El coronavirus es una forma de gripe, como las que de tanto en tanto padece la humanidad, que puede afectar con más o menos gravedad dependiendo de diversos factores, entre ellos, el estado físico de cada persona, el momento en que el que se diagnostica, la atención médica recibida y la calidad de esta. Se recuerda a la denominada “gripe española” de comienzos del siglo pasado —entre 1914 y 1918— como la más terrible por la cantidad de muertes que ocasionó: por lo menos unas 40 millones de víctimas en todo el mundo, número que según otros cálculos ascendería a 100 millones. Esta gripe también llegó a la Argentina y se estima que hubo alrededor de 22.000 muertes. A la sazón, la Argentina tenía unos ocho millones de habitantes —teniendo en cuenta la cifra del censo de 1914 que indicaba un total de 7.885.237 habitantes— y la tasa de mortalidad fue del 0,363 %, resultado obtenido al dividir cantidad de habitantes por total de muertes.
En el caso del coronavirus, y suponiendo que en la Argentina seamos 44 millones de habitantes —cinco veces más que en 1914—, la proporción de fallecidos corresponde al 1% de las muertes por gripe española, dado que a la fecha — 1º de mayo— ha habido 218 decesos. Estos fallecimientos son, en una población de 44 millones de habitantes, una cifra ínfima que señala una muerte cada 200.000 habitantes. Si se establece una comparación de la mortalidad en cada uno de estos casos, el coronavirus muestra una gravedad muchísimo menor que su antecesora. A día de hoy, y si consideramos que los fallecidos en general ya padecían otras enfermedades importantes, está claro que las personas sanas, sin debilidades a la vista, no se verán afectados por el coronavirus. Por poner otro ejemplo, solo en 2019 hubo en la Argentina 6.627 víctimas fatales por accidentes de tránsito, es decir, dieciocho muertes por día. Parece imposible que el coronavirus alcance esa cifra.
Existen en nuestro país otras enfermedades mucho más letales que sería bueno que tanto el titular del Poder Ejecutivo como sus ministros y los integrantes del Poder Legislativo tuvieran presentes, entre ellas, la desnutrición infantil. ¿Saben tan encumbrados funcionarios cuántas muertes hay por desnutrición infantil en niños de entre uno y cinco años? ¿Saben cuántos quedan disminuidos para el resto de su vida tanto intelectual como físicamente? ¿O cuántos ancianos mueren por carencias vitamínicas, entre ellas, la vitamina D que aporta el sol y que actualmente no reciben por no poder salir a la calle? Si en lugar de estar en cuarentena estuviéramos trabajando y construyendo caminos, canales, vías férreas, cárceles, escuelas, o tantas otras cosas, no estaríamos viajando muertos de vergüenza a decirles a los acreedores que no podemos pagar porque decidimos llenarnos de “ñoquis”… o robar el dinero del pueblo. Si produjéramos más, y no menos, habría con que brindarles a niños y niñas la posibilidad de crecer sanos y fuertes, tendrían escuelas, aseo, cultura, y se les inculcaría desde la primera infancia el amor por la patria y el respeto por sus símbolos. También honraríamos las deudas. Debido al coronavirus, que en la Argentina no es una amenaza tan temible en comparación con otras enfermedades y carencias, se le ha prohibido a la gente trabajar y, por ende, vivir más y mejor.
¿Podemos pagar la cuarentena?
Las palabras precedentes no deben interpretarse como que la enfermedad no tiene importancia y que no se la debe combatir de todas las formas posibles; lo que estamos analizando es si en una Argentina jaqueada por el déficit fiscal, conjugado con impuestos impagables, y deudas externas e internas vencidas o a vencer no menos impagables, se puede reducir de esta manera la producción nacional permitiendo que buena parte de la fuerza laboral disminuya. La tesis de este escrito sigue el añejo aforismo que dice “si quieres recaudar más impuestos sin lesionar a los contribuyentes, debes estimular la producción”. La cuarentena, por el contrario, reduce la recaudación, provoca un aumento del déficit fiscal y, desde luego, impide la rebaja de impuestos que estimularía el crecimiento de la economía y la creación de empleos dignos. La mayoría de las tareas en la Argentina requieren salir de casa. En consecuencia, si se trabaja en relación de dependencia —como es el caso de la mayoría—, los dueños de la empresa están obligados a pagarle a su personal la retribución habitual por una tarea que no realiza. Esto puede hacerse por muy poco tiempo ya que, si no hay producción, la empresa no obtiene ingresos y se verá obligada a cerrar o a presentarse en convocatoria de acreedores o en quiebra por no poder pagar salarios.
No son muchas las empresas que pueden afrontar esta circunstancia, mucho menos si dura tres o cuatro meses. Me atrevo a afirmar que si se trata de pymes, que son muy numerosas, les va ser muy difícil sobrellevar incluso dos meses con este sistema. El Estado Argentino no está en condiciones de ayudar a los particulares porque el país está en quiebra, y cuanto antes asumamos este hecho y nos pongamos a trabajar en serio para enfrentar la situación actual, antes comenzará la recuperación. La Argentina es potencialmente rica. No cabe duda de que, si conseguimos movilizar a los cientos de miles de compatriotas que hacen que trabajan en la función pública sin rédito alguno para la comunidad, si ellos realmente se incorporaran al trabajo, se abriría un horizonte de esperanza para todos. Nuestro gobierno, siguiendo los consejos de la Organización Mundial de la Salud, ha decretado que una parte significativa de la población se quede en sus casas para evitar el contagio —ese morbo que ya mencionamos—, sin tener en cuenta que, en nuestro medio, esa decisión solo puede mantenerse por muy poco tiempo y que, desde el punto de vista de la salud colectiva, también se presentan serios inconvenientes.
Quienes creyeron en la cuarentena y la aprobaron el pasado 20 de marzo pensando que todo terminaría en catorce días, no pudieron ver que el drama recién empezaba. Ahora, a más de cuarenta días de aquella decisión, se están dando cuenta de que peligra su fuente de ingresos —si es que no está cerrada— y de que sus reservas personales se están agotando. Si su empleo se pierde porque gracias a la cuarentena la empresa no puede seguir, difícilmente consiga otro. La cuarentena prometía ser la solución, sí, pero no se explicó que traía consigo la posibilidad de que apareciera el hambre en vastos sectores: quien no tiene ingresos no compra, y si no hay ventas, no se va a producir lo que la gente no puede adquirir. Esto nos lleva al hecho de que si no se produce, tampoco hay empleos.
Durante la gripe española ya mencionada, las vidas humanas perdidas fueron muchísimas, pero a nadie se le ocurrió —ni a las naciones entonces beligerantes, ni después de finalizada la guerra—la genial idea de encerrar a la población en cuarentena, algo imposible de mantener porque la gente quiere y debe trabajar; si no, no come. A esto debemos sumar que, en nuestro medio, el Poder Legislativo no funciona —o solo para muy pocas cosas, como aumentarle la retribución a los empleados que trabajaron durante la cuarentena—, el Poder Judicial virtualmente tampoco y, en cuanto a los funcionarios del Poder Administrador, el grueso de ellos no está concurriendo al trabajo. Además, es inaceptable que la ANSES no atienda a los jubilados ni la AFIP a los contribuyentes.
Lo correcto, sin embargo, parecería ser utilizar todos los recursos disponibles —y crear los que no existan— para encontrar a los infectados antes de que la enfermedad avance y se haga más difícil su cura. El ejemplo de Israel y de Corea del Sur es aleccionador: realizaron verdaderas operaciones de inteligencia para hallar rápidamente a los infectados, separarlos del resto y tratarlos de inmediato. Ya sabemos que cuanto antes se los encuentre, menos conflictiva será su recuperación.
El coronavirus, en la mayoría de los casos, no tiene consecuencias graves para los afectados, la mayoría se recuperará —basta con ver las estadísticas a nivel mundial, 3.324.000 infectados de los cuales unos 242.000 perdieron la vida—. Los fallecidos, en su mayoría, ya padecían alguna patología grave o tenían antecedentes médicos, de no haberlos tenido, posiblemente se hubieran recuperado sin presentar secuelas. ¿Qué vinculación tienen estos guarismos comparados con la gripe española de principios del siglo XX y sus 40 millones de muertos con una población mundial muy inferior a la actual? Ninguna. El peligro ha sido magnificado por quienes debieron actuar con más prudencia. Es malo reaccionar débilmente ante una amenaza cierta y tangible, pero no es menos malo aterrorizar sin razón suficiente a la población.
El retorno a la normalidad
La situación económica en la Argentina ya era insostenible antes de la llegada de esta enfermedad, porque una parte de la población tiene que trabajar y pagar impuestos elevados para sustentar a empleados y otros beneficiarios del Estado que reciben prebendas inmorales en lugar de puestos de trabajo. Debemos volver a lo que llamamos normalidad cuanto antes, pero tomando las precauciones sanitarias de rigor y pensando también en la mortalidad infantil, el mal de Chagas, el dengue, los presos que están sueltos, las deudas impagas, el atraso escolar y otras miserias de la vida argentina que ya estaban desde antes. Lo primero es, sin duda, restablecer el correcto funcionamiento de los tres poderes de Gobierno y el respeto por la Constitución. Esta nación debe asumir su destino de libertad, ocupar el territorio patrio y reincorporarse a donde estaba hace setenta y siete años cuando era un símbolo de éxito, progreso y bienestar.
♣
Por JUAN JOSÉ GUARESTI (Nieto)
El coronavirus es una forma de gripe, como las que de tanto en tanto padece la humanidad, que puede afectar con más o menos gravedad dependiendo de diversos factores, entre ellos, el estado físico de cada persona, el momento en que el que se diagnostica, la atención médica recibida y la calidad de esta. Se recuerda a la denominada “gripe española” de comienzos del siglo pasado —entre 1914 y 1918— como la más terrible por la cantidad de muertes que ocasionó: por lo menos unas 40 millones de víctimas en todo el mundo, número que según otros cálculos ascendería a 100 millones. Esta gripe también llegó a la Argentina y se estima que hubo alrededor de 22.000 muertes. A la sazón, la Argentina tenía unos ocho millones de habitantes —teniendo en cuenta la cifra del censo de 1914 que indicaba un total de 7.885.237 habitantes— y la tasa de mortalidad fue del 0,363 %, resultado obtenido al dividir cantidad de habitantes por total de muertes.
En el caso del coronavirus, y suponiendo que en la Argentina seamos 44 millones de habitantes —cinco veces más que en 1914—, la proporción de fallecidos corresponde al 1% de las muertes por gripe española, dado que a la fecha — 1º de mayo— ha habido 218 decesos. Estos fallecimientos son, en una población de 44 millones de habitantes, una cifra ínfima que señala una muerte cada 200.000 habitantes. Si se establece una comparación de la mortalidad en cada uno de estos casos, el coronavirus muestra una gravedad muchísimo menor que su antecesora. A día de hoy, y si consideramos que los fallecidos en general ya padecían otras enfermedades importantes, está claro que las personas sanas, sin debilidades a la vista, no se verán afectados por el coronavirus. Por poner otro ejemplo, solo en 2019 hubo en la Argentina 6.627 víctimas fatales por accidentes de tránsito, es decir, dieciocho muertes por día. Parece imposible que el coronavirus alcance esa cifra.
Existen en nuestro país otras enfermedades mucho más letales que sería bueno que tanto el titular del Poder Ejecutivo como sus ministros y los integrantes del Poder Legislativo tuvieran presentes, entre ellas, la desnutrición infantil. ¿Saben tan encumbrados funcionarios cuántas muertes hay por desnutrición infantil en niños de entre uno y cinco años? ¿Saben cuántos quedan disminuidos para el resto de su vida tanto intelectual como físicamente? ¿O cuántos ancianos mueren por carencias vitamínicas, entre ellas, la vitamina D que aporta el sol y que actualmente no reciben por no poder salir a la calle? Si en lugar de estar en cuarentena estuviéramos trabajando y construyendo caminos, canales, vías férreas, cárceles, escuelas, o tantas otras cosas, no estaríamos viajando muertos de vergüenza a decirles a los acreedores que no podemos pagar porque decidimos llenarnos de “ñoquis”… o robar el dinero del pueblo. Si produjéramos más, y no menos, habría con que brindarles a niños y niñas la posibilidad de crecer sanos y fuertes, tendrían escuelas, aseo, cultura, y se les inculcaría desde la primera infancia el amor por la patria y el respeto por sus símbolos. También honraríamos las deudas. Debido al coronavirus, que en la Argentina no es una amenaza tan temible en comparación con otras enfermedades y carencias, se le ha prohibido a la gente trabajar y, por ende, vivir más y mejor.
¿Podemos pagar la cuarentena?
Las palabras precedentes no deben interpretarse como que la enfermedad no tiene importancia y que no se la debe combatir de todas las formas posibles; lo que estamos analizando es si en una Argentina jaqueada por el déficit fiscal, conjugado con impuestos impagables, y deudas externas e internas vencidas o a vencer no menos impagables, se puede reducir de esta manera la producción nacional permitiendo que buena parte de la fuerza laboral disminuya. La tesis de este escrito sigue el añejo aforismo que dice “si quieres recaudar más impuestos sin lesionar a los contribuyentes, debes estimular la producción”. La cuarentena, por el contrario, reduce la recaudación, provoca un aumento del déficit fiscal y, desde luego, impide la rebaja de impuestos que estimularía el crecimiento de la economía y la creación de empleos dignos. La mayoría de las tareas en la Argentina requieren salir de casa. En consecuencia, si se trabaja en relación de dependencia —como es el caso de la mayoría—, los dueños de la empresa están obligados a pagarle a su personal la retribución habitual por una tarea que no realiza. Esto puede hacerse por muy poco tiempo ya que, si no hay producción, la empresa no obtiene ingresos y se verá obligada a cerrar o a presentarse en convocatoria de acreedores o en quiebra por no poder pagar salarios.
No son muchas las empresas que pueden afrontar esta circunstancia, mucho menos si dura tres o cuatro meses. Me atrevo a afirmar que si se trata de pymes, que son muy numerosas, les va ser muy difícil sobrellevar incluso dos meses con este sistema. El Estado Argentino no está en condiciones de ayudar a los particulares porque el país está en quiebra, y cuanto antes asumamos este hecho y nos pongamos a trabajar en serio para enfrentar la situación actual, antes comenzará la recuperación. La Argentina es potencialmente rica. No cabe duda de que, si conseguimos movilizar a los cientos de miles de compatriotas que hacen que trabajan en la función pública sin rédito alguno para la comunidad, si ellos realmente se incorporaran al trabajo, se abriría un horizonte de esperanza para todos. Nuestro gobierno, siguiendo los consejos de la Organización Mundial de la Salud, ha decretado que una parte significativa de la población se quede en sus casas para evitar el contagio —ese morbo que ya mencionamos—, sin tener en cuenta que, en nuestro medio, esa decisión solo puede mantenerse por muy poco tiempo y que, desde el punto de vista de la salud colectiva, también se presentan serios inconvenientes.
Quienes creyeron en la cuarentena y la aprobaron el pasado 20 de marzo pensando que todo terminaría en catorce días, no pudieron ver que el drama recién empezaba. Ahora, a más de cuarenta días de aquella decisión, se están dando cuenta de que peligra su fuente de ingresos —si es que no está cerrada— y de que sus reservas personales se están agotando. Si su empleo se pierde porque gracias a la cuarentena la empresa no puede seguir, difícilmente consiga otro. La cuarentena prometía ser la solución, sí, pero no se explicó que traía consigo la posibilidad de que apareciera el hambre en vastos sectores: quien no tiene ingresos no compra, y si no hay ventas, no se va a producir lo que la gente no puede adquirir. Esto nos lleva al hecho de que si no se produce, tampoco hay empleos.
Durante la gripe española ya mencionada, las vidas humanas perdidas fueron muchísimas, pero a nadie se le ocurrió —ni a las naciones entonces beligerantes, ni después de finalizada la guerra—la genial idea de encerrar a la población en cuarentena, algo imposible de mantener porque la gente quiere y debe trabajar; si no, no come. A esto debemos sumar que, en nuestro medio, el Poder Legislativo no funciona —o solo para muy pocas cosas, como aumentarle la retribución a los empleados que trabajaron durante la cuarentena—, el Poder Judicial virtualmente tampoco y, en cuanto a los funcionarios del Poder Administrador, el grueso de ellos no está concurriendo al trabajo. Además, es inaceptable que la ANSES no atienda a los jubilados ni la AFIP a los contribuyentes.
Lo correcto, sin embargo, parecería ser utilizar todos los recursos disponibles —y crear los que no existan— para encontrar a los infectados antes de que la enfermedad avance y se haga más difícil su cura. El ejemplo de Israel y de Corea del Sur es aleccionador: realizaron verdaderas operaciones de inteligencia para hallar rápidamente a los infectados, separarlos del resto y tratarlos de inmediato. Ya sabemos que cuanto antes se los encuentre, menos conflictiva será su recuperación.
El coronavirus, en la mayoría de los casos, no tiene consecuencias graves para los afectados, la mayoría se recuperará —basta con ver las estadísticas a nivel mundial, 3.324.000 infectados de los cuales unos 242.000 perdieron la vida—. Los fallecidos, en su mayoría, ya padecían alguna patología grave o tenían antecedentes médicos, de no haberlos tenido, posiblemente se hubieran recuperado sin presentar secuelas. ¿Qué vinculación tienen estos guarismos comparados con la gripe española de principios del siglo XX y sus 40 millones de muertos con una población mundial muy inferior a la actual? Ninguna. El peligro ha sido magnificado por quienes debieron actuar con más prudencia. Es malo reaccionar débilmente ante una amenaza cierta y tangible, pero no es menos malo aterrorizar sin razón suficiente a la población.
El retorno a la normalidad
La situación económica en la Argentina ya era insostenible antes de la llegada de esta enfermedad, porque una parte de la población tiene que trabajar y pagar impuestos elevados para sustentar a empleados y otros beneficiarios del Estado que reciben prebendas inmorales en lugar de puestos de trabajo. Debemos volver a lo que llamamos normalidad cuanto antes, pero tomando las precauciones sanitarias de rigor y pensando también en la mortalidad infantil, el mal de Chagas, el dengue, los presos que están sueltos, las deudas impagas, el atraso escolar y otras miserias de la vida argentina que ya estaban desde antes. Lo primero es, sin duda, restablecer el correcto funcionamiento de los tres poderes de Gobierno y el respeto por la Constitución. Esta nación debe asumir su destino de libertad, ocupar el territorio patrio y reincorporarse a donde estaba hace setenta y siete años cuando era un símbolo de éxito, progreso y bienestar.
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 9, 2020