Mauricio Ortín y otra posición al respecto de la nota del diario La Nación, firmada por Daniel Gutman.
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Separar la paja del trigo
Por Daniel Gutman
Un reducido pelotón del Ejército Argentino marchaba en la tarde del 14 de febrero de 1975 por un paraje del monte tucumano cuando se encontró con un grupo de guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y entró en combate. Uno de los militares, el teniente Rodolfo Richter, cayó herido. Enseguida, el capitán Héctor Cáceres se tiró encima de él, lo cubrió con su propio cuerpo y le susurró: “Quedate tranquilo que ya te saco”. Pero no pudo hacerlo, porque otro tiro le acertó a él en el corazón y lo mató en el acto. Esto me lo contó hace varios años el hoy teniente coronel Richter, quien por las heridas de ese día -en el que también fueron muertos dos guerrilleros- quedó condenado de por vida a una silla de ruedas.
Entonces, apenas se iniciaba el Operativo Independencia, cuya naturaleza quedaría clara rápidamente. Gracias a un decreto de la presidenta Isabel Perón, que ordenaba “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en Tucumán”, el Ejército Argentino militarizó la provincia y se lanzó a la persecución de militantes políticos no armados, sindicalistas o estudiantes que no tenían vínculos con los campamentos guerrilleros instalados en las laderas del Aconquija. El primer jefe del Operativo, el general Acdel Vilas, estaba convencido de que era absurdo combatir militarmente al ERP si no se lo atacaba antes en “sus verdaderas causas”. Así, llegó a Tucumán decidido a arrasar con los derechos humanos y a dar la pelea no en el monte, sino en facultades, gremios, partidos políticos, colegios e iglesias.
Para hacer el trabajo instaló en la provincia los primeros centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que conoció la Argentina. Durante esos primeros meses, se desentendió del grupo guerrillero rural que, con poco más que un desmesurado voluntarismo, soñaba con hacer la revolución. De hecho, el combate en el que murieron Cáceres y los guerrilleros Héctor Toledo y Víctor Lasser se debió a un encuentro puramente accidental entre los dos bandos. El objetivo de las fuerzas estatales era librar “una guerra sucia, de desgaste, una guerra tenebrosa y solapada, sin límites de tiempo, que se gana con decisión y cálculo”, según Vilas escribiría años más tarde. Ya se sabe cómo terminó ese experimento realizado durante el gobierno peronista: luego del golpe militar, el modelo criminal probado en Tucumán se extendió a todo el país y sirvió para aniquilar a miles de personas que no tenían nada que ver con la lucha armada.
Sin embargo, el capitán Cáceres no tuvo ninguna participación en el terrorismo de Estado. Nadie le ha adjudicado torturas o asesinatos. Simplemente, cumplió una orden legítima de salir al combate, arriesgó su cuerpo por un compañero y lo pagó con su vida, a los 29 años. La propaganda oficial de entonces lo exaltó como el primer muerto en combate del Ejército Argentino desde la Guerra del Paraguay. Esta exagerada calificación respondía a los intereses del gobierno peronista y de las Fuerzas Armadas, que querían magnificar la amenaza guerrillera y con la muerte de Cáceres conseguían un símbolo de carne y hueso. A él, hace pocos días, sus compañeros de promoción en el Colegio Militar, al cumplirse 50 años de su egreso, intentaron homenajearlo con una placa recordatoria, que algunos tomaron como una provocación.
¿Por qué hay quienes suponen que no se puede homenajear a un militar que murió durante un combate entablado por orden del gobierno constitucional? ¿Entienden que una reivindicación de Cáceres implica convalidar los crímenes de la dictadura? ¿Tan difícil es separar la paja del trigo? ¿O es que sus familiares no merecen respeto y consuelo, como cualquiera que haya pasado por un trauma similar? ¿Acaso hay algo que iguale a Cáceres con Videla, Massera u otros militares condenados por crímenes de lesa humanidad?
Rodolfo Richter, aquel oficial al que Cáceres le salvó la vida, se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina, con una investigación acerca de las condiciones en las que el ERP lanzó la lucha revolucionaria. Defendió su tesis el año pasado, ante un público de militares y también de ex guerrilleros, con los que no tiene rencores sino respeto mutuo. Como Cáceres, Richter peleó con armas legítimas contra el ERP, por orden de un gobierno democrático, y nunca fue acusado de haber participado en la represión ilegal. Cuando lo entrevisté, resumió en una frase la soledad de sentirse víctima de la manipulación de la historia. “Un día de éstos -me dijo- alguien me va a decir: «Vos no estás en silla de ruedas porque te hirieron en un combate contra la guerrilla. Eso lo soñaste. Vos estás en silla de ruedas porque te caíste en la bañadera»”.
Miembro del Tribunal de Solución de Controversias de la Organización Mundial de Comercio
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Gutman confunde la paja con el trigo
Por Mauricio Ortín
En relación al artículo de Daniel Gutman (http://www.lanacion.com.ar/1956590-separar-la-paja-del-trigo) digo, lo siguiente: Es falso que Cáceres fue exaltado como “el primer muerto en combate del Ejército Argentino desde la Guerra del Paraguay” y que el gobierno peronista y las FF.AA “querían magnificar la amenaza guerrillera”. El ERP y Montoneros habían declarado la guerra al gobierno constitucional. Por esa época Firmenich y compañía movilizaba a decena de miles de personas. El ERP asaltaba cuarteles, fabricaba armas, secuestraba, extorsionaba y estaba organizado en casi todo el país. Con el diario del lunes la cosa parece muy fácil. Antes de Cáceres asesinaron a muchos militares, policías, guardiacárceles, sindicalistas, políticos, empresarios y hasta niños. Los guerrilleros fueron cualquier cosa menos víctimas. Es falso que “luego del golpe militar, el modelo criminal probado en Tucumán se extendió a todo el país y sirvió para aniquilar a miles de personas que no tenían nada que ver con la lucha armada.” Baschetti, ex montonero y principal historiador de la banda, hizo un registro riguroso de los caídos de propia tropa que anda en los cuatro mil. Los otros dos mil son del ERP. Inocentes no llegan a cincuenta. Número bajísimo para una guerra con 8000 muertos. Fue el peronismo el principal responsable de ensangrentar el país. En su seno comenzaron los crímenes de Montoneros y la Triple A; ambos, en su momento, alentados por Perón. El ERP trabajaba por cuenta propia. Que Gutman les endose la culpa a los militares es una guachada más de los políticamente correctos. Es muy civilizado pedirle a los policías y militares que pongan la otra mejilla a los que los asesinaban con bombas y por la espalda. “Animémonos y vayan”. Asisto a los juicios de lesa humanidad. Es lo peor que sucede en la Argentina. A la vista de todos se mete preso sin pruebas, con testimonios como los de Vertbisky, Perdía y otros a viejos de 90 años. Actualmente, en Tucumán, los asesinos degenerados del Capitán Viola, Núñez, Carrizo, Emperador, etc, se presentan como querellantes y testigos-víctimas contra los policías que los metieron en cana por tan alevoso crimen. El impresentable de Mattini (Arnol Kremer), jefe del ERP, declaró en el juicio de La Perla, en Córdoba, que la guerrilla en Tucumán no fue tal; más bien se trató de una salida de pícnic, una excursión al monte. Ahora bien, en todos los libros que escribió y en los reportajes se presenta como un soldado que no tiene nada que envidiar al Che. En todas las revistas del ERP (Estrella Roja y El Combatiente) por lo menos una vez por página se sostiene que están en guerra civil y que tomarán el poder. Todos los asesinatos son ahí reivindicados. Dice Gutman que el ERP: “con poco más que un desmesurado voluntarismo, soñaba con hacer la revolución.” Lo que no dice es que, además de soñar, se dedicaban full time a asesinar.
En Francia los progre argentinos son “Je suis Charlie Hebdo”, aquí, en cambio, son “je suis Santucho”. El gobierno de Hollande destino 80000 policías para atrapar a dos subversivos. Los mató porque ellos no toman prisioneros a los terroristas y porque Hollande dijo “Francia está en guerra”.
Los Montoneros y el ERP fueron contemporáneos a la banda terrorista palestina Septiembre Negro (los Montoneros socios); cuando ésta asesinó a once atletas judíos en la masacre de Munich gatilló los mecanismos de defensa de Israel. Las fuerzas represoras israelíes los persiguieron por todo el mundo y los asesinaron allí donde los encontraron. En Noruega, mataron por error a un inocente. La pregunta para Gutman, es: ¿Quiénes son los criminales? ¿Los terroristas palestinos o los militares judíos? No vi que Israel honre con monumentos a los asesinos de israelíes, ni tampoco los indemnice con sumas millonarias.
Estoy convencido de que si el capitán Héctor Cáceres estuviera vivo estaría pudriéndose en una cárcel con los miles de los que pelearon contra la subversión. Por orden de Isabel o de Videla ¡qué importa! ¿Acaso un cabo, un agente, un subteniente o un mayor podía darse el lujo de desobedecer?
La persecución que la prensa y la política lleva adelante contra los acusados de lesa humanidad es, de lejos, lo más infame que sucede en la Argentina. Después de asesinar a un inocente, no debe haber crimen más grave que privar de la libertad o a quién no ha hecho nada para merecerlo. Con democracia y todo esta es la Argentina más decadente y cobarde de la que tenga memoria.
Mauricio Ortín le contesta a Daniel Gutman
Mauricio Ortín y otra posición al respecto de la nota del diario La Nación, firmada por Daniel Gutman.
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Separar la paja del trigo
Por Daniel Gutman
Un reducido pelotón del Ejército Argentino marchaba en la tarde del 14 de febrero de 1975 por un paraje del monte tucumano cuando se encontró con un grupo de guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y entró en combate. Uno de los militares, el teniente Rodolfo Richter, cayó herido. Enseguida, el capitán Héctor Cáceres se tiró encima de él, lo cubrió con su propio cuerpo y le susurró: “Quedate tranquilo que ya te saco”. Pero no pudo hacerlo, porque otro tiro le acertó a él en el corazón y lo mató en el acto. Esto me lo contó hace varios años el hoy teniente coronel Richter, quien por las heridas de ese día -en el que también fueron muertos dos guerrilleros- quedó condenado de por vida a una silla de ruedas.
Entonces, apenas se iniciaba el Operativo Independencia, cuya naturaleza quedaría clara rápidamente. Gracias a un decreto de la presidenta Isabel Perón, que ordenaba “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en Tucumán”, el Ejército Argentino militarizó la provincia y se lanzó a la persecución de militantes políticos no armados, sindicalistas o estudiantes que no tenían vínculos con los campamentos guerrilleros instalados en las laderas del Aconquija. El primer jefe del Operativo, el general Acdel Vilas, estaba convencido de que era absurdo combatir militarmente al ERP si no se lo atacaba antes en “sus verdaderas causas”. Así, llegó a Tucumán decidido a arrasar con los derechos humanos y a dar la pelea no en el monte, sino en facultades, gremios, partidos políticos, colegios e iglesias.
Para hacer el trabajo instaló en la provincia los primeros centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que conoció la Argentina. Durante esos primeros meses, se desentendió del grupo guerrillero rural que, con poco más que un desmesurado voluntarismo, soñaba con hacer la revolución. De hecho, el combate en el que murieron Cáceres y los guerrilleros Héctor Toledo y Víctor Lasser se debió a un encuentro puramente accidental entre los dos bandos. El objetivo de las fuerzas estatales era librar “una guerra sucia, de desgaste, una guerra tenebrosa y solapada, sin límites de tiempo, que se gana con decisión y cálculo”, según Vilas escribiría años más tarde. Ya se sabe cómo terminó ese experimento realizado durante el gobierno peronista: luego del golpe militar, el modelo criminal probado en Tucumán se extendió a todo el país y sirvió para aniquilar a miles de personas que no tenían nada que ver con la lucha armada.
Sin embargo, el capitán Cáceres no tuvo ninguna participación en el terrorismo de Estado. Nadie le ha adjudicado torturas o asesinatos. Simplemente, cumplió una orden legítima de salir al combate, arriesgó su cuerpo por un compañero y lo pagó con su vida, a los 29 años. La propaganda oficial de entonces lo exaltó como el primer muerto en combate del Ejército Argentino desde la Guerra del Paraguay. Esta exagerada calificación respondía a los intereses del gobierno peronista y de las Fuerzas Armadas, que querían magnificar la amenaza guerrillera y con la muerte de Cáceres conseguían un símbolo de carne y hueso. A él, hace pocos días, sus compañeros de promoción en el Colegio Militar, al cumplirse 50 años de su egreso, intentaron homenajearlo con una placa recordatoria, que algunos tomaron como una provocación.
¿Por qué hay quienes suponen que no se puede homenajear a un militar que murió durante un combate entablado por orden del gobierno constitucional? ¿Entienden que una reivindicación de Cáceres implica convalidar los crímenes de la dictadura? ¿Tan difícil es separar la paja del trigo? ¿O es que sus familiares no merecen respeto y consuelo, como cualquiera que haya pasado por un trauma similar? ¿Acaso hay algo que iguale a Cáceres con Videla, Massera u otros militares condenados por crímenes de lesa humanidad?
Rodolfo Richter, aquel oficial al que Cáceres le salvó la vida, se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina, con una investigación acerca de las condiciones en las que el ERP lanzó la lucha revolucionaria. Defendió su tesis el año pasado, ante un público de militares y también de ex guerrilleros, con los que no tiene rencores sino respeto mutuo. Como Cáceres, Richter peleó con armas legítimas contra el ERP, por orden de un gobierno democrático, y nunca fue acusado de haber participado en la represión ilegal. Cuando lo entrevisté, resumió en una frase la soledad de sentirse víctima de la manipulación de la historia. “Un día de éstos -me dijo- alguien me va a decir: «Vos no estás en silla de ruedas porque te hirieron en un combate contra la guerrilla. Eso lo soñaste. Vos estás en silla de ruedas porque te caíste en la bañadera»”.
Miembro del Tribunal de Solución de Controversias de la Organización Mundial de Comercio
[/one_half] [one_half_last padding=”0 0 0 20px”]Gutman confunde la paja con el trigo
Por Mauricio Ortín
En relación al artículo de Daniel Gutman (http://www.lanacion.com.ar/1956590-separar-la-paja-del-trigo) digo, lo siguiente: Es falso que Cáceres fue exaltado como “el primer muerto en combate del Ejército Argentino desde la Guerra del Paraguay” y que el gobierno peronista y las FF.AA “querían magnificar la amenaza guerrillera”. El ERP y Montoneros habían declarado la guerra al gobierno constitucional. Por esa época Firmenich y compañía movilizaba a decena de miles de personas. El ERP asaltaba cuarteles, fabricaba armas, secuestraba, extorsionaba y estaba organizado en casi todo el país. Con el diario del lunes la cosa parece muy fácil. Antes de Cáceres asesinaron a muchos militares, policías, guardiacárceles, sindicalistas, políticos, empresarios y hasta niños. Los guerrilleros fueron cualquier cosa menos víctimas. Es falso que “luego del golpe militar, el modelo criminal probado en Tucumán se extendió a todo el país y sirvió para aniquilar a miles de personas que no tenían nada que ver con la lucha armada.” Baschetti, ex montonero y principal historiador de la banda, hizo un registro riguroso de los caídos de propia tropa que anda en los cuatro mil. Los otros dos mil son del ERP. Inocentes no llegan a cincuenta. Número bajísimo para una guerra con 8000 muertos. Fue el peronismo el principal responsable de ensangrentar el país. En su seno comenzaron los crímenes de Montoneros y la Triple A; ambos, en su momento, alentados por Perón. El ERP trabajaba por cuenta propia. Que Gutman les endose la culpa a los militares es una guachada más de los políticamente correctos. Es muy civilizado pedirle a los policías y militares que pongan la otra mejilla a los que los asesinaban con bombas y por la espalda. “Animémonos y vayan”. Asisto a los juicios de lesa humanidad. Es lo peor que sucede en la Argentina. A la vista de todos se mete preso sin pruebas, con testimonios como los de Vertbisky, Perdía y otros a viejos de 90 años. Actualmente, en Tucumán, los asesinos degenerados del Capitán Viola, Núñez, Carrizo, Emperador, etc, se presentan como querellantes y testigos-víctimas contra los policías que los metieron en cana por tan alevoso crimen. El impresentable de Mattini (Arnol Kremer), jefe del ERP, declaró en el juicio de La Perla, en Córdoba, que la guerrilla en Tucumán no fue tal; más bien se trató de una salida de pícnic, una excursión al monte. Ahora bien, en todos los libros que escribió y en los reportajes se presenta como un soldado que no tiene nada que envidiar al Che. En todas las revistas del ERP (Estrella Roja y El Combatiente) por lo menos una vez por página se sostiene que están en guerra civil y que tomarán el poder. Todos los asesinatos son ahí reivindicados. Dice Gutman que el ERP: “con poco más que un desmesurado voluntarismo, soñaba con hacer la revolución.” Lo que no dice es que, además de soñar, se dedicaban full time a asesinar.
En Francia los progre argentinos son “Je suis Charlie Hebdo”, aquí, en cambio, son “je suis Santucho”. El gobierno de Hollande destino 80000 policías para atrapar a dos subversivos. Los mató porque ellos no toman prisioneros a los terroristas y porque Hollande dijo “Francia está en guerra”.
Los Montoneros y el ERP fueron contemporáneos a la banda terrorista palestina Septiembre Negro (los Montoneros socios); cuando ésta asesinó a once atletas judíos en la masacre de Munich gatilló los mecanismos de defensa de Israel. Las fuerzas represoras israelíes los persiguieron por todo el mundo y los asesinaron allí donde los encontraron. En Noruega, mataron por error a un inocente. La pregunta para Gutman, es: ¿Quiénes son los criminales? ¿Los terroristas palestinos o los militares judíos? No vi que Israel honre con monumentos a los asesinos de israelíes, ni tampoco los indemnice con sumas millonarias.
Estoy convencido de que si el capitán Héctor Cáceres estuviera vivo estaría pudriéndose en una cárcel con los miles de los que pelearon contra la subversión. Por orden de Isabel o de Videla ¡qué importa! ¿Acaso un cabo, un agente, un subteniente o un mayor podía darse el lujo de desobedecer?
La persecución que la prensa y la política lleva adelante contra los acusados de lesa humanidad es, de lejos, lo más infame que sucede en la Argentina. Después de asesinar a un inocente, no debe haber crimen más grave que privar de la libertad o a quién no ha hecho nada para merecerlo. Con democracia y todo esta es la Argentina más decadente y cobarde de la que tenga memoria.
Miembro del Centro Estudios Salta
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