En un culto por la mañana, después que la ofrenda se recogiera, cierto sacerdote, tomó los dos cestos de ofrendas y, levantándolos, oró: “Señor, aquí está lo que pensamos de Ti, lo que hablamos de Ti, el valor que Tú tienes para nosotros.”
Lo que aquel sacerdote estaba queriendo demostrar a su iglesia era que si el compromiso de las personas con Dios aún no había llegado al bolsillo, entonces no había llegado al corazón. Y si no había alcanzado el corazón, entonces no había compromiso alguno con el Señor.
Y esa realidad no se refiere sólo al dinero que sostiene a las iglesias y quienes predican el Evangelio. Podemos decir lo mismo acerca de nuestro tiempo, de nuestras prioridades, de nuestro amor a Dios. Si no demostramos claramente que estamos comprometidos con la obra del Señor, ofreciendo lo mejor de nuestro tiempo para servirle, colocándolo en primer lugar en todo lo que hacemos, amándolo en cualquier situación, independientemente de las circunstancias, entonces el cesto de nuestra relación con el Señor Jesús estará tan vacío como los de las ofrendas de aquella iglesia de la historia inicial.
Cuando decidimos poner en primer lugar nuestra oferta a Dios, sea de dinero u otra manera, ¿para qué lado miramos? ¿Para el de aquellos que nos observan y nos juzgan todo el tiempo? ¿Para el de los que nos ignoran, como si nada fuéramos en la iglesia? ¿Para los dos lados, como a querer mostrar que somos fieles y participativos? ¿O sólo para lo alto, para el Señor Todopoderoso, con el único pensamiento de afirmar: “Señor, lo que te doy, te ofrezco de todo corazón, y todo lo que hago es muy poco delante de la gratitud inmensa que existe en mi corazón por todo lo que has hecho en mi vida y a través de ella?
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo y mi deseo que Dios te Bendiga y prospere en todo; y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
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Por CLAUDIO VALERIO.
En un culto por la mañana, después que la ofrenda se recogiera, cierto sacerdote, tomó los dos cestos de ofrendas y, levantándolos, oró: “Señor, aquí está lo que pensamos de Ti, lo que hablamos de Ti, el valor que Tú tienes para nosotros.”
Lo que aquel sacerdote estaba queriendo demostrar a su iglesia era que si el compromiso de las personas con Dios aún no había llegado al bolsillo, entonces no había llegado al corazón. Y si no había alcanzado el corazón, entonces no había compromiso alguno con el Señor.
Y esa realidad no se refiere sólo al dinero que sostiene a las iglesias y quienes predican el Evangelio. Podemos decir lo mismo acerca de nuestro tiempo, de nuestras prioridades, de nuestro amor a Dios. Si no demostramos claramente que estamos comprometidos con la obra del Señor, ofreciendo lo mejor de nuestro tiempo para servirle, colocándolo en primer lugar en todo lo que hacemos, amándolo en cualquier situación, independientemente de las circunstancias, entonces el cesto de nuestra relación con el Señor Jesús estará tan vacío como los de las ofrendas de aquella iglesia de la historia inicial.
Cuando decidimos poner en primer lugar nuestra oferta a Dios, sea de dinero u otra manera, ¿para qué lado miramos? ¿Para el de aquellos que nos observan y nos juzgan todo el tiempo? ¿Para el de los que nos ignoran, como si nada fuéramos en la iglesia? ¿Para los dos lados, como a querer mostrar que somos fieles y participativos? ¿O sólo para lo alto, para el Señor Todopoderoso, con el único pensamiento de afirmar: “Señor, lo que te doy, te ofrezco de todo corazón, y todo lo que hago es muy poco delante de la gratitud inmensa que existe en mi corazón por todo lo que has hecho en mi vida y a través de ella?
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo y mi deseo que Dios te Bendiga y prospere en todo; y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Claudio Valerio
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 27, 2020