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 Por JORGE BERNABE LOBO ARAGON.

Hoy me levanté, sintiendo una sensación especial. Mi yo físico me decía que seguramente tendría un nuevo viaje astral o desdoblamiento. A los pocos minutos mi ser se estremeció lanzándome a un nuevo viaje interdimensional. Me desperté en la Madre Patria. La España de mis ancestros. Exactamente en Sevilla en donde “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero”. Ahí mismo en donde ojala Dios decida que muera y que Él abra mi tumba el último día. Allí pude conocer a dos hermanos. Ambos casi de la misma edad. Al abrir los ojos me parecía reconocerlos de toda una vida, seguramente a través de la poesía que mis tíos y madre decían con excelsa melodía. Conocí en mi primer revoloteo a Antonio quien me contó que nació un 29 de agosto de 1874 y casi al mismo tiempo apareció Manuel quien sonriendo me dice que él es el benjamín por nacer once meses después. Eran mis conocidos de toda una vida por escuchar y aprender sus poesías. Antonio y Manuel Machado presente en mí sueño racional. No lo puedo creer. Me encuentro en la Sevilla, donde vivía la familia que después se trasladó a Madrid. Esa luz de Sevilla que quedará reducida para Antonio en el palacio donde nació con su rumor de fuente y su padre en el despacho. La alta frente, la breve mosca y el bigote lacio. Es que lo atrapa el paisaje adusto de las duras tierras castellanas. Madrid, Madrid, ¡Qué bien tu nombre suena. Rompeolas de todas las Españas ¡La tierra se desgarra, el cielo truena. Tú sonríes con el plomo en las entrañas. Antonio, una cumbre de la poesía española, me sonríe con un guiño de ojo como subestimando su estirpe proclamando jocosamente que alcanzó popularidad gracias a las canciones de Serrat. A Manuel en cambio el luminoso ambiente andaluz le pintará con vívidos colores sus recuerdos para toda la vida. Es Manuel, el que con gallardía le canta a la bravura de los toros y a la gloria del torero, a la guitarra y al “cante jondo”, y ha inspirado a muchísimos poetas populares. Es él en persona quien me dice que le gusta el anonimato y que prefiere quedar tapado por el olvido. Y con sus palabras entiendo porque los biógrafos siempre comenzarán recordando: “…hermano de Antonio. Es que Manuel, de joven, va a París y se empapa en sus novedades artísticas. Vuelve en 1900 y en diez años escribe la mayor parte de sus poesías. Lo toma el desaliento. Entra a la administración pública y se desempeña como bibliotecario de las universidades de Santiago primero, de Madrid después, y luego de la biblioteca nacional y en el museo municipal. Se reduce a colaboraciones en los periódicos y algunas críticas literarias. Más tarde con la misma afabilidad y sinceridad me comenta haber sido galardonado con un asiento en la Real Academia de la Lengua. En su relato me viene a la memoria mi encuentro con Jorge Luis Borges quien casi en secreto y a su modo me confiesa que le gustaba más las obras de Manuel que Antonio, lo que también es un galardón. En cambio también recuerdo que a Antonio lo define Rubén Darío como “hombre de buena fe”. Y él mismo después se pinta – “a mi trabajo acudo”- como un ciudadano diligente. Ya en confianza Manuel me revela su afición a la holganza -“mi voluntad se ha muerto una noche de luna / en que era muy hermoso no pensar, ni querer”. ~”Que la vida se tome la pena de matarme / ya que yo no me tomo la pena de vivir”- . Es que en lugar de ahondar en filosofías se siente atraído por el pintoresquismo popular, y por componer alguna de esas coplas cuya mayor gloria será dar vueltas de boca en boca hasta convertirse en anónima. Me confirman emulando al Gaucho Martin Fierro que entre 1926 y 29 trabajan juntos en teatro poético. Manuel me enumera con enorme humildad a excelsas obras como “Julianillo Valcárcel”, “Las adelfas”, “La Lola se va los puertos”, “Juan de Mañara” y “La duquesa de Benamejí”. Me habla de su hermano Antonio destacando y resaltando la sencillez y sobriedad de su poesía. Con hidalguía y amor de hermano en su bajo perfil exalta las sinceras reflexiones de Antonio que lo humanizaron y lo acercaron al pueblo convirtiéndolo el emblemático poeta defensor del alcance popular de la poesía. Cuando me doy vuelta Antonio desaparece y solamente escucho su voz diciéndome: Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino. Y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar. De nuevo como en la mayor parte de mis relatos siento que un hilo brillante invisible como el cordón rojo del destino me distancia de mis amigos casi gemelos. Un hilo rojo al que no puedo imponer mis caprichos ni tampoco romper ni deshilachar. Un hilo rojo directo a mi corazón me lleva nuevamente a mi cuerpo físico. Hilo como un aurea encendida, que me conecta en mis éxtasis a los más profundos misterios, que simbolizan el antes y el después. Como si fueran mis almas gemelas, grito sin poder despertar. ¿Cómo se hace para escribir poesía entre dos? No tengo la menor idea. Pero me lo imagino a Manuel caminando por la pieza mientras lanza imágenes quiméricas, y a Antonio, paciente, lápiz en mano, poniéndole orden, juicio y poesía a la maraña de fantasías que ha invadido la habitación. Y siento la voz de mi madre que me murmura al oído. Adiós me dijiste, una tarde plácida, escuchando el lánguido suspirar del agua. Adiós para siempre repetiste impávida siguiendo el camino sin volver la cara. Dispersa y atónita quedó mi mirada viendo como un todo “se convierte en “nada”. Gracias poetas. Dulce viaje, algún día cuando regresen nos volveremos a encontrar.

 


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Julio 26, 2017