedades y heridas y todo lo necesario para sobrevivir en un medio hostil y cumplir la misión con eficiencia.
En un buque nadie discute la cantidad de cargos y tripulantes. Si un capitán insensato pretendiera crear funciones innecesarias para embarcar amigos o parientes faltarían camas, camarotes y lugares en las mesas y el funcionamiento colapsaría. Si en cambio, con la única finalidad de ahorrar, dejara en tierra personal necesario, pronto se notaría la falta de tripulantes para cubrir las guardias y atender los servicios y el buque correría serio riesgo de no cumplir la función para la que fue creado y pondría en riesgo a la tripulación y los pasajeros. En síntesis, no se trata de que la organización sea chica o grande, se trata de que la organización sea eficiente.
Es posible y deseable, contando con personal idóneo y experimentado, establecer el número de Ministerios y Secretarías y el número de funcionarios necesarios para que la organización funcione eficientemente. En Francia, por ejemplo, funcionaba una Escuela Nacional de Administración (Ecole nationale d´administration) de la que egresaba cada año un número de funcionarios equivalente al número de los que dejaban la función pública y ocupaban sus cargos por estricto orden de mérito. Cuando se producían cambios de Gobierno solo los Ministros y Secretarios eran reemplazados pero la masa de funcionarios que componían “la burocracia” idóneos y profesionales le daban continuidad y eficiencia al sistema.
Es difícil no coincidir en los perjuicios que causa un Estado desproporcionado y sobrecargado de funcionarios que no cumplen tareas específicas ni tiene roles definidos. Es una organización costosa e ineficiente. Pero una desarticulación del Estado que no contempla la importancia de organizaciones que son vitales y que comienza a tener gruesos déficits de personal y presupuesto en áreas tales como la salud, la educación, la infraestructura y la justicia es un peligro para la ciudadanía.
No es el punto discutir si el Estado debe ser más pequeño o más grande, el Estado debe ser eficiente y lograr ese objetivo debería ser una de las tareas más importante de cualquier gobierno.
JUAN CARLOS NEVES
Presidente de Nueva Unión Ciudadana.
PrisioneroEnArgentina.com
Abril 26, 2025