A mediados de abril, una falla en el departamento contable de la empresa donde trabajo me obligó a viajar a New York para dar ciertas explicaciones y desarrollar un plan para que esto no volviera a suceder. Todo se condujo con profesionaismo y hasta fui invitada a cenar con los ejecutivos de la compañía. Luego del evento, resolví regresar al hotel en el metro, para experimentar el tan famoso medio de transportación local.
Bueno, en la noche estaba esperando el metro y estaba tardando una eternidad. Me quedé allí resoplando y gruñendo como hago cuando estoy enojada por mi falta de control sobre mi transporte. De repente, un hombre mayor un poco desaliñado pero sonriente se acercó.
“Frustrante, ¿verdad?” preguntó.
Asenti. Debió haber tomado el movimiento de mi cabeza como una señal de amistad, ya que procedió a sacar una billetera Louis Vuitton llena de monedas extranjeras.
“¿Qué piensas que es real?” preguntó. “¿O las monedas o la billetera?”
Mi intuición suele dar en el clavo, y aunque sentí que este tipo era, en su mayor parte, inofensivo, también sentí que algo estaba sospechoso. Me encogí de hombros.
Luego sacó un iPhone 14.
“Está bien, bueno, ¿sabes cómo hacer destrabar a un teléfono bloqueado?”
Bien, ahora necesitaba saber. Negué con mi cabeza.
“No lo sé, pero tengo curiosidad… ¿Dónde encontraste todas estas cosas?”, dije realemente intrigada.
Según el hombre, al que llamaremos Joe*, los había “encontrado” en la calle. Joe también notó que acababa de salir de prisión (tenía la sensación de saber por qué) y que vivía en la YMCA en Queens. Levantó un plumero, otro tesoro que había encontrado, y explicó que lo traería para ayudar a limpiar su casa.
Finalmente llegó el tren, nos sentamos juntos y charlamos. Era una sensación extraña, saber que Joe era un ladrón pero también sentir que era una buena persona. Joe no dejaba de decirme que le recordaba a su sobrina e, irónicamente, me dio consejos para cuidar siempre mis espaldas. Me contó historias de crecer en el Bronx y de pasar tiempo viviendo en zonas peligrosas.
Cuando llegó mi parada, nos despedimos y me sonreí al ver alejarse a ese tierno anciano de paso cancino. Al llegar a mi hotel, me di cuenta que la llave electronica no estaba en mi cartera. Ni mi billetera, ni mi celular, ni mi sonrisa…
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Por Vida Bolt.
A mediados de abril, una falla en el departamento contable de la empresa donde trabajo me obligó a viajar a New York para dar ciertas explicaciones y desarrollar un plan para que esto no volviera a suceder. Todo se condujo con profesionaismo y hasta fui invitada a cenar con los ejecutivos de la compañía. Luego del evento, resolví regresar al hotel en el metro, para experimentar el tan famoso medio de transportación local.
Bueno, en la noche estaba esperando el metro y estaba tardando una eternidad. Me quedé allí resoplando y gruñendo como hago cuando estoy enojada por mi falta de control sobre mi transporte. De repente, un hombre mayor un poco desaliñado pero sonriente se acercó.
“Frustrante, ¿verdad?” preguntó.
Asenti. Debió haber tomado el movimiento de mi cabeza como una señal de amistad, ya que procedió a sacar una billetera Louis Vuitton llena de monedas extranjeras.
“¿Qué piensas que es real?” preguntó. “¿O las monedas o la billetera?”
Mi intuición suele dar en el clavo, y aunque sentí que este tipo era, en su mayor parte, inofensivo, también sentí que algo estaba sospechoso. Me encogí de hombros.
Luego sacó un iPhone 14.
“Está bien, bueno, ¿sabes cómo hacer destrabar a un teléfono bloqueado?”
Bien, ahora necesitaba saber. Negué con mi cabeza.
“No lo sé, pero tengo curiosidad… ¿Dónde encontraste todas estas cosas?”, dije realemente intrigada.
Según el hombre, al que llamaremos Joe*, los había “encontrado” en la calle. Joe también notó que acababa de salir de prisión (tenía la sensación de saber por qué) y que vivía en la YMCA en Queens. Levantó un plumero, otro tesoro que había encontrado, y explicó que lo traería para ayudar a limpiar su casa.
Finalmente llegó el tren, nos sentamos juntos y charlamos. Era una sensación extraña, saber que Joe era un ladrón pero también sentir que era una buena persona. Joe no dejaba de decirme que le recordaba a su sobrina e, irónicamente, me dio consejos para cuidar siempre mis espaldas. Me contó historias de crecer en el Bronx y de pasar tiempo viviendo en zonas peligrosas.
Cuando llegó mi parada, nos despedimos y me sonreí al ver alejarse a ese tierno anciano de paso cancino. Al llegar a mi hotel, me di cuenta que la llave electronica no estaba en mi cartera. Ni mi billetera, ni mi celular, ni mi sonrisa…
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 8, 2023