SOLIDARIDAD. UNO PARA TODOS Y…

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Por CLAUDIO VALERIO

Soubirous

Bernardita Soubirous era religiosa de las Hermanas de la Caridad. Cierto día, una hermana de la comunidad le enseñó una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran don como es la visión de la Virgen.  Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó:

—Hermana, ¿para qué sirve una escoba?

—Para barrer. Bernardita siguió preguntando:

— ¿Y después?

—Se guarda en su sitio, detrás de la puerta.

—Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien.

El humilde reconoce a Dios como autor de todo bien. De él proviene todo cuanto tenemos y somos. Y también cuanto tiene y es nuestro prójimo. Por eso no cabe el sentido competitivo de la vida, que está en el fondo de la actitud soberbia y envidiosa. El que quiere sobresalir no busca tanto alcanzar una meta, sino crear distancia respecto de los otros.

Cristo recomendó mucho la humildad,  porque ella anula el principal impedimento para nuestra elevación espiritual. Todas las demás virtudes derivan de ella su valor. Sólo a ella le concede Dios sus dones, y los retira cuando ella desaparece. Bernardita fue instrumento de la Virgen María por su humildad.

Dios no hace acepción de personas. Él quiere salvar a todos y desea que sus hijos superen todo particularismo y se abran a la salvación. Todos estamos llamados a colaborar, a salir de nosotros mismo, para abrirnos a los demás y experimentar la fraternidad.

Practiquemos  la“ fraternidad entre los hombres”  alentemos a aceptar, respetar y amar a todos, sin importar su raza o su condición social, pues será el amor el que nos abrirá las puertas al amor, a la verdad, a la paz con nosotros mismo.

Sócrates

Vale  preguntaros: ¿cómo nos comportamos con nuestros hermanos y hermanas, especialmente con los que no son cristianos? ¿Obstaculizamos su encuentro con Dios o lo facilitamos? Un corazón católico, es un corazón en donde caben todos, sin excluir a nadie, de manera que llega a identificarse con el Corazón de Cristo.

Por la paz y la fraternidad

Construía Sócrates una pequeña casa, en las afueras de Atenas, cuando algunas personas le preguntaron para qué serviría esa minúscula habitación. Él contestó que era para sus amigos. Admirados le replicaron que ahí no cabría casi nadie y entonces, con su ya tradicional y fina ironía, respondió: ¡Qué diera yo por poder llenarla!

Los amigos son así. Los puedes contar con los dedos de la mano y siempre te sobrarán dedos. Por eso tal vez no tengas muchos, pero los que tienes siempre serán suficientes para llenar tu alma. Un amigo es como la perla evangélica: cuando la encuentras, vas y vendes todo, con tal de poseerla.

Un amigo no es un hermano de sangre, sino del corazón. Por eso un hermano puede ser tu amigo pero un amigo siempre será tu hermano. Un amigo siempre estará ahí, aun cuando no lo necesites. A un amigo lo necesitas porque lo quieres; no lo quieres porque lo necesitas. Con tus conocidos hablas, con tus amigos te comunicas. Un conocido te oye, un amigo te escucha, y lo más importante es que no te escucha con sus oídos, sino con su corazón.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Marzo 9, 2020


 

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