Uno de tanto leer diarios se hace canchero. Va directamente a lo que le interesa, local o internacional, política o económica, la tómbola, el fútbol. Los chicos aprenden a buscar si las maestras estarán de huelga o volverán a las aulas. Yo me he hecho práctico en no ver la propaganda; por no perder el tiempo a los avisos ni los miro, como si no existieran; puede haber uno de una página entera y ni me entero. ¿Una ventaja? Sí, porque me queda más tiempo para lo que quiero ver, pero también puedo perderme avisos que a veces son interesantísimos. Por ejemplo el que salió en La Nación. Estaba ya fuera de mi cuerpo físico y como mis facultades de bilocación son tal vez más desarrolladas que la de los propios Santos, puedo curiosear o leer cualquier documento o diario de cualquier época. Es así que a fines del el año 1800 en un modesto recuadro se anunciaba la venta de “El gaucho Martín Fierro”. De inmediato como una exhalación me pude enlazar por así decirlo en otro plano con José Hernández, ligado al paisanaje campesino. Tuve el privilegio entre tantos de hacerme amigo. Me contó y lo pude verificar que era un federal declarado. Mucho esperó que Urquiza, el más destacado y con mayores posibilidades de los jefes federales, se pusiera al frente de los suyos y aplastara a la oligarquía porteña. Como periodista varias veces lo alertó: “Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarse sobre su cuello; allí en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones frecuentados por el partido unitario”. Pero al jefe lo halagan las visitas unitarias. “No se haga ilusiones el general Urquiza. Amigos como Benavídez, como Peñaloza, como Virasoro, no se recuperan”. Urquiza no reacciona ni ante el asesinato de sus amigos, pero Hernández sigue haciendo lo posible por mantenerse entusiasta. Cuando López Jordán se levanta en Entre Ríos, monta su caballo y allá va a luchar por su patria gaucha y federal. Pero son vencidos. Debe huir al Brasil, a Santa Ana do Livramento. Luego pasa a Montevideo y al fin vuelve a Buenos Aires. Varios meses se mantiene medio oculto en el “Hotel Argentino”. En fugaces escapadas al campo asesora a compradores de estancias, tarea que le rinde sus buenos patacones, y vuelve al escondite del hotel, en el que recibe visitas de los amigos y horas se pasa escribiendo. Escribe lo que le sale; lo que él tiene adentro y se parece a lo que todos tenemos adentro. Historias de atropellos, de angustias y de injusticias, pero que por los milagrosos caminos del arte al leerlas no producen pesadumbre sino que contagian la alegría de ver que alguien las dice como hay que decirlas. ¡Qué de emociones, de pasiones políticas, de coraje, de sereno entrelazamiento con la patria puede haber tras un humildísimo aviso publicado en los periódicos! A raíz de esta nueva experiencia de separación de mi cuerpo al campo astral y mi nueva amistad con el militar, periodista, poeta y político argentino, todos los días miro los avisos del diario. Nuevamente entro en trance y transcribo en un papel lo que he vivenciado a través del campo astral para que mis lectores puedan disfrutar conmigo algunas anécdotas del amigazo Hernández que tuvo el enorme mérito de llevar a la literatura la vida de un gaucho contándola como a mí en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu. En sus palabras pude descubrir la encarnación del coraje y la integridad inherente a una vida independiente. Lo que debiera ser el verdadero representante del carácter argentino.
Mi amigo José Hernández
Por Jorge Lobo Aragón.
Uno de tanto leer diarios se hace canchero. Va directamente a lo que le interesa, local o internacional, política o económica, la tómbola, el fútbol. Los chicos aprenden a buscar si las maestras estarán de huelga o volverán a las aulas. Yo me he hecho práctico en no ver la propaganda; por no perder el tiempo a los avisos ni los miro, como si no existieran; puede haber uno de una página entera y ni me entero. ¿Una ventaja? Sí, porque me queda más tiempo para lo que quiero ver, pero también puedo perderme avisos que a veces son interesantísimos. Por ejemplo el que salió en La Nación. Estaba ya fuera de mi cuerpo físico y como mis facultades de bilocación son tal vez más desarrolladas que la de los propios Santos, puedo curiosear o leer cualquier documento o diario de cualquier época. Es así que a fines del el año 1800 en un modesto recuadro se anunciaba la venta de “El gaucho Martín Fierro”. De inmediato como una exhalación me pude enlazar por así decirlo en otro plano con José Hernández, ligado al paisanaje campesino. Tuve el privilegio entre tantos de hacerme amigo. Me contó y lo pude verificar que era un federal declarado. Mucho esperó que Urquiza, el más destacado y con mayores posibilidades de los jefes federales, se pusiera al frente de los suyos y aplastara a la oligarquía porteña. Como periodista varias veces lo alertó: “Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarse sobre su cuello; allí en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones frecuentados por el partido unitario”. Pero al jefe lo halagan las visitas unitarias. “No se haga ilusiones el general Urquiza. Amigos como Benavídez, como Peñaloza, como Virasoro, no se recuperan”. Urquiza no reacciona ni ante el asesinato de sus amigos, pero Hernández sigue haciendo lo posible por mantenerse entusiasta. Cuando López Jordán se levanta en Entre Ríos, monta su caballo y allá va a luchar por su patria gaucha y federal. Pero son vencidos. Debe huir al Brasil, a Santa Ana do Livramento. Luego pasa a Montevideo y al fin vuelve a Buenos Aires. Varios meses se mantiene medio oculto en el “Hotel Argentino”. En fugaces escapadas al campo asesora a compradores de estancias, tarea que le rinde sus buenos patacones, y vuelve al escondite del hotel, en el que recibe visitas de los amigos y horas se pasa escribiendo. Escribe lo que le sale; lo que él tiene adentro y se parece a lo que todos tenemos adentro. Historias de atropellos, de angustias y de injusticias, pero que por los milagrosos caminos del arte al leerlas no producen pesadumbre sino que contagian la alegría de ver que alguien las dice como hay que decirlas. ¡Qué de emociones, de pasiones políticas, de coraje, de sereno entrelazamiento con la patria puede haber tras un humildísimo aviso publicado en los periódicos! A raíz de esta nueva experiencia de separación de mi cuerpo al campo astral y mi nueva amistad con el militar, periodista, poeta y político argentino, todos los días miro los avisos del diario. Nuevamente entro en trance y transcribo en un papel lo que he vivenciado a través del campo astral para que mis lectores puedan disfrutar conmigo algunas anécdotas del amigazo Hernández que tuvo el enorme mérito de llevar a la literatura la vida de un gaucho contándola como a mí en primera persona, con sus propias palabras e imbuido de su espíritu. En sus palabras pude descubrir la encarnación del coraje y la integridad inherente a una vida independiente. Lo que debiera ser el verdadero representante del carácter argentino.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón