La desesperación cotidiana de padres que esforzándose por encima de sus posibilidades tratan de sacar a los hijos de las drogas, es la contracara de la liviandad con que muchos referentes sociales instan al reviente. Agravado ello por la permisividad de políticos que, imbéciles y/o perversos, haciendo buenismo con los adictos terminan poniendo puertas que se cierran en las caras de esos padres cuando ruegan por ayuda.
Luego están los drogones célebres, mascarones de proa para los publicistas del narco: “Vean, las drogas no matan, son parte del éxito: ellos se drogan hace años, décadas, y siguen vivos, algunos en la cresta de la ola”. Y así como las luces de una heladera comercial pueden hacer pasar por fresca mercadería verde o podrida, los reflectores mediáticos disimulan personalidades dañadas en la inercia de talentos evaporados y neuronas masacradas.
El show debe seguir, y sigue. Omitiendo, claro, que más allá de la puesta en escena la vida no transcurre con música de fondo sino en la cruda calle; donde se consume el adicto que no es negocio más allá de su consumo. Allí el que cae casi nunca se levanta, por mucho que rueden y supliquen las lágrimas de quienes le aman.
Ciertamente la apología del narco tiene alcance global, pero no todas las sociedades son igual de vulnerables. Lo que da fortaleza frente a ese ataque, sostenido por recursos materiales casi tan ilimitados como la falta de escrúpulos con que se obtienen, es la integridad de los escudos culturales. Sin ser idílica, toda sociedad de libres bien organizada es consciente de su propia identidad, tiene estructurada su autoridad sobre definidos valores y se proyecta en forma coherente: los padres en el hogar, los maestros en las aulas, los policías en las calles; la bandera y la ley en todos lados respaldando al individuo.
Si Clint Eastwood, harto de la corrección política, señaló que “vivimos en una generación de niñatas”, los argentinos bien podríamos empezar a darnos cuenta que hemos desestimado el sabio recurso del cachetazo correctivo, ese que evita lágrimas tardías. Llegamos a eso por la torpeza propia de atarnos las manos. Al pasarnos de buenos nos tomaron de boludos, dicho así porque no es casual que la expresión boludo domine el vocabulario hasta haberse convertido en descripción y sinónimo de argentino. La sana autocrítica con que fuimos capaces de horrorizarnos por nuestra propia violencia durante los años de plomo, se transformó en estupidez masiva al olvidar que fue la respuesta al ataque de un enemigo artero: Cuba, la tiranía que pretendió por el terror de sus esbirros eliminar nuestras libertades para siempre.
Y ese mismo enemigo tuvo la habilidad de continuar la agresión en el plano cultural, explotando contradicciones, creando confusión donde no la había, e inyectando sin pausa ni prisa el veneno más nocivo para el desarrollo de cualquier persona y también de las naciones: la culpa de existir. Quien siente culpa por existir tiende a la autodestrucción.
El kirchnerismo, que es la expresión política del terrorismo castrista, construyó su poder sobre la mentira de los 30.000 desaparecidos y la consiguiente culpa ficticia. Esa fábula, elevada a verdad dogmática mediante el uso faccioso de los recursos del Estado para el adoctrinamiento y el control social, dio origen al relato de la Argentina genocida. Según ese proceso de desmemoria y falseamiento histórico la Nación Argentina es un ente malvado y opresor, edificado sobre la sangre y el despojo de inocentes lo que justifica hacer política para robarle, debilitarla y finalmente destruirla. Si la Patria es abyecta, todo lo que contiene y la sostiene también lo es. De ahí que no se respete la familia, ni el conocimiento, ni las instituciones republicanas; y desde luego tampoco -y principalmente- al individuo.
Cualquier sociedad que se mantiene dominada por la mentira normaliza la alienación, carcomiendo su capacidad de funcionar racionalmente. Los intereses del narco, de la corrupta casta política y de la izquierda castrista coinciden en beneficiarse de esa Argentina alienada, empeñada en evadir su realidad como cualquier drogadicto. Así, siendo necesario el ajuste estructural y reforma funcional del Estado ni siquiera se contempla la posibilidad de abrir esa discusión. De eso no habla la casta política que, asfixiando a los contribuyentes, mantiene viciada la representatividad política y reúne el 90% de los votos a través de partidos que no conocen de elecciones internas.
TERRITORIO RIDICULO Mientras tanto, la Universidad Nacional del Tierra del Fuego le pone el nombre de Santiago Maldonado al aula magna porque su rector, Juan José Castelucci, contra toda la realidad acreditada, opina que el ahogado simpatizante del secesionismo mapuche murió víctima de una desaparición forzada. Si recordamos que en Chaco dieron igual nombre a un natatorio, tendremos clara comprensión de estar siendo un territorio ridículo de norte a sur. La persistencia del delirio morboso prueba que el relato orwelliano es esencial en la cultura subvertida por el kirchnerismo. Y como el macrismo no tuvo el coraje de dar la batalla cultural para contrarrestarlo, es previsible que esto se agrave en cuestión de días con Alberto Fernández como restaurador del régimen.
En el 2003, Néstor Kirchner permitió al dictador Fidel Castro, comandante en jefe de Montoneros y ERP, dar un discurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue una ofensa a la sangre derramada por la libertad de los argentinos. En 2019 no hace falta que los Fernández traigan a Nicolás Maduro, ni a ningún otro de sus admirados monigotes, basta con ellos mismos y su deshonestidad para saber que son enemigos de la República y la alienación es su método.
Permaneciendo en la hipocresía de la alienación, funcional a todos los enemigos de la Nación Argentina, es imposible alcanzar y sostener el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional: 2 + 2 = 4.
*El señor Ariel Corbat es Periodista. Posee dos blogs: plumaderecha.blogspot.com y unliberalquenohabladeeconomia.blogspot.
.
Por ARIEL CORBAT
La desesperación cotidiana de padres que esforzándose por encima de sus posibilidades tratan de sacar a los hijos de las drogas, es la contracara de la liviandad con que muchos referentes sociales instan al reviente. Agravado ello por la permisividad de políticos que, imbéciles y/o perversos, haciendo buenismo con los adictos terminan poniendo puertas que se cierran en las caras de esos padres cuando ruegan por ayuda.
Luego están los drogones célebres, mascarones de proa para los publicistas del narco: “Vean, las drogas no matan, son parte del éxito: ellos se drogan hace años, décadas, y siguen vivos, algunos en la cresta de la ola”. Y así como las luces de una heladera comercial pueden hacer pasar por fresca mercadería verde o podrida, los reflectores mediáticos disimulan personalidades dañadas en la inercia de talentos evaporados y neuronas masacradas.
El show debe seguir, y sigue. Omitiendo, claro, que más allá de la puesta en escena la vida no transcurre con música de fondo sino en la cruda calle; donde se consume el adicto que no es negocio más allá de su consumo. Allí el que cae casi nunca se levanta, por mucho que rueden y supliquen las lágrimas de quienes le aman.
Ciertamente la apología del narco tiene alcance global, pero no todas las sociedades son igual de vulnerables. Lo que da fortaleza frente a ese ataque, sostenido por recursos materiales casi tan ilimitados como la falta de escrúpulos con que se obtienen, es la integridad de los escudos culturales. Sin ser idílica, toda sociedad de libres bien organizada es consciente de su propia identidad, tiene estructurada su autoridad sobre definidos valores y se proyecta en forma coherente: los padres en el hogar, los maestros en las aulas, los policías en las calles; la bandera y la ley en todos lados respaldando al individuo.
Si Clint Eastwood, harto de la corrección política, señaló que “vivimos en una generación de niñatas”, los argentinos bien podríamos empezar a darnos cuenta que hemos desestimado el sabio recurso del cachetazo correctivo, ese que evita lágrimas tardías.
Llegamos a eso por la torpeza propia de atarnos las manos. Al pasarnos de buenos nos tomaron de boludos, dicho así porque no es casual que la expresión boludo domine el vocabulario hasta haberse convertido en descripción y sinónimo de argentino. La sana autocrítica con que fuimos capaces de horrorizarnos por nuestra propia violencia durante los años de plomo, se transformó en estupidez masiva al olvidar que fue la respuesta al ataque de un enemigo artero: Cuba, la tiranía que pretendió por el terror de sus esbirros eliminar nuestras libertades para siempre.
Y ese mismo enemigo tuvo la habilidad de continuar la agresión en el plano cultural, explotando contradicciones, creando confusión donde no la había, e inyectando sin pausa ni prisa el veneno más nocivo para el desarrollo de cualquier persona y también de las naciones: la culpa de existir. Quien siente culpa por existir tiende a la autodestrucción.
El kirchnerismo, que es la expresión política del terrorismo castrista, construyó su poder sobre la mentira de los 30.000 desaparecidos y la consiguiente culpa ficticia. Esa fábula, elevada a verdad dogmática mediante el uso faccioso de los recursos del Estado para el adoctrinamiento y el control social, dio origen al relato de la Argentina genocida. Según ese proceso de desmemoria y falseamiento histórico la Nación Argentina es un ente malvado y opresor, edificado sobre la sangre y el despojo de inocentes lo que justifica hacer política para robarle, debilitarla y finalmente destruirla. Si la Patria es abyecta, todo lo que contiene y la sostiene también lo es. De ahí que no se respete la familia, ni el conocimiento, ni las instituciones republicanas; y desde luego tampoco -y principalmente- al individuo.
Cualquier sociedad que se mantiene dominada por la mentira normaliza la alienación, carcomiendo su capacidad de funcionar racionalmente. Los intereses del narco, de la corrupta casta política y de la izquierda castrista coinciden en beneficiarse de esa Argentina alienada, empeñada en evadir su realidad como cualquier drogadicto. Así, siendo necesario el ajuste estructural y reforma funcional del Estado ni siquiera se contempla la posibilidad de abrir esa discusión. De eso no habla la casta política que, asfixiando a los contribuyentes, mantiene viciada la representatividad política y reúne el 90% de los votos a través de partidos que no conocen de elecciones internas.
TERRITORIO RIDICULO
Mientras tanto, la Universidad Nacional del Tierra del Fuego le pone el nombre de Santiago Maldonado al aula magna porque su rector, Juan José Castelucci, contra toda la realidad acreditada, opina que el ahogado simpatizante del secesionismo mapuche murió víctima de una desaparición forzada. Si recordamos que en Chaco dieron igual nombre a un natatorio, tendremos clara comprensión de estar siendo un territorio ridículo de norte a sur. La persistencia del delirio morboso prueba que el relato orwelliano es esencial en la cultura subvertida por el kirchnerismo. Y como el macrismo no tuvo el coraje de dar la batalla cultural para contrarrestarlo, es previsible que esto se agrave en cuestión de días con Alberto Fernández como restaurador del régimen.
En el 2003, Néstor Kirchner permitió al dictador Fidel Castro, comandante en jefe de Montoneros y ERP, dar un discurso en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue una ofensa a la sangre derramada por la libertad de los argentinos. En 2019 no hace falta que los Fernández traigan a Nicolás Maduro, ni a ningún otro de sus admirados monigotes, basta con ellos mismos y su deshonestidad para saber que son enemigos de la República y la alienación es su método.
Permaneciendo en la hipocresía de la alienación, funcional a todos los enemigos de la Nación Argentina, es imposible alcanzar y sostener el estilo de vida propiciado por la Constitución Nacional: 2 + 2 = 4.
*El señor Ariel Corbat es Periodista. Posee dos blogs: plumaderecha.blogspot.com y unliberalquenohabladeeconomia.blogspot.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 27, 2019