¿Cuál era la manera correcta de proceder del policía Chocobar dentro de la escena de la que formaba parte? Un turista estadounidense gravemente apuñalado, dos apuñaladores en fuga y él con un arma de fuego. Digamos que, básicamente, tenía dos posibilidades. Una, dar la voz de “alto o disparo” y esperar sentado a que los fugitivos la acataran o, en su defecto y ante el no acatamiento, actuar en arreglo su ultimátum verbal. Ocurrió lo segundo con el luctuoso saldo del delincuente abatido en lugar del delincuente fugado como otra posibilidad. Es claro que la vida de Chocobar no estaba siendo atacada ni en serio riesgo antes de que se decida a intervenir. Al contrario, el policía comienza a exponerse cuando saca el arma y se coloca en la posición de blanco a batir. Además, Chocobar no tenía la información (ni tiempo, ni modo de consultarla) acerca de si había un tercer delincuente de apoyo o si los tipos portaban armas de fuego. Su deber era detener al delincuente y, éste último, el cómo. Chocobar debió suponer que un sujeto capaz de asesinar a cara descubierta, a plena luz del día y en un lugar atestado de gente, representa un peligro sustantivo para la sociedad. Detenerlo era una cuestión de vida o muerte para las próximas y seguras víctimas. El tipo no estaba robando un chupetín cuando recibió la voz de alto; estaba cometiendo un cobarde y depravado acto de apuñalar por sorpresa a una persona indefensa (el turista no estaba avisado, ni tenía un puñal).
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Luis Oscar Chocobar. A la izquierda, junto al turista apuñalado.
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La cuestión es que el hecho tuvo un pico de presión política cuando Macri, en clara señal de apoyo frente al procesamiento (por homicidio) de Chocobar, lo invitó a la Casa Rosada y la ministra de Seguridad, Patricia Bulrich, declaró: “El policía actuó como debía. En cualquier país civilizado el Estado lo primero que se hace es darle la presunción de inocencia a su policía y no al revés”. El “¡Vade retro Satanás!” que la izquierda, el kirchnerismo y el sector progre opuso fue automático. Agustín Rossi, presidente del PJ santafesino y jefe del bloque de diputados del Frente para la Victoria calificó la señal de Bulrich como “horrible y peligrosísima”, en tanto que el diputado del “Peronismo para la Victoria”, Fernando “Pino” Solanas denunció penalmente a ambos; “Chocobar es el policía con sed de sangre que fusiló por la espalda a su hijo con el mismo plomo policial que arrebata una vida inocente cada 23 horas”, escribieron en, “La Izquierda Diario”, Alexis Cabañas y Alan Gerónimo. A partir de estas ideas, en situaciones similares a las que protagonizó Chocobar, los policías deberán advertir, ¡Alto o no disparo! y, luego, dejar huir al delincuente cada vez que asesine. Otra opción sería la de entrenar policías en la destreza de esposar delincuentes esquivando puñaladas. El juez de Menores Enrique Velásquez, el que procesó a Chocobar, debiera demostrar, a partir de reducir con sus solas y propias manos a dos apuñaladores, que esto es perfectamente posible.
Solidarios con el apuñalador, indiferentes con el apuñalado y enemigos declarados del policía, más que un punto de vista atendible, lo que expresan estos señores en sus sofismas es una discapacidad moral. Discapacidad que, en nombre de combatir lo que ellos designan al voleo “política de gatillo fácil”, justifican y promueven de hecho la “política de puñal fácil” de los criminales.
Por Mauricio Ortín
¿Cuál era la manera correcta de proceder del policía Chocobar dentro de la escena de la que formaba parte? Un turista estadounidense gravemente apuñalado, dos apuñaladores en fuga y él con un arma de fuego. Digamos que, básicamente, tenía dos posibilidades. Una, dar la voz de “alto o disparo” y esperar sentado a que los fugitivos la acataran o, en su defecto y ante el no acatamiento, actuar en arreglo su ultimátum verbal. Ocurrió lo segundo con el luctuoso saldo del delincuente abatido en lugar del delincuente fugado como otra posibilidad. Es claro que la vida de Chocobar no estaba siendo atacada ni en serio riesgo antes de que se decida a intervenir. Al contrario, el policía comienza a exponerse cuando saca el arma y se coloca en la posición de blanco a batir. Además, Chocobar no tenía la información (ni tiempo, ni modo de consultarla) acerca de si había un tercer delincuente de apoyo o si los tipos portaban armas de fuego. Su deber era detener al delincuente y, éste último, el cómo. Chocobar debió suponer que un sujeto capaz de asesinar a cara descubierta, a plena luz del día y en un lugar atestado de gente, representa un peligro sustantivo para la sociedad. Detenerlo era una cuestión de vida o muerte para las próximas y seguras víctimas. El tipo no estaba robando un chupetín cuando recibió la voz de alto; estaba cometiendo un cobarde y depravado acto de apuñalar por sorpresa a una persona indefensa (el turista no estaba avisado, ni tenía un puñal).
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Luis Oscar Chocobar. A la izquierda, junto al turista apuñalado.
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La cuestión es que el hecho tuvo un pico de presión política cuando Macri, en clara señal de apoyo frente al procesamiento (por homicidio) de Chocobar, lo invitó a la Casa Rosada y la ministra de Seguridad, Patricia Bulrich, declaró: “El policía actuó como debía. En cualquier país civilizado el Estado lo primero que se hace es darle la presunción de inocencia a su policía y no al revés”. El “¡Vade retro Satanás!” que la izquierda, el kirchnerismo y el sector progre opuso fue automático. Agustín Rossi, presidente del PJ santafesino y jefe del bloque de diputados del Frente para la Victoria calificó la señal de Bulrich como “horrible y peligrosísima”, en tanto que el diputado del “Peronismo para la Victoria”, Fernando “Pino” Solanas denunció penalmente a ambos; “Chocobar es el policía con sed de sangre que fusiló por la espalda a su hijo con el mismo plomo policial que arrebata una vida inocente cada 23 horas”, escribieron en, “La Izquierda Diario”, Alexis Cabañas y Alan Gerónimo. A partir de estas ideas, en situaciones similares a las que protagonizó Chocobar, los policías deberán advertir, ¡Alto o no disparo! y, luego, dejar huir al delincuente cada vez que asesine. Otra opción sería la de entrenar policías en la destreza de esposar delincuentes esquivando puñaladas. El juez de Menores Enrique Velásquez, el que procesó a Chocobar, debiera demostrar, a partir de reducir con sus solas y propias manos a dos apuñaladores, que esto es perfectamente posible.
Solidarios con el apuñalador, indiferentes con el apuñalado y enemigos declarados del policía, más que un punto de vista atendible, lo que expresan estos señores en sus sofismas es una discapacidad moral. Discapacidad que, en nombre de combatir lo que ellos designan al voleo “política de gatillo fácil”, justifican y promueven de hecho la “política de puñal fácil” de los criminales.
PrisioneroEnArgentina.com
Febrero 9, 2018
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