Septiembre de 1816. San Martín, que estaba planeando el cruce de Los Andes, decidió dialogar con los Indios Pehuenches y pedirles permiso para cruzar con el Ejército, por sus dominios. Por supuesto, que este no era ese el propósito, pero como la guerra de noticias falsas era uno de los recursos que pensaba utilizar, necesitaba que el enemigo recibiera – a través de los indios – informaciones que nada tuvieran que ver con el plan real. Los Pehuenches eran fornidos guerreros y por ese tiempo ocupaban un territorio que se extendía más de cien leguas (unos quinientos kilómetros) al sur del Diamante.
La cita se cumplió en el Fuerte San Carlos, treinta leguas al sur de Mendoza (unos 1.500 Km.) Allí marchó San Martín portando 120 barriles de aguardiente, 300 de vino, frutas secas, espuelas, frenos, vestimentas de colores chillones y otros abalorios que gustaban a los indios. El día señalado para el parlamento, poco después del amanecer, los alrededores de San Carlos empezaron a poblarse de caracoleos de caballos y el horizonte a llenarse de lanzas; llegaban los Pehuenches. Las mujeres y los niños iban a tras, a retaguardia y adelante marchaban los caciques con sus guerreros. No traían aspecto muy amistoso; hombres y caballos estaban pintarrajeados con vivos colores, es decir, con vestimenta de guerra; el pelo lacio y negro, caía sobre los hombros de los lanceros, que recibieron con agrado la especial recepción tributada por la tropa sanmartiniana. Como estaba previsto, el ingreso de los caciques al Fuerte estuvo precedido por el de una partida de caballería que disparaba sus armas al aire como homenaje. Cuando llegaron a la explanada, las mujeres indias hicieron “escaramucear” cabalgaduras con galopes cortos, mientras las más expertas hacían danzar los caballos. El retumbo de un cañón que disparaba cada seis minutos – también en señal de homenaje – estremecía el ámbito cubierto por el polvo levantado y, cada vez que escuchaban su tronar los indios lo celebraban con jubilosos alaridos.
A los efectos de la conferencia, se habían colocado en la Plaza de Armas una mesa cuyo tapete era un paño obtenido en la Capilla y varios bancos para los participantes de las deliberaciones. Junto a San Martín, tomaron asiento el Comandante de Fronteras y un Sacerdote Franciscano de estirpe araucana, el Padre Inalicán, que oficiaría de intérprete. Precisamente, fue éste quien inició las tratativas con una larga perorata en que invocó la amistad que unía a ambas partes y la buena disposición de San Martín para obsequiar a sus invitados, a cambio de los cual les solicitaba permiso para cruzar por sus tierras con el ejército que acabaría con el dominio español en Chile.
Formulada la propuesta, se produjo el silencio más embarazoso que se pueda imaginar, ¡duró quince minutos! Diez años más tarde, en carta al General Miller, San Martín le describía: “A la verdad, era bien original el cuadro que presentaba la reunión de estos salvajes, con sus cuerpos pintados y entregados a una meditación, la más profunda” y agregó el Libertador: “Se me había olvidado prevenir que a tiempo de comenzar el parlamento general, había ofrecido de beber a los cacique y capitanes pero todos se negaron diciendo que no podían tomar ningún licor porque sus cabezas no estarían firmes para tratar los asuntos que se iban a discutir”
Pasado el cuarto de hora, el Jefe indio más anciano quebró el silencio y propuso a los demás decidir si era o no aceptable la proposición cristiana. La discusión que siguió fue calificada por San Martín como “muy interesante”; todos hablaban por turnos, sin impaciencias ni interrupciones y exponiendo cada uno”…su opinión con una admirable concisión y tranquilidad”. Poco después, el Cacique más viejo se dirigió a San Martín expresándole que “todos los Pehuenches, a excepción de tres Caciques que nosotros sabemos contener, aceptamos tus propuestas”.
Cuando los indios que aguardaban el resultado de las conversaciones fueron informados, no esperaron demasiado; desensillaron, entregaron la caballada a los milicos para que las llevaran al pastoreo e incluso abandonaron todas sus armas, convenientemente depositadas en una habitación del fuerte. Las mujeres colaboraron en la tarea, sabían que la embriaguez general que sobrevendría durante los festejos era mala consejera en materia de violencias. Después de sacrificar las yeguas destinadas a servir de alimento, empezó la fiesta; casi dos mil naturales, exaltados por el licor, dieron entonces un espectáculo de perfiles alucinantes, exactamente inverso al demostrado por sus Jefes durante las tratativas. Al decir de San Martín, se lo pasaron “hablando y gritando al mismo tiempo, muchos de ellos peleándose y a falta de armas, mordiéndose y tirándose de los cabellos”. La ocupación de la tropa cristiana, entre tanto, era bastante agitada, separar a los contendientes y evitar desgracias, un empeño que a pesar del celo ejercido, no pudo impedir algunas muertes; al cabo de tres días de libaciones, dos varones y una mujer quedaron sin vida.
Cuando sobrevino el final y los humos del alcohol se disiparon, San Martín repartió los obsequios – y los recibió a la vez – despidiéndose cordialmente de sus invitados. El Parlamento con los Indios Pehuenches, había terminado.
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Septiembre de 1816. San Martín, que estaba planeando el cruce de Los Andes, decidió dialogar con los Indios Pehuenches y pedirles permiso para cruzar con el Ejército, por sus dominios. Por supuesto, que este no era ese el propósito, pero como la guerra de noticias falsas era uno de los recursos que pensaba utilizar, necesitaba que el enemigo recibiera – a través de los indios – informaciones que nada tuvieran que ver con el plan real. Los Pehuenches eran fornidos guerreros y por ese tiempo ocupaban un territorio que se extendía más de cien leguas (unos quinientos kilómetros) al sur del Diamante.
La cita se cumplió en el Fuerte San Carlos, treinta leguas al sur de Mendoza (unos 1.500 Km.) Allí marchó San Martín portando 120 barriles de aguardiente, 300 de vino, frutas secas, espuelas, frenos, vestimentas de colores chillones y otros abalorios que gustaban a los indios. El día señalado para el parlamento, poco después del amanecer, los alrededores de San Carlos empezaron a poblarse de caracoleos de caballos y el horizonte a llenarse de lanzas; llegaban los Pehuenches. Las mujeres y los niños iban a tras, a retaguardia y adelante marchaban los caciques con sus guerreros. No traían aspecto muy amistoso; hombres y caballos estaban pintarrajeados con vivos colores, es decir, con vestimenta de guerra; el pelo lacio y negro, caía sobre los hombros de los lanceros, que recibieron con agrado la especial recepción tributada por la tropa sanmartiniana. Como estaba previsto, el ingreso de los caciques al Fuerte estuvo precedido por el de una partida de caballería que disparaba sus armas al aire como homenaje. Cuando llegaron a la explanada, las mujeres indias hicieron “escaramucear” cabalgaduras con galopes cortos, mientras las más expertas hacían danzar los caballos. El retumbo de un cañón que disparaba cada seis minutos – también en señal de homenaje – estremecía el ámbito cubierto por el polvo levantado y, cada vez que escuchaban su tronar los indios lo celebraban con jubilosos alaridos.
A los efectos de la conferencia, se habían colocado en la Plaza de Armas una mesa cuyo tapete era un paño obtenido en la Capilla y varios bancos para los participantes de las deliberaciones. Junto a San Martín, tomaron asiento el Comandante de Fronteras y un Sacerdote Franciscano de estirpe araucana, el Padre Inalicán, que oficiaría de intérprete. Precisamente, fue éste quien inició las tratativas con una larga perorata en que invocó la amistad que unía a ambas partes y la buena disposición de San Martín para obsequiar a sus invitados, a cambio de los cual les solicitaba permiso para cruzar por sus tierras con el ejército que acabaría con el dominio español en Chile.
Formulada la propuesta, se produjo el silencio más embarazoso que se pueda imaginar, ¡duró quince minutos! Diez años más tarde, en carta al General Miller, San Martín le describía: “A la verdad, era bien original el cuadro que presentaba la reunión de estos salvajes, con sus cuerpos pintados y entregados a una meditación, la más profunda” y agregó el Libertador: “Se me había olvidado prevenir que a tiempo de comenzar el parlamento general, había ofrecido de beber a los cacique y capitanes pero todos se negaron diciendo que no podían tomar ningún licor porque sus cabezas no estarían firmes para tratar los asuntos que se iban a discutir”
Pasado el cuarto de hora, el Jefe indio más anciano quebró el silencio y propuso a los demás decidir si era o no aceptable la proposición cristiana. La discusión que siguió fue calificada por San Martín como “muy interesante”; todos hablaban por turnos, sin impaciencias ni interrupciones y exponiendo cada uno”…su opinión con una admirable concisión y tranquilidad”. Poco después, el Cacique más viejo se dirigió a San Martín expresándole que “todos los Pehuenches, a excepción de tres Caciques que nosotros sabemos contener, aceptamos tus propuestas”.
Cuando los indios que aguardaban el resultado de las conversaciones fueron informados, no esperaron demasiado; desensillaron, entregaron la caballada a los milicos para que las llevaran al pastoreo e incluso abandonaron todas sus armas, convenientemente depositadas en una habitación del fuerte. Las mujeres colaboraron en la tarea, sabían que la embriaguez general que sobrevendría durante los festejos era mala consejera en materia de violencias. Después de sacrificar las yeguas destinadas a servir de alimento, empezó la fiesta; casi dos mil naturales, exaltados por el licor, dieron entonces un espectáculo de perfiles alucinantes, exactamente inverso al demostrado por sus Jefes durante las tratativas. Al decir de San Martín, se lo pasaron “hablando y gritando al mismo tiempo, muchos de ellos peleándose y a falta de armas, mordiéndose y tirándose de los cabellos”. La ocupación de la tropa cristiana, entre tanto, era bastante agitada, separar a los contendientes y evitar desgracias, un empeño que a pesar del celo ejercido, no pudo impedir algunas muertes; al cabo de tres días de libaciones, dos varones y una mujer quedaron sin vida.
Cuando sobrevino el final y los humos del alcohol se disiparon, San Martín repartió los obsequios – y los recibió a la vez – despidiéndose cordialmente de sus invitados. El Parlamento con los Indios Pehuenches, había terminado.
Patricio Anderson
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 1, 2021
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