El salvaje tsunami financiero que, una vez más, se desató contra nuestras costas esta misma semana mostró que, pese al inédito y explícito respaldo del mundo a la Argentina, ya no resulta posible continuar viviendo como si nada hubiera pasado; ha llegado la hora de ajustar el cinturón a un Estado que, aún en medio de la tierra arrasada que dejó el kirchnerismo, no ha parado de crecer a expensas de los ya exhaustos contribuyentes.
Sé que es muy difícil reflexionar sobre lo importante cuando lo urgente oscurece el horizonte pero, tal como dije en mi nota anterior, creo necesario formar una nueva fuerza política que, sin apetencias personales y ofreciendo un franco apoyo a Cambiemos, exprese a una ciudadanía mayoritaria que está descontenta con la forma en que se gestionan los asuntos públicos. Imagino llamarla Partido de la Austeridad y de la Decencia. El próximo sábado publicaré un borrador elemental del programa y, si lográramos un número significativo de adhesiones, podremos avanzar hacia la habilitación como partido y comenzar la expansión territorial.
Esta semana, más allá del paro nacional y, sobre todo, de la movilización previa de las organizaciones sociales y gremiales de izquierda, que debieran dar pie a nuevas actividades represivas de los jueces y fiscales, toda vez algunas voces llamaron directamente a la subversión y a derrocar al Gobierno, Comodoro Py generó novedades importantes.
Fueron llamados a indagatoria por el Juez Claudio Bonadio nada menos que Paolo Rocca, titular de Techint, y Marcelo Midlin, zar de la energía, tal vez dos de los más importantes empresarios del país, y los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo, en su apelación a la famosa resolución del magistrado de hace unos días, pidieron a la Cámara Federal el agravamiento de varias calificaciones de delitos y otros procesamientos para imputados a los cuales se les había dictado la falta de mérito.
Pero, si bien es cierto que ha pasado muy poco tiempo desde que estallara judicialmente la “causa de los cuadernos”, me llama la atención que aún no haya rozado a algunos nombres que hubieran debido estar en ella desde el principio, en especial Enrique y Sebastián Eskenazi. Estos canallas son los dueños del Banco de la Provincia de Santa Cruz desde antes que don Néstor asumiera como Presidente y tuvieron mucho que ver con el trasiego de los fondos (un total que superó los US$ 1.100 millones) junto con Ernesto Clarens y el recientemente fallecido Aldo Ducler.
Por si no lo recuerda, los Eskenazi, actuando como testaferros del voraz matrimonio, “compraron” el 25% de YPF a los españoles de Repsol; para lograr esa “venta”, el Poder Ejecutivo apretó a todas las petroleras hasta extenuarlas vía el congelamiento de los precios en boca de pozo.
En 2003, Argentina era autosuficiente en energía, a punto tal que se construyeron varios gasoductos para exportar a Chile y a Brasil, y vendía electricidad a Uruguay y a Brasil por líneas de alta tensión. A raíz de la brutal caída en la producción, consecuencia directa de la política implementada para el saqueo, todas esas vías de transporte debieron invertir el sentido de sus flujos, y comenzamos a importar en cantidades siderales. Como aún ello no resultaba suficiente para atender a nuestra demanda interna, el Gobierno debió comprar muchísimos cargamentos de gas licuado, generando así un nuevo negociado con los brutales sobreprecios que quedaron en manos de la corona. Sólo ayer, concretamente, pudimos volver a exportar gas a Chile.
De todos los delitos que cometió el kirchnerismo, éste es, sin duda, el más grave. La maniobra montada para robarse YPF significó una monumental pérdida de divisas para el país, una galopante inflación y la consecuente pobreza que afectó, y aún lo hace, al 30% de la población. Pero el desfalco continúa, los Eskenazi (en realidad, de una sociedad australiana llamada Petersen, que nadie sabe a quién pertenece) vendieron sus derechos a demandar al Estado a un supuesto fondo de inversiones, que nos reclama otros US$ 5.000 MM en juzgados norteamericanos. Resulta repugnante ver al peronismo, en todas sus formas, ofrecerse como solución para el drama que generó durante décadas; basta comprobar cuáles son las provincias más golpeadas por la pobreza y ver desde cuándo las gobierna.
Cambiando de tema, vale la pena poner la lupa sobre algunos hechos internacionales que tendrán aquí una repercusión comparable a verdaderos tifones. En primer término, las elecciones presidenciales de Brasil, que se disputarán el 7 y el 28 de octubre. La moneda está en el aire entre Jair Bolsonaro (27%), un excéntrico personaje de derecha y ex militar, y Fernando Haddad (21%) quien, por la prisión de Luiz Inácio Lula da Silva, acaba de convertirse en candidato del Partido dos Trabalhadores. ¿Cómo impactará el resultado? Si triunfara la izquierda y regresara el populismo, la preocupación del mundo crecería, y Argentina reforzaría su papel de gran estrella regional (o sea, nos beneficiaría), pero complicaría en mucho la economía de nuestro principal socio comercial, es decir, nos perjudicaría.
Luego, el 6 de noviembre llegará el turno de las elecciones de medio término en los Estados Unidos, en las cuales Donald Trump, nuestro gran aliado en el mundo, se juega la misma Presidencia. Si bien todos los indicadores lo favorecen (la economía vuela, el desempleo cae, la inflación disminuye), y es cierto que los norteamericanos votan por sus intereses internos -las opiniones del resto del mundo los tienen sin cuidado-, todo lo cual debiera redundar en un claro triunfo del Partido Republicano, hay nuevos factores que podrían complicar ese resultado.
La sociedad es allí matriarcal y, sobre todo, su moral calvinista condena la mentira; por ello, es posible que las mujeres, movilizadas por el #MeToo, concurran masivamente a las urnas para repudiar la posición machista y protectora de los abusos de la actual administración y que, además, muchos den fe a las investigaciones federales sobre su presunta complicidad con Rusia para influir en las elecciones en las que compitió con Hilary Clinton, del Partido Demócrata. El resultado dependerá, con seguridad, de la cantidad de ciudadanos que efectivamente voten esta vez; si Trump perdiera la mayoría en las cámaras, podría enfrentarse, más temprano que tarde, a un proceso de impeachment, de consecuencias impredecibles.
Las otras situaciones que influirán en nuestro propio destino son el claro agravamiento de las hostilidades comerciales que desató Estados Unidos contra China, la inminencia delBrexit entre Gran Bretaña y la Comunidad Europea (según lo veo, si se repitiera el referéndum, la decisión sería permanecer en ésta), la posibilidad de un nuevo conflicto con Irán, y la negativa de Trump a continuar financiando a los tuertos organismos internacionales de derechos humanos, que tanto nos han maltratado.
En resumen, viviremos en los próximos meses verdaderos “tiempos interesantes”, como dice la maldición china; sólo espero que, por una vez, sepamos aprovecharlos.
El P.A.D., los que faltan y los vientos
Por ENRIQUE GUILLERMO AVOGADRO.
“No hay nada permanente, salvo el cambio”.
Heráclito
El salvaje tsunami financiero que, una vez más, se desató contra nuestras costas esta misma semana mostró que, pese al inédito y explícito respaldo del mundo a la Argentina, ya no resulta posible continuar viviendo como si nada hubiera pasado; ha llegado la hora de ajustar el cinturón a un Estado que, aún en medio de la tierra arrasada que dejó el kirchnerismo, no ha parado de crecer a expensas de los ya exhaustos contribuyentes.
Sé que es muy difícil reflexionar sobre lo importante cuando lo urgente oscurece el horizonte pero, tal como dije en mi nota anterior, creo necesario formar una nueva fuerza política que, sin apetencias personales y ofreciendo un franco apoyo a Cambiemos, exprese a una ciudadanía mayoritaria que está descontenta con la forma en que se gestionan los asuntos públicos. Imagino llamarla Partido de la Austeridad y de la Decencia. El próximo sábado publicaré un borrador elemental del programa y, si lográramos un número significativo de adhesiones, podremos avanzar hacia la habilitación como partido y comenzar la expansión territorial.
Esta semana, más allá del paro nacional y, sobre todo, de la movilización previa de las organizaciones sociales y gremiales de izquierda, que debieran dar pie a nuevas actividades represivas de los jueces y fiscales, toda vez algunas voces llamaron directamente a la subversión y a derrocar al Gobierno, Comodoro Py generó novedades importantes.
Fueron llamados a indagatoria por el Juez Claudio Bonadio nada menos que Paolo Rocca, titular de Techint, y Marcelo Midlin, zar de la energía, tal vez dos de los más importantes empresarios del país, y los fiscales Carlos Stornelli y Carlos Rívolo, en su apelación a la famosa resolución del magistrado de hace unos días, pidieron a la Cámara Federal el agravamiento de varias calificaciones de delitos y otros procesamientos para imputados a los cuales se les había dictado la falta de mérito.
Pero, si bien es cierto que ha pasado muy poco tiempo desde que estallara judicialmente la “causa de los cuadernos”, me llama la atención que aún no haya rozado a algunos nombres que hubieran debido estar en ella desde el principio, en especial Enrique y Sebastián Eskenazi. Estos canallas son los dueños del Banco de la Provincia de Santa Cruz desde antes que don Néstor asumiera como Presidente y tuvieron mucho que ver con el trasiego de los fondos (un total que superó los US$ 1.100 millones) junto con Ernesto Clarens y el recientemente fallecido Aldo Ducler.
Por si no lo recuerda, los Eskenazi, actuando como testaferros del voraz matrimonio, “compraron” el 25% de YPF a los españoles de Repsol; para lograr esa “venta”, el Poder Ejecutivo apretó a todas las petroleras hasta extenuarlas vía el congelamiento de los precios en boca de pozo.
En 2003, Argentina era autosuficiente en energía, a punto tal que se construyeron varios gasoductos para exportar a Chile y a Brasil, y vendía electricidad a Uruguay y a Brasil por líneas de alta tensión. A raíz de la brutal caída en la producción, consecuencia directa de la política implementada para el saqueo, todas esas vías de transporte debieron invertir el sentido de sus flujos, y comenzamos a importar en cantidades siderales. Como aún ello no resultaba suficiente para atender a nuestra demanda interna, el Gobierno debió comprar muchísimos cargamentos de gas licuado, generando así un nuevo negociado con los brutales sobreprecios que quedaron en manos de la corona. Sólo ayer, concretamente, pudimos volver a exportar gas a Chile.
De todos los delitos que cometió el kirchnerismo, éste es, sin duda, el más grave. La maniobra montada para robarse YPF significó una monumental pérdida de divisas para el país, una galopante inflación y la consecuente pobreza que afectó, y aún lo hace, al 30% de la población. Pero el desfalco continúa, los Eskenazi (en realidad, de una sociedad australiana llamada Petersen, que nadie sabe a quién pertenece) vendieron sus derechos a demandar al Estado a un supuesto fondo de inversiones, que nos reclama otros US$ 5.000 MM en juzgados norteamericanos. Resulta repugnante ver al peronismo, en todas sus formas, ofrecerse como solución para el drama que generó durante décadas; basta comprobar cuáles son las provincias más golpeadas por la pobreza y ver desde cuándo las gobierna.
Cambiando de tema, vale la pena poner la lupa sobre algunos hechos internacionales que tendrán aquí una repercusión comparable a verdaderos tifones. En primer término, las elecciones presidenciales de Brasil, que se disputarán el 7 y el 28 de octubre. La moneda está en el aire entre Jair Bolsonaro (27%), un excéntrico personaje de derecha y ex militar, y Fernando Haddad (21%) quien, por la prisión de Luiz Inácio Lula da Silva, acaba de convertirse en candidato del Partido dos Trabalhadores. ¿Cómo impactará el resultado? Si triunfara la izquierda y regresara el populismo, la preocupación del mundo crecería, y Argentina reforzaría su papel de gran estrella regional (o sea, nos beneficiaría), pero complicaría en mucho la economía de nuestro principal socio comercial, es decir, nos perjudicaría.
Luego, el 6 de noviembre llegará el turno de las elecciones de medio término en los Estados Unidos, en las cuales Donald Trump, nuestro gran aliado en el mundo, se juega la misma Presidencia. Si bien todos los indicadores lo favorecen (la economía vuela, el desempleo cae, la inflación disminuye), y es cierto que los norteamericanos votan por sus intereses internos -las opiniones del resto del mundo los tienen sin cuidado-, todo lo cual debiera redundar en un claro triunfo del Partido Republicano, hay nuevos factores que podrían complicar ese resultado.
La sociedad es allí matriarcal y, sobre todo, su moral calvinista condena la mentira; por ello, es posible que las mujeres, movilizadas por el #MeToo, concurran masivamente a las urnas para repudiar la posición machista y protectora de los abusos de la actual administración y que, además, muchos den fe a las investigaciones federales sobre su presunta complicidad con Rusia para influir en las elecciones en las que compitió con Hilary Clinton, del Partido Demócrata. El resultado dependerá, con seguridad, de la cantidad de ciudadanos que efectivamente voten esta vez; si Trump perdiera la mayoría en las cámaras, podría enfrentarse, más temprano que tarde, a un proceso de impeachment, de consecuencias impredecibles.
Las otras situaciones que influirán en nuestro propio destino son el claro agravamiento de las hostilidades comerciales que desató Estados Unidos contra China, la inminencia delBrexit entre Gran Bretaña y la Comunidad Europea (según lo veo, si se repitiera el referéndum, la decisión sería permanecer en ésta), la posibilidad de un nuevo conflicto con Irán, y la negativa de Trump a continuar financiando a los tuertos organismos internacionales de derechos humanos, que tanto nos han maltratado.
En resumen, viviremos en los próximos meses verdaderos “tiempos interesantes”, como dice la maldición china; sólo espero que, por una vez, sepamos aprovecharlos.
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