Ha dejado de existir fisicamente el humorista gráfico más internacional y más traducido del idioma español; y quizás también el más entrañable: Joaquín Salvador Lavado, Quino. Había nacido el 17 de julio de 1932 en Mendoza (Argentina), y tenía por tanto 88 años. En esa misma ciudad residía ahora, atendido por sus sobrinos desde que se trasladó allí en noviembre de 2017 tras morir su esposa, Alicia Colombo. El nombre de Quino estará ligado para siempre al más famoso de sus personajes: Mafalda; la niña sabia y controversial.
Joaquín Salvador Lavado quiso enseguida volcarse a las historietas. Lo decidió de niño, con tres años, cuando un tío suyo, diseñador gráfico, por entretenerle a él y a sus hermanos empezó a hacerles dibujos. Quedó maravillado con todas las cosas que podían salir de un lápiz. Después estudiaría Bellas Artes en la universidad de Cuyo. No llegó a terminar, pero alcanzó a absorber los conceptos básicos del dibujo y de las proporciones.
Un trabajo inicial como dibujante publicitario le condujo a crear a Mafalda en 1962 gracias a unas lavadoras y unos frigoríficos. A Quino le encargaron una publicidad que consistía en elaborar tiras cómicas para los diarios en las que se mostrara en dibujos la vida de una familia que utilizaba los electrodomésticos Mansfield. Y de esa secuencia fonética surgió el nombre de Mafalda.
Los periódicos rechazaron aquella publicidad, porque se confundía con los contenidos propios, y los personajes ideados por Quino para el encargo se quedaron en la recámara. Sin embargo, los recuperó en 1964, ya sin propósito comercial, y así surgió en el periódico porteño Primera plana la tira de más éxito de la historia en lengua española, que después se publicaría en diarios de todo el mundo. Más tarde, los libros que recogían aquellas escenas venderían millones de ejemplares y serían traducidos al francés, al inglés, al japonés, al chino, a más de 30 idiomas.
Mafalda pasó también al cine, con un largometraje de dibujos animados hecho en Argentina, de 75 minutos, en el cual los personajes reproducían en lenguaje sonoro los escritos que su creador les había dado. Pero a Quino no le satisfizo, porque al salir del estreno oyó que algunos decían: “¡Pero ésa no es la voz de Mafalda!”. Así que la traspasó al cine mudo. Las siguientes experiencias, a cargo del gran Juan Padrón, especialista cubano en animación, ya no tuvieron diálogos. Eran chistes nuevos basados en las escenas mismas. De ese modo, Mafalda ofreció a los espectadores la voz que cada cual le hubiera imaginado. De aquella pandilla (Manolito, Susanita, Libertad, Guille…), Quino siempre tuvo su hijo predilecto en el ingenuo idealista Felipe, durante toda su vida.
En 1973, nueve años y 1.928 tiras después de su creación, Quino decidió que ya no dibujaría más a Mafalda, agotado por el propio personaje y por la tiranía de la entrega diaria al periódico. Y empezó entonces una creación más ambiciosa aún, con dibujos minuciosos, detallistas, igualmente brillantes, que mostraban a menudo la opresión de los poderosos y la mirada inteligente del pisoteado.
En una de ellas se ve a una señorona que ofrece café a sus invitados mientras una niña juguetea entre ellos. Y la anfitriona les aclara: “Es la nena de gente humilde de por aquí. Y nosotros le compramos la ropita y los juguetitos porque la queremos como si fuera de la familia”. La ropita que viste la niña es el uniforme de una sirvienta con cofia, y, a su alrededor se ven esos juguetitos, asimismo en el tamaño adecuado para su edad: una escoba, una plancha, un plumero y una fregona.
Sus libros se siguieron vendiendo por cientos de miles (por ejemplo, sus maravillosos Potentes, prepotentes e impotentes, Quinoterapia, Gente en su sitio, ¡Qué presente impresentable! o Yo no fui), pero compitiendo en la memoria colectiva con los de Mafalda y con los miles de llaveros, libretas, pegatinas, insignias y toallas que reproducen su imagen; y con el cariño que aquel personaje había desatado en millones de personas.
Durante la década de los noventa llegó a sufrir seis operaciones quirúrgicas en apenas 10 años. En 2006 dejó de dibujar regularmente. En 2019 estaba casi ciego.
La muerte en septiembre de 2017 de Alicia Colombo, su compañera eterna, su representante y delegada general para el mundo, un año mayor que él, coincidió con su etapa de más acentuado declive físico; dejó Buenos Aires en noviembre de ese año y regresó a su Mendoza natal; siempre atendido por familiares cercanos y amigos.
Alicia y Quino no quisieron tener hijos. El gran genio del humor se mostraba muy pesimista al respecto: “Es una mala porquería traer a alguien aquí sin haberle preguntado”, declaró en 1990, después de treinta años de matrimonio. Y solía repetirlo. Cuando se le decía que al fin y al cabo a él no le había ido tan mal -como ya le advirtió su padre cuando se le apareció después de muerto-, Quino respondía: “No me ha ido mal, pero he tenido mala pata con la salud”.
Pese a los ruegos, súplicas y jugosas propuestas que recibió para resucitar a Mafalda, siempre se negó a hacerlo (salvo para alguna causa social: de Unicef, de la Liga para la Salud Mundial, para una campaña de prevención ante el coronavirus…, y para explicar la Ley Orgánica del Derecho a la Educación, la LODE, por encargo del Gobierno socialista español en 1986).
En otras muchas ocasiones, su creación fue utilizada rastreramente para ideas que él no compartía; por ejemplo, una campaña antiabortista en Argentina.
La muerte de Quino nos seguirá dejando algunas incógnitas. ¿Cómo se apellida Mafalda? No se sabe. Su papá en los dibujos no tenía ni nombre de pila. La madre sí: Raquel.
Quino murió al día siguiente de que Mafalda, su más famosa y aclamada publicación, cumpliera 56 años.
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Ha dejado de existir fisicamente el humorista gráfico más internacional y más traducido del idioma español; y quizás también el más entrañable: Joaquín Salvador Lavado, Quino. Había nacido el 17 de julio de 1932 en Mendoza (Argentina), y tenía por tanto 88 años. En esa misma ciudad residía ahora, atendido por sus sobrinos desde que se trasladó allí en noviembre de 2017 tras morir su esposa, Alicia Colombo. El nombre de Quino estará ligado para siempre al más famoso de sus personajes: Mafalda; la niña sabia y controversial.
Joaquín Salvador Lavado quiso enseguida volcarse a las historietas. Lo decidió de niño, con tres años, cuando un tío suyo, diseñador gráfico, por entretenerle a él y a sus hermanos empezó a hacerles dibujos. Quedó maravillado con todas las cosas que podían salir de un lápiz. Después estudiaría Bellas Artes en la universidad de Cuyo. No llegó a terminar, pero alcanzó a absorber los conceptos básicos del dibujo y de las proporciones.
Un trabajo inicial como dibujante publicitario le condujo a crear a Mafalda en 1962 gracias a unas lavadoras y unos frigoríficos. A Quino le encargaron una publicidad que consistía en elaborar tiras cómicas para los diarios en las que se mostrara en dibujos la vida de una familia que utilizaba los electrodomésticos Mansfield. Y de esa secuencia fonética surgió el nombre de Mafalda.
Los periódicos rechazaron aquella publicidad, porque se confundía con los contenidos propios, y los personajes ideados por Quino para el encargo se quedaron en la recámara. Sin embargo, los recuperó en 1964, ya sin propósito comercial, y así surgió en el periódico porteño Primera plana la tira de más éxito de la historia en lengua española, que después se publicaría en diarios de todo el mundo. Más tarde, los libros que recogían aquellas escenas venderían millones de ejemplares y serían traducidos al francés, al inglés, al japonés, al chino, a más de 30 idiomas.
Mafalda pasó también al cine, con un largometraje de dibujos animados hecho en Argentina, de 75 minutos, en el cual los personajes reproducían en lenguaje sonoro los escritos que su creador les había dado. Pero a Quino no le satisfizo, porque al salir del estreno oyó que algunos decían: “¡Pero ésa no es la voz de Mafalda!”. Así que la traspasó al cine mudo. Las siguientes experiencias, a cargo del gran Juan Padrón, especialista cubano en animación, ya no tuvieron diálogos. Eran chistes nuevos basados en las escenas mismas. De ese modo, Mafalda ofreció a los espectadores la voz que cada cual le hubiera imaginado. De aquella pandilla (Manolito, Susanita, Libertad, Guille…), Quino siempre tuvo su hijo predilecto en el ingenuo idealista Felipe, durante toda su vida.
En 1973, nueve años y 1.928 tiras después de su creación, Quino decidió que ya no dibujaría más a Mafalda, agotado por el propio personaje y por la tiranía de la entrega diaria al periódico. Y empezó entonces una creación más ambiciosa aún, con dibujos minuciosos, detallistas, igualmente brillantes, que mostraban a menudo la opresión de los poderosos y la mirada inteligente del pisoteado.
En una de ellas se ve a una señorona que ofrece café a sus invitados mientras una niña juguetea entre ellos. Y la anfitriona les aclara: “Es la nena de gente humilde de por aquí. Y nosotros le compramos la ropita y los juguetitos porque la queremos como si fuera de la familia”. La ropita que viste la niña es el uniforme de una sirvienta con cofia, y, a su alrededor se ven esos juguetitos, asimismo en el tamaño adecuado para su edad: una escoba, una plancha, un plumero y una fregona.
Sus libros se siguieron vendiendo por cientos de miles (por ejemplo, sus maravillosos Potentes, prepotentes e impotentes, Quinoterapia, Gente en su sitio, ¡Qué presente impresentable! o Yo no fui), pero compitiendo en la memoria colectiva con los de Mafalda y con los miles de llaveros, libretas, pegatinas, insignias y toallas que reproducen su imagen; y con el cariño que aquel personaje había desatado en millones de personas.
Durante la década de los noventa llegó a sufrir seis operaciones quirúrgicas en apenas 10 años. En 2006 dejó de dibujar regularmente. En 2019 estaba casi ciego.
La muerte en septiembre de 2017 de Alicia Colombo, su compañera eterna, su representante y delegada general para el mundo, un año mayor que él, coincidió con su etapa de más acentuado declive físico; dejó Buenos Aires en noviembre de ese año y regresó a su Mendoza natal; siempre atendido por familiares cercanos y amigos.
Alicia y Quino no quisieron tener hijos. El gran genio del humor se mostraba muy pesimista al respecto: “Es una mala porquería traer a alguien aquí sin haberle preguntado”, declaró en 1990, después de treinta años de matrimonio. Y solía repetirlo. Cuando se le decía que al fin y al cabo a él no le había ido tan mal -como ya le advirtió su padre cuando se le apareció después de muerto-, Quino respondía: “No me ha ido mal, pero he tenido mala pata con la salud”.
Pese a los ruegos, súplicas y jugosas propuestas que recibió para resucitar a Mafalda, siempre se negó a hacerlo (salvo para alguna causa social: de Unicef, de la Liga para la Salud Mundial, para una campaña de prevención ante el coronavirus…, y para explicar la Ley Orgánica del Derecho a la Educación, la LODE, por encargo del Gobierno socialista español en 1986).
En otras muchas ocasiones, su creación fue utilizada rastreramente para ideas que él no compartía; por ejemplo, una campaña antiabortista en Argentina.
La muerte de Quino nos seguirá dejando algunas incógnitas. ¿Cómo se apellida Mafalda? No se sabe. Su papá en los dibujos no tenía ni nombre de pila. La madre sí: Raquel.
Quino murió al día siguiente de que Mafalda, su más famosa y aclamada publicación, cumpliera 56 años.
PrisioneroEnArgentina.com
Setiembre 30, 2020