“Somos el sueño de un Dios que quiso comprenderse.”
– Jorge Luis Borges –
EL ENCUENTRO
Entre los pliegues del firmamento, el Pez Volador ascendía con alas de agua y escamas de fuego. A su lado, el Abogado – aquel que había dictado sentencias en la Tierra y ahora litigaba en las alturas – llevaba consigo el viejo Libro de los Cielos, donde se registran los nombres de los cometas, las sombras del juicio y los destellos del alma.
Ambos habían sido convocados por Tata Dios, el que no habita en los templos sino en el silencio de las distancias. Cuando un cometa se aproxima, los elegidos sienten un llamado antiguo, un silbido que viene del abismo y toca el corazón con la gravedad de lo eterno.
“Mira – dijo el Pez – , allá viene Atlas, el viajero esmeralda.”
“Tal vez no sea roca ni hielo – respondió el Abogado – , sino una nave disfrazada, un pensamiento de otras galaxias.”
El Pez sonrió:
“Y si así fuera, ¿no somos también nosotros una ficción de luz que se pregunta por su autor?”
El Abogado no respondió. Lo que el Pez desconocía es que el hombre de leyes ya había visto ese cometa antes… en otro lugar, en otro tiempo, en otro cuerpo. Por eso podía oír su luz.
EL MENSAJE DEL COMETA
El cometa 3I/ATLAS cruzaba la bóveda celeste con una herida verde en su costado. Las academias discutían, los telescopios temblaban, los hombres calculaban trayectorias y fórmulas.
Pero en los ojos del Abogado había otra lectura: la del universo como testamento.
“Cada vez que un cometa pasa —dijo—, el cielo rinde cuentas. Es el acta de Dios firmada con fuego.”
El Pez replicó:
“¿Y los hombres? ¿Qué hacen con esa advertencia?”
“Temen. O se esconden en su ciencia. Pero algunos leen en su fulgor una súplica: no olviden que todo está vivo.”
Stephen Hawking había advertido sobre visitantes de otros mundos. Avi Loeb insinuó que Atlas podía ser una sonda inteligente.
Pero el Abogado callaba algo más: durante su bilocación, había recibido una visión imposible de revelar a los hombres de un solo mundo.
III. EL VEREDICTO DEL UNIVERSO.
El cielo habló sin palabras.
El cometa no era amenaza ni prodigio, sino memoria en movimiento, una cápsula del tiempo que guardaba secretos de mundos extinguidos. Su luz verde era el idioma de lo sagrado, la escritura invisible de la materia.
El Pez Volador extendió sus alas translúcidas:
“Somos destellos que creen ser soles. Somos los abogados del misterio. Litigamos contra la nada para que exista el amor.”
Y el Abogado respondió:
“Que se levante acta en el cielo. Que conste que hemos visto al Cometa y no temimos. Que conste que seguimos creyendo.”
El universo firmó el acta con una lluvia de meteoros.
Pero solo el Abogado oyó algo más: Atlas había pronunciado su nombre en un idioma de luz que solo se escucha cuando uno existe en dos lugares al mismo tiempo.
Ese secreto quedaría sellado en su alma. No debía ser dicho. Bastaba con que él lo oyera.
NOTA FINAL
Esta historia no pertenece a la ciencia ni al mito. Nace donde ambos se tocan.
El Pez Volador y el Abogado dieron fe de haber contemplado el cometa Atlas.
Ambos comprendieron que el universo no es un tribunal ni una máquina, sino una oración infinita escrita con materia y nostalgia.
Como dijo Neruda:
“Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.”
“No pedimos absolución, solo seguir volando para que nunca se apague la palabra.”
“EL ABOGADO QUE OÍA LA LUZ DEL COMETA”
♣
“Somos el sueño de un Dios que quiso comprenderse.”
– Jorge Luis Borges –
Entre los pliegues del firmamento, el Pez Volador ascendía con alas de agua y escamas de fuego. A su lado, el Abogado – aquel que había dictado sentencias en la Tierra y ahora litigaba en las alturas – llevaba consigo el viejo Libro de los Cielos, donde se registran los nombres de los cometas, las sombras del juicio y los destellos del alma.
Ambos habían sido convocados por Tata Dios, el que no habita en los templos sino en el silencio de las distancias. Cuando un cometa se aproxima, los elegidos sienten un llamado antiguo, un silbido que viene del abismo y toca el corazón con la gravedad de lo eterno.
“Mira – dijo el Pez – , allá viene Atlas, el viajero esmeralda.”
“Tal vez no sea roca ni hielo – respondió el Abogado – , sino una nave disfrazada, un pensamiento de otras galaxias.”
El Pez sonrió:
“Y si así fuera, ¿no somos también nosotros una ficción de luz que se pregunta por su autor?”
El Abogado no respondió. Lo que el Pez desconocía es que el hombre de leyes ya había visto ese cometa antes… en otro lugar, en otro tiempo, en otro cuerpo. Por eso podía oír su luz.
El cometa 3I/ATLAS cruzaba la bóveda celeste con una herida verde en su costado. Las academias discutían, los telescopios temblaban, los hombres calculaban trayectorias y fórmulas.
Pero en los ojos del Abogado había otra lectura: la del universo como testamento.
“Cada vez que un cometa pasa —dijo—, el cielo rinde cuentas. Es el acta de Dios firmada con fuego.”
El Pez replicó:
“¿Y los hombres? ¿Qué hacen con esa advertencia?”
“Temen. O se esconden en su ciencia. Pero algunos leen en su fulgor una súplica: no olviden que todo está vivo.”
Stephen Hawking había advertido sobre visitantes de otros mundos. Avi Loeb insinuó que Atlas podía ser una sonda inteligente.
Pero el Abogado callaba algo más: durante su bilocación, había recibido una visión imposible de revelar a los hombres de un solo mundo.
III. EL VEREDICTO DEL UNIVERSO.
El cielo habló sin palabras.
El cometa no era amenaza ni prodigio, sino memoria en movimiento, una cápsula del tiempo que guardaba secretos de mundos extinguidos. Su luz verde era el idioma de lo sagrado, la escritura invisible de la materia.
El Pez Volador extendió sus alas translúcidas:
“Somos destellos que creen ser soles. Somos los abogados del misterio. Litigamos contra la nada para que exista el amor.”
Y el Abogado respondió:
“Que se levante acta en el cielo. Que conste que hemos visto al Cometa y no temimos. Que conste que seguimos creyendo.”
El universo firmó el acta con una lluvia de meteoros.
Pero solo el Abogado oyó algo más: Atlas había pronunciado su nombre en un idioma de luz que solo se escucha cuando uno existe en dos lugares al mismo tiempo.
Ese secreto quedaría sellado en su alma. No debía ser dicho. Bastaba con que él lo oyera.
NOTA FINAL
Esta historia no pertenece a la ciencia ni al mito. Nace donde ambos se tocan.
El Pez Volador y el Abogado dieron fe de haber contemplado el cometa Atlas.
Ambos comprendieron que el universo no es un tribunal ni una máquina, sino una oración infinita escrita con materia y nostalgia.
Como dijo Neruda:
“Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.”
“No pedimos absolución, solo seguir volando para que nunca se apague la palabra.”
Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
jorgeloboaragon@gmail.com
PrisioneroEnArgentina.com
Nov 13, 2025