Una vida tras la leyenda

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Por Nelson Silverman.

Uno de los escritores estadounidenses más influyentes del siglo XX, es reconocido por su prosa concisa, su vida aventurera y obras clásicas como El viejo y el mar, Adiós a las armas y Por quién doblan las campanas. Su nombre es Ernest Hemingway. Pero detrás del mito de Hemingway, héroe de guerra, cazador y gigante literario, se escondía un hombre profundamente afectado por una enfermedad mental. Sus luchas contra la depresión, el alcoholismo y lo que ahora se cree que es trastorno bipolar lo llevaron a su trágico suicidio en 1961.

Los problemas de salud mental de Hemingway se pueden rastrear a lo largo de su vida y linaje. Su familia tenía antecedentes de enfermedades mentales y suicidio; su padre, Clarence Hemingway, se suicidó en 1928, y posteriormente, varios otros miembros de su familia también se quitarían la vida. A pesar de su imagen exterior de rudeza y bravuconería masculina, Hemingway sufría de una profunda inestabilidad emocional. Sus cartas, biografías y testimonios de amigos y familiares revelan a un hombre que oscilaba entre extremos de energía y depresión, lo que sugiere la presencia de un trastorno bipolar no diagnosticado.

A lo largo de su vida, Hemingway estuvo expuesto a importantes traumas psicológicos. Trabajó como conductor de ambulancia en la Primera Guerra Mundial y resultó gravemente herido, una experiencia que inspiró gran parte de su obra literaria. También presenció la brutalidad de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial como periodista. Estas repetidas exposiciones a la violencia probablemente contribuyeron a los síntomas de estrés postraumático, que pareció afrontar mediante el abuso de sustancias y el retraimiento emocional.

El alcohol se convirtió en una constante en la vida de Hemingway. Si bien el consumo de alcohol era idealizado en los círculos literarios en los que se movía, claramente exacerbó sus problemas de salud mental. Con la edad, Hemingway se volvió cada vez más paranoico, errático y aislado. Sufría intensos cambios de humor, delirios y un creciente temor a estar siendo vigilado por el FBI; una paranoia que, en parte, se confirmó posteriormente. El FBI había abierto un expediente contra Hemingway, lo que pudo haber agravado aún más su crisis mental.

En los últimos años de su vida, Hemingway fue hospitalizado en múltiples ocasiones y sometido a terapia electroconvulsiva (TEC), un tratamiento estándar para la depresión severa en aquella época. Desafortunadamente, la terapia pudo haber empeorado su función cognitiva y su capacidad creativa, lo cual le resultó devastador. El 2 de julio de 1961, pocos días después de ser dado de alta de la Clínica Mayo, Hemingway se pegó un tiro en su casa de Ketchum, Idaho.

La historia de Hemingway es un recordatorio aleccionador de que incluso quienes parecen intrépidos y trascendentales pueden sufrir enormemente en privado. Sus batallas con la enfermedad mental siguen siendo una parte fundamental de su legado y contribuyen a las conversaciones actuales sobre la importancia de la concienciación sobre la salud mental, el tratamiento y las luchas, a menudo invisibles, que enfrentan incluso las personas más célebres.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Agosto 7, 2025


 

¡Un toro, un toro! ¡Mi reino del revés por un toro!

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No se deje guiar por mi opinión, que es -sobre todo en literatura- bastante retorcida, pero Hemingway -excepto Adiós a las Armas y ese bonito cuento corto llamado Los asesinos– no me dice nada. Siempre me pareció un escritor orientado al público adolescente. Nunca entendí “el coraje”, “el honor” o “el orgullo” de pelear incesantemente contra un pez en El Viejo y el Mar, o la diversidad de situaciones con pescadores, chinos y cubanos en Tener o No Tener, que termina pareciendo una comedia de enredos italiana.
Honestamente, leí Por quién doblan las Campanas pocas semanas después de haber disfrutado Homenaje a Catalunya y si usted hizo lo propio, esta última pieza de Orwell reúne mejores descripciones, anécdotas y panoramas más crudos que la experiencia del norteamericano durante la guerra civil española. Ahora bien, el peor trabajo del barbado Ernest es Muerte en el Atardecer (Death in the afternoon) en donde el autor trate de hacernos creer en la hidalguía y la grandeza de las corridas de toros.  Hemingway se convirtió en un aficionado de la corrida de toros después de ver las fiestas de San Fermín en Pamplona en 1923 y de allí en más pretendió hacernos creer que el enfrentamiento entre un asesino (también conocido como torero) y una bestia que solo ambiciona ser dejada en paz, tiene ribetes de hazaña, sobre todo en el momento de la ejecución del animal sin juicio previo, ni cargos en su contra. ¿Qué sería de Hemingway de haber sido más honesto y pintar el destino brutal de los bovinos? El festival de San Fermín en Pamplona, España, fue el telón de fondo de su obra más halagada, Fiesta o El Sol Siempre Sale (The Sun Also Rises), una sofisticada telenovela venezolana a mi pobre entender, pero semanas atrás fue el escenario de una gran protesta en la que pudo haber sido abucheado. El festival contó con una serie de nefastos acontecimientos taurinos, como las corridas callejeras de toros, un evento en el que los “seres humanos” -posiblemente con problemas mentales- tratan de adelantar a un grupo de asustados animales que resbalan y se estrellan contra las paredes, mientras son guiados a las plazas de lidia. Se lamentan muertes humanas, también, en estos sucesos. Este año, tres hombres -entre ellos dos estadounidenses- solo fueron heridos durante la primera carrera, pero eso no fue motivo de protesta. El tratamiento de los toros antes y durante y después de los eventos ha sido durante mucho tiempo objeto de protestas e indignación de grupos de derechos de los animales entre los que se encuentra PETA, que a menudo lo describen -con certeza- como aberración. Esta manifestación es la culminación de un movimiento creciente en los últimos años para prohibir la práctica de corridas y lidias de toros en España.
Marlon Brando dijo una vez que le gustaría ser toro por un día para primero aterrorizar al Rey de España -otro conocido asesino de animales- en las gradas y luego ensartaría uno de sus cuernos en algún orificio del matador, paseándolo por la arena hasta que ensucie su ropa interior. Lo siento… sentimiento compartido. El payaso en ajustados trajes de luces posee tanta culpa o sensibilidad al destrozar a un ser no humano, como usted o yo al pasar un papel por la desfibradora.
Queda por ver si el emprendimiento entrará en el ámbito jurídico. Un tribunal español derogó una prohibición de la tauromaquia dictada en Catalunya al afirmar que la preservación del patrimonio cultural común era responsabilidad del Estado. En un argumento familiar para los conservadores culturales de todo el mundo, los defensores de la tauromaquia afirman que es una parte inextricable del patrimonio nacional, un vínculo en la confección y continuidad de la identidad nacional que no puede ser desunido, algo a lo que los manifestantes prodigan muy poco respeto.
Reflexionando, mi propuesta no es prohibir las corridas de toros. Mantener ciertas tradiciones me parece saludable, con una simple modificación: Una corrida hasta enfrentarse en una colisión frente a frente en el medio de la plaza. El torero y el toro, mano a mano, a ver quién tiene la cabeza más grande. O más dura.

 


Fabian Kussman

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Julio 9, 2017