El consenso mayoritario – atraviesa a todas las clases sociales, en todas las latitudes – es que deben hacerse reformas estructurales porque así no se puede seguir. Pero el gran interrogante, que genera aún más incertidumbre, es si se podrán realizar ¿Existirá fortaleza para encararlas? ¿Las mafias no se habrán extendido de tal forma que se introdujeron inclusive en las filas de quienes enarbolan el cambio? ¿Qué garantía tenemos de que no vuelvan a repetirse negociaciones con los mafiosos so pretexto de la gobernabilidad?
Los valores morales y las instituciones republicanas deben restaurarse, pieza por pieza, cual labor artesanal. Serán fundamentales el ejemplo y la austeridad. También hablar con la verdad. Empero, el poderío material de las mafias y sus corporaciones, incluyendo hasta los pequeños, pero innúmeros “quioscos”, es inmenso. Innegablemente, como lo es asimismo el asombroso grado de impunidad con el que actúan. Ningún fiscal obró cuando hace unos días un dirigente sindical amenazó con doblar la apuesta: “si fueron 14 toneladas en 2017, serán 28 (si se animan a tocar nuestros derechos –léase privilegios)”. Otro gremialista dijo sin ambages que paralizarán al país apenas se atrevan a siquiera tocar el anacrónico y cincuentenario sistema laboral que destruye trabajo en nombre de engañosas ‘conquistas’.
La realidad es que la mayoría de la ciudadanía duda de la posibilidad de afrontar el enorme desafío de transformar la Argentina. Sabe que es indispensable, pero descree de la posibilidad de ejecutar las reformas. Por eso, uno de cada dos jóvenes – de todos los estamentos, aun los más carenciados – opta por irse del país de tener la oportunidad.
¿Qué diferencia hay hoy con otros momentos del país en los cuales se proclamó que se iniciaría un proceso de reformas que a poco andar se diluyó en mucho peor que desilusión. De la mutación a fondo se pasó a otro eslabón de la decadencia.
En 1966 -hace 56 años – el golpismo irrumpió – según intentó justificarse – para cambiar las estructuras. Desde la descabellada enunciación de los tiempos- primero económico, luego social y finalmente político – hasta el pacto con los sindicatos otorgándoles las obras sociales – un derroche de recursos y fuente de corrupción inenarrables -, el fracaso fue estrepitoso. Terminó en el ‘Cordobazo’, la guerrilla montonera y la caída penosa ¿A quién se lo ocurrió que una faena política por excelencia podría esquematizarse postergando sine die los político? Increíblemente, ese desaguisado fue ideado por gente supuestamente ‘pensante’, de élite, que presuntamente contrastaba con los ‘guitarreros’ de comité.
Cuando Alfonsín ganó los hechos demostraron que creyó que el poder se lo habían prestado. Por eso negoció con los sindicalistas hasta entregar el ministerio de Trabajo sin que ello impidiese los 12 paros generales de los que Ubaldini se arrepintiera póstumamente. Cierto es que debió lidiar con el resurgente golpismo militar, renuente a una digna retirada hacia la profesionalización y rehabilitación institucional. Menem hizo una apertura de la economía, pero tan precaria que en la década siguiente todo lo realizado fue revertido por el sureño nuevo presidente y su ‘pinguina’ cónyuge. Reversión ayudada por la fenomenal crisis de 2001 que fue la bomba que dejó el gestor ‘modernoso’ proveniente de los llanos riojanos. Esa coyuntura tan flagelante de 2001 tuvo su preludio en las negociaciones con las mafias para desmontar las estructuras mafiosas. Un contrasentido por donde se lo mire. Bastó que un mafioso hablara de que “circulaba la banelco” para que se desplomase la confianza en De la Rúa y con ello se abrieron las compuertas para el estallido de la a esa altura insostenible convertibilidad.
Macri también tuvo lo suyo. Él lo reconoció cuando señaló que “mi error fue delegar la política”. En vez de intervenir tres o cuatro provincias feudales, comía asados con esos caciques creyendo en su conversión. Paralelamente, en Desarrollo Social se consolidaba la monstruosidad de un sistema de ayuda social único en el planeta: sin ninguna obligación de trabajar y sin entrenarse para ello, cada vez más planes y simultáneamente se empoderaban ‘dirigentes sociales’ que tornan deseables a los añejos jefes cegetistas. Perdida la credibilidad de que se cambiaría sobrevino la desconfianza, el golpe del mercado cambiario, la deuda con el FMI. Pero Macri conservó un halo de confiabilidad personal que reflejó esa remontada desde las PASO de 1919 y el 41% esperanzador. Hoy se lo ve maduro, capaz de ejercer un rol ordenador, con ideas tan claras como inequívocamente reformistas.
En 2023 estaremos en un año crucial. Bisagra. O recuperamos el rumbo hace décadas abandonado o todo será literalmente sombrío.
La diferencia con otras circunstancias es que esta vez se gana con la verdad. Diciéndola sin rodeos. Es una mutación sustantiva porque prenuncia que las decisiones estarán sustentadas sólidamente.
No hay que tenerle miedo a las mafias. Hay que darles batalla y ganarles. Contamos con el respaldo de la mayoría del país. Coraje, compromiso, programa transformador. Negociar con todos menos con los mafiosos. Cambiar una a una las estructuras del atraso.
Orden es progreso, no represión. La ley no es letra muerta sino un precepto que nos obliga e iguala. Orden y ley. Ese imperio nos devolverá la oportunidad y será con el apoyo del pueblo.
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Por Alberto Asseff*
El consenso mayoritario – atraviesa a todas las clases sociales, en todas las latitudes – es que deben hacerse reformas estructurales porque así no se puede seguir. Pero el gran interrogante, que genera aún más incertidumbre, es si se podrán realizar ¿Existirá fortaleza para encararlas? ¿Las mafias no se habrán extendido de tal forma que se introdujeron inclusive en las filas de quienes enarbolan el cambio? ¿Qué garantía tenemos de que no vuelvan a repetirse negociaciones con los mafiosos so pretexto de la gobernabilidad?
Los valores morales y las instituciones republicanas deben restaurarse, pieza por pieza, cual labor artesanal. Serán fundamentales el ejemplo y la austeridad. También hablar con la verdad. Empero, el poderío material de las mafias y sus corporaciones, incluyendo hasta los pequeños, pero innúmeros “quioscos”, es inmenso. Innegablemente, como lo es asimismo el asombroso grado de impunidad con el que actúan. Ningún fiscal obró cuando hace unos días un dirigente sindical amenazó con doblar la apuesta: “si fueron 14 toneladas en 2017, serán 28 (si se animan a tocar nuestros derechos –léase privilegios)”. Otro gremialista dijo sin ambages que paralizarán al país apenas se atrevan a siquiera tocar el anacrónico y cincuentenario sistema laboral que destruye trabajo en nombre de engañosas ‘conquistas’.
La realidad es que la mayoría de la ciudadanía duda de la posibilidad de afrontar el enorme desafío de transformar la Argentina. Sabe que es indispensable, pero descree de la posibilidad de ejecutar las reformas. Por eso, uno de cada dos jóvenes – de todos los estamentos, aun los más carenciados – opta por irse del país de tener la oportunidad.
¿Qué diferencia hay hoy con otros momentos del país en los cuales se proclamó que se iniciaría un proceso de reformas que a poco andar se diluyó en mucho peor que desilusión. De la mutación a fondo se pasó a otro eslabón de la decadencia.
En 1966 -hace 56 años – el golpismo irrumpió – según intentó justificarse – para cambiar las estructuras. Desde la descabellada enunciación de los tiempos- primero económico, luego social y finalmente político – hasta el pacto con los sindicatos otorgándoles las obras sociales – un derroche de recursos y fuente de corrupción inenarrables -, el fracaso fue estrepitoso. Terminó en el ‘Cordobazo’, la guerrilla montonera y la caída penosa ¿A quién se lo ocurrió que una faena política por excelencia podría esquematizarse postergando sine die los político? Increíblemente, ese desaguisado fue ideado por gente supuestamente ‘pensante’, de élite, que presuntamente contrastaba con los ‘guitarreros’ de comité.
Cuando Alfonsín ganó los hechos demostraron que creyó que el poder se lo habían prestado. Por eso negoció con los sindicalistas hasta entregar el ministerio de Trabajo sin que ello impidiese los 12 paros generales de los que Ubaldini se arrepintiera póstumamente. Cierto es que debió lidiar con el resurgente golpismo militar, renuente a una digna retirada hacia la profesionalización y rehabilitación institucional. Menem hizo una apertura de la economía, pero tan precaria que en la década siguiente todo lo realizado fue revertido por el sureño nuevo presidente y su ‘pinguina’ cónyuge. Reversión ayudada por la fenomenal crisis de 2001 que fue la bomba que dejó el gestor ‘modernoso’ proveniente de los llanos riojanos. Esa coyuntura tan flagelante de 2001 tuvo su preludio en las negociaciones con las mafias para desmontar las estructuras mafiosas. Un contrasentido por donde se lo mire. Bastó que un mafioso hablara de que “circulaba la banelco” para que se desplomase la confianza en De la Rúa y con ello se abrieron las compuertas para el estallido de la a esa altura insostenible convertibilidad.
Macri también tuvo lo suyo. Él lo reconoció cuando señaló que “mi error fue delegar la política”. En vez de intervenir tres o cuatro provincias feudales, comía asados con esos caciques creyendo en su conversión. Paralelamente, en Desarrollo Social se consolidaba la monstruosidad de un sistema de ayuda social único en el planeta: sin ninguna obligación de trabajar y sin entrenarse para ello, cada vez más planes y simultáneamente se empoderaban ‘dirigentes sociales’ que tornan deseables a los añejos jefes cegetistas. Perdida la credibilidad de que se cambiaría sobrevino la desconfianza, el golpe del mercado cambiario, la deuda con el FMI. Pero Macri conservó un halo de confiabilidad personal que reflejó esa remontada desde las PASO de 1919 y el 41% esperanzador. Hoy se lo ve maduro, capaz de ejercer un rol ordenador, con ideas tan claras como inequívocamente reformistas.
En 2023 estaremos en un año crucial. Bisagra. O recuperamos el rumbo hace décadas abandonado o todo será literalmente sombrío.
La diferencia con otras circunstancias es que esta vez se gana con la verdad. Diciéndola sin rodeos. Es una mutación sustantiva porque prenuncia que las decisiones estarán sustentadas sólidamente.
No hay que tenerle miedo a las mafias. Hay que darles batalla y ganarles. Contamos con el respaldo de la mayoría del país. Coraje, compromiso, programa transformador. Negociar con todos menos con los mafiosos. Cambiar una a una las estructuras del atraso.
Orden es progreso, no represión. La ley no es letra muerta sino un precepto que nos obliga e iguala. Orden y ley. Ese imperio nos devolverá la oportunidad y será con el apoyo del pueblo.
*Diputado nacional (JxC).
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 15, 2022