Quiero rendir homenaje a una de las figuras más desconocidasen el país siendo, seguramente, una de las que mejor se pueda gloriar ante el mundo. Me refiero al General Don José de San Martín, en el día de su fallecimiento hace 167 años. Puede sonar a paradoja que llame desconocido a un personaje cuyo nombre está puesto a ciudades, pueblos, calles, plazas, instituciones públicas y privadas a lo largo y lo ancho de todo el territorio nacional y cuya memoria muchas veces se celebra con un feriado anual aun cuando los feriados alguna vez fueron reducidos al máximo en consideración a looneroso que resulta una interrupción masiva de las tareas. Sí, el nombre y la imagen tienen una presencia ubicua. Pero la realidad representada por ellos se esfuma en la nebulosa retórica de las efemérides. Sabemos, gracias a la machacona lección que se nos repite desde niños, que nació en Yapeyú, que es como el tuétano del territorio patrio; que fue llevado por sus padres a España, donde emprendió la carrera militar después de haber cursado el colegio de nobles; que participó en 1a batalla da Bailén; que en 1812 sintió el llamado de su patria lejana y volvió para liberarla; fundó la logia Lautaro, venció en el combate de San Lorenzo donde una bala derribó a su caballo que al caer le aplastó una pierna; hubode ser atravesado por la bayoneta de un soldado enemigo de no intervenir el sargento Cabral, quien a su vez recibió una herida mortal que le dio tiempo apenas para decir “muero contento, hemos batido al enemigo”. Su próxima empresa fue reemplazar a Belgrano en Tucumán al frente del Ejército del Norte, ocasión que le inspiró el plan de dirigirse al Perú por el Pacífico. En Mendoza formó un ejército con el cual tramontó los Andes y obtuvo los triunfos de Chacabuco y Maipú sin más accidentes que el tropiezo en cancha rayada. Siguió su camino hasta Lima, se entrevistó con Bolívar en Guayaquil y envuelto por su propia gloria, asumió el gesto supremo de renunciar a su empresa para dejar un ejemplo a todas las generaciones de argentinos. Se fue a Francia llevándose a su pequeña hija para cuya formación dejó un ramillete de máximas ejemplares. Murió en Boulogne Sur Mer. En este relato se estereotipa la trayectoria de San Martín. Hay que sazonarlo conalgunas frases célebres y un conjunto de anécdotas que podrían conservarse numeradas, como se dice de los alemanes con respecto a los chistes de Frang y Fritz. Si éste es el padre de la patria, ahí está la explicación del vacío histórico en el que vive nuestro pueblo, que debe llenarse con lugares comunes, oratoria farragosa, reiterada declamación sobre el porvenir venturoso que nos espera. El modelo, pues, además de ser inoperante, puede actuar corno factor de perplejidad y confusión. El verdadero San Martín, el que escamotean los historiadores al servicio del régimen, no se parece a esta pintura burda pueril. La patria deSan Martín fue el imperio constituido por España y América. El apenas mencionó, por razones de trámite burocrático,su nacimiento en las misiones jesuíticas. Jamás escribió el nombre de Yapeyú y quizás ni lo había oído. Por otra parte, desde los dos años vivió en Buenos Aires y antes de los siete fue llevado a España. De modo que sus recuerdos de infancia debieron ser tan vagos como las imágenes que cualquiera conserva de ese período de la vida. La verdadera aparición de San Martín sobre la escena histórica, el encuentro consigo mismo, se dio en la guerra de la Independencia, a la respuesta del pueblo español contra la invasión napoleónica. Entonces combatió en tierra y mar en España, en Portugal, en África; fue herido, se batió en la defensa de Cádiz, el último bastión independiente de la península. Cuando todo el territorio estuve ocupado por el invasor y sabiendo la idea de Napoleón de incorporar a su imperio las posesiones españolas de América, se sumó a los americanos que habían combatido como él ydecidieron proseguir en sus respectivos países la guerra de la independencia: Bolívar, Sucre O’Higgins, Carrera, Alvear, Iturbide, etc. Llegó a Buenos Aires cuando el territorio del Virreinato, menos Paraguay yel Alto Perú, ya estaba en poder de los patriotas. Vio que el foco por abatir era Lima y había que alcanzarlo por mar. Allá se fue con un ejército formado por argentinos y chilenos y costeado por el gobierno de Chile. El Directorio, que había intentado volcarlo en la guerra civil, lo abandonó a sus propias fuerzas. Su gran capacidad militar y diplomática le sirvió para apoderarse del Perú. Buscó la alianza de Bolívar para terminar con la resistencia realista que persistía en la zona montañosa entre Cuzco y Jujuy. Bolívar encontró razones para retraerse en esa alianza y San Martín instó vehemente al gobierno de Buenos Aires para que abriera el frente por el sur que antes había cubierto Güemes y que le enviara armas, hombres, dinero. Se interpuso la influencia de Rivadavia y toda colaboración le fue negada, No le quedaba otra salida que el retiro. Y así dejó el gobierno, no por el renunciamiento estúpido que se le atribuye sino para no dar el espectáculo bochornoso de la guerra civil. Fue a rumiar su derrota es Europa pero cuando la Confederación Argentina fue agredida por Francia ofreció su espada al gobierno de su patria, Y cuando la guerra fue con Francia e Inglaterra aliadas interpuso su autoridad profesional y moral para convencer a esas dos potencias que su prosecución no podía llevarlos al éxito. Saludó con entusiasmo la victoria, con salves de desagravio, obtenida por la perseverante firmeza de Juan Manuel de Rosas. Después de haberlo dado todo por perdido, al final de su vida, llegó a consolidada la independencia a la cual, había consagrado su espada. Ese fue el ejemplo que nos legó. La independencia objetivo final, no las formas de gobierno, no las Ideologías que son patrimonio de los partidos, resume la ejecutoria de San Martín. De ese verdadero San Martín, vigente y actual y no el prospecto de museo con que se quiere confundir su biografía, para que nos olvidemos de la soberanía.
Por JORGE BERNABE LOBO ARAGON·
Quiero rendir homenaje a una de las figuras más desconocidas en el país siendo, seguramente, una de las que mejor se pueda gloriar ante el mundo. Me refiero al General Don José de San Martín, en el día de su fallecimiento hace 167 años. Puede sonar a paradoja que llame desconocido a un personaje cuyo nombre está puesto a ciudades, pueblos, calles, plazas, instituciones públicas y privadas a lo largo y lo ancho de todo el territorio nacional y cuya memoria muchas veces se celebra con un feriado anual aun cuando los feriados alguna vez fueron reducidos al máximo en consideración a lo oneroso que resulta una interrupción masiva de las tareas. Sí, el nombre y la imagen tienen una presencia ubicua. Pero la realidad representada por ellos se esfuma en la nebulosa retórica de las efemérides. Sabemos, gracias a la machacona lección que se nos repite desde niños, que nació en Yapeyú, que es como el tuétano del territorio patrio; que fue llevado por sus padres a España, donde emprendió la carrera militar después de haber cursado el colegio de nobles; que participó en 1a batalla da Bailén; que en 1812 sintió el llamado de su patria lejana y volvió para liberarla; fundó la logia Lautaro, venció en el combate de San Lorenzo donde una bala derribó a su caballo que al caer le aplastó una pierna; hubo de ser atravesado por la bayoneta de un soldado enemigo de no intervenir el sargento Cabral, quien a su vez recibió una herida mortal que le dio tiempo apenas para decir “muero contento, hemos batido al enemigo”. Su próxima empresa fue reemplazar a Belgrano en Tucumán al frente del Ejército del Norte, ocasión que le inspiró el plan de dirigirse al Perú por el Pacífico. En Mendoza formó un ejército con el cual tramontó los Andes y obtuvo los triunfos de Chacabuco y Maipú sin más accidentes que el tropiezo en cancha rayada. Siguió su camino hasta Lima, se entrevistó con Bolívar en Guayaquil y envuelto por su propia gloria, asumió el gesto supremo de renunciar a su empresa para dejar un ejemplo a todas las generaciones de argentinos. Se fue a Francia llevándose a su pequeña hija para cuya formación dejó un ramillete de máximas ejemplares. Murió en Boulogne Sur Mer. En este relato se estereotipa la trayectoria de San Martín. Hay que sazonarlo con algunas frases célebres y un conjunto de anécdotas que podrían conservarse numeradas, como se dice de los alemanes con respecto a los chistes de Frang y Fritz. Si éste es el padre de la patria, ahí está la explicación del vacío histórico en el que vive nuestro pueblo, que debe llenarse con lugares comunes, oratoria farragosa, reiterada declamación sobre el porvenir venturoso que nos espera. El modelo, pues, además de ser inoperante, puede actuar corno factor de perplejidad y confusión. El verdadero San Martín, el que escamotean los historiadores al servicio del régimen, no se parece a esta pintura burda pueril. La patria de San Martín fue el imperio constituido por España y América. El apenas mencionó, por razones de trámite burocrático, su nacimiento en las misiones jesuíticas. Jamás escribió el nombre de Yapeyú y quizás ni lo había oído. Por otra parte, desde los dos años vivió en Buenos Aires y antes de los siete fue llevado a España. De modo que sus recuerdos de infancia debieron ser tan vagos como las imágenes que cualquiera conserva de ese período de la vida. La verdadera aparición de San Martín sobre la escena histórica, el encuentro consigo mismo, se dio en la guerra de la Independencia, a la respuesta del pueblo español contra la invasión napoleónica. Entonces combatió en tierra y mar en España, en Portugal, en África; fue herido, se batió en la defensa de Cádiz, el último bastión independiente de la península. Cuando todo el territorio estuve ocupado por el invasor y sabiendo la idea de Napoleón de incorporar a su imperio las posesiones españolas de América, se sumó a los americanos que habían combatido como él y decidieron proseguir en sus respectivos países la guerra de la independencia: Bolívar, Sucre O’Higgins, Carrera, Alvear, Iturbide, etc. Llegó a Buenos Aires cuando el territorio del Virreinato, menos Paraguay y el Alto Perú, ya estaba en poder de los patriotas. Vio que el foco por abatir era Lima y había que alcanzarlo por mar. Allá se fue con un ejército formado por argentinos y chilenos y costeado por el gobierno de Chile. El Directorio, que había intentado volcarlo en la guerra civil, lo abandonó a sus propias fuerzas. Su gran capacidad militar y diplomática le sirvió para apoderarse del Perú. Buscó la alianza de Bolívar para terminar con la resistencia realista que persistía en la zona montañosa entre Cuzco y Jujuy. Bolívar encontró razones para retraerse en esa alianza y San Martín instó vehemente al gobierno de Buenos Aires para que abriera el frente por el sur que antes había cubierto Güemes y que le enviara armas, hombres, dinero. Se interpuso la influencia de Rivadavia y toda colaboración le fue negada, No le quedaba otra salida que el retiro. Y así dejó el gobierno, no por el renunciamiento estúpido que se le atribuye sino para no dar el espectáculo bochornoso de la guerra civil. Fue a rumiar su derrota es Europa pero cuando la Confederación Argentina fue agredida por Francia ofreció su espada al gobierno de su patria, Y cuando la guerra fue con Francia e Inglaterra aliadas interpuso su autoridad profesional y moral para convencer a esas dos potencias que su prosecución no podía llevarlos al éxito. Saludó con entusiasmo la victoria, con salves de desagravio, obtenida por la perseverante firmeza de Juan Manuel de Rosas. Después de haberlo dado todo por perdido, al final de su vida, llegó a consolidada la independencia a la cual, había consagrado su espada. Ese fue el ejemplo que nos legó. La independencia objetivo final, no las formas de gobierno, no las Ideologías que son patrimonio de los partidos, resume la ejecutoria de San Martín. De ese verdadero San Martín, vigente y actual y no el prospecto de museo con que se quiere confundir su biografía, para que nos olvidemos de la soberanía.
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 17, 2017
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