La verdad que defiendo es más importante que mi propia vida
Si una sociedad no cree en nada, si no inculca en sus integrantes elevados principios morales, no podrá alcanzar el alto nivel de motivación esencial para perfeccionarse, renovarse en pos de servicio y amor.
Existen bien probados, ancestrales, incólumes principios; la justicia, la libertad, igualdad de oportunidades, el coraje, la dignidad de la persona, la responsabilidad individual. Todo compatible con la renovación social.
El problema no consiste en encontrar valores más altos sino en ser fieles a los que ya tenemos y son harto suficientes, y en darle vida a nuestras instituciones.
La transformación de nuestra sociedad constituye una inmensa tarea, en la que deben participar obligadamente todos los hombres y mujeres capaces y valerosos que, con decidida intención de resolver problemas, estén dispuestos a luchar contra los males de nuestra época.
Pero lo que no tenemos son personas decididas a esforzarse para resolver efectivamente los problemas que nos aquejan.
Lo que hay que hacer es dirigirse en primera lugar al complaciente grupo indolente de ciudadanos satisfechos de sí mismos que medran, sin la sagrada misión de servicio y amor, con los beneficios de nuestra sociedad; pero que no son capaces de -al menos- proponer ideas para resolver alguno de los problemas que lo afligen.
Habría que dirigirse también a los hombres con determinado poder que se conforman con tener instituciones anticuadas, cuando podrían transformarlas; a aquellos de nosotros que todavía no se sienten identificados con los principios y valores espirituales que deben practicar, defender y hacer compartir.
Todos considerados como pueblo, todavía podemos rectificar el camino.
Si queremos una sociedad unida, con servicio, amor, solidaridad, compasión y tolerancia, basta que no nos crucemos de brazos y no nos dejemos llevar por la violencia, el caos, propios del abyecto anacrónico comunismo.
Es una gran misión que cumplir, votando en primera instancia por quien nos asegura libertad y -si se quiere- al extremo de sufrir privaciones y sacrificios necesarios.
Nosotros, actuando en nuestras comunidades locales, y luego en todo el país, podemos lograr la sinergia necesaria para unificar nuestra sociedad actualmente desintegrada; para reconstruir una Nación en la que los hombres vuelvan a relacionarse en un clima de confianza y respeto mutuo, donde en realidad compartamos una meta común y en donde trabajemos todos por las ideas heredadas atávicamente de nuestros ancestros.
Solo así podremos restituir y hallar el camino del bienestar popular.
Crearemos así una sociedad capaz de solucionar continuamente.
Nosotros, el pueblo de nuestra Nación, somos los únicos capaces de hacerlo.
Nadie podrá hacerlo por nosotros.
Se dice que el IDEAL ha muerto; que se halla en agonía; envenenado por el egoísmo, putrefacto por el hartazgo o la indiferencia, mutilado por la violencia y por la corrupción y la anti patria, que la noble inspiración se ha extinguido.
No es Argentina una sociedad enferma. Es una sociedad profundamente perturbada y confusa.
De todos los males, el peor, la confusión.
Las soluciones originarán nuevos problemas, tras los cuales vendrán nuevas soluciones, luego otros problemas y la vida sigue, pues la vida es una guerra, donde cada día es una batalla contra el mal.
Miguel Etchecolatz
Ciudadano
DNI. 5.124.838
Noviembre 07, 2019
Hoy, publicamos sentimientos y pensamientos, que en un manuscrito nos hizo llegar MIGUEL ETCHECOLATZ, desde la cárcel. Este hombre-policía demostrando de siempre convicción y paz espiritual, producto de su profunda fe cristiana se expresa como CIUDADANO de esta Argentina, a la que realmente ama. Con 91 años de edad, de los cuales más de 23 los vivió en diferentes prisiones, mentalmente sigue de pie y no calla. Mientras, Graciela su esposa, año tras año no claudica e incansablemente lo acompaña y asiste. Como dos árboles, se yerguen en cada amanecer conformando una verdadera historia de vida, pese a todo y todos.
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La verdad que defiendo es más importante que mi propia vida
Si una sociedad no cree en nada, si no inculca en sus integrantes elevados principios morales, no podrá alcanzar el alto nivel de motivación esencial para perfeccionarse, renovarse en pos de servicio y amor.
Existen bien probados, ancestrales, incólumes principios; la justicia, la libertad, igualdad de oportunidades, el coraje, la dignidad de la persona, la responsabilidad individual. Todo compatible con la renovación social.
El problema no consiste en encontrar valores más altos sino en ser fieles a los que ya tenemos y son harto suficientes, y en darle vida a nuestras instituciones.
La transformación de nuestra sociedad constituye una inmensa tarea, en la que deben participar obligadamente todos los hombres y mujeres capaces y valerosos que, con decidida intención de resolver problemas, estén dispuestos a luchar contra los males de nuestra época.
Pero lo que no tenemos son personas decididas a esforzarse para resolver efectivamente los problemas que nos aquejan.
Lo que hay que hacer es dirigirse en primera lugar al complaciente grupo indolente de ciudadanos satisfechos de sí mismos que medran, sin la sagrada misión de servicio y amor, con los beneficios de nuestra sociedad; pero que no son capaces de -al menos- proponer ideas para resolver alguno de los problemas que lo afligen.
Habría que dirigirse también a los hombres con determinado poder que se conforman con tener instituciones anticuadas, cuando podrían transformarlas; a aquellos de nosotros que todavía no se sienten identificados con los principios y valores espirituales que deben practicar, defender y hacer compartir.
Todos considerados como pueblo, todavía podemos rectificar el camino.
Si queremos una sociedad unida, con servicio, amor, solidaridad, compasión y tolerancia, basta que no nos crucemos de brazos y no nos dejemos llevar por la violencia, el caos, propios del abyecto anacrónico comunismo.
Es una gran misión que cumplir, votando en primera instancia por quien nos asegura libertad y -si se quiere- al extremo de sufrir privaciones y sacrificios necesarios.
Nosotros, actuando en nuestras comunidades locales, y luego en todo el país, podemos lograr la sinergia necesaria para unificar nuestra sociedad actualmente desintegrada; para reconstruir una Nación en la que los hombres vuelvan a relacionarse en un clima de confianza y respeto mutuo, donde en realidad compartamos una meta común y en donde trabajemos todos por las ideas heredadas atávicamente de nuestros ancestros.
Solo así podremos restituir y hallar el camino del bienestar popular.
Crearemos así una sociedad capaz de solucionar continuamente.
Nosotros, el pueblo de nuestra Nación, somos los únicos capaces de hacerlo.
Nadie podrá hacerlo por nosotros.
Se dice que el IDEAL ha muerto; que se halla en agonía; envenenado por el egoísmo, putrefacto por el hartazgo o la indiferencia, mutilado por la violencia y por la corrupción y la anti patria, que la noble inspiración se ha extinguido.
No es Argentina una sociedad enferma. Es una sociedad profundamente perturbada y confusa.
De todos los males, el peor, la confusión.
Las soluciones originarán nuevos problemas, tras los cuales vendrán nuevas soluciones, luego otros problemas y la vida sigue, pues la vida es una guerra, donde cada día es una batalla contra el mal.
Miguel Etchecolatz
Ciudadano
DNI. 5.124.838
Noviembre 07, 2019
Hoy, publicamos sentimientos y pensamientos, que en un manuscrito nos hizo llegar MIGUEL ETCHECOLATZ, desde la cárcel. Este hombre-policía demostrando de siempre convicción y paz espiritual, producto de su profunda fe cristiana se expresa como CIUDADANO de esta Argentina, a la que realmente ama. Con 91 años de edad, de los cuales más de 23 los vivió en diferentes prisiones, mentalmente sigue de pie y no calla. Mientras, Graciela su esposa, año tras año no claudica e incansablemente lo acompaña y asiste. Como dos árboles, se yerguen en cada amanecer conformando una verdadera historia de vida, pese a todo y todos.
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PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 7, 2019