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Tal vez era demasiado joven, pero cuando por primera vez fui espectador de Ausencia de Malicia (Sydney Pollack, 1981), me pareció una película amorfa, sin ritmo, confusa. En pocas palabras, y descendiendo de mi arrogancia, no entendí el mensaje. Gracias a la tecnología, hoy podemos rastrear con aplicaciones, canales en los cuales logramos rescatar clásicos del cine, filmes taquilleros o remotas producciones de los países más distantes. En medio de estas aventuras, allí estaba, en un canal tal vez canadiense, esperando lo que fue catalogada como una de las veinte más atrapantes producciones realizadas para el celuloide: Ausencia de Malicia. Esta cuenta la historia de Mike Gallagher (uno de las mejores -codo a codo con El Veredicto– interpretaciones de Paul Newman) quien se ve envuelto -por un pasado conectado a su familia mafiosa- en una conspiración para imputarle la culpabilidad de la desaparición de un sindicalista portuario sin pruebas y solo por tener antepasados en el mundo del hampa, de cómo el gobierno no duda en orientar al periodismo hacia el armado de una causa y como el periodismo es manipulado (o se deja manejar por propia conveniencia). A pesar de todo, estamos en América y las acciones del gobierno son investigadas por su propio gobierno. El chico de la película no debe demostrar su inocencia y los malos muchachos tendrán su merecido. El sabor amargo es que las acusaciones se imprimen en letras de grandes tamaños y las retractaciones nunca ganan la primera plana. Ausencia de Malicia es también el espejo de la sociedad: Si es exhibido en los periódicos, es cierto.
La alegoría no es la mejor, pero haber pertenecido a las fuerzas de seguridad en Argentina durante la década del setenta impone un manto de culpa que se extenderá por generaciones gracias al triste pero brillante operativo del kirchnerismo por conseguir amigos e influenciar sobre ellos, y la pereza de sus seguidores por conocer la historia completa y el resultado de esa historia en el país. Permítame colocar un sinónimo a la palabra amigos, en este caso cómplices y otro menos claro la palabra pereza: En muchos casos es igual a beneficio. Para conseguir todo esto, se injuria a las personas lo que me lleva a preguntar sobre la figura de la Real Malicia.
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Según el doctor Gonzalo Miño, en Argentina se ha aceptado la real malicia y quien demande por injurias y calumnias debe probar que quien lanzó el comentario conocía realmente su falsedad. Si esto es llevado a un plano más amplio, podría difícilmente argumentarse que quién falla una sentencia amparándose en la ley, conoce la veracidad o falsedad en la que se escuda. Para ser más amplio, un juez que incumple sus funciones manteniendo en la cárcel bajo una prisión preventiva que ha excedido los dos años (o tres, según las circunstancias) se encuentra en una posición de violar la ley -que ha estudiado, que conoce, y ha juramentado cumplir-, por lo tanto, al desechar una presentación de la defensoría, no solo hace un mal uso de su poder, sino que al expedirse en sus escritos podría estar cometiendo un acto de real malicia. Si bien real malicia está directamente relacionada con la libertad de expresión y el violento acceso de la palabra en la prensa, bien establecidos se hallan los límites. Si en un juicio son aceptados los testimonios de personas sobre eventos que escucharon de la boca de terceras personas y el magistrado los usa para realizar cargos al imputado haciéndolo público, se desentierra su accionar pretendiendo desconocer la ley que, por su trabajo, por su profesión, por su investidura, no puede omitir.

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Gonzalo P. Miño
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La Doctrina de la Real Malicia, pretende lograr un equilibrio entre la labor del periodismo y los derechos de individuos afectados por cierta información. La doctrina se resume en la exculpación de los periodistas, acusados criminalmente o procesados civilmente por daños y perjuicios causados por informaciones falsas, poniendo a cargo de los demandantes la prueba de que las informaciones falsas, son realmente falsas, con entendimiento de que eran apócrifas o con indiferencia sobre si eran o no verídicas. Este criterio separa dos tipos de protección al buen nombre y honor de las personas. La primera es adaptable al ciudadano común y corriente. La segunda a los funcionarios públicos. La distinción reside en que las personas privadas son más vulnerables que las públicas debido que éstos últimos tienen mayor y mejor acceso a los medios de comunicación para refutar informaciones espurias, adulteradas o simuladas. Como consecuencia de ello el funcionario damnificado, a diferencia del particular, deberá probar que la noticia fue publicada con real malicia. Tal conducta antijurídica hará responsable al periodista, en faz penal si conocía la falsedad y obró con indolencia o inapetencia en su búsqueda de la verdad respecto del resultado contraproducente, y en el aspecto civil porque la real malicia supone la demostración de la culpa en concreto que se verifica ante el obrar inmoral.
Jueces, fiscales, abogados no son -abusando de la generalidad- periodistas, pero sus edictos, opiniones o replicaciones ganan la opinión pública moldeando mentes o deformando cerebros abúlicos. El periodista planta la noticia y -si bien no tiene que ser estrictamente un experto- se debe a sus responsabilidades. Buscará referencias, precedentes, leyes y opiniones. Un accidente de tránsito se refleja en un artículo de prensa sobre quien conducía, en donde se produjo, que daños se produjeron, quien maniobró equivocadamente para provocar el infortunio. Luego, su opinión y critica para denunciar si -por ejemplo- alguien guiaba intoxicado, a alta velocidad, de manera errática o con su permiso de conducir vencido. Sostengo que en todos los órdenes debería funcionar de esta manera. ¿Está el juez, el fiscal, el abogado cumpliendo sus compromisos con la ley? ¿Es el periodista responsable de enlodar aún más a un imputado? De ser esto correcto, ¿Cuántos agentes -directa o indirectamente- contribuyen en alimentar ese fuego?

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Uno de los precedentes más notorios de Malicia Real en Estados Unidos nos remite a Herbert vs Lando. Anthony Herbert era un oficial retirado del ejército que prestó servicios en Vietnam. Mientras estuvo en el país asiático, acusó a oficiales superiores de encubrir las atrocidades que las tropas estadounidenses habían cometido. El sistema de radiodifusión Columbia (CBS) produjo y transmitió un documental de la historia del peticionario. Anthony Herbert demandó por difamación a los productores argumentando que el programa retrató falsa y maliciosamente su personaje, lo que le ocasionó una pérdida financiera. Para probar la difamación bajo el estándar de “malicia real”, los abogados de Herbert depusieron a Lando, así como al productor y al editor del documental, intentando deducir las decisiones editoriales que se tomaron durante la producción del programa. En una decisión de 6 a 3, la Corte Suprema estableció que, pese a la tradición y respeto por la libertad de prensa, existen allí ciertos límites y en el aventurar de hechos o nombres, se descubre la figura de Malicia Actual debido a la falta de responsabilidad de los periodistas en investigar y constatar lo sucedido.

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Anthony Herbert

Herbert vs Lando y un precedente en la historia jurídica norteamericano en cuanto a malicia actual

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El gobierno no puede situarse por encima de la ley. En los albores de los Estados Unidos, Jefferson había orquestado y entendía que la Constitución había sido redactada para proteger a los ciudadanos de las garras del gobierno. Si este gobierno -así sea para perseguir la más noble de las causas- utiliza artimañas ilegales no está prestando servicio alguno a la justicia.
En cada provincia argentina, en cada centímetro del territorio de la república, utilizar artificios desde un tribunal -lugar que debería ser honrado-, constituye uno de los más perversos delitos.
Nuestra vida está inundada de experiencias y estas afectan nuestro comportamiento. Cuando un periodista deportivo -imaginándonos en el medio de un país futbolero- sentencia que un jugador no tiene categoría, está interviniendo con el destino de este último y con el pan de sus hijos. Cuando un periodista cataloga de represor a un ex uniformado que ni siquiera ha sido llevado a juicio, está ejercitando el diabólico rol de ser un propulsor de la real malicia.
 El gobierno Kirchnerista arrojó a ilegalmente a miles de ex uniformados a la cárcel, los desnudó de sus derechos y arrojó las llaves a una alcantarilla. Limitó visitas, negó mínimas atenciones médicas y dejó engrosar causas con pruebas tristemente irrisorias. El grueso del periodismo ha sido cómplice. ¿Suena como la República de Stalin? No importa, Stalin no es tan mal visto en el país. Con el cambio de gobierno las violaciones continúan. ¿Un volver al futuro? Bienvenidos a la Argentina de hoy, donde el dios de su preferencia posee reglas misteriosas, muchas esposas por satisfacer y muchos cheques por firmar para sus hijos descarriados. No hay tiempo para preocuparse por la real malicia. Clarence S. Darrow solía decir que “solo puedes proteger tus libertades protegiendo las de los demás. Sólo puedes ser libre si yo lo soy”. Pero también declamaba que “cuando yo era chico me decían que cualquiera podía llegar a presidente de la nación. Ahora estoy empezando a creerlo”. Esta última frase, tomada como insulto, nos podría llevar a un agudo estado de resignación. Tomada literalmente, nos haría promotores de la Real Malicia. O no.

 


Fabian Kussman

PrisioneroEnArgentina.com

Octubre 13, 2017


 

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