Las máximas de los partidos políticos

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Ambrose Bierce fue descrito una vez como “el hermano olvidado de Mark Twain”, tal vez porque se hizo eco de la opinión de Twain de que “la irreverencia es la campeona de la libertad y su única defensa segura”. Debido a su forma de expresarse, “las figuras públicas temblaron en miedo a su pluma satírica.”

Bierce es mejor recordado por The Devil’s Dictionary (El Diccionario del Diablo), una colección de definiciones satíricas que atacan a la sociedad. Dado que el comportamiento político no ha mejorado exactamente desde que lo escribió (primeramente publicado en Octubre de 1906),  vale la pena revisar lo que la “clásica biblia del cascarrabias” de Bierce tiene que decir sobre 

la forma de gobierno en la que todos obtiene lo que la mayoría merece“.

Sobre la política, Bierce la describe como “Una lucha de intereses disfrazada de lucha de principios. La conducción de los asuntos públicos para beneficio privado”.

Y sobre politicos, el escritor y periodista, mencionó que se trata de “Una anguila en el barro fundamental sobre el que se levanta la superestructura de la sociedad organizada. Cuando nos retorcemos, confunde la agitación de su cola con el temblor del edificio. Comparado con el estadista, sufre la desventaja de estar vivo”.

Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.

–La recompensa que yo más deseo –di­jo el primer político– es la gratitud de mis conciudadanos.

–Eso sería muy gratificante, sin duda –dijo el segundo político–, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.

Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:

–¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recom­pensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.

Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satis­fechos.

Ambrose Bierce

 


PrisioneroEnArgentina.com

Enero 2, 2024


 

No más presidentes

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fabian11 Por Fabian Kussman.

No es el anarquismo tradicional o en el concepto que imaginamos de violentas personas arrojando bombas al azar. Es una especie de medida a la manera de Howard Zinn, que habla de un mundo sin fronteras, sin ordenes, sin reglamentos sobre como deseamos gastar nuestra vida terrenal. Como no todos los seres humanos somos iguales, probablemente reinaría la ley del más fuerte. La ley del más capacitado para sobrevivir. La ley del mejor entrenado y equipado. Un mundo bajo de influencia de la ley de la selva, un funcionamiento social vacío de toda ley, conjeturando que se impondrá la opresión de los más fuertes, en analogía a la actividad del mundo animal. Habitualmente implica una valoración negativa de dicha “ley”, y una defensa de la existencia de la Ley y el Orden.

Hay que comprender que todos nos consideramos buenas personas -algunos lo somos, otros lo creemos, otros nos forzamos a creer- y luchamos (o no) para que la convivencia humana, a diferencia de la mera coexistencia animal, siga siendo posible estableciendo algún tipo de control sobre la acción del más fuerte. La convivencia humana es una lucha permanente para controlar al poderoso. Nunca se ha logrado.

Estamos de acuerdo con el poderoso cuando -por obra de los dioses- este reglamenta algo justo o una disposición que nos conviene. En contrapartida, en nuestra opinión, el poderoso debe renunciar. Debe irse. Ya no lo queremos. No lo necesitamos. Pero esto es la resultante de todas nuestras falencias. Este es el mundo actual y vivimos en estas junglas de cemento donde todo vale. En Argentina, el Kirchnerismo reflotó y llevó a su máxima expresión la proclama de “comer o ser engullido”. Estaremos de acuerdo que ese régimen devoró tanto como pudo y el nuevo gobierno del ingeniero Macri no ha podido torcer ese rumbo en favor de devolvernos a la legalidad. Cuando escuchamos al ministro Garavano admitir que los acusados de casos de lesa humanidad sufren prisiones preventivas más prolongadas de lo que la ley expresa -pero el escenario sigue igual-, nos damos cuenta que quienes están a punto de ser digeridos son los ciudadanos. La ley -en este y otros argumentos- es superada por los códigos del más intolerante. Escuchamos que el presidente Macri sostiene que necesitamos una Justicia más eficiente y más cercana, entonces arqueamos las cejas, expectantes. Luego, solo volvemos a la anormal normalidad al saber que solo habla del incidente Nisman o casos de inseguridad general, dejando de lado a los sub humanos ex uniformados, más conocidos como imputados de lesa. Si bien es cierto que el presidente no puede ejercer funciones judiciales, tampoco puede arrogarse el conocimiento de causas pendientes. Contradicciones de políticos, seguramente.

La opinión cuidadosamente seleccionada para no enfurecer a los más fuertes es la nueva técnica de regulación tácita estatal que pareciera garantizar que los actores omnipotentes seguirán doblegando a los caídos. Todos y cada uno de los gobiernos poseen la competencia constitucional de combatir a la delincuencia, sin detenerse a reconsiderar por el tipo de delito o el tamaño del mismo o la investidura del infractor. Igual deben perseguir al ladrón, al estafador, al asesino, al narcotraficante o al corrupto sin importarles la calidad y cantidad de las armas con que cuente, o la artera treta que utilice. No hacerlo u omitir hacer valer toda la fuerza de que disponen para lograr el cometido, manifiesta incumplir con la ley y una conducción que procede de esa manera atenta contra su propio pueblo, que lo seleccionó para que obrara fielmente respetando la Constitución; en conclusión, debe ser relevado o al menos, esperar una cuota de integridad de ese mandatario transgresor abandonando su posición. Pero, estoy hablando de políticos, claro. Contentar a todos es una utopía. Cumplir con la ley es -tal vez- parte de mi fantasía. Se puede solicitar al mandatario que otorgue el perdón o el indulto al condenado, pero nadie tiene derecho a pedirle que no persiga el delito por miedo a la reacción del poderoso. Es la misma ley de la jungla, con o sin una figura de autoridad. Si esto es igual con un presidente o sin un presidente, con la ley de la jungla o con reglas que no se siguen, ¿para qué necesitamos a un gobernante?

Cumplir con las leyes es diferente a cumplir con la palabra. El candidato presidencial vomita propuestas, mejoras, ideas. Luego, convertido en El Presidente, saca el manual de subterfugios y utiliza el juego de la manipulación excusándose con la inmensa deuda que el gobierno anterior les legó, impidiéndole producir con efectividad, como si hubiera vivido en otra galaxia hasta ese instante. Sin embargo, son tácticas comunes. No lo son evadir la responsabilidad de cumplir con la ley. En el caso de los Presos Políticos o Prisioneros ilegalmente arrestados en Argentina, observamos cómo se viola la Constitución: Nadie puede ser penado sin previo juicio. Tal vez, como ciudadanos deberemos recurrir al artículo 39 de la mencionada carta que claramente expresa que los ciudadanos tienen el derecho de iniciativa para presentar proyectos de ley en la Cámara de Diputados. La cuestión -sin dudas- es presentar una ley para que se respete la Constitución Nacional.

En mi adolescencia y cuando el sol se apagaba para el gobierno de facto, era corriente encontrar grupos en cada esquina de Buenos Aires opinando de política. Una cincuentona llamó mi atención entonces con una frase que aún retumba en mis oídos: “Hasta este momento tenemos que mantener a los militares. Ahora vamos a tener que mantener a los políticos…”

No hay opciones en nuestra sociedad. Y nunca las hubo. Ambrose Bierce definió al político como una Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo. Yo considero que es un individuo que no logró nada por las buenas en el campo privado y ve la oportunidad de vivir del Estado, reinventándose sin el menor escrúpulo.