Es muy posible que la peor partida o “malón” de Cipriano fuera justamente, ese octubre 1872, al nombrarlo el Coronel Francisco de Elia, Cacique Principal de todos los indios Pampas amigos. Con el proceso de poblaciones y la ya iniciada producción agropecuaria, el microcosmos indígena comienza a dar sus últimos pasos. La designación de de Elia, tratando de robustecer la etnicidad de Cipriano, lo termina sacando de la institucionalidad de la que había usufructuado y enfrenta a sus pares, dado que el título lo reconoce como Cacique Principal de todos los pampas. Quizás, sin saberlo, Cipriano colabora para que los blancos inclinen a su favor la situación.
La Batalla de San Carlos, acaecida el 11 de marzo de 1872, en el actual partido de Bolívar, entre las fuerzas del General Ignacio Rivas, con el apoyo decisivo de las lanzas de Cipriano Catriel, 1.000 de Cipriano y 150 del Cacique Coliqueo, derrota definitivamente a las huestes de Calfucurá; acá se marca el comienzo del final de la dinastía Catrielera. Según Rómulo Muñiz en su libro “Los Indios Pampas” aquel día Cipriano se impuso en primer lugar a sus indios (a muchos de los cuales lanceó si no avanzaban) que estaban más dispuestos a pasarse a luchar de parte de sus hermanos de sangre, que a combatirlos. Los Catriel tenían los días contados.
El francés Alfredo Ebelot cita al Coronel Levalle, quién se enemistó muy seriamente con Juan José Catriel, al mostrar una incómoda tarjeta de presentación “El Coronel quiso asistir a su distribución (de una ración llegada de Azul) le contó las vacas; midió el aguardiente y pesó el tabaco y, comprobado el déficit, preguntó severamente que significaba eso. El proveedor exhibió el recibo de cacique. El Coronel se apoderó del documento como elemento de prueba y lo envió al ministro de guerra (Adolfo Alsina), El incidente fue ruidoso, nada podía ser más desagradable para Catriel. Era su “lista civil” lo que se le confiscaba. Rezongó; los grandes personajes de la tribu rezongaron; pero los capitanejos de último rango y la vil multitud hallaron algo bueno en las ideas del Coronel”
En esta cita, se encierra una de las pistas probables a muchos interrogantes. El negociado de las raciones, muy arraigado en los altos mandos de la toldería (también en los blancos), iba desgastando la autoridad. Esta práctica, si bien era motivo de encono silencioso, la mayoría se encontraba en situación de clientelismo, ya que dependían de los jefes para su provisión de raciones, pero era evidente que la verticalidad se iba debilitando de las ataduras étnicas y se volcaban a lo económico.
Referente a su actuación diplomática y política respecto al gobierno y demás indios, puede subrayarse los hechos siguientes; tanto Juan Calfucurá, como las autoridades nacionales y provinciales, hicieron continuos esfuerzos por conseguir su alianza y amistad con Cipriano. Podemos decir que, esclavo de ambos frentes de presión, supo moverse con cautela, dando muestras de lealtad a Buenos Aires, pero al no poseer el ingenio y la perspicacia de su padre (al decir del Coronel Álvaro Barros), se dejó “engatusar” en las relaciones con otros caciques y en el juego de intrigas de los jefes militares de frontera, pues varios pensaban que había llegado el momento de proceder al traslado de la frontera actual a una de las márgenes mismas del Río Negro, dejando la retaguardia despoblada de indios, las que irían desapareciendo, merced a las acciones militares y las desavenencias sembradas ex profeso entre ellas. Muestra de la funesta política, de la cual Cipriano se convirtió en víctima, fue su nombramiento, como Cacique Principal, hecho acaecido en octubre de 1872, con la finalidad de finiquitar el cuatrerismo practicado por algunos indios amigos, bajo la forma de pequeños malones, creando inseguridad para los pobladores de Azul y zonas limítrofes. El referido acuerdo se realizó en una reunión mantenida con los jefes indígenas vecinos de Azul, siendo aprobadas por unanimidad las cláusulas y nombraron de conformidad general, al Jefe Principal, Cipriano Catriel. Desde la firma de este acuerdo, Cipriano vio robustecida su autoridad, pero quedó comprometido ante los ojos de las indiadas vencidas y el mismo Calfucurá.
No obstante, a principios de enero de 1873 realizó un nuevo convenio de cooperación con el General Rivas, para afianzar su lealtad en vista de colaborar con sus lanzas, a efectos de repeler eventuales invasiones desde Salinas Grandes. Este compromiso lo mantuvo firme, incluso frente a las presiones ejercidas por el sucesor de Calfucurá, su hijo Manuel Namuncurá, el que mantenía los mismos ideales que su padre en cuanto a independencia política, resistencia al sometimiento por medio de la violencia y el empleo de los malones como práctica permanente de presión ante el gobierno.
La complacencia con de Elia la pagó caro, pero algunos autores citan al General Rivas, quien lo alentó para jugar a favor de Mitre en la revolución que se avecinaba en 1874, terminando de comprometerlo a Cipriano y Avendaño (más adelante, haré una semblanza de Avendaño, hombre blanco y oficial del Ejército Argentino) en esa revolución que acabaría con la muerte de ambos. Hacía años que lo unía a Rivas una muy buena amistad, de hecho, juntos pelearon en la Batalla de San Carlos contra las fuerzas de Calfucurá, en definitiva, contra los suyos. Ahora debía pelear contra cristianos junto a Rivas y Mitre. Con la decisión de apoyar a Mitre por parte de Rivas, la suerte de Catriel quedó sellada. Al solicitar su cooperación, Rivas sabía seguro que iba a responder por los lazos de amistad que lo unían a él. La respuesta fue que él y sus indios lucharían por la causa y su triunfo, la cual le explicaban, era justa y saldrían triunfantes. Sobre la capacidad militar de sus hombres y lealtad personal, el entonces Coronel Rivas escribe al ministro de Guerra y Marina, Martín de Gainza “Su contingente es activo y perfectamente decidido a favor del gobierno; y creo que es de suma conveniencia, conservarlo… Este cacique ha militarizado admirablemente su tribu y quedo seguro de que prestarán, tanto en ésta, como en aquella frontera (la de Blanca Grande) muy buenos servicios” (agosto de 1871); “La decisión del indio es abierta y su lealtad a toda prueba: él nada excusa y puedo acreditarlo así, no sólo conmigo sino con el gobierno” (febrero de 1872) Claudio Aquerreta, op.cit. El Comandante General de la Frontera Sud, se puso en marcha rumbo a Tapalqué – Las Flores, con unos 3.500 hombres, columna a la que se sumo Catriel, el 21 de octubre, al frente de 1.500 lanzas. Se encaminaron en busca de Mitre, que había anunciado su desembarco en el Tuyú, procedente de Montevideo, para asumir el mando del ejército revolucionario. Al respecto el “Diario de campaña de Estanislao S. Zeballos”, da un dato interesante “Esta columna entraba al campamento formada en filas de 16 hombres y a su cabeza Cipriano Catriel, en traje de General, puesta en su frente una vincha colorada con estrellas blancas, poncho pampa en el brazo, montando un caballo tordillo de sobrepaso (caballo que marcha entre el paso y el trote, dando un movimiento acompasado) adornado con lujosas prendas de plata y seguido de su volanta escoltada por 40 tiradores. Luego venía una banda de clarines, dos banderas argentinas de raso y por último la columna, guardando toda la buena formación y disciplina que su jefe había sabido introducir en su tribu”
Pero el correr de los días, hizo mella en el ánimo de los lanceros de Catriel y comenzaron por desertar unos 400 de ellos, que regresaron a sus toldos, disminuyendo el apoyo indígena. Entre los factores determinantes para la deserción, podemos contar, lo penoso de la travesía (cansancio, falta de alimentos, condiciones climáticas adversas) la presencia de gubernistas con continuas hostilidades, versiones contradictorias sobre una retirada general riesgosa e inútil y el férreo mando de Rivas. No obstante los sublevados, a pesar de las numerosas adhesiones que cosecharon a su paso, creyeron conveniente replegarse esperando el momento oportuno para apresurar el desplazamiento hacia Buenos Aires, enfrentando solamente pequeñas acciones armadas. Primero fueron rumbo a Tandil; luego hacia Azul y Olavarría. Algunos escuadrones de indios aparecieron el 15 de noviembre, en las proximidades de Olavarría, estaba sonando la hora del infausto destino de Cipriano Catriel.
Mitre no quiso saber nada de seguir con Cipriano, imaginaba los titulares de los diarios en Buenos Aires “Atila y los Hunos” “Un atentado contra la civilización” en fin, todo lo que los diarios escriben ante estas situaciones. La idea que sostenía Mitre, desde su encuentro en Los Médanos, era que las huestes de Catriel debían abandonar la campaña y quedarse en Olavarría o Nievas a la espera de novedades; en virtud que la presencia de indios en las filas del ejército no haría más que crear intranquilidad innecesaria; por lo visto, Catriel no fue de la partida, ya que el jefe revolucionario lo dejó en Olavarría ante la cercanía de las fuerzas del gobierno. A Rivas no le quedó más remedio que dejarlos ir. Estaba seguro que a partir de ahora, las cosas para Cipriano no serían fáciles.
El 17 de noviembre Mitre llega con su ejército a esta ciudad, (Olavarría) acompañado de Catriel y su gente desde el Tordillo (Gral. Conesa), pero ante el avance de las tropas leales al gobierno, al mando del Coronel Lagos, levanta campamento y abandona el lugar y no permite que el cacique los acompañe, Rivas le dio la espalda. Los pronósticos encomiásticos sobre el porvenir de la intentona revolucionaria, se fueron apagando con el correr de los días. Los insurrectos fueron batidos respectivamente por el Coronel Julio A. Roca, jefe de la frontera cordobesa, derrotando al General Arredondo en el combate de Santa Rosa, Mendoza, el 7 de noviembre de 1874; el General Mitre lo fue en la batalla de La Verde (entre 25 de Mayo y Chivilcoy), el 26 de noviembre de 1874, por las tropas del Coronel Inocencio Arias. Con la detención y castigo de los cabecillas, incluido Mitre, que capituló en Junín; ahora, el Presidente Avellaneda, pudo entregarse a cumplir con su programa de gobierno, quedando la República pacificada, por el momento. Como veremos, en el tiempo, las rencillas y desacuerdo políticos, nunca terminan. Igualmente quedó registrado como una traición al gobierno de Avellaneda, la determinación de Cipriano de sumarse a la intentona revolucionaria.
Las cosas de la historia, el General Mitre, quién desechó la compañía de Catriel, junto a Rivas, fueron derrotados por las fuerzas del Teniente Coronel José Inocencio Arias, en la Batalla de La Verde, el 26 de noviembre de 1874, (tomado del nombre de la estancia y la laguna, ubicada en el partido de 25 de Mayo), la fuerza efectiva de Mitre contaba con casi 5.000 hombres, entre ellos indios amigos, todos estos efectivos superaban ampliamente a las tropas de Arias, la que solamente contaba con 900 del arma de Infantería, todos veteranos de la Guerra del Paraguay. Esto da una idea de la clase de militares que combatían; baste recrear las palabras del Tte. Coronel Arias al recibir la partida al mando de José F. Caro, el cual adujo, a fin de acomodar su situación, ya que se los encontró sin pensar, que era un parlamentario que venía a negociar la rendición de Arias, a lo cual el Coronel dejó en libertad a Caro con las siguientes palabras “Prevéngale usted a los generales Mitre y Rivas y a los Coroneles Borges, Segovia, Murga y Ocampo, por si acaso lo han olvidado, que a sus ordenes combatí, en los esteros, en los montes y en las trincheras del Paraguay. Dígales que el Comandante Arias y sus tropas están resueltos a morir peleando”. Tras varias horas de lucha, las tropas de Mitre, comandadas por el Coronel Francisco Borges, de retiraron vencidas del campo de batalla, dejando más de mil muertos y cuantiosos heridos. Arias, sería luego, ascendido a Coronel, llegó a General y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, muriendo en el cargo en 1912. Arias no intentó ninguna persecución, pero envió una carta: “Mi estimado y respetado general: desde el momento en que emprendió la retirada me he ocupado de recoger sus heridos y atenderlos lo mejor posible a quienes les cedimos nuestras pobres camas. Si puede hacerme saber de Borges, yo se lo agradecería en el alma”.Arias estaba preocupado por su amigo Borges (abuelo del escritor Jorge Luis Borges) quien había sido herido gravemente falleciendo dos días después a los 39 años. Que irónico el Coronel y más fino no pudo ser “cuando emprendió la retirada” le falto “y dejó los heridos abandonados a su suerte”, total, general que huye sirve para escribir libros. El coronel José Inocencio Arias, al frente de sus soldados, entró en triunfo a Buenos Aires por calle Florida. La tropa desfiló llevando una cinta verde en el caño de los fusiles.
Prosigamos con la historia de Cipriano. Abandonado por Mitre, sin posibilidad de huir a Salinas Grandes, ya que Namuncurá era su enemigo, al igual que Pincén, no tuvo más opciones que quedarse en su tierra, acampando a una legua del poblado, en el Paraje Quentrel, sobre el Cerro Negro. Lo acompañaban su secretario Avendaño, sus familias (unas 12 personas) y los últimos seguidores indios, a los que agregaron unos 32 vecinos “mitristas” del Azul y Tapalqué; entre ellos estaban el estanciero Belisario Zapata y Serapio Rosas y su hijo. Algunos autores, son de la opinión que la presencia de Cipriano en Olavarría y su permanencia, es debida a la pelea sostenida con su hermano Juan José, durante un enfrentamiento con fuerzas del gobierno, en Las Flores. Se basan en las declaraciones del Teniente Coronel Hilario Lagos registradas en “Memorias de Juan Montenegro”, primer biógrafo de Cipriano Catriel, publicadas en “El Imparcial” de Azul, el 9 de abril de 1908 y a su vez, cuñado de Avendaño.
En vista a sus desaciertos, el sucesor político, su hermano Juan José, se adelanta, previendo la situación en que quedaron los catrieleros. Según el historiador Manuel Cuadrado Hernández, “La dinastía de los Catriel” en Todo es Historia, la actitud de Juan José termina en felonía; al llegar a las inmediaciones, los Coroneles Hilario Lagos y Julio Campos, los que según algunos testimonios, estos jefes militares poco antes, despacharon al Capitán Rufino Solano para que se entrevistase con Juan José Catriel, a fin de atraerlo a las filas del gobierno, asegurándole que la Revolución había fracasado. Juan José simula que Cipriano lo engañó y expresa loas alsinistas, inmediatamente lo acomete la idea de la traición y se incorpora a las fuerzas oficiales. Sondea a la indiada, incitándola a rebelarse contra su jefe. Este nuevo Judas, induce a la tribu a someterse a Lagos. Destacan como parlamentario al Capitanejo Mariano Moreno, para intimarlo a Cipriano que deponga sus lanzas, quien además, debía comunicarle que ya no era Cacique General, pues por orden militar, había sido reemplazado en el cargo por su hermano Juan José; las instrucciones son que a Cipriano no se le seguirá perjuicio alguno. La respuesta no se hizo esperar, presa de furia incontrolable, ordena al trompa de órdenes, Martín Sosa, para que degüelle al emisario, (vemos un hilo conductor en esta actitud humana al saberse acorralado: Matar Al Mensajero) orden que se cumple sin vacilar en un instante. Esto provoca la sublevación de la indiada, que encabezada por el Capitanejo Peralta, tratan de darle muerte. Peralta se echó sobre Catriel…un chuzazo lo dejó a medio camino. Cipriano junto a Avendaño, miembros de la familia y los vecinos que lo acompañaban, permanecieron atentos y defendiéndose con las precarias armas que poseían. En esta situación, Cipriano hace una conmovedora confesión a uno de los sitiados “Yo quiero mucho a los cristianos y yo también lo sería; pero entonces mi gente, no querría ser gobernada por mí. Y si consiguiera que mi gente se cristianase, entonces el gobierno haría soldados a todos mis pobres indios; es por eso que no me conviene. Yo tengo a mi hijo estudiando y cuando aprenda será mi secretario y entonces uno de mi sangre, me dirigirá”.Pero ya no había tiempo para que se cumplan sus deseos.
La indiada que recordaba aún, la batalla de San Carlos, vio una señal de justicia por parte del Catriel que tomaba el mando. Juan José, que hasta ese momento, se dedicaba a sus haciendas; encabeza la matanza y toma el poder, haciéndose del control de los suyos. El Subteniente Julio Costa, del Batallón del 8º de Línea, testigo ocular de los hechos, sostiene que la principal causa de muerte de Cipriano fue la traición de su hermano, quién víctima de la envidia incitó a la indiada a saldar antiguos rencores y satisfacer ambiciones de liderazgo. “Les mostró – escribe Costa – como la Revolución estaba perdida, como no hacían más que huir el combate desde que salieron de la costa del arroyo Nievas, sin tener tiempo ni para asar los cogotes de yegua, ni a veces chuparles la sangre, porque ya estaba el enemigo encima con sus cañones y sus rémington que mataban a larga distancia; les mostró que iban a ser fusilados por haberse alzado estando al servicio del gobierno en cuanto los tomasen, lo cual no tardaría mucho y que les convenía entregarse y al ser perdonados, quedarían en libertad. Que si el cacique Cipriano no quería entregarse, se quedaría solo y entre todos lo sacarían de en medio y se salvarían. Que degollarían también a Zapata y a don Serapio Rosas y a su hijo, que tenían plata, y al comisario pagador, que les estaba pagando y que llevaba mucha plata en la valija y los robarían y se harían ricos”. Así los indujo a mandarles dos parlamentarios al cacique, que para Juan José iban en fija (quiere decir, que tenían la respuesta asegurada) porque si se entregaba, lo asesinarían. Efectivamente, iban en fija. Julio A. Costa, op.cit. pp. 32 – 33. Para completar su felonía, les informó a Lagos y Campos, donde se encontraba acampando su hermano.
A las cuatro de la tarde del 18 de noviembre de 1874, antes de ponerse el sol, llegó al lugar el Capitán Pablo Vargas, acompañado de un grupo de Guardias Nacionales y algunos indios, en total, 200 hombres, con la orden de rendición en nombre de Lagos, ofreciendo la gracia del perdón y la libertad. Frente a la presencia de Vargas, antiguo compañero de armas en la batalla de San Carlos, el cacique depuso su actitud y se entregó, con el anhelo del buen tratamiento para él y sus acompañantes, esperando que su vida fuese respetada, como ocurrió con los jefes militares que capitularon en Junín. Cuadrado Hernández afirma, “que se hallaba presente su hermano Juan José, junto a Vargas; el mismo Juan José, en un descuido, se acerca por la espalda a Cipriano y le arranca las presillas de oro del uniforme que viste”, a su vez, la tropa recién llegada (soldados e indios) despojan de sus mejores prendas a todos los prisioneros. En este ínterin, Serapio Rojas y su hijo, intentan huir, siendo lanceados por los indios presentes y también son despojados de sus ropas.
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PRINCIPIO DEL FIN DE LA DINASTÍA CATRIELERA
Es muy posible que la peor partida o “malón” de Cipriano fuera justamente, ese octubre 1872, al nombrarlo el Coronel Francisco de Elia, Cacique Principal de todos los indios Pampas amigos. Con el proceso de poblaciones y la ya iniciada producción agropecuaria, el microcosmos indígena comienza a dar sus últimos pasos. La designación de de Elia, tratando de robustecer la etnicidad de Cipriano, lo termina sacando de la institucionalidad de la que había usufructuado y enfrenta a sus pares, dado que el título lo reconoce como Cacique Principal de todos los pampas. Quizás, sin saberlo, Cipriano colabora para que los blancos inclinen a su favor la situación.
La Batalla de San Carlos, acaecida el 11 de marzo de 1872, en el actual partido de Bolívar, entre las fuerzas del General Ignacio Rivas, con el apoyo decisivo de las lanzas de Cipriano Catriel, 1.000 de Cipriano y 150 del Cacique Coliqueo, derrota definitivamente a las huestes de Calfucurá; acá se marca el comienzo del final de la dinastía Catrielera. Según Rómulo Muñiz en su libro “Los Indios Pampas” aquel día Cipriano se impuso en primer lugar a sus indios (a muchos de los cuales lanceó si no avanzaban) que estaban más dispuestos a pasarse a luchar de parte de sus hermanos de sangre, que a combatirlos. Los Catriel tenían los días contados.
El francés Alfredo Ebelot cita al Coronel Levalle, quién se enemistó muy seriamente con Juan José Catriel, al mostrar una incómoda tarjeta de presentación “El Coronel quiso asistir a su distribución (de una ración llegada de Azul) le contó las vacas; midió el aguardiente y pesó el tabaco y, comprobado el déficit, preguntó severamente que significaba eso. El proveedor exhibió el recibo de cacique. El Coronel se apoderó del documento como elemento de prueba y lo envió al ministro de guerra (Adolfo Alsina), El incidente fue ruidoso, nada podía ser más desagradable para Catriel. Era su “lista civil” lo que se le confiscaba. Rezongó; los grandes personajes de la tribu rezongaron; pero los capitanejos de último rango y la vil multitud hallaron algo bueno en las ideas del Coronel”
En esta cita, se encierra una de las pistas probables a muchos interrogantes. El negociado de las raciones, muy arraigado en los altos mandos de la toldería (también en los blancos), iba desgastando la autoridad. Esta práctica, si bien era motivo de encono silencioso, la mayoría se encontraba en situación de clientelismo, ya que dependían de los jefes para su provisión de raciones, pero era evidente que la verticalidad se iba debilitando de las ataduras étnicas y se volcaban a lo económico.
Referente a su actuación diplomática y política respecto al gobierno y demás indios, puede subrayarse los hechos siguientes; tanto Juan Calfucurá, como las autoridades nacionales y provinciales, hicieron continuos esfuerzos por conseguir su alianza y amistad con Cipriano. Podemos decir que, esclavo de ambos frentes de presión, supo moverse con cautela, dando muestras de lealtad a Buenos Aires, pero al no poseer el ingenio y la perspicacia de su padre (al decir del Coronel Álvaro Barros), se dejó “engatusar” en las relaciones con otros caciques y en el juego de intrigas de los jefes militares de frontera, pues varios pensaban que había llegado el momento de proceder al traslado de la frontera actual a una de las márgenes mismas del Río Negro, dejando la retaguardia despoblada de indios, las que irían desapareciendo, merced a las acciones militares y las desavenencias sembradas ex profeso entre ellas. Muestra de la funesta política, de la cual Cipriano se convirtió en víctima, fue su nombramiento, como Cacique Principal, hecho acaecido en octubre de 1872, con la finalidad de finiquitar el cuatrerismo practicado por algunos indios amigos, bajo la forma de pequeños malones, creando inseguridad para los pobladores de Azul y zonas limítrofes. El referido acuerdo se realizó en una reunión mantenida con los jefes indígenas vecinos de Azul, siendo aprobadas por unanimidad las cláusulas y nombraron de conformidad general, al Jefe Principal, Cipriano Catriel. Desde la firma de este acuerdo, Cipriano vio robustecida su autoridad, pero quedó comprometido ante los ojos de las indiadas vencidas y el mismo Calfucurá.
No obstante, a principios de enero de 1873 realizó un nuevo convenio de cooperación con el General Rivas, para afianzar su lealtad en vista de colaborar con sus lanzas, a efectos de repeler eventuales invasiones desde Salinas Grandes. Este compromiso lo mantuvo firme, incluso frente a las presiones ejercidas por el sucesor de Calfucurá, su hijo Manuel Namuncurá, el que mantenía los mismos ideales que su padre en cuanto a independencia política, resistencia al sometimiento por medio de la violencia y el empleo de los malones como práctica permanente de presión ante el gobierno.
La complacencia con de Elia la pagó caro, pero algunos autores citan al General Rivas, quien lo alentó para jugar a favor de Mitre en la revolución que se avecinaba en 1874, terminando de comprometerlo a Cipriano y Avendaño (más adelante, haré una semblanza de Avendaño, hombre blanco y oficial del Ejército Argentino) en esa revolución que acabaría con la muerte de ambos. Hacía años que lo unía a Rivas una muy buena amistad, de hecho, juntos pelearon en la Batalla de San Carlos contra las fuerzas de Calfucurá, en definitiva, contra los suyos. Ahora debía pelear contra cristianos junto a Rivas y Mitre. Con la decisión de apoyar a Mitre por parte de Rivas, la suerte de Catriel quedó sellada. Al solicitar su cooperación, Rivas sabía seguro que iba a responder por los lazos de amistad que lo unían a él. La respuesta fue que él y sus indios lucharían por la causa y su triunfo, la cual le explicaban, era justa y saldrían triunfantes. Sobre la capacidad militar de sus hombres y lealtad personal, el entonces Coronel Rivas escribe al ministro de Guerra y Marina, Martín de Gainza “Su contingente es activo y perfectamente decidido a favor del gobierno; y creo que es de suma conveniencia, conservarlo… Este cacique ha militarizado admirablemente su tribu y quedo seguro de que prestarán, tanto en ésta, como en aquella frontera (la de Blanca Grande) muy buenos servicios” (agosto de 1871); “La decisión del indio es abierta y su lealtad a toda prueba: él nada excusa y puedo acreditarlo así, no sólo conmigo sino con el gobierno” (febrero de 1872) Claudio Aquerreta, op.cit. El Comandante General de la Frontera Sud, se puso en marcha rumbo a Tapalqué – Las Flores, con unos 3.500 hombres, columna a la que se sumo Catriel, el 21 de octubre, al frente de 1.500 lanzas. Se encaminaron en busca de Mitre, que había anunciado su desembarco en el Tuyú, procedente de Montevideo, para asumir el mando del ejército revolucionario. Al respecto el “Diario de campaña de Estanislao S. Zeballos”, da un dato interesante “Esta columna entraba al campamento formada en filas de 16 hombres y a su cabeza Cipriano Catriel, en traje de General, puesta en su frente una vincha colorada con estrellas blancas, poncho pampa en el brazo, montando un caballo tordillo de sobrepaso (caballo que marcha entre el paso y el trote, dando un movimiento acompasado) adornado con lujosas prendas de plata y seguido de su volanta escoltada por 40 tiradores. Luego venía una banda de clarines, dos banderas argentinas de raso y por último la columna, guardando toda la buena formación y disciplina que su jefe había sabido introducir en su tribu”
Pero el correr de los días, hizo mella en el ánimo de los lanceros de Catriel y comenzaron por desertar unos 400 de ellos, que regresaron a sus toldos, disminuyendo el apoyo indígena. Entre los factores determinantes para la deserción, podemos contar, lo penoso de la travesía (cansancio, falta de alimentos, condiciones climáticas adversas) la presencia de gubernistas con continuas hostilidades, versiones contradictorias sobre una retirada general riesgosa e inútil y el férreo mando de Rivas. No obstante los sublevados, a pesar de las numerosas adhesiones que cosecharon a su paso, creyeron conveniente replegarse esperando el momento oportuno para apresurar el desplazamiento hacia Buenos Aires, enfrentando solamente pequeñas acciones armadas. Primero fueron rumbo a Tandil; luego hacia Azul y Olavarría. Algunos escuadrones de indios aparecieron el 15 de noviembre, en las proximidades de Olavarría, estaba sonando la hora del infausto destino de Cipriano Catriel.
Mitre no quiso saber nada de seguir con Cipriano, imaginaba los titulares de los diarios en Buenos Aires “Atila y los Hunos” “Un atentado contra la civilización” en fin, todo lo que los diarios escriben ante estas situaciones. La idea que sostenía Mitre, desde su encuentro en Los Médanos, era que las huestes de Catriel debían abandonar la campaña y quedarse en Olavarría o Nievas a la espera de novedades; en virtud que la presencia de indios en las filas del ejército no haría más que crear intranquilidad innecesaria; por lo visto, Catriel no fue de la partida, ya que el jefe revolucionario lo dejó en Olavarría ante la cercanía de las fuerzas del gobierno. A Rivas no le quedó más remedio que dejarlos ir. Estaba seguro que a partir de ahora, las cosas para Cipriano no serían fáciles.
El 17 de noviembre Mitre llega con su ejército a esta ciudad, (Olavarría) acompañado de Catriel y su gente desde el Tordillo (Gral. Conesa), pero ante el avance de las tropas leales al gobierno, al mando del Coronel Lagos, levanta campamento y abandona el lugar y no permite que el cacique los acompañe, Rivas le dio la espalda. Los pronósticos encomiásticos sobre el porvenir de la intentona revolucionaria, se fueron apagando con el correr de los días. Los insurrectos fueron batidos respectivamente por el Coronel Julio A. Roca, jefe de la frontera cordobesa, derrotando al General Arredondo en el combate de Santa Rosa, Mendoza, el 7 de noviembre de 1874; el General Mitre lo fue en la batalla de La Verde (entre 25 de Mayo y Chivilcoy), el 26 de noviembre de 1874, por las tropas del Coronel Inocencio Arias. Con la detención y castigo de los cabecillas, incluido Mitre, que capituló en Junín; ahora, el Presidente Avellaneda, pudo entregarse a cumplir con su programa de gobierno, quedando la República pacificada, por el momento. Como veremos, en el tiempo, las rencillas y desacuerdo políticos, nunca terminan. Igualmente quedó registrado como una traición al gobierno de Avellaneda, la determinación de Cipriano de sumarse a la intentona revolucionaria.
Las cosas de la historia, el General Mitre, quién desechó la compañía de Catriel, junto a Rivas, fueron derrotados por las fuerzas del Teniente Coronel José Inocencio Arias, en la Batalla de La Verde, el 26 de noviembre de 1874, (tomado del nombre de la estancia y la laguna, ubicada en el partido de 25 de Mayo), la fuerza efectiva de Mitre contaba con casi 5.000 hombres, entre ellos indios amigos, todos estos efectivos superaban ampliamente a las tropas de Arias, la que solamente contaba con 900 del arma de Infantería, todos veteranos de la Guerra del Paraguay. Esto da una idea de la clase de militares que combatían; baste recrear las palabras del Tte. Coronel Arias al recibir la partida al mando de José F. Caro, el cual adujo, a fin de acomodar su situación, ya que se los encontró sin pensar, que era un parlamentario que venía a negociar la rendición de Arias, a lo cual el Coronel dejó en libertad a Caro con las siguientes palabras “Prevéngale usted a los generales Mitre y Rivas y a los Coroneles Borges, Segovia, Murga y Ocampo, por si acaso lo han olvidado, que a sus ordenes combatí, en los esteros, en los montes y en las trincheras del Paraguay. Dígales que el Comandante Arias y sus tropas están resueltos a morir peleando”. Tras varias horas de lucha, las tropas de Mitre, comandadas por el Coronel Francisco Borges, de retiraron vencidas del campo de batalla, dejando más de mil muertos y cuantiosos heridos. Arias, sería luego, ascendido a Coronel, llegó a General y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, muriendo en el cargo en 1912. Arias no intentó ninguna persecución, pero envió una carta: “Mi estimado y respetado general: desde el momento en que emprendió la retirada me he ocupado de recoger sus heridos y atenderlos lo mejor posible a quienes les cedimos nuestras pobres camas. Si puede hacerme saber de Borges, yo se lo agradecería en el alma”. Arias estaba preocupado por su amigo Borges (abuelo del escritor Jorge Luis Borges) quien había sido herido gravemente falleciendo dos días después a los 39 años. Que irónico el Coronel y más fino no pudo ser “cuando emprendió la retirada” le falto “y dejó los heridos abandonados a su suerte”, total, general que huye sirve para escribir libros. El coronel José Inocencio Arias, al frente de sus soldados, entró en triunfo a Buenos Aires por calle Florida. La tropa desfiló llevando una cinta verde en el caño de los fusiles.
Prosigamos con la historia de Cipriano. Abandonado por Mitre, sin posibilidad de huir a Salinas Grandes, ya que Namuncurá era su enemigo, al igual que Pincén, no tuvo más opciones que quedarse en su tierra, acampando a una legua del poblado, en el Paraje Quentrel, sobre el Cerro Negro. Lo acompañaban su secretario Avendaño, sus familias (unas 12 personas) y los últimos seguidores indios, a los que agregaron unos 32 vecinos “mitristas” del Azul y Tapalqué; entre ellos estaban el estanciero Belisario Zapata y Serapio Rosas y su hijo. Algunos autores, son de la opinión que la presencia de Cipriano en Olavarría y su permanencia, es debida a la pelea sostenida con su hermano Juan José, durante un enfrentamiento con fuerzas del gobierno, en Las Flores. Se basan en las declaraciones del Teniente Coronel Hilario Lagos registradas en “Memorias de Juan Montenegro”, primer biógrafo de Cipriano Catriel, publicadas en “El Imparcial” de Azul, el 9 de abril de 1908 y a su vez, cuñado de Avendaño.
En vista a sus desaciertos, el sucesor político, su hermano Juan José, se adelanta, previendo la situación en que quedaron los catrieleros. Según el historiador Manuel Cuadrado Hernández, “La dinastía de los Catriel” en Todo es Historia, la actitud de Juan José termina en felonía; al llegar a las inmediaciones, los Coroneles Hilario Lagos y Julio Campos, los que según algunos testimonios, estos jefes militares poco antes, despacharon al Capitán Rufino Solano para que se entrevistase con Juan José Catriel, a fin de atraerlo a las filas del gobierno, asegurándole que la Revolución había fracasado. Juan José simula que Cipriano lo engañó y expresa loas alsinistas, inmediatamente lo acomete la idea de la traición y se incorpora a las fuerzas oficiales. Sondea a la indiada, incitándola a rebelarse contra su jefe. Este nuevo Judas, induce a la tribu a someterse a Lagos. Destacan como parlamentario al Capitanejo Mariano Moreno, para intimarlo a Cipriano que deponga sus lanzas, quien además, debía comunicarle que ya no era Cacique General, pues por orden militar, había sido reemplazado en el cargo por su hermano Juan José; las instrucciones son que a Cipriano no se le seguirá perjuicio alguno. La respuesta no se hizo esperar, presa de furia incontrolable, ordena al trompa de órdenes, Martín Sosa, para que degüelle al emisario, (vemos un hilo conductor en esta actitud humana al saberse acorralado: Matar Al Mensajero) orden que se cumple sin vacilar en un instante. Esto provoca la sublevación de la indiada, que encabezada por el Capitanejo Peralta, tratan de darle muerte. Peralta se echó sobre Catriel…un chuzazo lo dejó a medio camino. Cipriano junto a Avendaño, miembros de la familia y los vecinos que lo acompañaban, permanecieron atentos y defendiéndose con las precarias armas que poseían. En esta situación, Cipriano hace una conmovedora confesión a uno de los sitiados “Yo quiero mucho a los cristianos y yo también lo sería; pero entonces mi gente, no querría ser gobernada por mí. Y si consiguiera que mi gente se cristianase, entonces el gobierno haría soldados a todos mis pobres indios; es por eso que no me conviene. Yo tengo a mi hijo estudiando y cuando aprenda será mi secretario y entonces uno de mi sangre, me dirigirá”. Pero ya no había tiempo para que se cumplan sus deseos.
La indiada que recordaba aún, la batalla de San Carlos, vio una señal de justicia por parte del Catriel que tomaba el mando. Juan José, que hasta ese momento, se dedicaba a sus haciendas; encabeza la matanza y toma el poder, haciéndose del control de los suyos. El Subteniente Julio Costa, del Batallón del 8º de Línea, testigo ocular de los hechos, sostiene que la principal causa de muerte de Cipriano fue la traición de su hermano, quién víctima de la envidia incitó a la indiada a saldar antiguos rencores y satisfacer ambiciones de liderazgo. “Les mostró – escribe Costa – como la Revolución estaba perdida, como no hacían más que huir el combate desde que salieron de la costa del arroyo Nievas, sin tener tiempo ni para asar los cogotes de yegua, ni a veces chuparles la sangre, porque ya estaba el enemigo encima con sus cañones y sus rémington que mataban a larga distancia; les mostró que iban a ser fusilados por haberse alzado estando al servicio del gobierno en cuanto los tomasen, lo cual no tardaría mucho y que les convenía entregarse y al ser perdonados, quedarían en libertad. Que si el cacique Cipriano no quería entregarse, se quedaría solo y entre todos lo sacarían de en medio y se salvarían. Que degollarían también a Zapata y a don Serapio Rosas y a su hijo, que tenían plata, y al comisario pagador, que les estaba pagando y que llevaba mucha plata en la valija y los robarían y se harían ricos”. Así los indujo a mandarles dos parlamentarios al cacique, que para Juan José iban en fija (quiere decir, que tenían la respuesta asegurada) porque si se entregaba, lo asesinarían. Efectivamente, iban en fija. Julio A. Costa, op.cit. pp. 32 – 33. Para completar su felonía, les informó a Lagos y Campos, donde se encontraba acampando su hermano.
A las cuatro de la tarde del 18 de noviembre de 1874, antes de ponerse el sol, llegó al lugar el Capitán Pablo Vargas, acompañado de un grupo de Guardias Nacionales y algunos indios, en total, 200 hombres, con la orden de rendición en nombre de Lagos, ofreciendo la gracia del perdón y la libertad. Frente a la presencia de Vargas, antiguo compañero de armas en la batalla de San Carlos, el cacique depuso su actitud y se entregó, con el anhelo del buen tratamiento para él y sus acompañantes, esperando que su vida fuese respetada, como ocurrió con los jefes militares que capitularon en Junín. Cuadrado Hernández afirma, “que se hallaba presente su hermano Juan José, junto a Vargas; el mismo Juan José, en un descuido, se acerca por la espalda a Cipriano y le arranca las presillas de oro del uniforme que viste”, a su vez, la tropa recién llegada (soldados e indios) despojan de sus mejores prendas a todos los prisioneros. En este ínterin, Serapio Rojas y su hijo, intentan huir, siendo lanceados por los indios presentes y también son despojados de sus ropas.
CONTINUARÁ…
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Agosto 4, 2021