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La justicia tiene un valor superior, está primero que la paz.

 

 Escribe Jorge B. Lobo Aragón.

 

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La verdad sin miedo

Los argentinos tuvimos una guerra. Desgraciada y sucia, sí, pero fue una guerra. Hay quienes dicen que no. Que eso arguyen los partidarios de la represión. Pero al comienzo fueron los subversivos los que hablaron de guerra, lo que servía de justificación a sus violencias. Porque estábamos en guerra y ocupaban un territorio – las laderas del Aconquija -, solicitaron a las Naciones Unidos que se los considerara potencia beligerante.

Y a esa guerra, por errores en la conducción política y económica, falta de objetivos – ya que el único enarbolado era la vuelta a la democracia -, derrota militar en las Malvinas, corrupción infiltrada en las fuerzas armadas y algunos otros más, la ganó la subversión. Nos guste o no, quedaron triunfantes. Ocuparon cargos en la conducción del Estado, algunas madres de sus muertos hicieron alardes de sus heroicos comportamientos, descalificaron mediante una prensa adicta a todos los que se les opusieron, a sus abogados se los ha elegido Ministros y hasta presidente. Y los represores -como suele ocurrir con los bandos derrotados- han desaparecido, se han diluido, se han borrado ante el cambio de frente de sus enemigos, que hasta han hecho suya la política de Martínez de Hoz.
Podría pensarse que venciendo los subversivos hubieran implantado el comunismo más absoluto, como se vislumbraba en la década del setenta. Pero han cambiado los tiempos: ya ni en Rusia gobierna el comunismo, desplazado por la aplastante fuerza del capital, y los que quedan en Cuba y en la China parecen domesticados, reprimidos, morigerados. Los extremistas muertos no lo hubieran aceptado, pero los vivos se encolumnaron tras el Fondo Monetario. Hubo una guerra y los subversivos triunfaron. 

 

 

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Pueden juzgar a los vencidos e imponerles penas. Pueden ejercer el violento derecho que da la fuerza. Está en sus manos. Muchas guerras han terminado matando como a criminales a los jefes vencidos. Pero, por la dignidad de la Nación, por decoro, correspondería que a la revancha se la ejerza con un mínimo de circunspección. Pero quienes han tenido que enfrentar una guerra y ante el que muchas rodillas se hincaron condescendientes; que en su momento recibieron el aplauso y acatamiento de toda una clase dirigente, se lo trate ahora como a un malhechor común, equiparado en su vulgar delito a pandillas de mafiosos, resulta un insulto a la nación que en su momento le rindió respetuoso homenaje y que hasta le agradeció el haberla sacado de la descomposición del peronismo isabelino.

La nación corrió el peligro de ser tomados por grupos armados capaces de organizarse y emprender acciones conjuntas de profundo alcance. A esta organización no la demostraron en los secuestros que les aportaban gruesas sumas con las que con holgura cubrían sus cuantiosos gastos, pues las técnicas empleadas eran comunes a las de las bandas simplemente delictivas. Demostraron su capacidad militar en los asaltos a los diversos cuarteles y, sobre todo, en su ocupación de las serranías tucumanas. La subversión empleo distintas tácticas. La más generalizada es la gramsciana, basada en copamiento de las conciencias mediante el adecuado empleo de técnicas aportada por la psicología freudiana. Otra era la lucha urbana, para la que se necesita el apoyo de fuertes sindicatos adoctrinados. Y otra la guerrilla rural, con la que Fidel Castro obtuvo el triunfo en Cuba y con la que Ernesto Guevara fracasó en Bolivia a pesar de su dedicación, tal vez coraje y experiencia. Pero la guerrilla rural, la subversión halló un magnifico escenario en los cerros tucumanos. Sin duda durante el gobierno de Isabelita Martínez la subversión se fortificó. La Iglesia en su momento ha condenado el Irenismo. “Irene” en griego significa paz. Por lo que se llama Irenismo al movimiento que aspira a la paz a todo trance. La paz es buena, sí, pero la paz que surge de la justicia. La paz que imponen los dominadores al margen de lo justo, es sólo un camino para usufructuar su poder. La justicia tiene un valor superior, está primero que la paz. Nuestro “Señor” empleó la violencia contra los mercaderes que hacían del templo un mercado. Con eso nos enseñó que la violencia, bien aplicada, es buena; hasta puede ser santa. 
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¿En qué circunstancias se justifica? ¡Ah!, eso precisa de un prudente criterio, como los de San Martín y de Belgrano.
Sabemos también del mal que causó el terrorismo y el proceso que asoló al país, y debemos adherirnos al dolor sufrido por sus víctimas.
Pero siempre debemos que tener presente las verdades de nuestros próceres. Decía Sarmiento y debemos recordarlos “desgraciados los pueblos a los que se les agote ese instinto por mantener la salud colectiva.
Los ciudadanos de tales pueblos serán tratados como presidiarios.” No debemos bajar los brazos en este empeño que, para todo hombre, debe ser primordial que las personas y especialmente nuestros héroes y quienes lucharon por nuestra patria en una guerra declarada sean juzgados conforme las reglas de la sana crítica, del debido procedimiento, en tiempo cierto y con argumentos legales. El tan mentado Principio de inocencia. (In Dubio Pro Reo) de Jerarquía constitucional. Son las pruebas no nos jueces los que condenan. Muchos todavía están enceguecidos por el odio y la venganza que debe acabar. Sabemos que una justicia lenta no es justicia.

Dr. Jorge B. Lobo Aragón

 

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Junio 16, 2017


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