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 Por JORGE BERNABE LOBO ARAGON·

Hoy más que nunca, se está tratando permanentemente de plantearse la alternativa entre el orden y la transgresión. Lo natural, a través de los siglos, hubiera sido pronunciarse a favor del orden, que es lo correcto, lo bien concertado, la regla adecuada a la razón. Pero resulta que el orden está muy desvalorado en el mundo actual, se lo desprecia, resulta aburrido y falto de originalidad, de empuje, de vitalidad. En todo; en la música, en la vestimenta, en los modos sociales, en el lenguaje. La mayor parte de los que fijan normas y rumbos a la sociedad – políticos, deportistas, artistas consagrados, espectáculos multitudinarios, best sellers, (ejemplos del primer mundo), se inclinan decididamente por la transgresión.

¿Cómo no ha de resultar natural, entonces, que se prefiera el reemplazo del matrimonio? Pero el matrimonio está ligado a las religiones. Implica un proyecto, una tarea a realizar en el futuro, un compromiso con aceptación de deberes y de consecuencias, la responsabilidad de emprender un programa, conforme a la naturaleza, que se concreta en la constitución de una familia. Incluye, por supuesto, el concúbito, las relaciones sexuales que afirman el amor y originan la prole. Una de las características generales de la sociedad actual, del nuevo orden, es el rechazo de las responsabilidades, de los deberes, de todo lo que no sea causa de un gozo inmediato. Por eso la sociedad ha cambiado sus normas, adecuándolas a las nuevas apetencias. Ni pensar en Virginidad, pureza, castidad, que son pronósticos de fidelidad, constancia, lealtad, devoción. Para nada. La nueva sociedad quiere experiencia sexual, adiestramiento en la satisfacción de los placeres, desarrollo de la líbido, entrenamiento en lo hedonístico. ¿Fidelidad? ¿Para qué la fidelidad del otro si no se está dispuesto a mantener la propia? ¿Constancia? ¡No! ¡Que la pasión estalle como un fuego de artificio y dure lo que dura el apetito carnal! ¿Lealtad? ¿Y cómo se va a valorar la lealtad si se ha preferido una experiencia en tálamos ajenos? ¿Dejar en libertad al matrimonio para quiénes lo prefieran y “uniones convivenciales”para los otros? No, dice la moderna sociedad.

El ofrecimiento de matrimonio haría que se inclinen por él los deseosos de la seguridad que representa la permanencia, y mostraría como respetables a quienes asumen un compromiso de por vida. Para eliminar desigualdades, para nivelar por lo bajo, se ha prohibido el matrimonio civil. Sigue llamándosele matrimonio, pero la ley ha dispuesto que no pueda realizarse con una promesa de permanencia; que todos se igualen en que ha de durar mientras buenamente se les dé la gana -o les dure el placer- es decir, que todos han de ser uniones convivenciales con sólo el nombre de matrimonio. Por la legislación la nueva sociedad transgresora se empeña en buscar el modo de borrar toda diferencia y que la nueva vida en común sea tan legal, tan bien visto, tan respetable, como el matrimonio. Que entre matrimonio y la unión convivencial no haya diferencias, que el matrimonio con las antiguas características del matrimonio religioso no tenga posibilidad de existir. ¿Por qué nos hemos de extrañar, entonces, que los jóvenes miren con indiferencia a ese matrimonio que la sociedad ha degradado y ridiculizado? El matrimonio era sacramento, era sagrado, era bendito, era una institución querida por Dios y que se proponía cumplir los planes de la Providencia. Era un asunto religioso. Hoy no existe ese compromiso sagrado. Es lo que el nuevo orden percibe como normal y lógico pues desecha el vínculo religioso como parámetro comparativo. Habiéndose apartado la sociedad de la religión que ha quedado relegada a la vida más íntima, como si se tratara de algo vergonzoso, resulta lógico que las nuevas generaciones , que en general no tienen ni noticias de la religión, prefieran la unión convivencial que ofrece satisfacciones, al matrimonio que presenta un compromiso. En el siglo pasado, cuando nuestros presidentes masones lograron la separación de la Iglesia y del Estado, y tomaron el santo nombre del matrimonio para adjudicárselo a una relación civil, profana, ya se pensó que se llegaría a esto: a una sociedad que rechaza, que repele, que desprecia lo sagrado. Es curioso que la sociedad, de algún modo misterioso, aún conserve en el subconsciente algunos comportamientos antiguos. Por ejemplo: las parejas no fornican en la calle, a la vista del público; por lo menos en esta ciudad de Tucumán. ¿Por qué? ¿Hoy se llenan la boca con la palabra amor, con el matrimonio igualitario pretendiendo enlodazar a lo que, sí fue verdaderamente excelso? Antes se enseñaban los mandamientos que Dios les dio a los hombres. El sexto, no fornicar.

Ahora ni se lo quiere nombrar. El matrimonio es la nobilísima función propia de las madres, el ámbito en el que las madres desarrollan la más alta tarea que puede desempeñar una mujer. Por eso fue muy bien visto durante los siglos pasados. Hoy en este nuevo orden la cámara de diputados aprobó el aborto y la muerte del indefenso, del desprotegido, negándole dignidad al niño concebido. En este nuevo orden un hijo abortado no puede ni despedirse de su madre. Niños que siguen muriendo en silencio. Niños abortados que son vidas cobradas por nuestro quebranto como entorno, sociedad y Estado. Vida a imagen y semejanza de Dios que exige reverencia y afirmación. Esto es el nuevo orden que se quiere arraigar. Que Tata Dios se apiade de nuestra Patria.

 


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Junio 26, 2018