Hace muchos años, siendo joven, caminando por una hermosa calle con tupidos árboles que no me permitían ver el cielo, pensé cómo sería mi muerte. Sentí pena por si fuera inminente. Mi hijo adolescente, mi marido -mi compañero, mi hombre-, los animales que compartían nuestra vida… sus destinos, el no poder ayudarles… y mi mente saltó hacia otro pensamiento… ¿qué hacer con mi cuerpo. ¿Dejar que me enterraran o que me cremaran? Y me dije NO. Voy a donarlo. Y que sea ahora.
Me dirigí a la calle Ramsay y realicé el trámite. Me entregaron una tarjeta, la puse en la cartera conservándola hasta el presente y dejé de pensar en la muerte. Ya había logrado un destino positivo para mis restos.
Ahora que entré en la tercera edad, y frente al drama que vivimos, la disposición final será otra. Tal vez alguien piense que mis facultades están algo alteradas, no, lo juro. Por ello si muero antes que mi esposo quiero, -por ser una parte sufriente de la familia- tener el destino que él ha fijado para sí.
El daño que inmerecidamente nos están causando es cruel e ilimitado. Los presos ilegales mueren y nosotras junto o antes que ellos. Entonces no hay más sonrisas, ni situaciones vividas en común para recordar. Las mujeres de aquellos que -literalmente- son abatidos por esta pena de muerte a la que se los condena somos atravesadas por el rayo inmoral de la ‘’justicia” y esa herida artera y cobarde, también, nos sentencia a la extinción.
Defenderé la inocencia de mi esposo -esa que ni siquiera jueces y fiscales de manera tramposa no pueden mutar- hasta mi último aliento, y, con este intento, hasta después de mi muerte misma.
Por María Ferreyra.
Hace muchos años, siendo joven, caminando por una hermosa calle con tupidos árboles que no me permitían ver el cielo, pensé cómo sería mi muerte. Sentí pena por si fuera inminente. Mi hijo adolescente, mi marido -mi compañero, mi hombre-, los animales que compartían nuestra vida… sus destinos, el no poder ayudarles… y mi mente saltó hacia otro pensamiento… ¿qué hacer con mi cuerpo. ¿Dejar que me enterraran o que me cremaran? Y me dije NO. Voy a donarlo. Y que sea ahora.
Me dirigí a la calle Ramsay y realicé el trámite. Me entregaron una tarjeta, la puse en la cartera conservándola hasta el presente y dejé de pensar en la muerte. Ya había logrado un destino positivo para mis restos.
[ezcol_1half][/ezcol_1half] [ezcol_1half_end][/ezcol_1half_end]Ahora que entré en la tercera edad, y frente al drama que vivimos, la disposición final será otra. Tal vez alguien piense que mis facultades están algo alteradas, no, lo juro. Por ello si muero antes que mi esposo quiero, -por ser una parte sufriente de la familia- tener el destino que él ha fijado para sí.
El daño que inmerecidamente nos están causando es cruel e ilimitado. Los presos ilegales mueren y nosotras junto o antes que ellos. Entonces no hay más sonrisas, ni situaciones vividas en común para recordar. Las mujeres de aquellos que -literalmente- son abatidos por esta pena de muerte a la que se los condena somos atravesadas por el rayo inmoral de la ‘’justicia” y esa herida artera y cobarde, también, nos sentencia a la extinción.
Defenderé la inocencia de mi esposo -esa que ni siquiera jueces y fiscales de manera tramposa no pueden mutar- hasta mi último aliento, y, con este intento, hasta después de mi muerte misma.
María Ferreyra
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 17, 2017
[ezcol_1fifth] [/ezcol_1fifth] [ezcol_3fifth] [/ezcol_3fifth] [ezcol_1fifth_end] [/ezcol_1fifth_end] Tags: Claudio Kussman, María Ferreyra
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