El 4 de 1942, la Batalla de Midway, uno de los Estados Unidos más decisivos. victorias contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial – comienza. Durante la batalla de cuatro días por mar y aire, los Estados Unidos superaron en número Pacific Fleet logró destruir cuatro portaaviones japoneses mientras que perdió solo uno propio, el Yorktown, ante la invencible armada japonesa.
El plan japonés era atraer a los portaaviones de Estados Unidos para hundirlos todos juntos y ocupar Midway en seguida con el objetivo de ampliar el perímetro defensivo de Japón en el Pacífico, alejándolo de las islas metropolitanas japonesas. Esta operación era considerada como un preparativo para invadir las islas Fiyi y Samoa, así como para una posible invasión de Hawái. La ocupación del atolón de Midway, al igual que había sucedido con el ataque sobre Pearl Harbor, no era parte de una campaña para conquistar Estados Unidos, sino que estaba orientada a eliminar el poder estratégico de los norteamericanos en el Océano Pacífico, dejándole a Japón las manos libres para establecer una gran esfera de influencia política y económica en el sudeste asiático. Los japoneses también esperaban que, con una nueva derrota, a Estados Unidos no le quedaría más remedio que negociar la paz en unas condiciones favorables para Japón. La principal preocupación estratégica del almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota conjunta de la Marina Imperial japonesa, eran los portaaviones norteamericanos, especialmente tras el conocido como ataque Doolittle, del 18 de abril de 1942, en el que cuatro bombarderos B-25 Mitchell que habían despegado del USS Hornet habían atacado Tokio y otras ciudades japonesas.
A pesar de que la acción militarmente fue insignificante, la osadía fue un gran choque psicológico para toda la nación japonesa, al constatarse un agujero en las defensas en torno al territorio nacional japonés. Hundir los portaaviones estadounidenses y ocupar el atolón de Midway, la única posición estratégica aliada que quedaba, ubicada a solo 2000 km de Japón, en el medio del océano Pacífico, parecía ser la única manera de eliminar esta amenaza. El plan de batalla del almirante era complejo, tal y como era típico en los planes navales japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Además, partía de la suposición de disponer de informaciones precisas por los servicios de inteligencia de que los portaviones USS Enterprise y USS Hornet eran los únicos disponibles por aquel entonces en la flota norteamericana del Pacífico. El USS Lexington había sido hundido y el USS Yorktown había sufrido graves daños (y se consideraba hundido) en la Batalla del Mar del Coral, que había tenido lugar tan solo un mes antes. Más importante todavía era la creencia japonesa de que los norteamericanos se encontraban desmoralizados y desmotivados por sus frecuentes derrotas en los seis meses previos. Yamamoto sentía que la frustración podría ser fundamental para llevar a los americanos a caer en una trampa, motivados por la revancha a cualquier precio, y que de esta manera comprometerían definitivamente su poder naval y aéreo en el océano Pacífico.
Para que eso sucediese, Yamamoto dispersaría sus fuerzas de manera que no pudiesen ser descubiertas antes de la batalla y que cayesen sobre el enemigo con sorpresa, de manera concentrada, cuando la confrontación hubiese comenzado. Sin embargo, esta gran dispersión haría que sus unidades se viesen impedidas a la hora de protegerse mutuamente y, punto clave y desconocido por Yamamoto, cualquier beneficio que los japoneses pudiesen obtener de estos había quedado ya neutralizado por la quiebra de los códigos navales japoneses, conseguida en secreto por los expertos en criptografía de los servicios de inteligencia aliados. El punto crítico de toda la operación en Midway era que los acorazados y los cruceros de apoyo a la fuerza especial de portaviones del vicealmirante Chuichi Nagumo, comandante del ataque, deberían seguir a la fuerza principal a centenares de kilómetros de distancia. Su misión era hundir a cualquier embarcación americana que acudiese al auxilio en Midway después de la destrucción de las defensas del atolón o que estuviese debilitada por el ataque de la aviación de Nagumo, algo que era típico de la doctrina de batalla de la mayoría de las marinas de la época. El almirante Nagumo lanzó su ataque inicial contra Midway a las cuatro y media de la mañana del 4 de junio de 1942, con un total de 108 aeronaves. Al mismo tiempo, lanzó a seis aviones de reconocimiento para buscar a la flota enemiga, así como cazas Zero para patrullar el espacio aéreo en torno a la flota. Las misiones de reconocimiento japonesa serán muy débiles, al disponer de pocas aeronaves que abarcaban vastas zonas de búsqueda, en la inmensidad del océano, al este y al nordeste de la fuerza especial.
A las seis y vente, los aviones de Nagumo comenzaron el bombardeo de Midway, provocando grandes daños en las instalaciones militares aliadas de la isla. Pilotando obsoletos Brewster Buffalos y F4F Wildcats, algunos pilotos de la marina allí estacionados defendieron la isla, sufriendo graves bajas. En cambio, la artillería antiaérea aliada, estaba con puntería y logró derribar varios aviones atacantes. Los aviones de reconocimientos japoneses, enviados para evaluar el estado de las defensas del atolón de Midway después del ataque, transmitieron el mensaje al almirante avisando de que otra misión de bombardeo sería necesaria para neutralizar las defensas antes de que las tropas japonesas pudiesen desembarcar en el día siete como estaba previsto. Los bombarderos norteamericanos estacionados en la isla de Midway que lograron levantar el vuelo antes del ataque nipón lograron hacer varios ataques contra la flota atacante. Ahora bien, al ser principalmente aviones torpederos TBF Avengers, lentos y pesados, fueron pronto prácticamente destruidos por las defensas antiaéreas de los navíos japoneses y por los veloces cazas Zero, sin causarle daños a la flota atacante. De hecho, solo tres consiguieron regresar de nuevo a su base en Midway.
Según las tácticas de batalla de la época, Nagumo conservó a la mitad de sus aviones como reserva, dos escuadrones formados por bombarderos en picado y aviones torpederos. Nagumo tenía la opción de armar a los bombarderos con torpedos (para hundir embarcaciones) o con bombas terrestres (para ataques a instalaciones). En el primer ataque en Midway optó por equipar a los aviones con torpedos, temiendo encontrar embarcaciones estadounidenses. Con esta decisión, hubo por consiguiente la necesidad de un segundo ataque, puesto que la pista de despegue y de aterrizaje del atolón no había sido destruida debido a la falta de bombas terrestres. Los aviones de la segunda oleada recibieron entonces instrucciones de ir todos armados con bombas para uso contra instalaciones terrestres. A los treinta minutos del inicio de este ataque, un avión de reconocimiento de largo alcance nipón, que había salido al amanecer, dio parte de la existencia de una flota enemiga de tamaño considerable al este. Nagumo detuvo de inmediato la operación y esperó a recibir información sobre la composición de la flota localizada. Fueron necesarios más de cuarenta minutos para que el avión de reconocimiento enviase por radio el aviso de la presencia de un portaaviones en la flota enemiga.
El almirante entonces se vio ante un dilema. Sus subordinados insistían para que Nagumo lanzase un ataque contra el portaaviones enemigo con lo que tenía todavía de reserva. Pero el problema es que las operaciones de preparación y despegue de aviones tardaban entre 30 y 45 minutos, y además los pilotos de la primera oleada que habían salido para atacar Midway estaban regresando. Muchos de ellos estaban casi sin combustible, dañados o con la tripulación herida, y necesitaban aterrizar inmediatamente o perecerían estrellados en el mar. Los cálculos decían que había muy pocas opciones de que los aviones de reserva pudiesen todos despegar antes de la llegada de los primeros. De esta manera, sin tener todavía confirmación de la composición de la flota norteamericana avistada, Nagumo fue cauteloso y prefirió esperar antes de decidir la clase de armamento que iba a usarse para la segunda oleada, si torpedos para atacar a la flota o si bombas para arrasar las instalaciones enemigas en tierra. Aparte, otro ataque sufrido por parte de la aviación aliada estacionada en Midway, también rechazado sin pérdidas por los japoneses, reforzó todavía más la necesidad de un segundo ataque sobre el atolón. Preso de la indecisión y razonando estrictamente conforme a la doctrina japonesa de tácticas de batallas aeronavales, siguiendo el manual y sin osadías, el almirante terminó optando por esperar que los aviones de la primera oleada regresasen a los portaviones para lanzar entonces, con el armamento más apropiado, la segunda oleada del ataque. Esta decisión le costaría la derrota en la batalla de Midway.
En estos momentos, cuando la indecisión se apoderaba del mando japonés, el almirante Jack Frank Fletcher, al mando de la fuerza especial estadounidense, había lanzado desde las siete de la mañana los aviones del Yorktown contra los portaaviones enemigos. Al contrario de Nagumo, en cuanto los enemigos fueron avistados, en el mando del Enterprise y del Hornet, el almirante Raymond Spruance dio la orden crucial para los aviones que ya habían despegado de atacar inmediatamente los objetivos señalados con todo lo que tuviesen y cómo pudiesen, sin esperar a que toda la flota aérea estuviese en el aire para un ataque conjunto y coordinado, debido al tiempo que tomaba esta organización de escuadrones en el aire. Cada escuadrón, al levantar el vuelo, en vez de circular alrededor de la flota esperando a que toda la fuerza de ataque estuviese en el aire en formación de combate conjunto, se dirigía directamente al enemigo. Esta táctica, a pesar de mermar el volumen del impacto de los ataques contra los japoneses y de acarrearles graves pérdidas a los estadounidenses, tuvo el mérito de desorganizar la capacidad de contraataque de Nagumo y halló a los portaaviones en un momento en el que eran vulnerables. Los primeros aviones enviados para atacar a los japoneses tuvieron dificultades para encontrarlos en la inmensidad del océano, incluso con sus coordenadas ya marcadas por las patrullas de reconocimiento. Al encontrarlos finalmente, se produjo una de los mayores actos de sacrificio en una batalla perdida que se transformaría en victoria en última instancia. A las nueve y veinte de la mañana, la primera oleada de aviones torpederos llega a los objetivos. Eran lentos modelos TDB Devastator, que se lanzarían contra los portaaviones en fila, casi a la altura del mar. Fueron abatidos uno por uno: solo un piloto logró sobrevivir a esta primera incursión. Con aviones iguales, la segunda intentona terminó de igual manera y la flota aérea norteamericana atacante quedó casi toda destruida, mientras que la flota nipona quedó prácticamente intacta. Parecía que la batalla de Midway estaba decidida y que a los japoneses tan solo les quedaba completar su reabastecimiento de aviones y embarcaciones para iniciar su ofensiva final contra la flota americana y contra Midway.
Mientras tanto, el terrible sacrificio de los pilotos de los aviones torpederos americanos tuvo su recompensa, porque indirectamente consiguieron tres resultados relevantes. Primero, obligaron a los portaaviones torpederos a navegar en semicírculos y a hacer maniobras para evitar los torpedos, impidiendo que se posicionaran para el lanzamiento de sus aviones. Segundo, obligaron a los cazas Zero que les atacaban en el aire a gastar casi toda su munición y combustible tratando de derribarlos. Tercero, pusieron a la escolta aérea de los portaaviones fuera de posición para la defensa de cualquier otro ataque. Inmediatamente después de esos ataques, aproximándose a gran altura sin ser molestados por los cazas Zero japoneses que perseguían a los aviones torpederos próximos al mar, dos escuadrones de bombarderos en picado norteamericanos, procedentes del nordeste y del sudoeste, cayeron sobre los portaaviones enemigos, que en aquellos momentos se encontraban con las cubiertas llenas de aviones reabasteciéndose y armándose para iniciar el contraataque, en condiciones de defensa sumamente vulnerables. A las diez y veinte de la mañana, los bombarderos del Enterprise atacan al Kaga y los del Yorktown caen sobre el Soryu y el Akagi. El ataque resultaría devastador: en un tiempo total de seis minutos, tres de los cuatro portaviones de la hasta entonces intacta y vencedora flota nipona estaban en llamas, fuera de juego y hundidos en tiempo récord.
El Hiryu, el único portaviones que seguía intacto, puso rápidamente en el aire a sus aviones para contraatacar a la fuerza especial estadounidense. La primera oleada de bombarderos japoneses dañó gravemente al USS Yorktown, con varios impactos directos. Los daños sufridos por el Yorktown hicieron que este perdiese velocidad, pero en una hora sus equipos dañados ya habían sido arreglados, tan eficazmente que la próxima oleada de pilotos nipones pensarían que estaban atacando otra embarcación, ya que pensaban que habían hundido al USS Yorktown. Así que los pilotos japoneses supervivientes se agruparon todos en el portaviones Hiryu y anunciaron haber hundido dos portaaviones americanos, lo que aumentó la moral de cara a un tercer ataque contra lo que ellos creían era el último portaaviones enemigo.
Pero el Hiryu, repleto de aeronaves supervivientes niponas reabastecidas frenéticamente en una cubierta abarratoda el que se hundiría tras un asalto final de bombarderos en picado que transformó en un amasijo de hierro en llamas al hasta entonces único superviviente de la flota de portaaviones que habían atacado Midway.
Cuando cayó la noche, los dos bandos pensaron respectivamente qué iban a hacer a continuación. El comando operacional aliado pasó entonces al almirante Spruance. Él sabía que Estados Unidos había conseguido una gran victoria, pero seguía inseguro sobre el tipo de fuerzas que los japoneses tenían todavía y estaba determinado a preservar tanto a Midway como a sus portaviones restantes. Para ayudar a sus pilotos, que habían sido mandados al ataque durante el día al límite máximo de alcance posible, siguió moviendo a la flota en dirección a Nagumo. Por su parte, a pesar de las grandes pérdidas sufridas, el almirante Yamamoto decidió inicialmente proseguir con sus esfuerzos para ocupar Midway y envió a sus buques de guerra a buscar a los dos portaviones norteamericanos, al mismo tiempo que destacaba a una fuerza de cruceros para bombardear Midway.
A las dos y cuarto de la madrugada del 5 al 6 de junio de 1942, un submarino estadounidense se percató de la presencia de embarcaciones niponas a 165 kim al oeste del atolón de Midway. El almirante Spruance, que aún no había logrado localizar el grueso de la flota de Yamamoto, dio por sentado que iban a agruparse y partió en su dirección. Sin embargo, era solamente la flota enviada para bombardear Midway, compuesta por cuatro cruceros y dos destructores, que poco después recibió la orden de retirarse de la zona y de juntarse en mar abierto al resto de la flota de batalla del almirante Yamamoto. Por la mañana, el submarino lanzó un ataque de torpedos contra los cruceros, sin éxito, pero en los dos días siguientes la aviación estacionada en Midway y los portaviones hicieron varios ataques contra los cruceros, logrando hundir al Mikuma y dañando gravemente al Mogami.
Por el lado estadounidense, el USS Yorktown, a la deriva y casi abandonado por la tripulación, fue finalmente hundido por tres torpedos del submarino japonés I-168 el 7 de junio de 1942, alcanzando también al destructor USS Hammann, que ayudaba a los efectivos del Yorktown, partiéndolo al medio y matando a ochenta tripulantes. Terminaba así la caótica batalla de Midway, a favor de los estadounidenses.
La pérdida de los cuatro portaaviones enviados por los japoneses a Midway, junto con un gran número de sus pilotos navales bien entrenados e insustituibles, interrumpió la expansión de Japón por el océano Pacífico. Ya solo le quedaban tan solo dos grandes portaaviones a la Marina Imperial japonesa para acciones ofensivas, el Shokaku y el Zuikaku, aparte de otros tres portaaviones de bolsillo, de poco poder ofensivo y que apenas transportaban pequeños aviones y en pequeño número. El 10 de junio, en una conferencia del Alto Mando para planear la continuación de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, la Marina Imperial tapó la extensión real de sus pérdidas en la batalla de Midway. En cuanto se le informó al emperador Hirohito de lo sucedido, prefiriendo mantener el secreto ante el resto del ejército y la propia opinión pública, hizo que los responsables militares de la planificación de la guerra continuasen por algún tiempo pleaneando sus ataques bajo la premisa de que la flota aeronaval japonesa seguía siendo poderosa.
Con frecuencia, los historiadores se refieren a la batalla de Midway como un punto de inflexión fundamental en el teatro de operaciones del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. La Marina Imperial japonesa seguiría luchando con ferocidad hasta que EE. UU. logró una clara supremacía al final de la guerra. La victoria de Midway le dio a los estadounidenses la iniciativa estratégica en lo que quedaba de Segunda Guerra Mundial, le inflingió daños irreparables a la fuerza de portaviones nipones y acortó el tiempo de confrontación en el océano Pacífico.
Por otra parte, el programa de entrenamiento japonés previo a la guerra había producido unos pilotos de un nivel excepcional para la aviación naval japonesa. Estos pilotos de élite eran veteranos preparados y curtidos por los combates en el momento de la ofensiva contra el atolón de Midway. En esta batalla, los japoneses perdieron más aviadores en un solo día que en todo un año durante los entrenamientos previos. Los planificadores militares fallaron a la hora de prever un conflicto de larga duración y por ello no tuvieron capacidad de reponer rápidamente las pérdidas en embarcaciones, marineros y pilotos desde que arrancó la épica batalla de Midway. Lo cierto es que, a mediados de 1943, la aviación naval japonesa había sido arrasada casi por completo.
Apenas dos meses después de la batalla de Midway, los estadounidenses tomaron la iniciativa con el desembarco en Guadalcanal, derrotando una vez más al enemigo y asegurando una línea de suministros aliada para Australia y las Indias Holandesas. A partir de ese momento, la iniciativa ofensiva en el teatro de operaciones del Pacífico pasaría a estar siempre en manos americanas, hasta la capitulación de Japón en 1945, que marcaría el fin de la Segunda Guerra Mundial.
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El 4 de 1942, la Batalla de Midway, uno de los Estados Unidos más decisivos. victorias contra Japón durante la Segunda Guerra Mundial – comienza. Durante la batalla de cuatro días por mar y aire, los Estados Unidos superaron en número Pacific Fleet logró destruir cuatro portaaviones japoneses mientras que perdió solo uno propio, el Yorktown, ante la invencible armada japonesa.
El plan japonés era atraer a los portaaviones de Estados Unidos para hundirlos todos juntos y ocupar Midway en seguida con el objetivo de ampliar el perímetro defensivo de Japón en el Pacífico, alejándolo de las islas metropolitanas japonesas. Esta operación era considerada como un preparativo para invadir las islas Fiyi y Samoa, así como para una posible invasión de Hawái. La ocupación del atolón de Midway, al igual que había sucedido con el ataque sobre Pearl Harbor, no era parte de una campaña para conquistar Estados Unidos, sino que estaba orientada a eliminar el poder estratégico de los norteamericanos en el Océano Pacífico, dejándole a Japón las manos libres para establecer una gran esfera de influencia política y económica en el sudeste asiático. Los japoneses también esperaban que, con una nueva derrota, a Estados Unidos no le quedaría más remedio que negociar la paz en unas condiciones favorables para Japón. La principal preocupación estratégica del almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota conjunta de la Marina Imperial japonesa, eran los portaaviones norteamericanos, especialmente tras el conocido como ataque Doolittle, del 18 de abril de 1942, en el que cuatro bombarderos B-25 Mitchell que habían despegado del USS Hornet habían atacado Tokio y otras ciudades japonesas.
A pesar de que la acción militarmente fue insignificante, la osadía fue un gran choque psicológico para toda la nación japonesa, al constatarse un agujero en las defensas en torno al territorio nacional japonés. Hundir los portaaviones estadounidenses y ocupar el atolón de Midway, la única posición estratégica aliada que quedaba, ubicada a solo 2000 km de Japón, en el medio del océano Pacífico, parecía ser la única manera de eliminar esta amenaza. El plan de batalla del almirante era complejo, tal y como era típico en los planes navales japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Además, partía de la suposición de disponer de informaciones precisas por los servicios de inteligencia de que los portaviones USS Enterprise y USS Hornet eran los únicos disponibles por aquel entonces en la flota norteamericana del Pacífico. El USS Lexington había sido hundido y el USS Yorktown había sufrido graves daños (y se consideraba hundido) en la Batalla del Mar del Coral, que había tenido lugar tan solo un mes antes. Más importante todavía era la creencia japonesa de que los norteamericanos se encontraban desmoralizados y desmotivados por sus frecuentes derrotas en los seis meses previos. Yamamoto sentía que la frustración podría ser fundamental para llevar a los americanos a caer en una trampa, motivados por la revancha a cualquier precio, y que de esta manera comprometerían definitivamente su poder naval y aéreo en el océano Pacífico.
Para que eso sucediese, Yamamoto dispersaría sus fuerzas de manera que no pudiesen ser descubiertas antes de la batalla y que cayesen sobre el enemigo con sorpresa, de manera concentrada, cuando la confrontación hubiese comenzado. Sin embargo, esta gran dispersión haría que sus unidades se viesen impedidas a la hora de protegerse mutuamente y, punto clave y desconocido por Yamamoto, cualquier beneficio que los japoneses pudiesen obtener de estos había quedado ya neutralizado por la quiebra de los códigos navales japoneses, conseguida en secreto por los expertos en criptografía de los servicios de inteligencia aliados. El punto crítico de toda la operación en Midway era que los acorazados y los cruceros de apoyo a la fuerza especial de portaviones del vicealmirante Chuichi Nagumo, comandante del ataque, deberían seguir a la fuerza principal a centenares de kilómetros de distancia. Su misión era hundir a cualquier embarcación americana que acudiese al auxilio en Midway después de la destrucción de las defensas del atolón o que estuviese debilitada por el ataque de la aviación de Nagumo, algo que era típico de la doctrina de batalla de la mayoría de las marinas de la época. El almirante Nagumo lanzó su ataque inicial contra Midway a las cuatro y media de la mañana del 4 de junio de 1942, con un total de 108 aeronaves. Al mismo tiempo, lanzó a seis aviones de reconocimiento para buscar a la flota enemiga, así como cazas Zero para patrullar el espacio aéreo en torno a la flota. Las misiones de reconocimiento japonesa serán muy débiles, al disponer de pocas aeronaves que abarcaban vastas zonas de búsqueda, en la inmensidad del océano, al este y al nordeste de la fuerza especial.
A las seis y vente, los aviones de Nagumo comenzaron el bombardeo de Midway, provocando grandes daños en las instalaciones militares aliadas de la isla. Pilotando obsoletos Brewster Buffalos y F4F Wildcats, algunos pilotos de la marina allí estacionados defendieron la isla, sufriendo graves bajas. En cambio, la artillería antiaérea aliada, estaba con puntería y logró derribar varios aviones atacantes. Los aviones de reconocimientos japoneses, enviados para evaluar el estado de las defensas del atolón de Midway después del ataque, transmitieron el mensaje al almirante avisando de que otra misión de bombardeo sería necesaria para neutralizar las defensas antes de que las tropas japonesas pudiesen desembarcar en el día siete como estaba previsto. Los bombarderos norteamericanos estacionados en la isla de Midway que lograron levantar el vuelo antes del ataque nipón lograron hacer varios ataques contra la flota atacante. Ahora bien, al ser principalmente aviones torpederos TBF Avengers, lentos y pesados, fueron pronto prácticamente destruidos por las defensas antiaéreas de los navíos japoneses y por los veloces cazas Zero, sin causarle daños a la flota atacante. De hecho, solo tres consiguieron regresar de nuevo a su base en Midway.
Según las tácticas de batalla de la época, Nagumo conservó a la mitad de sus aviones como reserva, dos escuadrones formados por bombarderos en picado y aviones torpederos. Nagumo tenía la opción de armar a los bombarderos con torpedos (para hundir embarcaciones) o con bombas terrestres (para ataques a instalaciones). En el primer ataque en Midway optó por equipar a los aviones con torpedos, temiendo encontrar embarcaciones estadounidenses. Con esta decisión, hubo por consiguiente la necesidad de un segundo ataque, puesto que la pista de despegue y de aterrizaje del atolón no había sido destruida debido a la falta de bombas terrestres. Los aviones de la segunda oleada recibieron entonces instrucciones de ir todos armados con bombas para uso contra instalaciones terrestres. A los treinta minutos del inicio de este ataque, un avión de reconocimiento de largo alcance nipón, que había salido al amanecer, dio parte de la existencia de una flota enemiga de tamaño considerable al este. Nagumo detuvo de inmediato la operación y esperó a recibir información sobre la composición de la flota localizada. Fueron necesarios más de cuarenta minutos para que el avión de reconocimiento enviase por radio el aviso de la presencia de un portaaviones en la flota enemiga.
El almirante entonces se vio ante un dilema. Sus subordinados insistían para que Nagumo lanzase un ataque contra el portaaviones enemigo con lo que tenía todavía de reserva. Pero el problema es que las operaciones de preparación y despegue de aviones tardaban entre 30 y 45 minutos, y además los pilotos de la primera oleada que habían salido para atacar Midway estaban regresando. Muchos de ellos estaban casi sin combustible, dañados o con la tripulación herida, y necesitaban aterrizar inmediatamente o perecerían estrellados en el mar. Los cálculos decían que había muy pocas opciones de que los aviones de reserva pudiesen todos despegar antes de la llegada de los primeros. De esta manera, sin tener todavía confirmación de la composición de la flota norteamericana avistada, Nagumo fue cauteloso y prefirió esperar antes de decidir la clase de armamento que iba a usarse para la segunda oleada, si torpedos para atacar a la flota o si bombas para arrasar las instalaciones enemigas en tierra. Aparte, otro ataque sufrido por parte de la aviación aliada estacionada en Midway, también rechazado sin pérdidas por los japoneses, reforzó todavía más la necesidad de un segundo ataque sobre el atolón. Preso de la indecisión y razonando estrictamente conforme a la doctrina japonesa de tácticas de batallas aeronavales, siguiendo el manual y sin osadías, el almirante terminó optando por esperar que los aviones de la primera oleada regresasen a los portaviones para lanzar entonces, con el armamento más apropiado, la segunda oleada del ataque. Esta decisión le costaría la derrota en la batalla de Midway.
En estos momentos, cuando la indecisión se apoderaba del mando japonés, el almirante Jack Frank Fletcher, al mando de la fuerza especial estadounidense, había lanzado desde las siete de la mañana los aviones del Yorktown contra los portaaviones enemigos. Al contrario de Nagumo, en cuanto los enemigos fueron avistados, en el mando del Enterprise y del Hornet, el almirante Raymond Spruance dio la orden crucial para los aviones que ya habían despegado de atacar inmediatamente los objetivos señalados con todo lo que tuviesen y cómo pudiesen, sin esperar a que toda la flota aérea estuviese en el aire para un ataque conjunto y coordinado, debido al tiempo que tomaba esta organización de escuadrones en el aire. Cada escuadrón, al levantar el vuelo, en vez de circular alrededor de la flota esperando a que toda la fuerza de ataque estuviese en el aire en formación de combate conjunto, se dirigía directamente al enemigo. Esta táctica, a pesar de mermar el volumen del impacto de los ataques contra los japoneses y de acarrearles graves pérdidas a los estadounidenses, tuvo el mérito de desorganizar la capacidad de contraataque de Nagumo y halló a los portaaviones en un momento en el que eran vulnerables. Los primeros aviones enviados para atacar a los japoneses tuvieron dificultades para encontrarlos en la inmensidad del océano, incluso con sus coordenadas ya marcadas por las patrullas de reconocimiento. Al encontrarlos finalmente, se produjo una de los mayores actos de sacrificio en una batalla perdida que se transformaría en victoria en última instancia. A las nueve y veinte de la mañana, la primera oleada de aviones torpederos llega a los objetivos. Eran lentos modelos TDB Devastator, que se lanzarían contra los portaaviones en fila, casi a la altura del mar. Fueron abatidos uno por uno: solo un piloto logró sobrevivir a esta primera incursión. Con aviones iguales, la segunda intentona terminó de igual manera y la flota aérea norteamericana atacante quedó casi toda destruida, mientras que la flota nipona quedó prácticamente intacta. Parecía que la batalla de Midway estaba decidida y que a los japoneses tan solo les quedaba completar su reabastecimiento de aviones y embarcaciones para iniciar su ofensiva final contra la flota americana y contra Midway.
Mientras tanto, el terrible sacrificio de los pilotos de los aviones torpederos americanos tuvo su recompensa, porque indirectamente consiguieron tres resultados relevantes. Primero, obligaron a los portaaviones torpederos a navegar en semicírculos y a hacer maniobras para evitar los torpedos, impidiendo que se posicionaran para el lanzamiento de sus aviones. Segundo, obligaron a los cazas Zero que les atacaban en el aire a gastar casi toda su munición y combustible tratando de derribarlos. Tercero, pusieron a la escolta aérea de los portaaviones fuera de posición para la defensa de cualquier otro ataque. Inmediatamente después de esos ataques, aproximándose a gran altura sin ser molestados por los cazas Zero japoneses que perseguían a los aviones torpederos próximos al mar, dos escuadrones de bombarderos en picado norteamericanos, procedentes del nordeste y del sudoeste, cayeron sobre los portaaviones enemigos, que en aquellos momentos se encontraban con las cubiertas llenas de aviones reabasteciéndose y armándose para iniciar el contraataque, en condiciones de defensa sumamente vulnerables. A las diez y veinte de la mañana, los bombarderos del Enterprise atacan al Kaga y los del Yorktown caen sobre el Soryu y el Akagi. El ataque resultaría devastador: en un tiempo total de seis minutos, tres de los cuatro portaviones de la hasta entonces intacta y vencedora flota nipona estaban en llamas, fuera de juego y hundidos en tiempo récord.
El Hiryu, el único portaviones que seguía intacto, puso rápidamente en el aire a sus aviones para contraatacar a la fuerza especial estadounidense. La primera oleada de bombarderos japoneses dañó gravemente al USS Yorktown, con varios impactos directos. Los daños sufridos por el Yorktown hicieron que este perdiese velocidad, pero en una hora sus equipos dañados ya habían sido arreglados, tan eficazmente que la próxima oleada de pilotos nipones pensarían que estaban atacando otra embarcación, ya que pensaban que habían hundido al USS Yorktown. Así que los pilotos japoneses supervivientes se agruparon todos en el portaviones Hiryu y anunciaron haber hundido dos portaaviones americanos, lo que aumentó la moral de cara a un tercer ataque contra lo que ellos creían era el último portaaviones enemigo.
Pero el Hiryu, repleto de aeronaves supervivientes niponas reabastecidas frenéticamente en una cubierta abarratoda el que se hundiría tras un asalto final de bombarderos en picado que transformó en un amasijo de hierro en llamas al hasta entonces único superviviente de la flota de portaaviones que habían atacado Midway.
Cuando cayó la noche, los dos bandos pensaron respectivamente qué iban a hacer a continuación. El comando operacional aliado pasó entonces al almirante Spruance. Él sabía que Estados Unidos había conseguido una gran victoria, pero seguía inseguro sobre el tipo de fuerzas que los japoneses tenían todavía y estaba determinado a preservar tanto a Midway como a sus portaviones restantes. Para ayudar a sus pilotos, que habían sido mandados al ataque durante el día al límite máximo de alcance posible, siguió moviendo a la flota en dirección a Nagumo. Por su parte, a pesar de las grandes pérdidas sufridas, el almirante Yamamoto decidió inicialmente proseguir con sus esfuerzos para ocupar Midway y envió a sus buques de guerra a buscar a los dos portaviones norteamericanos, al mismo tiempo que destacaba a una fuerza de cruceros para bombardear Midway.
A las dos y cuarto de la madrugada del 5 al 6 de junio de 1942, un submarino estadounidense se percató de la presencia de embarcaciones niponas a 165 kim al oeste del atolón de Midway. El almirante Spruance, que aún no había logrado localizar el grueso de la flota de Yamamoto, dio por sentado que iban a agruparse y partió en su dirección. Sin embargo, era solamente la flota enviada para bombardear Midway, compuesta por cuatro cruceros y dos destructores, que poco después recibió la orden de retirarse de la zona y de juntarse en mar abierto al resto de la flota de batalla del almirante Yamamoto. Por la mañana, el submarino lanzó un ataque de torpedos contra los cruceros, sin éxito, pero en los dos días siguientes la aviación estacionada en Midway y los portaviones hicieron varios ataques contra los cruceros, logrando hundir al Mikuma y dañando gravemente al Mogami.
Por el lado estadounidense, el USS Yorktown, a la deriva y casi abandonado por la tripulación, fue finalmente hundido por tres torpedos del submarino japonés I-168 el 7 de junio de 1942, alcanzando también al destructor USS Hammann, que ayudaba a los efectivos del Yorktown, partiéndolo al medio y matando a ochenta tripulantes. Terminaba así la caótica batalla de Midway, a favor de los estadounidenses.
La pérdida de los cuatro portaaviones enviados por los japoneses a Midway, junto con un gran número de sus pilotos navales bien entrenados e insustituibles, interrumpió la expansión de Japón por el océano Pacífico. Ya solo le quedaban tan solo dos grandes portaaviones a la Marina Imperial japonesa para acciones ofensivas, el Shokaku y el Zuikaku, aparte de otros tres portaaviones de bolsillo, de poco poder ofensivo y que apenas transportaban pequeños aviones y en pequeño número. El 10 de junio, en una conferencia del Alto Mando para planear la continuación de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, la Marina Imperial tapó la extensión real de sus pérdidas en la batalla de Midway. En cuanto se le informó al emperador Hirohito de lo sucedido, prefiriendo mantener el secreto ante el resto del ejército y la propia opinión pública, hizo que los responsables militares de la planificación de la guerra continuasen por algún tiempo pleaneando sus ataques bajo la premisa de que la flota aeronaval japonesa seguía siendo poderosa.
Con frecuencia, los historiadores se refieren a la batalla de Midway como un punto de inflexión fundamental en el teatro de operaciones del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. La Marina Imperial japonesa seguiría luchando con ferocidad hasta que EE. UU. logró una clara supremacía al final de la guerra. La victoria de Midway le dio a los estadounidenses la iniciativa estratégica en lo que quedaba de Segunda Guerra Mundial, le inflingió daños irreparables a la fuerza de portaviones nipones y acortó el tiempo de confrontación en el océano Pacífico.
Por otra parte, el programa de entrenamiento japonés previo a la guerra había producido unos pilotos de un nivel excepcional para la aviación naval japonesa. Estos pilotos de élite eran veteranos preparados y curtidos por los combates en el momento de la ofensiva contra el atolón de Midway. En esta batalla, los japoneses perdieron más aviadores en un solo día que en todo un año durante los entrenamientos previos. Los planificadores militares fallaron a la hora de prever un conflicto de larga duración y por ello no tuvieron capacidad de reponer rápidamente las pérdidas en embarcaciones, marineros y pilotos desde que arrancó la épica batalla de Midway. Lo cierto es que, a mediados de 1943, la aviación naval japonesa había sido arrasada casi por completo.
Apenas dos meses después de la batalla de Midway, los estadounidenses tomaron la iniciativa con el desembarco en Guadalcanal, derrotando una vez más al enemigo y asegurando una línea de suministros aliada para Australia y las Indias Holandesas. A partir de ese momento, la iniciativa ofensiva en el teatro de operaciones del Pacífico pasaría a estar siempre en manos americanas, hasta la capitulación de Japón en 1945, que marcaría el fin de la Segunda Guerra Mundial.
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 4, 2020