El filósofo Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, en una situación sin salida como Él aquel día. No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos hacer algo por el Jesús que agoniza hoy. Oímos a diario tragedias que se consuman, a veces en nuestro propio vecindario, en la puerta de enfrente, sin que nadie se percate de nada. ¡Cuántos huertos de los olivos, cuántos Getsemaní en el corazón de nuestras ciudades! No dejemos solos a los que están dentro. Hay dos formas de ateísmo. El ateísmo activo, o voluntario, de quien rechaza a Dios, y el ateísmo pasivo, o padecido, de quien es rechazado (o se siente rechazado) por Dios. En uno y en otro existen los «sin Dios». El primero es un ateísmo de culpa, el segundo un ateísmo de pena y de expiación. A esta última categoría pertenece el «ateísmo» de la Madre Teresa de Calcuta, de quien tanto se ha hablado con ocasión de la publicación de sus escritos personales. En nuestra sociedad cuántos son los que expían anticipadamente todo el ateísmo que existe en el mundo. No sólo el de los ateos declarados, sino también el de los ateos prácticos, aquellos que viven «como si Dios no existiera», relegándole al último lugar en la propia vida. «Nuestro» ateísmo, porque, en este sentido, todos somos -quien más, quien menos– ateos, «indiferentes» de Dios. Dios es también hoy un «marginado», marginado de la vida de la mayoría de los hombres. Igualmente aquí hay que decir: «Jesús está en la cruz hasta el fin del mundo». Lo está en todos los inocentes que sufren ante esta excepcional situación, presente en el mundo, por el coronavirus. Está clavado a la cruz en los enfermos graves. Los clavos que le sostienen de la cruz son las injusticias que se cometen con los pobres… En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó iracundo a un creyente que tenía al lado: «¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió–. Está ahí, en lhorca». En todas las «exposiciones de la cruz» sobresale la figura del propietario del sepulcro en el cual fue depositado el cuerpo de Jesús. Representan a cuantos también hoy desafían el régimen o la opinión pública para acercarse a los condenados, a los excluidos, a los enfermos de Sida, y se empeñan en ayudar a alguno de ellos a descender de la cruz. Para alguno de estos «crucificados» de hoy, bien podría ser uno de nosotros el “dueño” del sepulcro designado y esperado. Si hacemos una lectura cuidadosa de esto último, encontramos elementos muy interesantes de lo que los especialistas en Ciencias Sociales llaman la “Psicología de las masas”: Los seres humanos somos volubles, pasamos bruscamente del amor al odio. Esta inestabilidad se hace mucho más fuerte cuando los individuos entramos a formar parte de una multitud; allí nos masificamos, renunciamos a nuestra autonomía, nos dejamos manipular. ¿Cuantos de nosotros alguna vez hemos sido víctima humor cambiante delas multitudes? Las multitudes que acogieron con sus cantos y gritos a algún gobernante, hubo otro colectivo que observó con preocupación este fenómeno político. Se trata del colectivo de los enemigos de la paz social, quienes buscan el desorden pues la paz se había en algo que estorbaba a sus planes. Un día podremos reconocer a alguien, acogerlo como si fuera una estrella pop: las multitudes se agolparán, gritarán, se atropellarán; seguramente habría algunas personas desmayadas durante una buena oratoria a las multitudes. Pero, con dolor constatamos que muchos de los que lo habían proclamado a esa persona como líder, gritaron como dementes: “¡Que se vaya, que se vaya!” Cada cosa tiene su tiempo en la vida. Hoy es tiempo de encuentro con nosotros mismos, con nuestra familia y con ese Dios que tanto nos ama. La “rumba” tiene otro momento. Que este inicio de una “particular” Semana Santa sea ocasión para prepararnos para la celebración de los grandes misterios de la resurrección de Cristo.
Desde la ciudad de Campana, Buenos Aires, envío un abrazo y mi deseo
que Dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas; y derrame
sobre ti Salud, Paz, Amor y mucha Prosperidad.
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El filósofo Pascal dijo: «Cristo está en agonía, en el huerto de los olivos, hasta el fin del mundo. No hay que dejarle solo en todo este tiempo». Agoniza allí donde haya un ser humano que lucha con la tristeza, el pavor, la angustia, en una situación sin salida como Él aquel día. No podemos hacer nada por el Jesús agonizante de entonces, pero podemos hacer algo por el Jesús que agoniza hoy. Oímos a diario tragedias que se consuman, a veces en nuestro propio vecindario, en la puerta de enfrente, sin que nadie se percate de nada. ¡Cuántos huertos de los olivos, cuántos Getsemaní en el corazón de nuestras ciudades! No dejemos solos a los que están dentro. Hay dos formas de ateísmo. El ateísmo activo, o voluntario, de quien rechaza a Dios, y el ateísmo pasivo, o padecido, de quien es rechazado (o se siente rechazado) por Dios. En uno y en otro existen los «sin Dios». El primero es un ateísmo de culpa, el segundo un ateísmo de pena y de expiación. A esta última categoría pertenece el «ateísmo» de la Madre Teresa de Calcuta, de quien tanto se ha hablado con ocasión de la publicación de sus escritos personales. En nuestra sociedad cuántos son los que expían anticipadamente todo el ateísmo que existe en el mundo. No sólo el de los ateos declarados, sino también el de los ateos prácticos, aquellos que viven «como si Dios no existiera», relegándole al último lugar en la propia vida. «Nuestro» ateísmo, porque, en este sentido, todos somos -quien más, quien menos– ateos, «indiferentes» de Dios. Dios es también hoy un «marginado», marginado de la vida de la mayoría de los hombres. Igualmente aquí hay que decir: «Jesús está en la cruz hasta el fin del mundo». Lo está en todos los inocentes que sufren ante esta excepcional situación, presente en el mundo, por el coronavirus. Está clavado a la cruz en los enfermos graves. Los clavos que le sostienen de la cruz son las injusticias que se cometen con los pobres… En un campo de concentración nazi se colgó a un hombre. Alguien, señalando a la víctima, preguntó iracundo a un creyente que tenía al lado: «¿Dónde está ahora tu Dios?». «¿No lo ves? -le respondió–. Está ahí, en lhorca». En todas las «exposiciones de la cruz» sobresale la figura del propietario del sepulcro en el cual fue depositado el cuerpo de Jesús.
Representan a cuantos también hoy desafían el régimen o la opinión pública para acercarse a los condenados, a los excluidos, a los enfermos de Sida, y se empeñan en ayudar a alguno de ellos a descender de la cruz. Para alguno de estos «crucificados» de hoy, bien podría ser uno de nosotros el “dueño” del sepulcro designado y esperado. Si hacemos una lectura cuidadosa de esto último, encontramos elementos muy interesantes de lo que los especialistas en Ciencias Sociales llaman la “Psicología de las masas”:
Los seres humanos somos volubles, pasamos bruscamente del amor al odio. Esta inestabilidad se hace mucho más fuerte cuando los individuos entramos a formar parte de una multitud; allí nos masificamos, renunciamos a nuestra autonomía, nos dejamos manipular. ¿Cuantos de nosotros alguna vez hemos sido víctima humor cambiante delas multitudes? Las multitudes que acogieron con sus cantos y gritos a algún gobernante, hubo otro colectivo que observó con preocupación este fenómeno político. Se trata del colectivo de los enemigos de la paz social, quienes buscan el desorden pues la paz se había en algo que estorbaba a sus planes. Un día podremos reconocer a alguien, acogerlo como si fuera una estrella pop: las multitudes se agolparán, gritarán, se atropellarán; seguramente habría algunas personas desmayadas durante una buena oratoria a las multitudes. Pero, con dolor constatamos que muchos de los que lo habían proclamado a esa persona como líder, gritaron como dementes: “¡Que se vaya, que se vaya!” Cada cosa tiene su tiempo en la vida. Hoy es tiempo de encuentro con nosotros mismos, con nuestra familia y con ese Dios que tanto nos ama. La “rumba” tiene otro momento. Que este inicio de una “particular” Semana Santa sea ocasión para prepararnos para la celebración de los grandes misterios de la resurrección de Cristo.
Desde la ciudad de Campana, Buenos Aires, envío un abrazo y mi deseo
que Dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas; y derrame
sobre ti Salud, Paz, Amor y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio
** Valerius **
PrisioneroEnArgentina.com
Abril 4, 2020