Se desarrolla en la sociedad una fuerte y creciente corriente republicana. La alarma acerca de nuestro futuro republicano se extiende correlativamente al peligro de ser atrapados por una autocracia. Creo que deberíamos reparar en que además de la acechanza sobre la república como modelo institucional existen amenazas sobre la propia democracia. En rigor, el riesgo abarca a las dos. Si cae una se desploma la otra. Son inescindibles.
Como bien escribe Pablo Mendelevich en La Nación del pasado 12 de junio, son inocultables los planes de perpetuación en el poder. Un proyecto de capturar al Estado, de tales características, es letal para el sistema representativo republicano que establece el artículo primero de la Constitución.
Las democracias también mueren sobre todo si la reacción para defenderla no es suficientemente robusta, resuelta. O es tardía. Si, por caso, se juguetea en exceso con candidaturas y egomanías, en absurda disociación con la taciturna realidad argentina y sus elementales exigencias de deponer personalismos, priorizando la unión de los democrático-republicanos.
Las democracias tambalean asimismo cuando la alternativa a la tendencia totalitaria no termina de esbozar siete grandes ideas-fuerza que instalen confianza en la ciudadanía. La gente está literalmente embargada por crudos interrogantes: si ahora en el llano no son capaces de unirse, ¿cómo afrontarán desde el gobierno los inéditos desafíos que presenta la Argentina decadente, plagada de complejísimos problemas y de fortísimas mafias e intereses creados viciosos? ¿Quiénes invertirán en un país cuyas máximas autoridades menosprecian el derecho de propiedad y prácticamente alientan las usurpaciones? ¿Pueden tener estímulos la legión de emprendedores actuales y potenciales si las señales que vienen desde las cumbres del poder son que la Argentina privada es una rémora que hay que cercenar paulatinamente hasta extinguirla? En suma, está en la picota nada menos que la libertad. Ya no caben dudas ni vacilaciones: para los adeptos a la autocracia el gran enemigo es el argentino libre. Es tan aguda la cuestión que hasta puede afirmarse sin incurrir en exageraciones que los argentinos trabajadores, desde el operario al ejecutivo, son enemigos a derrotar. Un trabajador es, por naturaleza, digno y libre y eso les resulta intolerable a los autócratas.
Es tan manifiesta y descarada la vocación de erigir un modelo hegemónico, incompatible con el formato republicano y democrático, que se niegan, con empecinamiento y sin siquiera esgrimir razones, a la boleta única que podría transparentar, facilitar y sanear el sufragio. Y evitar ese 5% de fraudes que existen en todos los comicios. Han llegado tan lejos como derogar la habilitación del voto por correo para los ciudadanos residentes en el exterior. No hesitan en mostrar su atraso si se trata de impedir un puñado de votos mayoritariamente adversos para los hegemonistas. Pensar que en noviembre pasado, en los EEUU sufragaron por correo 100 millones de ciudadanos. Ni la pandemia los conmovió: ¿quiérese un voto sanitariamente más impecable que el postal?
La Argentina tiene oportunidades espectaculares si eleva su mirada y favorece al mérito y a la cultura del trabajo. Sin recaer en mentar al litio o a la riqueza ictícola que nos roban en nuestras narices sin que hagamos nada serio para impedirlo, detengámonos en las legumbres o en las algas. Podríamos impactar en el mercado mundial con mayor fuerza que con la soja, sobre todo si certificamos el producto orgánico. Además de la economía del conocimiento – en la que ya probamos nuestra inmensa capacidad -, nos aguarda la bioeconomía, esa que le dará aún más valor añadido a la fortaleza de la actividad rural tecnologizada.
Para recuperar la democracia, los demócratas y republicanos debemos proponer un gran plan de desarrollo para el mediano y largo plazo, para una generación.
Al Estado hay que funcionalizarlo en vez de colonizarlo. Reordenar su organigrama, en lugar de alambicarlo. Requiere un meticuloso trabajo ortopédico. Así como lo padecemos hoy, nos estamos transformando en sus desplumados siervos cuando lo creamos para que nos sirva y organice como hombres libres. Actualmente es el agente del atraso, violando el mandato constitucional de que nos constituimos para “promover el bienestar general”.
Es muy complejo el cuadro de situación, tanto como para interpelarnos a actos y gestos generosos, grandes. La confianza mayoritaria se depositará en la alternativa si exhibe esas actitudes, si brinda signos claros de que será capaz de darle gobernabilidad a las reformas ineludibles que el país necesita.
*Diputado nacional por Juntos por el Cambio (partido UNIR).
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Por Alberto Asseff*
Se desarrolla en la sociedad una fuerte y creciente corriente republicana. La alarma acerca de nuestro futuro republicano se extiende correlativamente al peligro de ser atrapados por una autocracia. Creo que deberíamos reparar en que además de la acechanza sobre la república como modelo institucional existen amenazas sobre la propia democracia. En rigor, el riesgo abarca a las dos. Si cae una se desploma la otra. Son inescindibles.
Como bien escribe Pablo Mendelevich en La Nación del pasado 12 de junio, son inocultables los planes de perpetuación en el poder. Un proyecto de capturar al Estado, de tales características, es letal para el sistema representativo republicano que establece el artículo primero de la Constitución.
Las democracias también mueren sobre todo si la reacción para defenderla no es suficientemente robusta, resuelta. O es tardía. Si, por caso, se juguetea en exceso con candidaturas y egomanías, en absurda disociación con la taciturna realidad argentina y sus elementales exigencias de deponer personalismos, priorizando la unión de los democrático-republicanos.
Las democracias tambalean asimismo cuando la alternativa a la tendencia totalitaria no termina de esbozar siete grandes ideas-fuerza que instalen confianza en la ciudadanía. La gente está literalmente embargada por crudos interrogantes: si ahora en el llano no son capaces de unirse, ¿cómo afrontarán desde el gobierno los inéditos desafíos que presenta la Argentina decadente, plagada de complejísimos problemas y de fortísimas mafias e intereses creados viciosos? ¿Quiénes invertirán en un país cuyas máximas autoridades menosprecian el derecho de propiedad y prácticamente alientan las usurpaciones? ¿Pueden tener estímulos la legión de emprendedores actuales y potenciales si las señales que vienen desde las cumbres del poder son que la Argentina privada es una rémora que hay que cercenar paulatinamente hasta extinguirla? En suma, está en la picota nada menos que la libertad. Ya no caben dudas ni vacilaciones: para los adeptos a la autocracia el gran enemigo es el argentino libre. Es tan aguda la cuestión que hasta puede afirmarse sin incurrir en exageraciones que los argentinos trabajadores, desde el operario al ejecutivo, son enemigos a derrotar. Un trabajador es, por naturaleza, digno y libre y eso les resulta intolerable a los autócratas.
Es tan manifiesta y descarada la vocación de erigir un modelo hegemónico, incompatible con el formato republicano y democrático, que se niegan, con empecinamiento y sin siquiera esgrimir razones, a la boleta única que podría transparentar, facilitar y sanear el sufragio. Y evitar ese 5% de fraudes que existen en todos los comicios. Han llegado tan lejos como derogar la habilitación del voto por correo para los ciudadanos residentes en el exterior. No hesitan en mostrar su atraso si se trata de impedir un puñado de votos mayoritariamente adversos para los hegemonistas. Pensar que en noviembre pasado, en los EEUU sufragaron por correo 100 millones de ciudadanos. Ni la pandemia los conmovió: ¿quiérese un voto sanitariamente más impecable que el postal?
La Argentina tiene oportunidades espectaculares si eleva su mirada y favorece al mérito y a la cultura del trabajo. Sin recaer en mentar al litio o a la riqueza ictícola que nos roban en nuestras narices sin que hagamos nada serio para impedirlo, detengámonos en las legumbres o en las algas. Podríamos impactar en el mercado mundial con mayor fuerza que con la soja, sobre todo si certificamos el producto orgánico. Además de la economía del conocimiento – en la que ya probamos nuestra inmensa capacidad -, nos aguarda la bioeconomía, esa que le dará aún más valor añadido a la fortaleza de la actividad rural tecnologizada.
Para recuperar la democracia, los demócratas y republicanos debemos proponer un gran plan de desarrollo para el mediano y largo plazo, para una generación.
Al Estado hay que funcionalizarlo en vez de colonizarlo. Reordenar su organigrama, en lugar de alambicarlo. Requiere un meticuloso trabajo ortopédico. Así como lo padecemos hoy, nos estamos transformando en sus desplumados siervos cuando lo creamos para que nos sirva y organice como hombres libres. Actualmente es el agente del atraso, violando el mandato constitucional de que nos constituimos para “promover el bienestar general”.
Es muy complejo el cuadro de situación, tanto como para interpelarnos a actos y gestos generosos, grandes. La confianza mayoritaria se depositará en la alternativa si exhibe esas actitudes, si brinda signos claros de que será capaz de darle gobernabilidad a las reformas ineludibles que el país necesita.
*Diputado nacional por Juntos por el Cambio (partido UNIR).
COLABORACIÓN: Dr. Francisco Benard
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 21, 2021
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