Nuestro país sigue a las andadas. Persiste en ser “viva” y en subsistir dividida. Viveza y desunión, dos perversidades que han enfermado nuestra alma y empobrecido materialmente a prácticamente todos.
“Vivos”, pero desfallecientes, atrapados en el pesimismo e incertidumbre sobre nuestro porvenir.
La viveza es la que caracteriza a los dirigentes en general y no sólo políticos. Es ser ventajero, oportunista, acomodaticio, clandestino, sistemáticamente peleado con la ley y las reglas. Sin valores, la viveza está en las antípodas del compromiso, responsabilidad, solidaridad, patriotismo, mérito, esfuerzo, laboriosidad. Por eso la mitad de la Argentina ha sido deslizada al peor escenario, sobrevivir sin trabajar ni estudiar, cada vez más excluida y vulnerable. Media Argentina manipulable. Agravado porque esa mitad es más fértil que la otra y ello permite pronosticar que se acrecentará numéricamente. La “viveza” también ha naturalizado la impunidad. Para ese sector – que transversaliza a la dirigencia que en la práctica la representa – la corrupción es sólo una maquinación político-judicial y en última instancia no es punible “porque todos son corruptos”. Se incorpora la corrupción como un elemento de nuestro ser ¡Una perversidad que debería dejarnos perplejos!
La “viveza” nos ha hecho descender a las sombras del quinto subsuelo – por no decir infierno. Lo que pasó en el barrio porteño de Floresta el miércoles 21 de noviembre, es literalmente patético, único en todo el planeta: patrulleros retrocediendo – en notoria fuga – ante hordas que apedreaban y lanzaban objetos contra los móviles, con un saldo de más de una decena de agentes heridos. Es evidente que se le ha venido quitando autoridad a la policía invocando un ideologismo garantista exacerbado y a horcajadas de una corrupción que nefandamente también penetró en la institución. Así, para evitar el “gatillo fácil” se desarmó de autoridad a la institución y se dio impulso a la pena de muerte de facto instaurada por la delincuencia, dejándole el control de la calle. Ora barras, en otra ocasión bandas y hasta dúos aislados, todos asolando a millones de argentinos atribulados por el crimen que se ha entronizado en el país. Que nos impide ser libres.
Delincuencia común y de “guante blanco” van de la mano. Se retroalimentan, se nutren mutuamente. Si roban “arriba”, se roba “abajo”. El mal ejemplo es corrosivo. Destructor por antonomasia de la virtud social. Sin paradigmas vamos cual errabundos.
La desunión es histórica, salvo intervalos lúcidos de paz y administración, signó nuestra vida nacional. Argentina, país de la plata anduvo con el viento a favor de las facilidades de su tierra y clima, pero inconcebible, desopilantemente autogeneró una atmósfera hostil con sus luchas, guerras, divisiones, traiciones y bajezas. No sé de qué se trata, pero me opongo es un modo de ser peculiar. Tendencia al oposicionismo, reacios al constructivismo.
Somos adalides en buscar y encontrar causas para fragmentarnos, para crear abismos. Repelemos la misma idea del “puente”, del encuentro. Al pacto lo estigmatizamos como contubernio. El acuerdo siempre encierra la suspicacia de la venalidad.
En estos meses nos mandamos uno de los peores disparates: dividirnos entre celestes y verdes. Los celestes son todo verde esperanza, pues ¿qué otra cosa es ¿una nueva vida? ¿Una vida por nacer? Millones de argentinos se embargan de emoción inenarrable ante el niño que viene. Lo esperan con amor. Sin embargo, unos ideólogos tipo secta han tomado el género como trofeo bélico y quieren trasmutar arbitrariamente nuestra cultura. Como se desplomó la ideología del socialismo utópico – excusas para la utopía y su venerable optimismo implícito – del igualitarismo hacia abajo, de la mediocridad, de la vida dirigida únicamente por la política pública. Truncando la libertad e iniciativa de la gente del llano, del ateísmo militante que ubica a la religión como enemiga del progreso – un anacronismo aberrante -, hallaron la ideología de género como factor de agitación. Mientras miles de compatriotas en el gran Chaco – en Salta, Formosa, Chaco propiamente y Santiago del Estero – no tienen una gota de agua corriente, un inodoro, una semilla, una pizca de dignidad, en los centros urbanos combaten por ampliación de derechos. Los derechos de muchos argentinos se limitan, pero un activismo militante lucha porque no haya ni una menos. Plausible, pero debe ser una puja completa. Deben adoptar ni una vida menos, la defensa de las dos vidas, incluyendo a los más indefensos e inocentes, los niños por nacer.
¡Claro que necesitamos educación y responsabilidad en materia sexual! No queremos el embarazo de las adolescentes. Pero la solución es más familia, más Estado obrando eficazmente, más maestros, más horizonte para los jóvenes. El aborto no puede admitirse desde la Fe y tampoco desde la ética ¿Cómo aceptar que sea adoptado como método anticonceptivo?
Es hora de poner una alta dosis de normalidad en el país. Que impere la ley, que rija el sistema institucional, que el tejido social se arquitecture en torno de su célula básica que es la familia. Que se re entronicen, por la vía de la educación, los valores. No seremos un pueblo progresista porque abandonemos nuestra cultura y tradiciones. Es tiempo de desplazar a esos sedicentes progresistas cuyo máximo logro es desplegar la burocracia por los barrios y sacar los crucifijos de las oficinas estatales y agrandar a un notoriamente disfuncional Estado. Los que dan abundantes “garantías” a los criminales – cuando no son conniventes con ellos -, pero desprotegen a las víctimas, que a la postre somos todos.
Conservar nuestra cultura es el pasaporte hacia el genuino progreso y prosperidad, como lo demuestra el planeta más desarrollado. Restaurar las reservas morales no sólo nos posibilitaría desprendernos de la “ayuda” del Fondo Monetario Internacional, sino que determinaría una formidable, cuantiosa y tangible recomposición de nuestras reservas dinerarias. Esta correlación es poco mentada, pero es crucial para que la Argentina reencuentre su camino, sin dudas con el auxilio de nuestras creencias. Porque somos antes que nada espíritu, a pesar de que pareciera que lo olvidamos.
*Diputado del Mrcosur y dip.nac m.c.; presidente del partido UNIR
Por Alberto Asseff *
Nuestro país sigue a las andadas. Persiste en ser “viva” y en subsistir dividida. Viveza y desunión, dos perversidades que han enfermado nuestra alma y empobrecido materialmente a prácticamente todos.
“Vivos”, pero desfallecientes, atrapados en el pesimismo e incertidumbre sobre nuestro porvenir.
La viveza es la que caracteriza a los dirigentes en general y no sólo políticos. Es ser ventajero, oportunista, acomodaticio, clandestino, sistemáticamente peleado con la ley y las reglas. Sin valores, la viveza está en las antípodas del compromiso, responsabilidad, solidaridad, patriotismo, mérito, esfuerzo, laboriosidad. Por eso la mitad de la Argentina ha sido deslizada al peor escenario, sobrevivir sin trabajar ni estudiar, cada vez más excluida y vulnerable. Media Argentina manipulable. Agravado porque esa mitad es más fértil que la otra y ello permite pronosticar que se acrecentará numéricamente. La “viveza” también ha naturalizado la impunidad. Para ese sector – que transversaliza a la dirigencia que en la práctica la representa – la corrupción es sólo una maquinación político-judicial y en última instancia no es punible “porque todos son corruptos”. Se incorpora la corrupción como un elemento de nuestro ser ¡Una perversidad que debería dejarnos perplejos!
La “viveza” nos ha hecho descender a las sombras del quinto subsuelo – por no decir infierno. Lo que pasó en el barrio porteño de Floresta el miércoles 21 de noviembre, es literalmente patético, único en todo el planeta: patrulleros retrocediendo – en notoria fuga – ante hordas que apedreaban y lanzaban objetos contra los móviles, con un saldo de más de una decena de agentes heridos. Es evidente que se le ha venido quitando autoridad a la policía invocando un ideologismo garantista exacerbado y a horcajadas de una corrupción que nefandamente también penetró en la institución. Así, para evitar el “gatillo fácil” se desarmó de autoridad a la institución y se dio impulso a la pena de muerte de facto instaurada por la delincuencia, dejándole el control de la calle. Ora barras, en otra ocasión bandas y hasta dúos aislados, todos asolando a millones de argentinos atribulados por el crimen que se ha entronizado en el país. Que nos impide ser libres.
Delincuencia común y de “guante blanco” van de la mano. Se retroalimentan, se nutren mutuamente. Si roban “arriba”, se roba “abajo”. El mal ejemplo es corrosivo. Destructor por antonomasia de la virtud social. Sin paradigmas vamos cual errabundos.
La desunión es histórica, salvo intervalos lúcidos de paz y administración, signó nuestra vida nacional. Argentina, país de la plata anduvo con el viento a favor de las facilidades de su tierra y clima, pero inconcebible, desopilantemente autogeneró una atmósfera hostil con sus luchas, guerras, divisiones, traiciones y bajezas. No sé de qué se trata, pero me opongo es un modo de ser peculiar. Tendencia al oposicionismo, reacios al constructivismo.
Somos adalides en buscar y encontrar causas para fragmentarnos, para crear abismos. Repelemos la misma idea del “puente”, del encuentro. Al pacto lo estigmatizamos como contubernio. El acuerdo siempre encierra la suspicacia de la venalidad.
En estos meses nos mandamos uno de los peores disparates: dividirnos entre celestes y verdes. Los celestes son todo verde esperanza, pues ¿qué otra cosa es ¿una nueva vida? ¿Una vida por nacer? Millones de argentinos se embargan de emoción inenarrable ante el niño que viene. Lo esperan con amor. Sin embargo, unos ideólogos tipo secta han tomado el género como trofeo bélico y quieren trasmutar arbitrariamente nuestra cultura. Como se desplomó la ideología del socialismo utópico – excusas para la utopía y su venerable optimismo implícito – del igualitarismo hacia abajo, de la mediocridad, de la vida dirigida únicamente por la política pública. Truncando la libertad e iniciativa de la gente del llano, del ateísmo militante que ubica a la religión como enemiga del progreso – un anacronismo aberrante -, hallaron la ideología de género como factor de agitación. Mientras miles de compatriotas en el gran Chaco – en Salta, Formosa, Chaco propiamente y Santiago del Estero – no tienen una gota de agua corriente, un inodoro, una semilla, una pizca de dignidad, en los centros urbanos combaten por ampliación de derechos. Los derechos de muchos argentinos se limitan, pero un activismo militante lucha porque no haya ni una menos. Plausible, pero debe ser una puja completa. Deben adoptar ni una vida menos, la defensa de las dos vidas, incluyendo a los más indefensos e inocentes, los niños por nacer.
¡Claro que necesitamos educación y responsabilidad en materia sexual! No queremos el embarazo de las adolescentes. Pero la solución es más familia, más Estado obrando eficazmente, más maestros, más horizonte para los jóvenes. El aborto no puede admitirse desde la Fe y tampoco desde la ética ¿Cómo aceptar que sea adoptado como método anticonceptivo?
Es hora de poner una alta dosis de normalidad en el país. Que impere la ley, que rija el sistema institucional, que el tejido social se arquitecture en torno de su célula básica que es la familia. Que se re entronicen, por la vía de la educación, los valores. No seremos un pueblo progresista porque abandonemos nuestra cultura y tradiciones. Es tiempo de desplazar a esos sedicentes progresistas cuyo máximo logro es desplegar la burocracia por los barrios y sacar los crucifijos de las oficinas estatales y agrandar a un notoriamente disfuncional Estado. Los que dan abundantes “garantías” a los criminales – cuando no son conniventes con ellos -, pero desprotegen a las víctimas, que a la postre somos todos.
Conservar nuestra cultura es el pasaporte hacia el genuino progreso y prosperidad, como lo demuestra el planeta más desarrollado. Restaurar las reservas morales no sólo nos posibilitaría desprendernos de la “ayuda” del Fondo Monetario Internacional, sino que determinaría una formidable, cuantiosa y tangible recomposición de nuestras reservas dinerarias. Esta correlación es poco mentada, pero es crucial para que la Argentina reencuentre su camino, sin dudas con el auxilio de nuestras creencias. Porque somos antes que nada espíritu, a pesar de que pareciera que lo olvidamos.
*Diputado del Mrcosur y dip.nac m.c.; presidente del partido UNIR
www.uniragentina.org
Colaboración Dr. Francisco Benard
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 24, 2018
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