En el hotel había como tres periodistas de la capital. A cualquier punto cardinal del pueblo que uno se dirigía, se escuchaba esa frase de asombro. La última vez que se había producido semejante alboroto incluyendo a todos y cada uno de los cincuenta y ocho miembros de la comunidad fue cuando llegó ese cantante de rock que al danzar parecía que pulgas descendían por sus piernas, y solo se había detenido unos segundos a cargar gasolina. Es cierto que el hombre fue simpático y cantó un par de canciones a capella impresionando a las tres quinceañeras del lugar. A los hombres poco les importó.
Ahora, la historia era diferente. Este era un evento que sucedía una vez cada cien años o para ser exactos. Una vez cada ciento cuarenta y dos años, desde la fundación del pueblo. Para ser honestos, nunca había sucedido.
Nadie sabía, ni tenía pistas de esta persona, me refiero a La Interprete de Pasados Pisados. Muchos estaban confundidos ya que, por teléfono, alguien, le había comentado a alguien que veríamos ‘al’ o ‘a la’ Interprete de Pasados Pisados. De esta manera, entiendo que es un ser humano, pero sin la información adecuada no se podía predecir el género. O tal vez sí: Hombre o mujer.
El otro problema por enfrentar era que La Interprete de Pasados Pisados llegaría a las 13.00 horas… o a las 3.00 horas, lo que nos había puesto nerviosos ya que a las 3.00 horas podría ser las 3 de la tarde, las 3 de la mañana o dentro de las próximas 3 horas. Es por ello, que, en estos momentos, llegando el mediodía, todo el mundo bostezaba por haberse levantado a las 2 de la mañana.
Era una pena que quién contestó el teléfono aquella tarde de lluvia aterradora no hubiera sido preciso en el día exacto que La Interprete de Pasados Pisados llegaría. Nadie recuerda exactamente, pero creo que, desde hacía más de una semana, todos estábamos de pie un par de horas pasada la medianoche. Era notable que los canteros de la única calle del pueblo se estuvieran volviendo grises y durante todo ese tiempo nadie trabajara, se alimentara decentemente o se preocupara por los días sin clase en la escuela.
Además, el carácter de las personas había cambiado. Se habían empezado a producir las primeras discusiones, ya que no había acuerdo en quien emitiría el discurso de bienvenida en representación del lugar y el motivo era que el alcalde había muerto y ninguno de los 58 concejales habíamos logrado designar a un sucesor. En todas las elecciones, habíamos recibido un voto de confianza cada uno. El secretario de relaciones publicas sugirió que fuera el secretario de relaciones publicas quien recibiera a La Interprete de los Pasados Pisados, pero su moción fue denegada por un conflicto de intereses. La subsecretaria de obras públicas insinuó que la secretaria de obras publicas se encargara de la acogida. Esa propuesta fue rechazada ya que, si bien se regaban los dos rosales de la entrada, no se habían producido otras labores desde hacía más de veinte años. Cada una de las cincuenta y siete comisiones (yo no pertenecí ni pertenezco a ninguna) había realizado una candidatura y cada una fue objetada. Las amenzas no se hicieron esperar. Unos pocos amagaron con renunciar. Algunos, disgustados, decidieron marcharse a sus casas. Otros decidieron jugar a los naipes en el bar. Los periodistas prefirieron cubrir un concurso de hortalizas en un pueblo cercano, En quince minutos, la calle estaba desierta.
Allí quedé, mirando el avance de la tormenta de tierra que venía de los bosques. Me pregunté si había cerrado las ventanas de mi casa al salir esa madrugada. Comencé a caminar y me interrumpí a los mil pasos. Una motocicleta pasó junto a mí y se detuvo en la calle principal. La figura descendió y seguramente vio a los hombres bromeando y apostando. A las mujeres conversando. A las niñas jugando. Sospeche que se trataba de La Interprete de los pasados Pisados. Cuando quise acercarme, ya se había perdido en la ruta, rumbo a la tempestad.
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Por María Ferreyra Kussman
En el hotel había como tres periodistas de la capital. A cualquier punto cardinal del pueblo que uno se dirigía, se escuchaba esa frase de asombro. La última vez que se había producido semejante alboroto incluyendo a todos y cada uno de los cincuenta y ocho miembros de la comunidad fue cuando llegó ese cantante de rock que al danzar parecía que pulgas descendían por sus piernas, y solo se había detenido unos segundos a cargar gasolina. Es cierto que el hombre fue simpático y cantó un par de canciones a capella impresionando a las tres quinceañeras del lugar. A los hombres poco les importó.
Ahora, la historia era diferente. Este era un evento que sucedía una vez cada cien años o para ser exactos. Una vez cada ciento cuarenta y dos años, desde la fundación del pueblo. Para ser honestos, nunca había sucedido.
Nadie sabía, ni tenía pistas de esta persona, me refiero a La Interprete de Pasados Pisados. Muchos estaban confundidos ya que, por teléfono, alguien, le había comentado a alguien que veríamos ‘al’ o ‘a la’ Interprete de Pasados Pisados. De esta manera, entiendo que es un ser humano, pero sin la información adecuada no se podía predecir el género. O tal vez sí: Hombre o mujer.
El otro problema por enfrentar era que La Interprete de Pasados Pisados llegaría a las 13.00 horas… o a las 3.00 horas, lo que nos había puesto nerviosos ya que a las 3.00 horas podría ser las 3 de la tarde, las 3 de la mañana o dentro de las próximas 3 horas. Es por ello, que, en estos momentos, llegando el mediodía, todo el mundo bostezaba por haberse levantado a las 2 de la mañana.
Era una pena que quién contestó el teléfono aquella tarde de lluvia aterradora no hubiera sido preciso en el día exacto que La Interprete de Pasados Pisados llegaría. Nadie recuerda exactamente, pero creo que, desde hacía más de una semana, todos estábamos de pie un par de horas pasada la medianoche. Era notable que los canteros de la única calle del pueblo se estuvieran volviendo grises y durante todo ese tiempo nadie trabajara, se alimentara decentemente o se preocupara por los días sin clase en la escuela.
Además, el carácter de las personas había cambiado. Se habían empezado a producir las primeras discusiones, ya que no había acuerdo en quien emitiría el discurso de bienvenida en representación del lugar y el motivo era que el alcalde había muerto y ninguno de los 58 concejales habíamos logrado designar a un sucesor. En todas las elecciones, habíamos recibido un voto de confianza cada uno. El secretario de relaciones publicas sugirió que fuera el secretario de relaciones publicas quien recibiera a La Interprete de los Pasados Pisados, pero su moción fue denegada por un conflicto de intereses. La subsecretaria de obras públicas insinuó que la secretaria de obras publicas se encargara de la acogida. Esa propuesta fue rechazada ya que, si bien se regaban los dos rosales de la entrada, no se habían producido otras labores desde hacía más de veinte años. Cada una de las cincuenta y siete comisiones (yo no pertenecí ni pertenezco a ninguna) había realizado una candidatura y cada una fue objetada. Las amenzas no se hicieron esperar. Unos pocos amagaron con renunciar. Algunos, disgustados, decidieron marcharse a sus casas. Otros decidieron jugar a los naipes en el bar. Los periodistas prefirieron cubrir un concurso de hortalizas en un pueblo cercano, En quince minutos, la calle estaba desierta.
Allí quedé, mirando el avance de la tormenta de tierra que venía de los bosques. Me pregunté si había cerrado las ventanas de mi casa al salir esa madrugada. Comencé a caminar y me interrumpí a los mil pasos. Una motocicleta pasó junto a mí y se detuvo en la calle principal. La figura descendió y seguramente vio a los hombres bromeando y apostando. A las mujeres conversando. A las niñas jugando. Sospeche que se trataba de La Interprete de los pasados Pisados. Cuando quise acercarme, ya se había perdido en la ruta, rumbo a la tempestad.
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Junio 9, 2020