El Martes Santo, el obispo castrense, en la homilía de la ceremonia de la bendición de los óleos, lamentó que sin juicio previo tuviéramos tantos militares privados de libertad. Algunos llevan cinco o más años detenidos sin juicio? y cuántos con juicios de cuya objetividad abrigamos fundadas dudas. Hace pocos días cayó en mis manos un libro de tres tomos, Crónica de una guerra negada, editado el mes pasado. Partiendo de lo que la prensa publicó en su momento, describe los actos de violencia desde 1955 hasta los 90, perpetrados por las organizaciones FAU, EGP, FAR, ERP, Montoneros, etcétera, incuyendo el Cordobazo (29/5/69), el Rosariazo (17/9/69). Casi todos los meses hubo actos terroristas y, con el paso de los años, casi diarios. Me tocó vivirlos de cerca en Bella Vista, provincia de Buenos Aires, de 1961 a 1973. Luego un año en Córdoba, desde 1975 en Añatuya (Santiago del Estero), con la proximidad de Tucumán, donde se organizó la toma del poder por parte de la guerrilla y donde tantos vecinos de la zona montañosa fueron obligados a plegarse si querían no ser “ajusticiados”. Era tal la inseguridad en aquellos años que la gente de Añatuya decía: “Y ¿qué esperan los milicos?” A la juventud y a la niñez de hoy se les ha vendido una historia mutilada. Y hablo de lo que he vivido (acabo de cumplir 87 años). Fueron miles de personas las víctimas de la subversión. A los militares que, presionados por el clamor del pueblo, tuvieron que enfrentarlos, se les atribuyeron 30.000 desaparecidos. Los estudios e investigaciones posteriores los reducen a un 5-10%. Tal vez fuera el error más lamentable: crear “desaparecidos”. Muchos tal vez muertos, pero muchos refugiados en países extranjeros para salvar la vida. Una vez me encontré en las afueras de Roma con una guerrillera que dio nombres de los que formaban su célula y tuvo que tomar la decisión de exiliarse (con la ayuda de los militares) para salvar la suya. Indudablemente un caso entre muchos. Y recuerdo esta historia porque veo con dolor cómo muchos de aquellos que lucharon y arriesgaron su vida ante el reclamo del pueblo hoy están privados de la libertad. Y se habla de varios centenares en tales condiciones. Creo que es un capítulo de nuestra historia que debemos revisar para que efectivamente impere la justicia y haya verdadero fundamento para la paz, que tanto necesita nuestra Argentina.
Escribe Monseñor Antonio Juan Baseotto
El Martes Santo, el obispo castrense, en la homilía de la ceremonia de la bendición de los óleos, lamentó que sin juicio previo tuviéramos tantos militares privados de libertad. Algunos llevan cinco o más años detenidos sin juicio? y cuántos con juicios de cuya objetividad abrigamos fundadas dudas. Hace pocos días cayó en mis manos un libro de tres tomos, Crónica de una guerra negada, editado el mes pasado. Partiendo de lo que la prensa publicó en su momento, describe los actos de violencia desde 1955 hasta los 90, perpetrados por las organizaciones FAU, EGP, FAR, ERP, Montoneros, etcétera, incuyendo el Cordobazo (29/5/69), el Rosariazo (17/9/69). Casi todos los meses hubo actos terroristas y, con el paso de los años, casi diarios. Me tocó vivirlos de cerca en Bella Vista, provincia de Buenos Aires, de 1961 a 1973. Luego un año en Córdoba, desde 1975 en Añatuya (Santiago del Estero), con la proximidad de Tucumán, donde se organizó la toma del poder por parte de la guerrilla y donde tantos vecinos de la zona montañosa fueron obligados a plegarse si querían no ser “ajusticiados”. Era tal la inseguridad en aquellos años que la gente de Añatuya decía: “Y ¿qué esperan los milicos?” A la juventud y a la niñez de hoy se les ha vendido una historia mutilada. Y hablo de lo que he vivido (acabo de cumplir 87 años). Fueron miles de personas las víctimas de la subversión. A los militares que, presionados por el clamor del pueblo, tuvieron que enfrentarlos, se les atribuyeron 30.000 desaparecidos. Los estudios e investigaciones posteriores los reducen a un 5-10%. Tal vez fuera el error más lamentable: crear “desaparecidos”. Muchos tal vez muertos, pero muchos refugiados en países extranjeros para salvar la vida. Una vez me encontré en las afueras de Roma con una guerrillera que dio nombres de los que formaban su célula y tuvo que tomar la decisión de exiliarse (con la ayuda de los militares) para salvar la suya. Indudablemente un caso entre muchos. Y recuerdo esta historia porque veo con dolor cómo muchos de aquellos que lucharon y arriesgaron su vida ante el reclamo del pueblo hoy están privados de la libertad. Y se habla de varios centenares en tales condiciones. Creo que es un capítulo de nuestra historia que debemos revisar para que efectivamente impere la justicia y haya verdadero fundamento para la paz, que tanto necesita nuestra Argentina.
Monseñor Antonio Juan Baseotto
C.Ss.R. Obispo Castrense de la Argentina (E.)
PrisioneroEnArgentina.com
Mayo 4, 2019
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