La muchacha no se molestó en dejar sus pertenencias en la pista. Se detuvo frente a la trompa imponente del avión, e inexpresiva, inmóvil, sin rabia, sin pena, se preguntó cuánto dinero de sus ahorros morían con ese monstruo de lata y plástico. El avión le devolvió la mirada, disculpándose, despidiéndose. La joven tuvo la impresión de que esa criatura de metal ya se negaba a respirar. Habían sido muchos años de desprecio y mucho trabajo sin respuesta.
El tractor remolcador hizo su tarea, desplazando la nave con bruscas maniobras irrespetuosas. La muchacha se hizo a un lado y lo vio pasar con sus abolladuras impiadosas, sus rayones casi artísticos, sus agujeros extremadamente visibles y los cables despeinados.
Ahora la ausencia del avión le permitía ver el horizonte, esa mancha gris a la que llamaban país. Lo observó cansado, un lugar que había intentado ser y se quedó a las puertas, esas puertas que fueron cerradas por sus propios hijos. La chica alzó sus brazos y el peso de su equipaje logró que sus dientes comenzaran a rechinar. Se sostuvo hasta que pudo, como trató toda su vida, pero todo estaba alineado para que no aguantara más. Bajó sus extremidades al mismo tiempo que reclinaba su cabeza. Caminó hasta el siguiente engendro volador y por primera vez en mucho tiempo, alcanzó una imaginaria cima. Cuando la máquina despegó, no volvió a mirar hacia el pasado.
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Por ANITNEGRA NE ORENOISIRP
La muchacha no se molestó en dejar sus pertenencias en la pista. Se detuvo frente a la trompa imponente del avión, e inexpresiva, inmóvil, sin rabia, sin pena, se preguntó cuánto dinero de sus ahorros morían con ese monstruo de lata y plástico. El avión le devolvió la mirada, disculpándose, despidiéndose. La joven tuvo la impresión de que esa criatura de metal ya se negaba a respirar. Habían sido muchos años de desprecio y mucho trabajo sin respuesta.
El tractor remolcador hizo su tarea, desplazando la nave con bruscas maniobras irrespetuosas. La muchacha se hizo a un lado y lo vio pasar con sus abolladuras impiadosas, sus rayones casi artísticos, sus agujeros extremadamente visibles y los cables despeinados.
Ahora la ausencia del avión le permitía ver el horizonte, esa mancha gris a la que llamaban país. Lo observó cansado, un lugar que había intentado ser y se quedó a las puertas, esas puertas que fueron cerradas por sus propios hijos. La chica alzó sus brazos y el peso de su equipaje logró que sus dientes comenzaran a rechinar. Se sostuvo hasta que pudo, como trató toda su vida, pero todo estaba alineado para que no aguantara más. Bajó sus extremidades al mismo tiempo que reclinaba su cabeza. Caminó hasta el siguiente engendro volador y por primera vez en mucho tiempo, alcanzó una imaginaria cima. Cuando la máquina despegó, no volvió a mirar hacia el pasado.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 4, 2020