NIÑA DE AYOHUMA – CAPITANA DEL EJÉRCITO DEL NORTE – SARGENTO MAYOR DE CABALLERÍA
Introducirse en las historias de batallas y personajes del pasado histórico reciente de nuestro país, que posibilitaron la creación física de la República Argentina, conlleva a veces, una responsabilidad importante. Los hechos documentados, los actores militares y políticos, con el agregado del desarrollo de sus acciones, muchas veces superan lo idealizado por las lecturas resumidas de los libros de literatura estudiantiles. Inmensamente rica es nuestra historia, con la que se puede coincidir en ciertos aspectos ideológicos de su narración según el autor, pero no pueden dejar de ocultarse ni sesgar los hechos “las opiniones son libres; los hechos son sagrados” y están ahí para rescatarlos y traerlos con la escritura, al conocimiento general.
La historia, que narraré tiene como protagonista nuevamente, a una Mujer, curiosamente de piel oscura pero de convicciones y amor a la patria y al uniforme que vistió, con objetivos bien claros en su accionar, posiblemente más firmes que muchos con otro color de piel, más clara.
Su nombre MARIA REMEDIOS DEL VALLE, apodada “LA MADRE DE LA PATRIA” y “particularmente” olvidada en los discursos altisonantes de todos los gobernantes, tan afectos a ponderar y enaltecer a héroes con pies de barro, soslayando a los verdaderos merecedores de esos elogios y homenajes.
María Remedios del Valle, nace en Buenos Aires entre 1766 y 67, en la entonces Capital Provincial o Gobernación del Río de la Plata, Virreinato del Perú. Era “Parda” según el sistema de Castas de la época, pardos se los denominaba a los negros, morenos a los mulatos. Fue inscripta como parda en los Registros Parroquiales, corriendo por sus venas sangre Africana. Como ha sido recurrente en esa época, por el origen, color de piel, recibió miseria, humillaciones, sin embargo se sobrepuso a todo eso, jugando un papel fundamental, olvidado de la historia bibliográfica conocida. Es momento de rescatarla.
Su primera acción en batalla, fue durante la 2da Invasión Inglesa a Buenos Aires, participando en el Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos que defendió Barracas. El Comandante del cuerpo, José Merelo, relata en el parte de batalla su desempeño: “Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere (Hoy Plaza Once).
Su esposo integraba el Batallón de Castas Voluntarios, indios, morenos y pardos, al comando del Teniente Juan del Pino. Adhiere a la Revolución de 1810 y en julio de ese año, al organizarse la primera expedición al Alto Perú, el que luego sería denominado “Ejército del Norte”, se incorpora en la 6ta. Compañía de Artillería Volante del Regimiento de Artillería de la Patria, al mando del Capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno adoptivo), los que no sobrevivieron a la campaña. María Remedios continúa como Auxiliar en el avance al Alto Perú; se encontró en el desastre de Desaguadero, el 20 de junio de 1811 y en la retirada que siguió a esa derrota. Marchó primera con la división de Anzoátegui y siguió a las órdenes del Teniente Coronel Bolaños después de Potosí hasta llegar a Jujuy. Participó en la batalla de Huaqui y posterior retirada luego de la derrota, figurando en los partes de batalla, como la “Parda María”.
Cuando Belgrano se pone al frente del Ejército del Norte en 1812, María Remedios participa en forma activa en el Éxodo Jujeño, y en vísperas de la batalla de Tucumán, se presenta ante el General Belgrano para solicitarle el permiso para atender los heridos en la primera línea de combate; Belgrano, por razones de disciplina, era renuente a la presencia de mujeres entre las tropas y le niega el permiso. A poco de iniciarse la contienda, Remedios se hace presente en el frente, alentando y asistiendo a los heridos: es en este acto que los soldados comienzan a llamarla “Madre de la Patria”. Pero es en esta batalla donde adquiere el protagonismo que irrumpe en la historia, cuando casi desobedeciendo a su comandante, arremete desde la retaguardia, con éxito. Desde este momento, Belgrano le permite combatir en el frente y lo escolta en toda su campaña siendo nombrada por el General, Capitana del Ejército del Norte. Tiene destacada actuación en la batalla de Salta, donde recibe, al igual que en las otras, profundas heridas, pero la única que no pudo curar ni superar, fue la pérdida de su marido e hijos. En octubre de 1813, el Ejército del Norte es derrotado en Ayohuma, en esta, al mismo tiempo que asiste a los heridos, presenta combate. Pasa a la historia, casi como desconocida, siendo una de “Las Niñas de Ayohuma”.
Es herida de bala y tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y Tacón. No se rinde y ayuda a huir a varios oficiales prisioneros. Por este acto, es sometida durante nueve días, a azotes que dejan las marcas en el cuerpo y cara que luego exhibirá como medallas de su paso por la milicia y las guerras de la Independencia.
Sigue sin rendirse y logra escapar, reintegrándose nuevamente al ejército, empuñando las armas y asistiendo heridos. Se une más tarde a la fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales.
Es herida en seis oportunidades pero su coraje es un ejemplo en combate. Operó como correo en el territorio ocupado por los realistas a riesgo de su vida.
Finalizada la guerra y con sus años y heridas a cuestas, regresa a Buenos Aires, donde se encontró reducida a mendigar. Relata el historiador y escritor Carlos Ibarguren, salteño (1877 – 1956) que la rescató del olvido, “años después de la Independencia una anciana, encorvada, desdentada, que vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de la ciudad, frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y torta fritas o mendigando “por el amor de Dios” lo que junto a las sobras que recibía de los conventos, le permitía sobrevivir”. No es solamente el abandono del estado para con sus defensores y combatientes, también quienes se dicen protectores de los pobres, la caridad es un elemento escaso en sus procederes cristianos. Tener que alimentarse de las sobras de un convento, ya supera todo lo inimaginable para las congregaciones que deben velar por ante estas personas y hacer que sus vidas no sean una tortura diaria, mitigando en algo, su sed de alimentos y cariño.
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NIÑA DE AYOHUMA – CAPITANA DEL EJÉRCITO DEL NORTE – SARGENTO MAYOR DE CABALLERÍA
Introducirse en las historias de batallas y personajes del pasado histórico reciente de nuestro país, que posibilitaron la creación física de la República Argentina, conlleva a veces, una responsabilidad importante. Los hechos documentados, los actores militares y políticos, con el agregado del desarrollo de sus acciones, muchas veces superan lo idealizado por las lecturas resumidas de los libros de literatura estudiantiles. Inmensamente rica es nuestra historia, con la que se puede coincidir en ciertos aspectos ideológicos de su narración según el autor, pero no pueden dejar de ocultarse ni sesgar los hechos “las opiniones son libres; los hechos son sagrados” y están ahí para rescatarlos y traerlos con la escritura, al conocimiento general.
La historia, que narraré tiene como protagonista nuevamente, a una Mujer, curiosamente de piel oscura pero de convicciones y amor a la patria y al uniforme que vistió, con objetivos bien claros en su accionar, posiblemente más firmes que muchos con otro color de piel, más clara.
Su nombre MARIA REMEDIOS DEL VALLE, apodada “LA MADRE DE LA PATRIA” y “particularmente” olvidada en los discursos altisonantes de todos los gobernantes, tan afectos a ponderar y enaltecer a héroes con pies de barro, soslayando a los verdaderos merecedores de esos elogios y homenajes.
María Remedios del Valle, nace en Buenos Aires entre 1766 y 67, en la entonces Capital Provincial o Gobernación del Río de la Plata, Virreinato del Perú. Era “Parda” según el sistema de Castas de la época, pardos se los denominaba a los negros, morenos a los mulatos. Fue inscripta como parda en los Registros Parroquiales, corriendo por sus venas sangre Africana. Como ha sido recurrente en esa época, por el origen, color de piel, recibió miseria, humillaciones, sin embargo se sobrepuso a todo eso, jugando un papel fundamental, olvidado de la historia bibliográfica conocida. Es momento de rescatarla.
Su primera acción en batalla, fue durante la 2da Invasión Inglesa a Buenos Aires, participando en el Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos que defendió Barracas. El Comandante del cuerpo, José Merelo, relata en el parte de batalla su desempeño: “Durante la campaña de Barracas, asistió y guardó las mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere (Hoy Plaza Once).
Su esposo integraba el Batallón de Castas Voluntarios, indios, morenos y pardos, al comando del Teniente Juan del Pino. Adhiere a la Revolución de 1810 y en julio de ese año, al organizarse la primera expedición al Alto Perú, el que luego sería denominado “Ejército del Norte”, se incorpora en la 6ta. Compañía de Artillería Volante del Regimiento de Artillería de la Patria, al mando del Capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos (uno adoptivo), los que no sobrevivieron a la campaña. María Remedios continúa como Auxiliar en el avance al Alto Perú; se encontró en el desastre de Desaguadero, el 20 de junio de 1811 y en la retirada que siguió a esa derrota. Marchó primera con la división de Anzoátegui y siguió a las órdenes del Teniente Coronel Bolaños después de Potosí hasta llegar a Jujuy. Participó en la batalla de Huaqui y posterior retirada luego de la derrota, figurando en los partes de batalla, como la “Parda María”.
Cuando Belgrano se pone al frente del Ejército del Norte en 1812, María Remedios participa en forma activa en el Éxodo Jujeño, y en vísperas de la batalla de Tucumán, se presenta ante el General Belgrano para solicitarle el permiso para atender los heridos en la primera línea de combate; Belgrano, por razones de disciplina, era renuente a la presencia de mujeres entre las tropas y le niega el permiso. A poco de iniciarse la contienda, Remedios se hace presente en el frente, alentando y asistiendo a los heridos: es en este acto que los soldados comienzan a llamarla “Madre de la Patria”. Pero es en esta batalla donde adquiere el protagonismo que irrumpe en la historia, cuando casi desobedeciendo a su comandante, arremete desde la retaguardia, con éxito. Desde este momento, Belgrano le permite combatir en el frente y lo escolta en toda su campaña siendo nombrada por el General, Capitana del Ejército del Norte. Tiene destacada actuación en la batalla de Salta, donde recibe, al igual que en las otras, profundas heridas, pero la única que no pudo curar ni superar, fue la pérdida de su marido e hijos. En octubre de 1813, el Ejército del Norte es derrotado en Ayohuma, en esta, al mismo tiempo que asiste a los heridos, presenta combate. Pasa a la historia, casi como desconocida, siendo una de “Las Niñas de Ayohuma”.
Es herida de bala y tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y Tacón. No se rinde y ayuda a huir a varios oficiales prisioneros. Por este acto, es sometida durante nueve días, a azotes que dejan las marcas en el cuerpo y cara que luego exhibirá como medallas de su paso por la milicia y las guerras de la Independencia.
Sigue sin rendirse y logra escapar, reintegrándose nuevamente al ejército, empuñando las armas y asistiendo heridos. Se une más tarde a la fuerzas de Martín Miguel de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales.
[ezcol_1half] [/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] [/ezcol_1half_end]Es herida en seis oportunidades pero su coraje es un ejemplo en combate. Operó como correo en el territorio ocupado por los realistas a riesgo de su vida.
Finalizada la guerra y con sus años y heridas a cuestas, regresa a Buenos Aires, donde se encontró reducida a mendigar. Relata el historiador y escritor Carlos Ibarguren, salteño (1877 – 1956) que la rescató del olvido, “años después de la Independencia una anciana, encorvada, desdentada, que vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de la ciudad, frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y torta fritas o mendigando “por el amor de Dios” lo que junto a las sobras que recibía de los conventos, le permitía sobrevivir”. No es solamente el abandono del estado para con sus defensores y combatientes, también quienes se dicen protectores de los pobres, la caridad es un elemento escaso en sus procederes cristianos. Tener que alimentarse de las sobras de un convento, ya supera todo lo inimaginable para las congregaciones que deben velar por ante estas personas y hacer que sus vidas no sean una tortura diaria, mitigando en algo, su sed de alimentos y cariño.
CONTINUARÁ…
Patricio Anderson
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 5, 2021