El odio es algo peculiar. Siempre lo encontrarás en su punto más intenso y más violento dónde exista el más bajo grado de cultura.
Johann Wolfgang von Goethe.
Un hombre odia o ama, es su naturaleza; en general estos sentimientos soslayan la razón, por lo que es muy fácil usarlos para conseguir un fin político. Sobran ejemplos históricos, tanto en la Alemania Nazi como en la Rusia Soviética, el uso del odio como motor revolucionario posibilitó la instauración de regímenes tiránicos. No es difícil utilizar los sentimientos para concretar un miserable fin político. A esto se llega cuando los ideales humanos del amor y del odio, de la solidaridad y el egoísmo, de la aceptación y del rechazo son manipulados en función de afinidades edificadas según una idea política. Nosotros y ellos son los límites estancos que separan la benevolencia y la protección grupal, del desapego, la violencia y, en último término, la eliminación de los otros. Esa y no otra, es hoy la realidad argentina. Es nuestro país un campo fértil para este tipo de ejercicios. Los argentinos miramos nuestra historia pasada según determinados lentes y vamos hacia un incierto futuro poniendo en juego, sin pudor ni vergüenza, las enfermizas carencias que mostramos como nación desde hace más de doscientos años: una fragilidad espiritual que nos ha impedido construir una identidad común y la trágica ausencia de un proyecto nacional que merezca preservarse a través del tiempo. Hemos padecido, y la seguiremos padeciendo, una innata incapacidad para forjar en esta hora de fracaso absoluto algo semejante al: “Solo les puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas…”, no solo por la falta de un correcto liderazgo- y al hablar de liderazgo no me estoy refiriendo a la necesidad maricona de tener un caudillo que nos ampare- sino también por la carencia de un terreno fértil donde éste pueda crecer; todo esto está a la vista y en la historia. El 14 de junio de 1982 trasladamos nuestro pasajero espíritu nacional de Malvinas- habíamos perdido la guerra y ya no nos importaban las islas- a la ilusión del mundial de futbol. Inclusive, hemos fragmentado el concepto de Patria. Ha dejado de ser un concepto moral para pasar a ser un título de propiedad de grupos minoritarios, que bendicen o estigmatizan según una previsible preferencia. Simplemente, una liviana mano de pintura para esconder privilegios inadmisibles o viles impunidades. Tenemos una bandera, pero, ¿tenemos detrás de ella un objetivo común? Es en vano hacer esta pregunta porque para nosotros no es determinante la defensa de un espacio cultural común al todo nacional. Esta parcialización minúscula y arbitraria de lo que se define como nación, fraguada por aquellos que se han hecho propietarios de un hipotético “proyecto nacional”, no puede ser sostenida frente a unja crítica razonada, ergo, aquellos que son críticos de la “idea nacional” pasan a ser enemigos; ¡bien, entonces!, porque no les interesa discutir argumentativamente las ideas, pero si necesitan un enemigo que les permita, en su mediocridad cultivar el odio como un elemento que permita la identificación de propios y ajenos. No en vano en su credo está como obligada proposición aquel axioma que dice: “Al enemigo, ni justicia”
Así, el feroz resentimiento que desquicia el cerebro de la mujer que hoy manda en la república, ha sembrado en un sector de la sociedad argentina un odio que, amparado en un concepto de Patria que solo existe en la imaginación de quienes la siguen, más temprano que tarde derivará en comportamientos irracionales. Arribar a este escenario no ha sido ni una casualidad ni un capricho de la historia o de la economía; fue menester generar, a lo largo de años, un entorno donde la ignorancia, la estrechez mental y la incapacidad intelectual fueran los elementos constitutivos de un grupo que ciego a todo razonamiento vota y se mueve fuera de toda lógica, solo movido por las míseras mendicidades que les tiran de vez en cuando, para convertirse en carne de cañón de aquellos que los dominan. El contrato populista está firmado; se han exacerbado las más despreciables emociones de una vasta horda de ignorantes, y al mismo tiempo han encerrado a otro grupo, temeroso y cobarde, jugando con su miedo y convenciéndolo que enclaustrados en sus casas se librarán de una peste “mortal”. Quienes se han hecho con la república saben bien que es a través de las emociones- odio, miedo, incertidumbre…- la mejor manera de fraguar el espíritu fanático y extremista necesario para desencadenar la tormenta social que ellos desean.
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Por JOSÉ LUIS MILIA
Un hombre odia o ama, es su naturaleza; en general estos sentimientos soslayan la razón, por lo que es muy fácil usarlos para conseguir un fin político. Sobran ejemplos históricos, tanto en la Alemania Nazi como en la Rusia Soviética, el uso del odio como motor revolucionario posibilitó la instauración de regímenes tiránicos. No es difícil utilizar los sentimientos para concretar un miserable fin político. A esto se llega cuando los ideales humanos del amor y del odio, de la solidaridad y el egoísmo, de la aceptación y del rechazo son manipulados en función de afinidades edificadas según una idea política. Nosotros y ellos son los límites estancos que separan la benevolencia y la protección grupal, del desapego, la violencia y, en último término, la eliminación de los otros. Esa y no otra, es hoy la realidad argentina. Es nuestro país un campo fértil para este tipo de ejercicios. Los argentinos miramos nuestra historia pasada según determinados lentes y vamos hacia un incierto futuro poniendo en juego, sin pudor ni vergüenza, las enfermizas carencias que mostramos como nación desde hace más de doscientos años: una fragilidad espiritual que nos ha impedido construir una identidad común y la trágica ausencia de un proyecto nacional que merezca preservarse a través del tiempo. Hemos padecido, y la seguiremos padeciendo, una innata incapacidad para forjar en esta hora de fracaso absoluto algo semejante al: “Solo les puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas…”, no solo por la falta de un correcto liderazgo- y al hablar de liderazgo no me estoy refiriendo a la necesidad maricona de tener un caudillo que nos ampare- sino también por la carencia de un terreno fértil donde éste pueda crecer; todo esto está a la vista y en la historia. El 14 de junio de 1982 trasladamos nuestro pasajero espíritu nacional de Malvinas- habíamos perdido la guerra y ya no nos importaban las islas- a la ilusión del mundial de futbol. Inclusive, hemos fragmentado el concepto de Patria. Ha dejado de ser un concepto moral para pasar a ser un título de propiedad de grupos minoritarios, que bendicen o estigmatizan según una previsible preferencia. Simplemente, una liviana mano de pintura para esconder privilegios inadmisibles o viles impunidades. Tenemos una bandera, pero, ¿tenemos detrás de ella un objetivo común? Es en vano hacer esta pregunta porque para nosotros no es determinante la defensa de un espacio cultural común al todo nacional. Esta parcialización minúscula y arbitraria de lo que se define como nación, fraguada por aquellos que se han hecho propietarios de un hipotético “proyecto nacional”, no puede ser sostenida frente a unja crítica razonada, ergo, aquellos que son críticos de la “idea nacional” pasan a ser enemigos; ¡bien, entonces!, porque no les interesa discutir argumentativamente las ideas, pero si necesitan un enemigo que les permita, en su mediocridad cultivar el odio como un elemento que permita la identificación de propios y ajenos. No en vano en su credo está como obligada proposición aquel axioma que dice: “Al enemigo, ni justicia”
Así, el feroz resentimiento que desquicia el cerebro de la mujer que hoy manda en la república, ha sembrado en un sector de la sociedad argentina un odio que, amparado en un concepto de Patria que solo existe en la imaginación de quienes la siguen, más temprano que tarde derivará en comportamientos irracionales. Arribar a este escenario no ha sido ni una casualidad ni un capricho de la historia o de la economía; fue menester generar, a lo largo de años, un entorno donde la ignorancia, la estrechez mental y la incapacidad intelectual fueran los elementos constitutivos de un grupo que ciego a todo razonamiento vota y se mueve fuera de toda lógica, solo movido por las míseras mendicidades que les tiran de vez en cuando, para convertirse en carne de cañón de aquellos que los dominan. El contrato populista está firmado; se han exacerbado las más despreciables emociones de una vasta horda de ignorantes, y al mismo tiempo han encerrado a otro grupo, temeroso y cobarde, jugando con su miedo y convenciéndolo que enclaustrados en sus casas se librarán de una peste “mortal”. Quienes se han hecho con la república saben bien que es a través de las emociones- odio, miedo, incertidumbre…- la mejor manera de fraguar el espíritu fanático y extremista necesario para desencadenar la tormenta social que ellos desean.
JOSE LUIS MILIA
josemilia_686@hotmail.com
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 6, 2020