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 Escribe ENRIQUE GUILLERMO AVOGADRO.

 

 

“Argentina es un país con héroes

anónimos y sinvergüenzas famosos”.

Edgardo Antoñana

 

 

Sobrevivimos al martes tan amenazadoramente negro y, en general, la crisis cambiaria parece haber sido dejada atrás, al menos por el momento. Pero la sociedad, esa que tanto adora a la mascota del título deberá ponerse a pensar en serio acerca de qué país quiere habitar de aquí en más, ya que el anterior, el del gradualismo en la transformación financiado mediante deuda externa, se probó absolutamente inviable cuando Estados Unidos puso en marcha esa histórica aspiradora de fondos mundiales que es la tasa de interés de los bonos de su deuda..
Está lógicamente extendida la convicción de la necesidad de reducir el gasto público, que para sostenerse requiere de mantener un nivel de impuestos que impide el desarrollo normal y registrado de la actividad privada. Aunque no se hable demasiado de ello, la realidad nos dice que gran parte del precio que pagamos por la energía y los combustibles corresponde a todo tipo de tributos, esos mismos que robaron Cristóbal López, Fabián de Souza y Ricardo Echegaray para financiar la expansión del grupo económico cuya nave insignia fue Oil; es decir, si pudiéramos reducirlos, terminaría la discusión por las tarifas de la luz, el gas y el agua, y la nafta y el gasoil podrían venderse a valores comparables a los del resto del mundo.
Pero está claro que donde más se percibe la enormidad de ese gasto es en los subsidios, los salarios de los empleados públicos y en la gigantesca masa de jubilaciones que el kirchnerismo regaló sin justificación alguna, como no fuera poner en práctica el populismo e intentar seducir a una clase media que, en definitiva, no lo acompañó.
Y en esa imprescindible batalla veremos, precisamente, cuánto estamos dispuestos a tolerar el indispensable ajuste. Si, sin razón, los que habitamos en las grandes ciudades padecemos enloquecedores piquetes diarios, no quiero pensar qué sucederá cuando el Estado prescinda del millón y medio de funcionarios de todo nivel o de los tres millones de jubilados que Cristina Fernández puso injustificadamente sobre nuestras ya cansadas espaldas de contribuyentes, o cuando la Justicia avance definitivamente sobre Hugo Moyano y sus camioneros.
Porque, convengamos, la habitual hipocresía y la adquirida esquizofrenia que padecemos piden a gritos que las autoridades repriman esas permanentes violaciones al derecho a transitar libremente que todos tenemos, pero repudiamos inmediatamente cualquier intento de ponerles coto. A quienes protestan de ese absurdo e ilegal modo, que forman bajo banderas rojas con la estrella de cinco puntas y la imagen del Che Guevara, habría que preguntarles que creen que les pasaría si intentaran cortar las calles de La Habana, de Caracas, de Moscú o de Teherán.
La crisis de la que acabamos de emerger, más o menos indemnes, ha servido ciertamente al Gobierno, aunque fuera al costo de perder caudal político por recurrir al denostado FMI: se vio obligado a aceptar una devaluación que ya se había mostrado más que necesaria, licuó la deuda estatal en pesos, mejoró la competitividad de nuestras exportaciones, devolvió la independencia al Banco Central y redujo la importancia relativa del costo de la burocracia.
Pero todos esos beneficios no serán gratuitos, ya que a corto plazo veremos extenderse las protestas de los empleados estatales que, esta semana, fueron encabezadas por tristemente famosos “metrodelegados”, los bancarios y los “trabajadores de la educación” bonaerenses, todos kirchneristas irredentos. ¿Estaremos dispuestos a soportar más conflictos de ese tipo para tener algún futuro?
Un ejemplo parecido de nuestra duplicidad mental se vincula a la seguridad pública. Todos, sin excepción pero, en especial, los más pobres, estamos hartos de los delincuentes que nos roban y matan con total impunidad. Sin embargo, reaccionamos repudiando a las fuerzas del orden cuando éstas simplemente cumplen con su deber, como quedó demostrado en el caso de Santiago Maldonado, el tatuador ahogado en Neuquén, cuya muerte se pretendió masivamente imputar a la Gendarmería.
Esta semana se “viralizó” un video filmado en una escuela de Brasil, cuando un hombre armado apuntó, ignoro con qué fines, a los niños y a sus madres que los esperaban a la salida: en segundos, una de ellas, policía de franco, sacó su arma reglamentaria y disparó por sorpresa. La mujer fue condecorada, ascendida y se ha transformado en una estrella en un país que padece nuestros mismos males; aquí seguimos persiguiendo judicialmente a Luis Chocobar, que mató a un asesino frustrado cuando desobedeció la orden de alto. En resumen, pedimos más seguridad, pero no aceptamos la represión del delito.
El Gobierno recibió un gigantesco apoyo mundial; que los Estados Unidos, Europa, Brasil, etc., se amontonaran para respaldar las políticas de Macri y apurar una definición del Fondo favorable a la Argentina, tiene pocos antecedentes históricos. Y si a ello se le suma el éxito alcanzado por el primer llamado internacional del programa de Participación Público-Privada en la construcción de infraestructura (recordemos que las condiciones ofertadas fueron, en promedio, 33% inferiores a los costos máximos previstos por Vialidad Nacional), podemos entender la satisfacción que traslució la actitud del Presidente durante la semana.
Mauricio Macri ha aprendido la lección y, por primera vez desde que Cambiemos llegó al gobierno nacional, ha puesto en duda el método de comunicación que, sin duda, le permitió ganar elecciones imposibles pero, quizás, no resultó útil para administrar. Como siempre se ha dicho, la negociación es la base de cualquier democracia y, para una coalición que carece de mayorías en las cámaras de H° Aguantadero, resulta una esencial necesidad; la incorporación a la mesa de decisión de importantes figuras del radicalismo y de la Coalición Cívica permitirá, sin duda, una mejor tracción entre la Casa Rosada y la sociedad.
El susto que pasamos hace pocos días repercutió también en la oposición, a pesar de algunas posiciones -la idiota pretensión de regular las tarifas, por ejemplo- adoptadas sólo para la foto. El abismo estuvo demasiado cerca como para ignorarlo impunemente, y tal vez todos hayamos aprendido a jugar menos con fuego.
Los gobernadores e intendentes deben entender, de una buena vez, que ahora la perinola cayó en “todos ponen”, y dejar de lado las actitudes que convalidan la necesidad de apretar el cinturón siempre que no sea el propio; no podemos seguir tirando manteca al techo mientras pedimos plata al mundo para pagar esas insensateces. Seguir pretendiendo ejercer el poder con métodos populistas, con falsos e imposibles regalos, sólo nos hará mantener el rumbo de degradación y decadencia que la Argentina escogió desde hace más de siete décadas y que nos ha convertido casi en un país inviable.

 

 

Enrique Guillermo Avogadro

 


PRISIONEROenARGENTINA.com

Mayo 19, 2018


 

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